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Operación triángulo. El misterio de Pi
Operación triángulo. El misterio de Pi
Operación triángulo. El misterio de Pi
Libro electrónico357 páginas5 horas

Operación triángulo. El misterio de Pi

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Sinopsis
Cuando Ot Pi recibió la misteriosa llamada procedente de China no pensó que sería el preludio de una pesadilla. Su relación con el Gran Dragón asiático siempre había sido buena tanto a nivel deportivo como empresarial. Tuvo miedo, amenazaban con destruir lo que más quería... pero lo que no tuvo en cuenta su misterioso interlocutor fue la misma esencia de la personalidad del exdeportista. Que en un inicio se sintiera amedrantado no era equivalente a que Ot se sometiera porqué sí. Una trepidante aventura en la que se ve envuelto en medio de una de las Tríadas más sanguinarias, los yakuza y los servicios de espionaje de China y Japón. Un viaje en el que conocerá a Alfons Abulí, un arqueólogo en el que coincide en el avión en dirección al país del Sol Naciente. Alfons va con un objetivo muy concreto: descubrir el porqué de la desaparición de su amigo, el profesor Yûki Ishiguro, mientras trabajaba en uno de los misterios más grandes de la arqueología, el zigurat japonés de Yonaguni que se encuentra sumergido en el Pacífico.

Esta novela es la primera del género, autodenominado por David de Pedro, de los Reality book: Historias que combinan las diferentes situaciones ficticias creadas por los personajes con la actuación de una persona tan real como Ot Pi, campeón del mundo por doce veces de Bike Trial, deporte del que además es uno de los fundadores. El exdirector general de Monty ha resuelto cada conflicto impuesto, condicionando a su vez, el desarrollo de la historia. Una trama ambientada inicialmente en el país en el que el catalán siente como su segunda casa. Todo un reto para el autor que resuelve de una manera creativa en este primer volumen con una narrativa sencilla y directa.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 may 2020
ISBN9780463302651
Operación triángulo. El misterio de Pi
Autor

David de Pedro, Sr

David de Pedro (Cassà de la Selva, 1972) tiene una diplomatura en Relaciones Públicas, Publicidad y Marketing y un máster en Dirección de Empresas. Su desarrollo personal en el entorno empresarial se ha basado en la apertura de unidades de negocio, primero en el sector de servicios y posteriormente en el sector industrial. Viajero nato, ha visitado países de América, Europa, África y Asia. Con este bagaje, inició su andadura en el mundo editorial con La revelación de Qumrán, su ópera prima, donde el Opus Dei entabla una lucha contra la masonería. Le siguió 88, la nueva generación, en esta novela trepidante unos periodistas investigan a un nuevo grupo neonazi y estos los descubren. A partir de aquí los periodistas intentan salvar la vida mientras se dan cuenta de que solo han visto la punta del iceberg. En mayo de 2018 ha sacado su tercera novela, el primer Reality book: Operación triángulo. El misterio de pi. Una historia donde unos arqueólogos buscan el origen de una civilización perdida que data 15.000 años antes a.C. mientras se ven inmersos en una guerra entre los servicios de espionaje de China y Japón. La última, Ofrenda de Thot. La puerta ignota revela un final sorprendente de la aventura iniciada en Operación triángulo. El misterio de pi..

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    Operación triángulo. El misterio de Pi - David de Pedro, Sr

    David de Pedro

    Operación Triángulo

    El misterio de pi

    Volumen 1

    Título original: Operación Triángulo. El misterio de Pi

    Segunda edición: Abril 2020

    Copyright © 2018 por David de Pedro

    ISBN: 979-86-37554-24-9

    Depósito Legal: GI 63-2018

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización del autor. Diríjase a CEDRO si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento o consulte www.conlicencia.com.

    Agradecimientos:

    A mi familia, porque es el núcleo que hace girar mi mundo, y a Ot Pi por su inestimable colaboración en este proyecto innovador.

    Batet, allí donde estés, seguimos luchando.

    Más información en:

    www.daviddepedro.com

    Este libro es una obra de ficción. Los nombres a excepción de Ot Pi, personajes, instituciones, lugares y hechos que se relatan son creaciones de la imaginación del autor o bien se utilizan ficticiamente y no se tienen que interpretar como reales. Cualquier parecido con otros hechos ficticios, o con lugares, organizaciones y personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.

    Uno

    «Ya me falta menos para llegar al final. Tengo que conseguirlo..., será mi adiós definitivo y tengo que salir por la puerta grande», pensó sudoroso Ot, encima de su querida bicicleta Monty.

    Todavía no sabía como aquel lejano día de febrero de 2008 se había dejado embarcar en la aventura oriental de la Jin Mao tower de Shanghái, el sexto rascacielos más alto del mundo. Cuando el Comité Olímpico Internacional se puso en contacto con él a través de un correo electrónico para ofrecerle batir el récord de la ascensión de la torre, coincidiendo con la World Biketrial Master Series, se quedó estupefacto. Por aquel entonces no se imaginaba que el partido comunista de la República Popular China, había decidido utilizarlo para fines propagandísticos. El conflicto que mantenían los chinos en el Tibet y la cercanía de los juegos olímpicos de Pekín 2008 habían provocado que la Asamblea Popular Nacional, bajo la supervisión del Consejo de Estado, intentara desviar la atención de los medios de comunicación por la mala prensa que les generaba aquella resistencia constante que parecía no tener fin. Aquel mismo año, y después de estar los últimos treinta en la élite de aquel deporte minoritario, Ot se había retirado de manera oficial del bike trial. Aun así, cuando recibió la propuesta la estuvo sopesando durante bastantes días hasta que al final decidió recoger el guante que le habían lanzado. Él era un hombre de acción, de retos y, por encima de todo, deportista. No en vano la marca de bebidas energéticas Red Bull, que se caracterizaba por tener entre sus filas a los mejores especialistas en deportes extremos, había apostado por él, patrocinándolo durante los doce últimos años de su carrera profesional. El primer contacto que había tenido con el coloso de doscientos noventa mil metros cuadrados de hormigón y cuatrocientos veinte metros de altura había sido de lo más descorazonador. Tenía que superar la ascensión en bicicleta de ochenta y ocho plantas por las escaleras de emergencia del vigente récord Guinness del momento, el andorrano Xavi Casas, que había establecido un tiempo máximo de cuarenta y un minutos y cincuenta y un segundos. Él, en el primer intento, había tardado cuarenta y seis minutos en ascender la mitad de los pisos. Todavía recordaba cómo el presidente de la torre lo había mirado con cara inexpresiva y le había dicho:

    ―Señor Pi, le apuesto una cena en el restaurante más lujoso del rascacielos a que no consigue superar el récord.

    Hacía un mes y medio de aquel primer encuentro, y aún a fecha de aquel día, no sabía si lo había dicho para alentarle o desmotivarle. Aquel fracaso hizo que se pusiera las pilas, que cambiara la estrategia del entrenamiento que había seguido hasta entonces y que se mentalizara de que había aceptado aquel increíble reto porque quería que lo recordaran por conseguir una hazaña épica: subir dos mil ocho escalones en menos de cuarenta minutos. Uno de sus rituales solía consistir en cambiar de bicicleta según el evento y el avance de la tecnología. Para aquella escalada cogió su Monty 221 Kamel, con la que se había despedido de manera oficial en la exhibición del Trial Indoor Solo Moto de Barcelona, y le rebajó cerca de dos quilos de su peso habitual, dejándola en poco más de seis. Ot era un maniático del control y no dejaba que nadie más que él tocara su bicicleta. Decididamente no le importaba que lo utilizaran como herramienta propagandística; le habían dado la oportunidad de despedirse del bike trial a nivel mundial por todo lo alto y no la iba a desaprovechar.

    ―¡Vamos, vamos, que vas muy bien de tiempo! ¡Ya llevas veintidós plantas! ―gritó Javi, el fotógrafo que le acompañaba para inmortalizar el acto, sacándolo por un segundo de su concentración.

    «¿Será cabronazo?», se dijo Ot maldiciéndolo. Sabía que lo hacía con toda la buena intención del mundo, pero aunque tenía claro que todavía no había llegado a la mitad, no se había imaginado que solo llevaba una cuarta parte del recorrido. El fondo que había conseguido durante aquellos meses, mientras alternaba su cargo como director general de Bicicletas Monty con un riguroso entrenamiento, haciendo spinning y footing y subiendo y bajando una escalinata quince veces consecutivas al día en su pueblo natal, había sido primordial para poder afrontar con éxito el reto, pero a nivel psicológico, aquello era muy duro. El juez de la Unión Ciclista Internacional que lo seguía desde el primer piso tampoco le había ayudado a disminuir la presión que ya tenía de por sí. Le había dejado muy claro que si ponía un pie en el suelo o se apoyaba en la pared con el manillar la prueba quedaría invalidada de manera automática.

    La camiseta de elastano de 0,4 milímetros estaba empapada de sudor, el pulsímetro marcaba las ciento sesenta pulsaciones por minuto que necesitaba para mantener el ritmo y, aunque en su interior tenía un hervidero de sensaciones, su mente no paraba de visualizar el objetivo fijado. Era consciente de que si con treinta y ocho años superaba la frecuencia cardíaca de ciento ochenta y cinco latidos por minuto, pondría en riesgo su salud. Había más de cien periodistas deportivos de todos los países cubriendo aquel acto, algunos de los cuales habían vaticinado que Ot Pi, doce veces campeón del mundo, estaba acabado y no superaría la prueba. En aquel momento sonó en su Ipod la canción «Toca’s Miracle», del grupo Fragma. No era una canción cualquiera, era su punto de referencia. Había seleccionado unos talismanes muy especiales para aquella cita: un reloj Fila, un sencillo colgante con una cruz que había comprado en un recóndito pueblo de Escocia y un Ipod en el que había grabado diez canciones que sumaban el tiempo calculado para superar la prueba. Aquel minúsculo aparato había estado presente en su preparación física, para él era una herramienta básica para mantener la concentración, aspecto fundamental del entrenamiento. Había grabado tres veces aquella canción, para que sonara al principio, por la mitad y al final.

    «¡Bien, ya suena otra vez! Ya he llegado al meridiano del edificio. Mamá, esto va por ti, por mí y por todo el mundo que me ha apoyado todos estos años. ¡Lo conseguiré!», pensó el deportista, animándose a sí mismo. Tenía que calcular cada centímetro del terreno donde iba a realizar el siguiente salto, visualizar la llegada a la meta y aislarse del juez que examinaba de manera minuciosa e incluso exasperante que no cometiera ninguna infracción. Aprovechó aquel momento para apoyar la rueda en la pared y coger aire. Inspiró profundamente y Dani Comas, amigo y mochilero, le dio una toalla para que pudiera secarse un poco antes de reanudar el camino. Cuando llegó al piso ochenta, Ot sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal, a la vez que le invadía el nefasto presentimiento de que en los ocho pisos restantes apoyaría el pie en el suelo. «Quítate eso de la cabeza, no sucederá. Vamos, recuerda que para Ot Pi el ganar no es una opción, ¡sino la única posibilidad! No solo cruzarás la meta sin cometer ningún error, sino que además ¡batirás el récord!». Sus emociones se habían desbocado y se sucedían a un ritmo vertiginoso: la lucha contra el mal presagio, fragmentos de toda su vida deportiva, la esperanza de que cada salto que hacía de más lo acercaba a la culminación de una exitosa hazaña, la recompensa de tres meses de riguroso entreno de mañana, tarde y noche… Su faceta de piloto de competición, de incansable luchador que siempre convertía lo imposible en posible, de inventor de saltos únicos que nadie había conseguido antes..., todo desaparecería en cuanto cruzara la meta independientemente de que consiguiera o no el récord. Ot Pi, el deportista, habría muerto y dejaría de existir. Su mente iba a tantas revoluciones como los latidos de su corazón, que resonaban en su interior como tambores. Había pasado de la estabilidad de las ciento sesenta pulsaciones a las ciento ochenta. Estaba al límite pero había logrado su primer objetivo: llegar a la meta sin poner un solo pie en los ochenta y ocho pisos y sin que el manillar tocara en las paredes. El segundo le arrancó el grito de la victoria desde lo más hondo de su ser: había rebajado el récord mundial en más de dos minutos.

    Un aluvión de flashes lo bombardeó a la par que una algarabía de júbilo, felicitaciones y palmadas en la espalda. Exultante y exhausto por el ritmo frenético que había llevado, se dejó caer en el frío suelo y cerró los ojos: había conseguido realizar su sueño.

    Ot Pi

    Habían pasado cuatro años desde que superara el reto en Shanghái. Desde entonces su vida había dado un vuelco de ciento ochenta grados: había aparcado la bicicleta para centrarse en Monty, el negocio familiar que había iniciado su padre. Durante muchos años había compaginado la vida deportiva con la profesional, pero después de aquel lejano 1 de mayo se había centrado en lo que habían pasado a ser sus dos prioridades: su pareja y Monty. Los viajes a China no habían finalizado con el reto de la Jin Mao, parte de la producción industrial de la empresa estaba externalizada en el gigante asiático. Ahora se encontraba en otra encrucijada: su hija. Hacía poco más de un año que había nacido y apenas había podido disfrutarla. Aun recordaba el día que Maite le había dicho, orgullosa: «¡Cariño! ¡Hoy ha dado sus primeros pasos, y no se ha caído! Está tan mona… es una lástima que no estés aquí. ¡Te echamos de menos!». Aquellas palabras se le habían clavado en el corazón hiriéndole en lo más profundo. Era la gota que colmaba el vaso.

    «Esto no puede continuar así ―pensó―, en cuanto vuelva a casa tengo que hablar con ella». Él había vivido aquella situación y no quería que la pequeña pasara por lo mismo. Su padre, Pere Pi, nueve veces campeón mundial de motocross, trial y velocidad, había sido un adicto al trabajo, y él iba por el mismo camino. Ot era consciente de que, sin el carácter perfeccionista y perseverante de su progenitor, él nunca habría llegado hasta la cima del bike trial. Había heredado aquellas dos cualidades o defectos, según quien opinara, a las que también debía añadir su obsesión por las cosas. Por culpa de aquella última característica había perdido a su primera esposa y, como no estaba dispuesto a tropezar dos veces con la misma piedra, había decidido dar el gran paso: explicar a su pareja una idea que en un principio podía parecer descabellada pero que no paraba de rondarle por la cabeza. Había llegado el momento de dar a su vida un giro de ciento ochenta grados.

    Dos

    En la puerta exterior de las oficinas de la planta setenta y cinco de la Jin Mao Tower ponía: Red dragon international Shipping, Co.

    Cuando Chen Wu la cruzó con su maletín, la recepcionista le saludó con un sutil gesto. «Bien», pensó Chen mientras se dirigía a un despacho de apariencia normal. Tecleó la clave de acceso y entró. Una vez dentro de la habitación, saludó al guarda de seguridad que hacía de oficinista y se dirigió a otra puerta que le hizo un escáner biométrico del ojo y del índice. Superado el segundo control, se encontró con una sala que poca relación tenía con los servicios de contenedores marítimos. La tecnología imperaba entre aquellas paredes: ordenadores, un montón de pantallas planas que lo mismo reflejaban imágenes por satélite que vigilancias a personas específicas, un mapa del mundo lleno de luces titilantes... Los rostros concentrados y el silencio de los quince agentes, algunos de ellos con auriculares, que controlaban parte de lo que ocurría por el mundo a través de aquella tapadera, demostraban que no podían permitirse el lujo de la distracción. El Ministerio de la Seguridad del Estado tenía una de las redes de espionajes más extensas del planeta y más agresivas, ya que combinaba una estructura SIGINT desarrollada, la inteligencia tecnológica y la económica. Disponía de ciudadanos desperdigados por todo el mundo que pasaban desapercibidos y que no cesaban de recabar información. El MSE se dividía en once divisiones, y desde hacía ocho años, Chen Wu trabajaba en la de Oficina Exterior. Analizaban toda la información que obtenían y la distribuían a los diferentes ministerios afectados para que la procesaran y le sacaran el mayor provecho posible. Para ello enviaban agentes clandestinos al exterior camuflados bajo cualquier tipo de profesión con tres objetivos: acceder a la información más variopinta, ya fuera desde el más alto nivel tecnológico como al funcionamiento social de cada país, la captación y conversión como agentes de personas que estuvieran integradas en cargos estratégicos y de la movilización de espías que por unas razones u otras se habían desactivado y permanecían a la espera. Además, también cruzaban datos y se coordinaban con la estación SIGINT que estaba orientada al programa espacial y a la búsqueda de señales inteligentes en el universo. Comprobó que su jefe estaba en la sala de aislamiento, donde cualquier conversación quedaba restringida a sus ocupantes.

    ―Llegas cinco minutos tarde.

    ―No volverá a suceder ―se disculpó Chen.

    ―Sabes que no es verdad. Bueno, a lo que vamos: la división de Taiwan ha detectado movimiento en los servicios secretos japoneses.

    ―¿En qué sentido?

    ―Hace unos días desapareció una de nuestras embarcaciones pesqueras en el mar del Diablo.

    ―¿Y que hacía allí? Aquellas no son aguas internacionales…

    ―Ya lo sé, pero esta vez era no era un barco cualquiera. Era uno de los que usamos encubiertos… Lo extraño es que antes de que perdieran el rastro habían avistado a una fragata japonesa.

    ―¿Los atacaron? ―quiso saber Chen; temía que aquello fuera el inicio de un conflicto internacional.

    ―No tenemos constancia de ninguna agresión… Desapareció de una manera repentina. Por otro lado, todos sabemos que el mar del Diablo se las trae.

    ―¿Qué directrices tenemos que seguir?

    ―Infiltrarnos. Averiguar qué ha pasado.

    ―¿Y a qué agente propones?

    ―Alguien de fuera. Tenemos que captar a un extranjero no levantar sospechas. Esto es demasiado gordo para que nos pillen. Quiero que esa persona esté limpia.

    ―Pues si no quieres a nadie de contraespionaje, se va a complicar, y mucho…

    ―No creas. Tengo a la persona adecuada… ―dijo con una sonrisa ladina, Zhao Wei.

    ―¿Y conseguiremos que trabaje para nosotros? ―preguntó expectante.

    ―Ni lo dudes… De todas maneras, tú te encargarás de ficharlo ―explicó con un aire misterioso.

    ―¿Y se puede saber cómo se llama nuestro recién incorporado espía?

    ―Ot Pi.

    ―Me suena ese nombre, pero ahora mismo no caigo. ¿De dónde es?

    ―Español. Y si lo vieras, ¡lo reconocerías al instante! ―El superior encontraba la situación de lo más graciosa―. Solo tienes que subir al piso ochenta y ocho y lo verás.

    ―No entiendo… ―respondió desconcertado― ¿Te refieres al que batió el récord Guinness? ¿El que tiene la foto colgada con la bicicleta?

    ―¡El mismo! ―afirmó antes de explotar a carcajadas.

    ***

    ―¿Señor Pi? ―La voz tenía un marcado acento oriental.

    ―Yo mismo ―respondió Ot al otro lado del teléfono móvil mientras se reclinaba en la butaca de su despacho.

    ―Me llamo Chen y pertenezco al Gobierno de la República Popular China. Me gustaría mantener una reunión con usted con la intención de realizarle una propuesta.

    ―Estaré encantado. ¿Dónde y cuándo quiere quedar?

    ―Dentro de una hora, en su casa.

    ―¿Perdón? ―dijo Ot, desconcertado. No estaba seguro de haber oído bien.

    ―Acabo de aterrizar en el aeropuerto de El Prat. Estimo que en ese tiempo habré llegado a su localidad.

    ―Lo siento, hoy no podrá ser. Estoy de viaje ―mintió, porque aunque desconocía el motivo, tenía la extraña intuición de que no le querían ofrecer un nuevo reto deportivo.

    ―Señor Pi, le aconsejo que no intente engañarme. Nuestra relación se basará en la confianza mutua. Sé a ciencia cierta que ahora mismo se encuentra en su casa.

    Ot, se quedó helado. ¿Quién era aquel hombre? ¿Cómo podía saber que no estaba de en uno de sus múltiples compromisos y además conocía su ubicación exacta?

    ―Oiga, no me siento cómodo con esta conversación. Creo que será mejor que lo dejemos estar ―dijo tajante el exdeportista.

    ―Me parece que no me ha entendido, señor Pi. Dentro de cuarenta y cinco minutos estaré allí.

    ***

    ―Aquí tienes la comida, Akira. ―La madre se agachó de modo reverencial mientras se retiraba de la habitación.

    Aunque ya hacía años que había dejado atrás con mucho esfuerzo su etapa hikikomori, que era como denominaban los japoneses a la reclusión voluntaria y aislamiento social de su entorno, aún mantenía algunas de sus costumbres, como la de cenar en el dormitorio.

    ―Gracias.

    La mujer, servicial y sumisa, siempre le preparaba sus platos preferidos. Aquella noche tocaba ramen. Había tenido un día duro y aquellos pequeños detalles le devolvían la seguridad que necesitaba para su estabilidad emocional. Su trabajo como analista de la Public Security Intelligence Agency, más conocido como PSIA, el servicio de inteligencia interior japonés que también abarcaba la contrainteligencia, le generaba un estrés que a veces le costaba sobrellevar. Hacía días que había desaparecido un barco chino en el mar del Dragón y sabía que aquello les ocasionaría un velado incidente con el país vecino. Tenían dos opciones, o recriminar la presencia del pesquero en aguas japonesas o esperar a que el Gobierno chino hiciera algún tipo de demanda.

    En la casa solo se oían los sonoros sorbos que hacía al aspirar los fideos. Su cuarto era aséptico y estaba lejos de los tradicionales dormitorios japoneses. Tenía una cama occidental y un escritorio donde estaba el portátil. De la pared colgaba un gigantesco televisor al que enchufaba la consola de videojuegos que utilizaba con asiduidad para desconectarse de las tensiones laborales. En la otra pared había un póster a tamaño natural autografiado por su ídolo: Ot Pi.

    ***

    Ot estaba inquieto aunque no lo transmitiera, su mujer e hija habían salido de paseo y no tardarían en llegar. Lo último que deseaba era que el individuo que se encontraba en aquel momento en el recibidor coincidiera con ellas. A pesar de que el asiático parecía estar demasiado estar bien informado en lo que a su persona se refería, no quería que viera el interior de su domicilio.

    ―Es un placer conocerle, señor Pi ―saludó con cortesía el enviado chino―. Como le he adelantado por teléfono, mi nombre es Chen Wu, y me he desplazado desde mi país con un solo objetivo: Que usted trabaje para nosotros.

    ―Me temo que eso no será posible, señor Wu. No me gusta que me digan lo que tengo que hacer y, aunque guardo un grato recuerdo de mi última estancia allí, mis actividades deportivas finalizaron con la obtención del récord en la Jin Mao Tower. ―Aquella situación le daba mala espina y quería librarse de ella con la máxima rapidez.

    ―Vista su poca predisposición, permítame que le ayude a reconsiderar su posición: si no coopera con nosotros, cerraremos en el acto toda vía comercial entre su empresa y nuestras fábricas. Sabe de sobra que Monty no sobrevivirá sin los proveedores chinos que tiene contratados. Solo queremos que nos consiga cierta información de nuestros vecinos japoneses, una vez cumplido con su objetivo le dejaremos en paz. Le adelanto que su cooperación será recompensada generosamente.

    ―¿Qué? Pero ¿usted quién se cree que es? ¿Viene a mi casa amenazándome y cree que se saldrá con la suya? Para su información, ya no soy el director general de la empresa y me importa un pimiento si corta el suministro de piezas ―faroleó Ot. Como directivo siempre había tenido en cuenta los posibles reveses que le pudiera generar el comercio internacional, por aquel motivo sabía que en caso de necesidad la empresa podía recurrir a otros suministradores sin alterar el funcionamiento o la calidad de las bicicletas―.Y déjeme añadir otra cosa: si me conociera bien, sabría que mi amor por Japón es incondicional. Por mucho chantaje que me haga no traicionaré al pueblo nipón. Son buena gente y no haré nada que les pueda perjudicar. Dicho esto, le agradecería que saliera de mi casa. ―Ot le abrió la puerta con gesto imperativo.

    ―Pensé que tendría más consideración por la empresa familiar…

    ―Pues ya ve que se ha equivocado.

    ―Entonces tendremos que valorar otras opciones, mañana por la tarde sale su vuelo hacía Tokio. Dentro de este sobre encontrará el pasaje. Cuando aterrice recibirá nuevas instrucciones.

    ―Pero ¿está sordo? ¡No iré a ningún sitio! ―dijo airado, sin coger lo que le tendía aquel individuo.

    ―Por su bien y el de su familia, eche un vistazo al interior. Mañana sea puntual, no sería bueno ni saludable que lo perdiera.

    Cuando Ot se quedó solo miró con estupor el sobre que tenía en la mano. Intentaba procesar lo acontecido, pero su cerebro, acostumbrado a todo tipo de presiones, no estaba preparado para aquello. Lo abrió y al ver el contenido empalideció. Junto al pasaje había fotos recientes de su mujer e hijita. Sobraban las palabras, había captado el mensaje.

    ***

    Aquel era su día de descanso y se lo había pasado buscando accesorios para decorar su recién renovado apartamento. Vivía su trabajo con intensidad, tanto que ni siquiera cuando libraba dejaba de controlar lo que sucedía a su alrededor. Su cargo en los Mossos d’Esquadra, la policía autonómica de Cataluña, le había vuelto una persona meticulosa. Había tenido la suerte de trabajar en diferentes departamentos y tenía un profundo conocimiento del universo paralelo que representaba la delincuencia. Salía del centro comercial cuando el móvil sonó.

    ―¡Hola, Ot! ¿Cómo va la vida?

    ―Tabu, tengo un problema y de los gordos… ―explicó a su amigo sin andarse con rodeos.

    ―¿Qué te pasa? ¿Le ha sucedido algo a Maite? ―Sabía que el mundo de Ot giraba en torno a su familia.

    ―No de momento, pero me han amenazado.

    ―¿Qué? ¡No jodas! No continúes, es mejor hablarlo en persona. ¿Quieres que nos veamos mañana?

    ―No puedo, tiene que ser hoy.

    ―De acuerdo, quedemos en el bar de siempre dentro de una hora, ¿te va bien?

    ―Hecho.

    Chen Wu

    Su altura siempre le había dificultado la labor de espía, le costaba pasar desapercibido. Cuando finalizó el periodo de alistamiento obligatorio que imponía el Ejército Popular de Liberación, el Partido Comunista de China le ofreció la posibilidad de incorporarse al Ministerio de Seguridad del Estado. No lo dudó ni un instante. Su padre, miembro de la Comisión Militar Central, había tocado todas las teclas posibles para que él pudiera continuar su carrera dentro del servicio secreto. Los Wu pertenecían al pueblo y se debían a él. Su misión consistía en consolidar la defensa nacional y participar en la construcción del país que tenía que servir como referente a nivel mundial. Tenían que resistir la agresión capitalista, defender la patria y garantizar el trabajo y la comida al pueblo chino. Los dos años de servicio militar los pasó en Shenyang, una de las siete zonas militares en las que se dividía el país. Tanto la ubicación geográfica como el amplio desarrollo industrial del que disponía la hacían una de las más estratégicas del país. El hecho de que hubiera iniciado su carrera en el servicio de espionaje y estuviera especializado en Japón, uno de sus máximos rivales, no había sido por casualidad. La provincia de Shenyang compartía, junto con las dos Coreas y Japón, el mar del Este de China. También competía contra el país nipón en cuanto a industrialización y desarrollo de software. Aquella rivalidad, más las turbulentas relaciones históricas que habían mantenido hasta aquel entonces, hacía que las fricciones fueran constantes. Para él era el enemigo a batir, por encima incluso de los americanos.

    Con los años, Chen se fue posicionando dentro del ministerio. Estaba considerado como uno de los estrategas más aventajados en el área del espionaje y contraespionaje. Su jefe y mentor, Zhao Wei, había sido entrenado por la CIA en plena Guerra Fría, debido a que los americanos habían visto que las continuas confrontaciones entre la Unión Soviética y China les podían beneficiar si igualaban el tablero geopolítico. Wei, había transferido todos sus conocimientos a su apreciado discípulo con el objetivo de que le sucediera cuando él se retirara. La frialdad de Chen en la ejecución de las órdenes que recibía contrastaba con la pasión que demostraba a diario por servir al pueblo, para el espía el esfuerzo constante lo era todo.

    Tres

    En el bar apenas había gente. Aparte del camarero, que estaba más pendiente del programa que emitían por la tele que de sus clientes, solo había una pareja de adolescentes que no paraban de hacerse arrumacos. Ot había escogido la mesa más apartada y miraba sin cesar la entrada mientras toqueteaba con nerviosismo el sobre que le había entregado Wu. En aquel momento entró Tabu, su amigo.

    ―¡Hombre, por fin! Sí que has tardado…

    ―Perdona, el tráfico estaba imposible. ¿Qué pasa? ¿Quién te ha amenazado? Hacía tiempo que no te veía tan alterado…

    ―Mira el interior del sobre.

    ―¿Te vas otra vez a Japón? ―preguntó sorprendido―. ¿Y estás fotos de la niña y de Maite?

    ―Esa es la amenaza. Hace un rato ha venido un chino a mi casa y me ha dicho que o les conseguía una información que me piden del Gobierno japonés y de la que todavía no me han concretado nada o que mi familia… ―No pudo continuar. Ot no podía soportar la imagen de que les sucediera algo a sus seres más queridos.

    ―¿Te ha dado dicho algo más, como por ejemplo quién era o si pertenece a alguna banda de la tríada?

    ―No tengo ni idea. Él se ha presentado como miembro del Gobierno de China, pero no me ha dicho de qué departamento ni nada de eso. Sea quien sea parece disponer de recursos y estar bien informado. Cuando me ha llamado al móvil, que por cierto tampoco sé como lo ha conseguido, me ha dicho que quería que nos reuniésemos. No sé por qué he intuido que no sería para nada bueno y le he dado largas. Me ha sorprendido diciéndome que me encontraba en el despacho de mi casa y que no intentara engañarle.

    ―¡Joder! ―soltó el mosso. Aquellas situaciones eran las que se solía encontrar con cierta

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