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Hasta que silben las balas, biografía de Kiko Martínez
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Libro electrónico111 páginas1 hora

Hasta que silben las balas, biografía de Kiko Martínez

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¿Qué esconde el éxito? Hasta que silben las balas relata la vida de Kiko Martínez, cuatro veces campeón mundial y seis de Europa de boxeo profesional. El español es un hombre reservado y familiar que pocas veces se abre al público. En esta ocasión, La Sensación detalla su vida como nunca antes, para que los aficionados conozcan todo lo que ha tenido que pasar hasta llegar a ser uno de los mejores boxeadores de la historia de España.

En el cuadrilátero siempre ha sido un púgil sin miedos y valentía. En su vida personal, también. Kiko siempre ha creído hacer lo correcto en cada momento, lo que ha provocado que descubriera sus errores demasiado tarde. Por esa manera de ser, Martínez ha estado en la lona muchas veces: se ha arruinado, ha estado embargado y ha tenido adicciones. Pese a todos los problemas, el boxeador siempre se levantó y nunca rechazó nada en el deporte. Sabía que el noble arte era la única vía para poder darle una vida mejor a su familia.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 mar 2024
ISBN9788410682153
Hasta que silben las balas, biografía de Kiko Martínez

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    Hasta que silben las balas, biografía de Kiko Martínez - Álvaro Carrera

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Álvaro Carrera Voces

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-215-3

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Agradecimientos

    Gracias, Kiko y Almudena, por dejarme contar los secretos que nadie conocía.

    Prólogo

    Estaba reunido y recibí una llamada. Era Álvaro Carrera. Salí para atenderle y, de entrada, me dijo: «Manel, tengo una propuesta para ti». Sin darme tiempo a preguntar, continuó. «He escrito un libro sobre Kiko Martínez y quiero que escribas el prólogo. Si no puedes, no te preocupes, busco un plan B», añadió. Tras una breve pausa, le agradecí que pensase en mí: «Es un honor escribir unas palabras sobre nuestro campeón, pero sabes que estoy muy liado y es precipitado», le respondí. Entonces, Álvaro me cerró el paso. Me acortó la distancia y me hizo una finta como la de Juan Manuel Márquez a Manny Pacquiao. Cuando me quise dar cuenta, me había robado el pensamiento y aquí estoy, escribiendo unas palabras para mi admirado Kiko Martínez.

    Recuerdo la primera vez que lo vi. Fue en la Cubierta de Leganés, en su debut profesional (junio de 2004) ante David Casero, un rival muy peligroso al que yo había entrenado en el equipo nacional. Era fuerte, rápido y con dinamita en los puños. Kiko tenía tan solo dieciocho primaveras y una apariencia tímida. Estaba concentrado, un poco nervioso y lucía una mirada de tipo noble, pero duro a la vez. Era la mirada que solo tienen los que se han levantado ante los golpes duros con los que la vida te sorprende.

    Esa noche, contra todo pronóstico, Kiko ganó por KO en tres asaltos. Desde ese momento supe que ese boxeador de mirada humilde pero firme, ese púgil que contaba con la ambición que se necesita para cumplir sueños y que tenía el triángulo invisible: cabeza, corazón y testiculina, ese deportista, llegaría lejos.

    Pasado el tiempo, en uno de mis interminables viajes por el extranjero con el equipo nacional, fui a Dublín (Irlanda) para disputar el Campeonato de la Unión Europea. Me quedé sorprendido, porque a cualquier sitio al que íbamos uniformados con el chándal de la Selección, todo el mundo nos decía con tremenda admiración: «España, Kiko Martínez». Nuestro campeón es un auténtico ídolo en Irlanda, donde realizó batallas épicas ante grandes campeones.

    Todos sabemos de sus logros deportivos y sus hazañas en los campeonatos europeos y mundiales. Son hechos históricos alcanzados solo por los elegidos. Eso es lo bonito, lo que destaca y lo que todos podemos ver. Pero, ¿qué pasa con la parte precompetitiva? Los entrenamientos diarios, esa es la parte que no se ve. Ahí es donde el gran Kiko Martínez empezó a escribir su leyenda. Lo consiguió en el día a día, con una gran capacidad de sacrificio, al tener que estar durante largos periodos de tiempo alejado de su familia, amigos y entorno. La soledad del competidor. Los entrenamientos maratonianos para mejorar las áreas técnica, táctica y psicológica. Las horas empleadas para aumentar las capacidades físicas con carreras interminables, esprines, cambios de ritmo, trabajo con pesas, golpear al saco… Repetir, repetir y repetir hasta conseguir dominar una acción para llevar el cuerpo y la mente al límite y, así, llegar, en las mejores condiciones posibles, al día del combate.

    Con ese trabajo duro, consigues familiarizarte con la adversidad y así estarás capacitado para sobreponerse a ella, obteniendo el triángulo del éxito: entrenamiento, alimentación y descanso. Aunque hay una variante, que siempre dice en broma mi querido amigo Jaime Ugarte. En España casi todo el mundo posee dos de ellas: alimentación y descanso. Con Kiko Martínez no es así, posee las tres.

    Recuerdo en mi etapa como boxeador, estando con Poli Díaz, Javier Castillejo, José Luis Navarro y compañía, que teníamos una cartulina grande en la pared que decía: «El entrenamiento tiene que ser tan duro que el combate te parezca descanso». Eso es lo que hemos visto día a día en todo lo que ha hecho Kiko. Ha dado el cien por cien en cada día de entrenamiento. Me contaba Miguel de Pablos (uno de los mánager que guio su carrera) que Kiko siempre quería un poco más. Era el boxeador que a todo entrenador le gustaría tener.

    El esfuerzo y sacrificio mencionados le han valido para enfrentarse de tú a tú con los grandes campeones de su época como Carl Frampton, Hozumi Hasegawa, Scott Quigg, Leo Santa Cruz, Gary Russell y un largo etcétera. Recordamos muchas hazañas efectuadas por nuestro Kiko. La gran mayoría se quedará con la que consiguió en el Revel Resort de Atlantic City (Estados Unidos), cuando noqueó con autoridad al colombiano Jonathan «Momo» Romero para convertirse en campeón mundial por primera vez en el año 2013. Yo me quedo, en lo personal y lo profesional, con lo que hizo nueve años más tarde en el Wembley Arena de Londres, ante Jordan Gill por el Campeonato de Europa del peso pluma.

    Con treinta y seis años, y muchas batallas a sus espaldas, llevaban tiempo diciendo que tenía que retirarse. Su prime —como dicen ahora— había pasado hacía tiempo. Quien de verdad conoce a Kiko sabe de su tenacidad y basta que le digan que no puede hacer algo para que se ponga de inmediato a hacerlo. Antes del combate había tenido problemas personales y varias lesiones. Cosas que pasan en el día a día de un boxeador. Situaciones que nadie ve, pero que se llevan por dentro, intentando parecerse a un mago cuando realiza su magia sin que nadie se dé cuenta del truco.

    Llegó la hora del combate con todo en contra: país, afición, jueces… Kiko salió con firmeza hacia el ring. Con confianza, pero sin estar confiado. Desde el tañido de la campana del primer asalto tomó el centro del cuadrilátero y persiguió al boxeador de Reino Unido con golpes rectos a la cabeza, al tronco, ganchos individuales de fuerza y combinados con crochet de ambas manos. Presionó constantemente a Gill, un boxeador habilidoso que, por momentos, no sabía cómo quitarse de encima el aliento de nuestro campeón. Kiko conectó una derecha y el inglés cayó a la lona. Se levantó como hacen los valientes, con el alma de boxeador. Entonces, Martínez incrementó la presión con golpes de fuerza con ambas manos. Conectó de nuevo una derecha bautizada como «Pipazo» y llegó el crochet de izquierda que explosionó en el rostro del británico. Ese crochet iba con todo. Ese golpe llevaba el esfuerzo, la ilusión, el sacrificio de tantos años. Esa mano tenía el todo o nada. En ella le mandó la factura de la luz, el agua, las multas del Estado… Increíble. Otra vez, Kiko Martínez era campeón de Europa.

    Nada más terminar el combate, después de conseguir otra gran proeza, tuvo la deferencia, humildad y humanidad, junto a mi amigo Johnny, de mandarle un vídeo a mi hermano Paco, que en paz descanse. Le dedicó la victoria y le mandó muchos ánimos para que mejorase de su cruel enfermedad. No pudo ser, pero no sabes, campeón, la ilusión que le hizo tu vídeo y la gran motivación que le contagiaste para seguir luchando. Por un momento, le hiciste muy feliz y estará en el cielo presumiendo de tu vídeo. Tanto él como toda su familia te estaremos eternamente agradecidos. Como se dice en el cántico de las aficiones, Kiko, «¿Cómo no te voy a querer?».

    A estas alturas, todo el mundo sabe de tu indomable espíritu de superación para enfrentar y superar la adversidad personal y deportiva con un valor inquebrantable. Eres un ejemplo inspirador de constancia, tenacidad y empeño por conseguir hacer realidad tus sueños sabiendo levantarte de cada caída.

    Kiko Martínez es un hombre discreto y

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