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A Manolo Cortina, el beisbol le llegó por la cuna. Su padre y varios tíos jugaron en las Minas de Matahambre y conquistaron la Liga Popular de Cuba en 1955. Comenzó sobre la lomita con gran talento. El brazo no le respondió y se desplazó hacia la inicial por dos Series Nacionales, con VEGUEROS. A partir de aalí desarrolló su capacidad para entrenar a los pitchers dentro y fuera de la Isla. Estudioso como pocos, pasó a la leyenda cuando, junto a su mentor Joaquín Pando, recuperó el brazo lastimado de Rogelio García (El Ciclón de Ovas). En este libro, el lector quedará fascinado por las anécdotas y, sobre todo, por el andar seguro de este erudito de los hombres del box. Si lo dudan, pregúntenle al panameño Mariano Rivera.
IdiomaEspañol
EditorialRUTH
Fecha de lanzamiento15 jul 2023
ISBN9789592197916
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    Cortinazos - José Manuel Cortina

    MANOLO CORTINA AL MUNDO DE LAS LETRAS

    Los hombres tienen una sola palabra.

    Abuelo Pancho

    Cuando un hombre se dispone a escribir sus memorias y, además, lo hace con un sentido honorable, se desgarra y entrega, al mundo de las letras, intimidades de su vida, ejerciendo un derecho esencial: dejar su imagen para el futuro. No todos lo asumen con sinceridad.

    José Manuel Cortina Martínez, se puede ubicar —sin más ni menos—entre los más duchos en la enseñanza del arte del picheo, con una dedicación extrema a sus pupilos. No oculta resquicios para propagandizar sus criterios sobre el tema y otros muchos, arrostrando un carácter forjado sin tapujos desde la cuna. Estamos en presencia de un hombre sincero, no de donde crece la palma, sino de las raíces mineras de su terruño, entroncadas en profundos lazos familiares.

    Hace un par de años, cuando disfrutaba por la televisión un duelo entre Matanzas y Granma, divisé la cabeza blanca de alguien que escribía en unos papeles, sentado al centro de otros. Tenía que ser Manolo, los locutores lo mencionaron después. Entonces llamé a Claritza, su compañera por más de cuatro décadas, que le ha dado dos vástagos (varón y hembra), y estos, a su vez, varios nietos. Él me había comentado algo del asunto, pero no lo recordaba. A fin de cuentas, ha sido relegado por décadas, unas veces por los demás, otras por él y su carácter. No obstante, ninguno domina más el arte de lanzar.

    Y recordé mucho, en un ejercicio que, según los antiguos, es como volver a vivir. Regresaron a la mente momentos buenos, muy buenos, regulares y a veces no deseados, porque de todo hemos tenido. Mas no puedo ni debo excluir a un amigo entrañable de la infancia, la juventud y la niñez, en aquel pueblo entre colinas, llamado Minas de Matahambre, para nosotros el más lindo y pintoresco del mundo.

    El 11 de marzo de 1950 hubo una boda beisbolera en el pueblo. José Manuel Cortina (El Niño) y Ángela Martínez (Nena), cuarta descendiente de Tomás y Virginia, padres de la familia más popular por aquello de la pelota, decidieron unir sus vidas, hasta que un día de 1992, la desaparición física del pelotero pudo separarlos. Ella lo sobrevivió doce años.

    Se fueron a vivir a la casa de El Niño, ubicada en la Tercera calle, detrás de la famosa loma del right field. Él, un estelar en el equipo del pueblo, a veces lanzador, jardinero, también manager. Ella le dedicó su vida, y a los dos hijos. Después, a nietos y bisnietos.

    La llegada al mundo de Manolo estuvo atada a la pelota por el cordón umbilical. También fueron peloteros sus tíos Tomás (Nené), Nancio, Raúl, José Manuel (Casquillo) y otros de larga data. Ismael, su hermano derecho ya fallecido, padre del que más tarde lanzaría para los equipos pinareños, también picheó; tiraba duro.

    Quizás pocos conozcan o recuerden que Manolo se inició como lanzador. Lucía inmenso en escolares y juveniles. Su recta no era despreciable, curvas endemoniadas y, sobre todo, dueño de una proverbial inteligencia. Lo creí destinado a convertirse en otro Changa Mederos o Rigoberto Betancourt, pero se lastimó el brazo muy joven, cuando prometía tanto. No volvió a ser el mismo. Entonces acudió a otras virtudes.

    Entre nosotros no fue segundo de nadie. Se desplazaba en los jardines con facilidad, pero el brazo le impidió destacarse. Sin vacilar, decidió por la inicial, donde el también zurdo Barrilito Olivero hizo maravillas en la década del cincuenta, en el poderoso equipo Minas de Matahambre, que se alzó con el título en la Liga Popular de Cuba (1955). Nuestro hombre se convirtió, más rápido de lo que imaginamos, en émulo de Barrilito.

    Jugué con buenos, malos y regulares inicialistas; ninguno como él. Los que defendíamos el cuadro sentíamos la confianza necesaria. Tiren como quieran, que yo las cojo. A veces lo probé, levantaba cualquier cosa, incluido mucho polvo en el mascotín. Infinidad de errores los convirtió en outs. Sus habilidades rayaban con el espectáculo; se entregaba como ninguno.

    Estuvimos con el Vegueros de la XI Serie Nacional, al mando de Ismael (Gallego) Salgado, donde sorteó la posición con bateadores como Lázaro Cabrera, Leonildo Martínez y Adalberto Suárez. Solo jugó dos temporadas.

    Si me detuve en estos datos, es porque los aficionados lo asocian como coach y manager. Manolo había jugado en la fuerte liga habanera cuando estudiaba en la ESEF Comandante Manuel Fajardo, de La Habana. Por su carácter y temple, alguna que otra vez le quitó la pelota al respetado Germán Águila para devolverla al pitcher; y no cedió.

    Su carrera profesional es más conocida. Uno de los cinco muchachos del Fajardo que echaron hacia delante el beisbol pinareño, en unión de veteranos de mil batallas.¹ Manolo se arrimó al árbol que mejor cobija pudo darle: José Joaquín Pando. Junto al inolvidable Viejito, aprendió los mil y un secretos del entrenamiento a los lanzadores y se llenó de textos sobre el picheo. Fue, por derecho propio, el continuador.

    Sus inestimables servicios estuvieron y están a disposición de curtir brazos e inteligencias. Alguna vez incursionó como director. Prefiero verlo sudar con los pitchers, de donde brotaron leyendas. Recordemos su papel en la recuperación de Rogelio García, El Ciclón de Ovas, y tantos más. También ha trabajado con lanzadores de Matanzas, Santiago de Cuba… Siempre dispuesto a ayudar.

    Colaborador en varios países. Panamá y, sobre todo, Italia, conservan su huella. Ha recorrido de punta a punta la Península Itálica. Varias veces entrenó su selección nacional para diferentes torneos, incluyendo juegos de las Olimpiadas. Ha sido permanente su presencia en Parma —donde se inspiró Sthendal para escribir su famosa Cartuja— y en Nettuno.

    El carácter, unido a un temperamento a veces colérico, no siempre le ha deparado ratos agradables. Tiene criterios propios, mantenidos a cualquier precio, aunque le vaya alguna incomprensión. Le cuesta dar el brazo a torcer cuando se siente en posesión de la verdad; otra virtud.

    Muchas cosas más pudiéramos decir sobre sobre este hombre. La vida nos unió. Mi hermano Francisco José, a quien se conoce en el mundo del beisbol como Catibo, trabajó con él durante muchos años. Ellos venían de las mismas escuelas primarias, Secundaria Básica, el Fajardo y la Facultad de Cultura Física Nancy Uranga Romagoza, donde fueron mis alumnos.

    No quiero concluir sin pintarlo de cuerpo entero. Dirigió la temporada 1981-1982, la mejor que tuvo Forestales, segundo equipo del patio. Hubo etapas en las que Vegueros y Forestales ganaban y perdían con cualquiera. Momento difícil, tenía que decidir. Forestales a un solo juego de Vegueros en la tabla de posiciones. Tras sus talones, Industriales. Para nadie es secreto que los equipos de la capital han gozado de favores, hasta he llegado a verlo lógico, así debe suceder en las ciudades cosmopolitas: New York, Ciudad de México, Madrid en el fútbol... Cortina tenía a Julio Romero, su mejor carta, listo para lanzar contra Vegueros. El sábado enfrentarían a Industriales en el Latino. Los pinareños no queríamos desbaratarnos entre nosotros mismos, después de tanto bregar. Medio país se le tiraría encima si no usaba a Julio y lo guardaba para los Azules.

    No vaciló, nunca ha vacilado. Lo dejó para el sábado en el Latino. ¡Sorpresa mayor! Allí lo esperaba el mismísimo presidente del INDER para pedirle cuentas. ¡Increíble! No sé las cosas que Manolo le dijo, pero lo convenció de actuar correctamente o, al menos, lo que entendió correcto. Si no era así, que pusieran a otro.

    No le salió bien la estrategia, Julio perdió contra Industriales. La implacable fanaticada habanera estuvo contra él y ni se dio por aludido. Entonces salió la voz de Bobby Salamanca, en comentario que disfruté como pocos: ¿Y qué quieren, que Pinar del Río después de dejar el sótano y escalar planos estelares se destruya entre sí? No sé las razones que tuvo Cortina para su decisión, pero si fue para ayudar a su provincia, aplaudo con doble signos de admiración… Bobby, una vez más, hizo justicia.

    Fascinantes fueron las palabras del lanzador panameño Mariano Rivera, único electo con el total de los votos al Salón de la Fama de Cooperstown: "Trabajé con muchos compañeros y maestros de la pelota cubana. A José Manuel Cortina lo recuerdo bien porque aprendí cosas con él. Me impacta y me encanta cómo viven el beisbol, cómo lo sienten y cómo lo respiran los cubanos. También tuve un compañero de equipo muy grande, Orlando (Duke) Hernández, del que aprendí que nunca uno se debe dar por vencido. Al final, la imagen más sobrecogedora quedó en unos segundos, cuando se apagaron las cámaras y las grabadoras. El panameño, mientras me permitía una instantánea, murmuró: «saluda a Cortina de mi parte, si lo ves»".²

    La pelota cubana necesita entrenadores como José Manuel Cortina Martínez. Presumo que este libro será un acontecimiento popular.

    Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga

    Febrero de 2019.

    _________________

    ¹ Se incorporaron como entrenadores en el beisbol pinareño a inicios de la década del setenta: Jorge Fuentes, Juan C. Díaz (Charles), Francisco José Martínez de Osaba Goenaga (Catibo), Jorge Hernández y José Manuel Cortina (Manolo).

    ² Artículo del periodista Joel del Río, a raíz de la Conferencia de Prensa de Mariano Rivera, en Panamá, para la inauguración de la Serie del Caribe, 2019.

    INTRODUCCIÓN

    Mis amigos me incitan a que haga un libro de beisbol, pero ellos no saben que ya hice uno y me lo robaron, después de una petición de préstamo para hojearlo. Cuando me enteré que se lo habían llevado para el exterior, fui rápidamente a la computadora en que me lo habían escrito y también había sido robada; a partir de ahí me resigné y la motivación de hacerlo se fue de mis objetivos. Al cabo del tiempo, cuando hablábamos de beisbol con mis compañeros, me decían: Corti, escribe un libro, y volví a las andadas.

    Realicé muchos apuntes, como guía, y los enseñé a la Comisión Nacional de Beisbol. Al poco tiempo, cuando fui a buscar al compañero al que se los había entregado, me dijo con mucha pena: Tú sabes que las notas tuyas se perdieron de aquí; me dije: Vaya, qué fatalidad; sin embargo, no me amilané, regresé a casa y los reproduje de nuevo. Al volver a presentarlo me dijeron: Este libro tienes que hacerlo en tercera persona; expresé mi inconformidad y respondí: Cómo en tercera persona, si el libro parte de mis propias vivencias. Al tiempo me respondieron que podía hacerlo, pero tantos obstáculos me hicieron pensar en escribirlo para próximas generaciones.

    Pasaron muchos años y la Comisión Nacional me hizo una invitación al juego con el Tampa, a la cual accedí con mucho orgullo y, a partir de ahí, me han estado dando participación en el beisbol, lo cual agradezco enor-memente.

    En el periódico Trabajadores, Joel García publicó un trabajo mío que gustó mucho a los amantes del beisbol; después, en una conversación con Oscar Sánchez, le dije que tenía algunos que me

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