Mi abuela y diez más: Autobiografía
Por Ander Izagirre
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FRAGMENTO
"En Atocha pasé una infancia solitaria, estoica y feliz. Yo ahora me explico muchas cosas, cuando recuerdo que a los nueve o diez años subía solo a las gradas de cemento de la Tribuna Este, una hora antes del partido, y me pegaba a las vallas que separaban la zona de pie de la zona de asientos. Allí, ni la gente ni las vigas de hierro me tapaban la visión del campo. Atocha olía a selva. Se mezclaba el tufo fermentado y dulzón del mercado de frutas con el aroma fresco de la hierba recién regada y el humo de los puros. Ese sahumerio tropical aún nos inquieta a muchos, como a perros de Pavlov. Un día abrieron una verja, salté al césped ondeando el trapo de cuadros blancos y azules que mi abuela Pepi me había atado a un palo, corrí al punto de penalti y disparé un trallazo imaginario a la escuadra. Acabábamos de ganar la liga"
RESEÑAS DE PRENSA
"Un relato tierno y divertido, atravesado de punta a punta por la naturaleza hermosa y salvaje de los balones a la olla y que se lee con la intriga propia de los descuentos" - Perarnau magazine
"Da igual que uno no sea hincha del club; las historias que cuenta Izagirre (una familia y una infancia y una emoción enraizadas en las gradas de Atocha), y cómo las cuenta, convertirían en realista hasta al más ferviente bilbaíno." - Rolling Stone
SOBRE EL AUTOR
Ander Izagirre escribe con los veinte dedos. Ha publicado crónicas sobre sobre los porteadores de la cordillera del Karakórum, las niñas que trabajan en las minas de Bolivia, los campesinos que se rebelan contra la Mafia en Sicilia, las guaraníes que hicieron una revolución jugando al fútbol, los ciclistas que se dopaban con bacalao, también sobre mi vuelta a España en vespa y sobre señores que construyen calaveras gigantes, coleccionan penes de todas las especies o atraviesan Argentina empujando una carretilla de cien kilos. Recibió el Premio Europeo de Prensa 2015 por un reportaje sobre crímenes militares en Colombia.
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Mi abuela y diez más - Ander Izagirre
Ander Izagirre (San Sebastián, 1976) no quería escribir este libro. Como ciclista frustrado y como heredero moral de monsieur Comet –cuyo velódromo derribaron en 1913 para construir el estadio de Atocha–, Izagirre considera que debemos odiar el fútbol, incluida la Real Sociedad. Sin embargo, acude a Anoeta cada quince días y allí sufre y se alegra con una intensidad que le avergüenza un poco.
Así que decidió escribirlo para intentar explicarse a partir del primer recuerdo de su vida (una explosión de gritos, saltos y abrazos en casa de sus abuelos: el gol de Zamora), para recoger las historias asombrosas de su familia que una noche de insomnio emergieron de Atocha –ese cementerio indio txuri urdin, a cuatrocientos metros de su casa– y para fingirse triste y guapo como Schutz en la derrota.
En Libros del K.O. también ha publicado Plomo en los bolsillos (ciclismo: eso sí que es un deporte).
www.anderiza.com
Twitter: @anderiza
MI ABUELA
Y DIEZ MÁS
Ander Izagirre
primera edición: abril de 2013
título original: Mi abuela y diez más
© Ander Izagirre, 2013
© Libros del K.O., S.L.L., 2013
C/ Príncipe de Vergara 261
28016 Madrid
hola@librosdelko.com
www.librosdelko.com
isbn: 978-84-941245-0-1
depósito legal: M-10397-2013
código ibic: DJN
diseño de portada: Artur Galocha
diseño de colección: Rivolta
corrección: Rafael Lupiani
1. Pase de Olaizola a Alonso
Mi abuelo Carlos era comunista, mi abuelo Joxemari era del Opus Dei y yo casi no soy ni de la Real Sociedad.
Los tres íbamos al campo de Atocha. Pero a mí no me gusta el fútbol.
Solo jugué un año, como juegan muchos niños donostiarras en los campeonatos escolares, durante las mareas bajas en la playa de La Concha, con la camiseta naranja del Santo Tomas Lizeoa y el número 13 de eterno suplente. Tenía 12 años. El entrenador me ponía unos minutos como lateral derecho, el puesto en el que menos estorbaba. Si llegaba un balón por mi zona, intentaba echarlo lejos y evitar cualquier notoriedad. De mi carrera futbolística guardo solo una escena: todo el equipo subió a rematar un córner y el entrenador me ordenó quedarme en el centro del campo para frenar un posible contraataque enemigo, una hipótesis que hacía temblar mis piernecillas de ciclista preadolescente. Por aquel entonces, cuando me quedaba en bañador y se me veían las costillas, mi padre me llamaba cuartokilo. El balón salió rechazado hacia mí, suave, recto, dando botes. Corrí hacia él levantando arena, mi silueta contra la bahía de La Concha, el vértigo rugiendo en las sienes ante la franca posibilidad de darle un patadón, clavarlo en las redes de aquellas porterías enormes que ningún portero de 12 años podía abarcar, gritar gol, recibir una piña de abrazos, algo que nunca imaginé para mí, y hacerme quizá futbolista. Sacudí con todas mis fuerzas una patada al aire, el balón me pasó entre las piernas y siguió botando, suave, recto, hasta los pies de nuestro portero. Toqueteó el balón un poco, lo cogió en las manos, miró al horizonte apretando mandíbula de Arconada y el aire se paró dos segundos. Luego yo troté un poco hacia mi posición en el fondo de la banda.
No aprendí nada de tácticas, me cuesta entender las intenciones de los equipos cuando veo un partido, pocas veces lo disfruto como espectáculo, me enfurecen las simulaciones de los futbolistas y las pérdidas de tiempo, me aburre la tabarra perpetua en los medios, me dan grima muchos de sus dirigentes, me escandalizan las subvenciones a los clubes y sus privilegios. No veo por dónde agarrar el fútbol.
Y sin embargo.
Sin embargo, el 8 de junio de 2008 salí de un bar del Casco Viejo de Vitoria apretándome el cráneo con las manos, en silencio, me alejé de mis amigos y caminé cincuenta metros arriba y cincuenta metros abajo, mientras otros hombres vestidos con la camiseta de la Real Sociedad iban saliendo de los bares en silencio, de uno en uno, y en mitad de la calle se tapaban la cara y algunos se echaban a llorar. Ese día yo estaba allí por casualidad, porque andaba de excursión montañera con mis amigos, porque pasamos por Agurain para ver una etapa de la Euskal Bizikleta que ganó al esprint Fernández de Larrea, porque ya de paso decidimos acercarnos por la tarde a Vitoria para ver si la Real volvía a Primera ganándole al Alavés, que se despeñaba hacia Segunda B. En el minuto 91 y 39 segundos, la Real ganaba 1-2 y tenía el ascenso en la mano.
En el minuto 91