El chico que relataba partidos de fútbol
Por Pablo Di Pietro
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Este es el argumento central de El chico que relataba partidos de fútbol. Su telón de fondo, las peleas entre familiares peronistas y antiperonistas, el Mundial 78 y, especialmente, los delirantes días de la guerra en el Atlántico Sur. El protagonista vivirá intensamente su pasión por "el más popular de los deportes" y le servirá de refugio o de fuga ante las situaciones que deberá atravesar.
Plagada de personajes y de enseñas entrañables, haciendo equilibrio sobre la delgada línea que separa la realidad de la ficción, El chico atrapa y no suelta hasta el final. Detrás de su aparente inocencia, sin embargo ofrece una mirada sobre la Guerra de Malvinas, al mismo tiempo que reflexiona sobre los agujeros de la memoria y de las miserias del exitismo.
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El chico que relataba partidos de fútbol - Pablo Di Pietro
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El chico que relataba partidos de fútbol fue por primera vez a la cancha cuando tenía once años.
Sucedió un domingo de noviembre de 1981. Después del almuerzo familiar, se llevó la radio portátil al patio, a la sombra de la medianera, para escuchar la vigilia de los partidos. Al rato llegó Beto, su papá. Se sorprendió al verlo. A esa hora solía dormir la siesta hasta que empezaba la transmisión de Boca.
—Levantate, Campeonato —dijo Beto, haciendo una seña con la mano—. Dale que vamos a la cancha.
Se puso de pie como impulsado por un resorte y lo siguió. De Mirta, su madre, recibió a la pasada una campera por si refrescaba. Ansioso, subió al auto y mientras su papá ponía primera, él prendió la radio; daban las alineaciones con-fir-ma-das de los equipos. Boca, con Maradona, enfrentaba a San Lorenzo.
El Pachi, el Cabeza, el Cebolla, el Loro y los otros amigos creían que lo llamaban Campeonato porque se la pasaba relatando partidos. En la escuela o en la canchita, antes de empezar los partidazos, él insistía para que cada equipo se identificara con un club de Primera.
—¡Nosotros somos Boca! ¡¿Ustedes qué son?! —gritaba, y hacía que cada uno de sus amigos asumiera el nombre de un jugador del club elegido.
Jugaba y relataba al mismo tiempo. A sus amigos les divertía. Si se cansaba o, por la circunstancia del juego, interrumpía el relato, ellos le reclamaban:
—¡Eh, dale! ¡Así tiene más emoción!
Entonces, respiraba hondo y seguía:
—Gatti se la pasa a Mouzo. Acá, tocala, acá… Mouzo la juega para Benítez, acá, solo, damelá…
Pero sus amigos se equivocaban. El origen del apodo se remontaba a la madrugada de junio en que Mirta llegó al hospital de Villa Irala, con la panza redonda como una número cinco. Beto dejó el Gordini casi sobre la vereda, la acompañó hasta la sala de partos y se quedó esperando en el pasillo.
Al rato, la criatura asomó la cabeza y el resto del cuerpo. El doctor López Herrera lo levantó en sus brazos y observó extrañado el ceño fruncido, los labios tensos y el pecho que se fue inflamando hasta estallar en un grito. Pero no se trató del uuaaaa
habitual, sino de un compacto oooooooo
prolongado que cuando parecía apagarse, se reavivaba con más