1968: El año de las revoluciones rotas
Por Bruno Estrada
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Bruno Estrada es economista, coordinador de la Secretaría General de CCOO y director adjunto del curso de Relaciones Laborales de la UNED. También es presidente de la Plataforma por la Democracia Económica, miembro del consejo editorial de CTXT y de la Revista Temas. Es autor, entre otros libros, de La revolución tranquila (2018) y 20 razones para que no te roben la historia de España (2019).
Bruno Estrada
(Madrid, 1964) es economista, coordinador de la Secretaría General de CCOO y director adjunto del curso de Relaciones Laborales de la UNED. También es presidente de la Plataforma por la Democracia Económica, miembro del consejo editorial de CTXT y de la Revista Temas. Es autor, entre otros libros, de La revolución tranquila (2018) y 20 razones para que no te roben la historia de España (2019) y ha participado en los libros colectivos Conciencia de clase. Historias de las comisiones obreras (2020) como autor y ¿Una empresa de todos? (2022) como coordinador.
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1968 - Bruno Estrada
Bruno Estrada
(Madrid, 1964) es economista, coordinador de la Secretaría General de CCOO y director adjunto del curso de Relaciones Laborales de la UNED. También es presidente de la Plataforma por la Democracia Económica, miembro del consejo editorial de CTXT y de la Revista Temas. Es autor, entre otros libros, de La revolución tranquila (2018) y 20 razones para que no te roben la historia de España (2019) y ha participado en los libros colectivos Conciencia de clase. Historias de las comisiones obreras (2020) como autor y ¿Una empresa de todos? (2022) como coordinador.
Bruno Estrada
1968
El año de las revoluciones rotas
Prólogo de Daniel Bernabé
Diseño de cubierta: Pablo Nanclares
© Bruno Estrada, 2022
© del prólogo, daniel bernabé
© Los libros de la Catarata, 2022
Fuencarral, 70
28004 Madrid
Tel. 91 532 20 77
www.catarata.org
1968.
El año de las revoluciones rotas
isbne: 978-84-1352-557-0
ISBN: 978-84-1352-548-8
DEPÓSITO LEGAL: M-23.572-2022
thema: FXP/3MPQ
impreso por artes gráficas coyve
este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.
París, mayo de 1968.
Nota: Todo el texto está basado en hechos reales, aunque se han ficcionado las situaciones que viven los personajes, que también corresponden en la mayor parte de los casos a personas reales. Cuando se hace mención a documentos o material audiovisual concreto se cita la fuente a pie de página.
agradecimientos
Agradezco los comentarios, consejos y ánimos que para este libro me han brindado Loren Rider, Pedro A. Jiménez, Gabriel Flores, Enrique del Olmo, Reyes de Blas y Manolo Garí. Y el magnífico prólogo de Daniel Bernabé, que enmarca su lectura a la perfección en estos momentos de zozobra.
Prólogo
En casi todas las ocasiones sucede de una forma similar, variando algunos detalles estéticos, incluso el medio de transporte elegido, a veces avión, la mayoría de ellas barco. Hablamos de las escenas iniciales en las películas que tienen a King Kong como protagonista, ese inicio de la historia donde la expedición se aproxima, por voluntad propia o por designio de las corrientes, al lugar donde habita el gigantesco gorila gigante: la isla Calavera. Lo primero que sucede, así lo narran las crónicas, es que se divisa una espesa niebla en el horizonte, es decir, en esa línea que marca el rumbo de nuestra dirección, de nuestro futuro. Las naves, al adentrarse en la densa calima, empiezan a experimentar los primeros efectos de la desorientación, perdiendo el rumbo, también las comunicaciones al verse inutilizados sus equipos por todo tipo de alteraciones electromagnéticas. Quizá por el mismo motivo, las brújulas, los radares y demás instrumentos de navegación fallan estrepitosamente. Se avanza a tientas ante el fracaso de la ciencia y la técnica en el primer contacto con el mundo salvaje.
Más tarde, cuando los expedicionarios han tocado tierra, se encuentran un mundo indómito poblado por una belicosa y ancestral tribu, que no parece pertenecer etnográficamente a ningún pueblo conocido. Aquel lugar, la isla Calavera, no aparece en los mapas, salvo por las habladurías, leyendas y susurros de otros marineros que dijeron avistarla de lejos, es decir, es un paraje enajenado del espacio. Pero también del tiempo. La fauna que allí habita no solo está compuesta de insectos gigantes, que parecen huidos del periodo carbonífero, sino de enormes saurios más propios de la etapa jurásica. Si a esto unimos al gran Kong, un simio más propio de la megafauna del Pleistoceno, podemos deducir que en la ínsula se da una aberrante mezcla de periodos, de épocas, de siglos. No es que los relojes no funcionen, es que lo que falla es el tiempo mismo.
La isla Calavera es, pensaran los más cautos, por suerte un lugar fabuloso, tan solo producto de la imaginación. Sin embargo, la realidad es bien distinta: no solo este lugar existe, sino que todos nosotros vivimos en él. Al menos desde que comenzó la etapa neoliberal, allá por los años ochenta, con las victorias de Reagan y Thatcher. Lo primero, porque, desde entonces, perdimos el horizonte, uno que a veces se llamó revolución; otras, derechos; otras, democracia o simplemente esperanza. Lo segundo, porque nuestros instrumentos de navegación, la teoría política, la acción colectiva, la organización sindical, comenzaron a fallar. Lo tercero, porque el espacio dejó de existir, permaneciendo las fronteras para las personas, pero desapareciendo para las finanzas. En cuarto y último lugar, la flecha del tiempo desapareció, quedando el pasado reducido simplemente al repositorio con el que alimentar a la industria de la nostalgia, y el futuro a la fantasía con la que los creadores de imágenes de síntesis por ordenador manejan nuestras esperanzas. Ahora, quizá, entenderán mejor al pobre Kong: no es que sea un bicho fiero y terrible, es que simplemente está enfadado y triste por vivir tan solo en un lugar así.
El libro que tienen ustedes en sus manos, 1968, el año de las revoluciones rotas, es el mapa para escapar de este no-estado de las cosas, sobre todo porque nos recuerda ese tiempo, ese año, donde lo neoliberal aún solo existía como la perversión de un grupo de economistas en Chicago. Este es un libro que nos explica, con especial dinamismo, que el mundo gira al unísono y que hay veces en que determinados acontecimientos despiertan olas que recorren la faz de sus sociedades como las ondas sísmicas de un terremoto: no importa el epicentro porque hasta el punto más recóndito lo acabará sintiendo. Este es un libro donde los acontecimientos ponen en valor eso que llamamos relaciones, entre sus personajes, lugares e historias, recordándonos aquella cita que decía: Nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti
. Por último, 1968, el año de las revoluciones rotas trae de vuelta el profundo valor de lo narrativo como generador de complicidades sentimentales, porque lo sucedido siempre conmueve más cuando se lee desde el presente de la boca de sus protagonistas.
Cuando se escribe un prólogo siempre es de recibo, antes de presentar la obra, presentar a quien ha escrito el texto. La razón, además de la cortesía, es que el lector tenga una referencia, a menudo intelectual, laboral o curricular del escritor o escritora, algo que pretendemos que nos sitúe a quien ha escrito las palabras que nos ocupan. De Bruno Estrada, el autor de 1968, el año de las revoluciones rotas, la ficha que la editorial Los Libros de la Catarata presenta de él dice que es economista, coordinador de la Secretaría General de Comisiones Obreras y que fue asesor en el gabinete de la Secretaría de Estado de Empleo y Economía Social. Autor también de La revolución tranquila (2018) y de 20 razones para que no te roben la historia de España (2019), además de articulista, colaborando habitualmente con medios como El País, El Siglo de Europa, CTXT y Alternativas Económicas. Sin embargo, estos datos, aunque útiles, no completan, para los que tenemos la suerte de conocerlo, quién es realmente Bruno Estrada. Alguien, en primer lugar, que profesa gran aprecio al mundo de la cultura y los que nos ganamos la vida en ella, que entiende la expresión artística de la misma, pero también su faceta de industria: ni el más elevado de los sentimientos se acaba transmitiendo si carece de los cauces propios para ello. El autor de este libro es alguien que maneja con singular soltura las disciplinas de la historia y la economía, al margen de lecturas académicas, como herramientas que permitan solventar la ruptura del espacio y el tiempo a la que aludimos al principio de estas páginas. Por último, Estrada es un organizador de afinidades, alguien que parece gustar de una presencia no protagónica mientras que busca que surja la complicidad de lo común entre personas distantes. Todo esto, ya verán, sin duda unas virtudes personales poco comunes en la época del ego desmedido, del criterio voluble y de la cultura fútil, se encuentran en cada una de las páginas de esta obra. Si el ser social determina la conciencia, la conciencia acaba dando forma a las palabras cuando se deja acompañar por la honradez.
Pero vayamos ya con el libro que tienen ustedes entre manos, quizá a punto de empezar, puede que para algunos ya finalizado. 1968, el año de las revoluciones rotas es una historia real que se vale de las herramientas de la ficción para contarnos las conclusiones de un ensayo político. Es, quizá, y buscando el símil cinematográfico, uno de esos documentales donde las voces protagónicas suceden con la fuerza de la interpretación actoral y la acción del presente, pero donde el narrador nos marca lapsos entre las escenas que nos sitúan, con la templanza que otorga la voz en pasado, en el contexto que nos vale para comprender lo que sucede ante nosotros: emocionar y aprender, sentir y razonar, son así parejas bien avenidas en esta ficción histórica. Pero el tercer punto que hace singular este libro es que no solo nos traslada al año en cuestión, no solo nos da las herramientas para que entendamos lo que sucedía, sino que apuesta, decididamente, por tomar partido: no es posible, ante los escollos, navegar fingiendo que estribor y babor son el mismo concepto.
Si tuviéramos que definir a este libro en una frase podríamos decir que es una guía de viajes a ese mundo donde aún sucedían cosas que quedaban al margen de la decisión, los deseos y las necesidades del poder. Sin embargo, en este trayecto, no existe un punto único de destino, sino que las localizaciones recorren el planeta entero, partiendo de Saigón, pasando por París, Chicago, Praga, Ciudad de México o Moscú y acabando en Londres, Newark, Berlín, Islamabad o Pekín. No se trata de un recurso estético, como aquel que se utilizan en las películas de espías, para dar energía a la trama, velocidad a las páginas, diversidad a los escenarios donde leemos a los protagonistas, sino de una necesidad histórica que expresa un fenómeno político: en el año 1968 la revolución no ocurrió en un solo lugar, en un solo territorio, sino que sucedió en todas partes. Esta característica es particularmente bien reflejada en las páginas de este libro, no solo por el viaje permanente que tiene lugar en la historia, sino porque se percibe aquello que podríamos denominar como simultaneidad.
Decíamos que en las historias de agentes secretos, además de los coches deportivos, los elegantes casinos o las ignotas guaridas de los genios del mal, esas bases secretas que cobijan armas terroríficas bajo un falso volcán, nos encontrábamos también con un permanente periplo a lo largo del mundo que, si la ficción es de origen norteamericano, pretende sobre todo epatar con la sofisticación del extranjero al espectador medio estadounidense, quizá con el salvajismo si la zona es considerada no afín o directamente enemiga. Sin embargo, en ese caso, la acción sucede solo donde está el sujeto protagonista, quedando el resto suspendido, apagado, como si su presencia animara el decorado y su marcha lo sumiera en el estatismo. Nos deja así, a poco que quien reciba la historia tenga el gusto entrenado, la sensación de estar asistiendo a un magnífico despliegue escenográfico, uno que, sin embargo, no puede escapar de su naturaleza de ficticio, de decorado que en cuanto apartamos la visión de este se desvanece. La simultaneidad es por contra algo bien diferente.
La simultaneidad de la que hace gala 1968, el año de las revoluciones rotas es el fenómeno por el que cuando apartamos la mirada de la cruenta ofensiva del Tet, por ejemplo, y acabamos en un apartamento de Praga, inicio de madrugada de calles silenciosas y timbres que suenan inquietantes a deshoras, no solo somos conscientes del cambio de situación, de las sensaciones que nos transmite la ciudad del río Moldava, sino que, paralelamente, aún no se nos ha despegado la humedad del sudeste asiático, el ruido de los taxis que transitan la colonial Dong Khoi o el polvo que los helicópteros UH-1 Iroquois levantan mientras que evacúan a los soldados heridos, carne de cañón para la picadora industrial en la que acabó deviniendo la Guerra Fría en muchas partes del orbe. Con el sucederse de las páginas, este fenómeno de la simultaneidad se va acrecentando, singularmente hilado por Estrada, por lo que tenemos la certeza de que mientras que tiene lugar una reunión de los generales del Pacto de Varsovia en Moscú, unos obreros automovilísticos están en una asamblea en Francia y un par de periodistas están discutiendo el enfoque de las noticias en lo que posiblemente sea una oficina a la orilla del Potomac. Esta simultaneidad no es solo una herramienta narrativa o una necesidad histórica para dotar, como insistimos, de una coherencia amplia la historia que nos ocupa, sino que, especulo, se trata también de un posicionamiento político, de una toma de partido: al tener un foco múltiple accedemos a una verdad múltiple, al tener una multiplicidad de objetivos, el lector acaba sintiendo que todo puede suceder no solo en los habituales escenarios y centros de poder, sino en muchas otras partes.
Algo muy parecido sucede con el personaje principal, con el protagonista de esta historia, que no es tan solo uno, sino una colectividad. Un conjunto formado por algunos tipos de ficción, pero también por muchos otros que refieren a personas reales que fueron esenciales para entender, de una u otra forma, aquello que tuvo lugar en 1968. Algunos de ellos conocidos, otros opacados por el devenir de una historia que no es que sea injusta con quien ha transitado por ella, sino que directamente es inmisericorde con aquellos que no han resultado sus ganadores. Por estas páginas encontrarán a algunos reporteros de talla como Julian Pettifer, a sindicalistas como Dolores Huerta o a escritores como Milan Kundera. Por el fondo de este fresco, quizá con en esos cuadros barrocos de gran formato que servían, más que como ejercicio pictórico, como crónica y novedoso ejercicio de poder persuasivo, aparece una segunda línea en la que resuenan nombres como Brezhnev, Bobby Kennedy o Charles de Gaulle. Se diría que la máxima representación del poder, a la que tantas veces hemos escuchado, carece de voz en esta historia, una que se otorga a los que la desafían o tratan, desde las sombras, de evitar el cambio. Y esta decisión, que no es sencilla, es también una toma de postura, un acto literario afortunadamente ideológico. Primero, porque da voz a quien no la suele tener, o a quien la tuvo y otros se ocuparon de silenciar, pero también porque pone el foco en el entramado de poder, que no es siempre lo mismo que su liderazgo, su representación más visible.
Por último, este es un libro de acontecimientos y cabos, que sorprenderán pero también provocarán que el lector menos avezado en los acontecimientos sienta la necesidad de tirar de ellos. En 1968 sucedieron muchas cosas, muy relacionadas entre sí, protagonizadas por mucha gente, tanto con nombres y apellidos como por mucha gente anónima. Pero, insistimos, fue un tiempo donde los sucesos se agolpaban en el calendario, con especial frecuencia, lo que hacía que un momento determinante sustituyera a otro cuando no había habido, por lógica, tiempo para analizarlo o incluso digerirlo. Esta concatenación no fue, sin embargo, azarosa, no se trató del producto de un sortilegio o de una maldición, sino que fue el producto de una serie de tensiones que hundían sus raíces en la economía, la política o el posicionamiento estratégico, pero, más allá, en la lucha de clases, motor de cambios alimentado con el combustible de la contradicción.
En el presente en que 1968, el año de las revoluciones rotas llega a las librerías, último tercio del año 2022, muchos, tras un racha especialmente convulsa, expresan la estupefacción que sienten a que se altere el considerado normal devenir de los acontecimientos, sin