El gran Ludwig van Beethoven tenía 19 años cuando estalló la Revolución Francesa en 1789. El compositor acababa de llegar a Viena para recibir clases del mismísimo Joseph Haydn. Ese año, Napoleón Bonaparte obtenía el rango de comandante segundo de la Guardia Nacional de Voluntarios de Córcega, donde ya había mostrado su apoyo a los jacobinos en la defensa de la soberanía popular y del sufragio universal. Ambos tenían claro que el viejo orden establecido del Antiguo Régimen debía caer.
Habían nacido con tan solo un año de diferencia —el militar en 1769 y el músico en 1770—y sus vidas se desarrollaron de forma paralela. Los dos tenían en común una infancia traumática a la que habían tenido que sobreponerse. «Si continúa así, se convertirá en un segundo Mozart», advirtió el prestigioso director de orquesta alemán Christian Gottlob Neefe cuando Beethoven compuso, con 11 años, su primera obra, pero su madre murió y vio a su padre caer en una profunda depresión y en el alcoholismo. Eso obligó al compositor a hacerse cargo de sus hermanos pequeños desde muy joven.
Napoleón, por su parte, vivió su juventud sumido en la tristeza, echando de menos a su Córcega natal invadida por los franceses. Cuando cumplió los diez años, su padre le envió