El ministerio de las flores
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Lorenzo está preocupado por la ciudad.
Los demás están preocupados por Lorenzo.
La metrópolis se decae, los colores se desvanecen, y él sospecha de las flores.
El presidente sabrá: y Lorenzo lo va a averiguar.
fantasía urbana ~ 80 páginas
Guy Arthur Simpson
Guy Arthur Simpson writes contemporary thrillers and novels of mystery and curious adventure. He graduated from Oxford and went backpacking in the Americas and India before settling in Spain. He lives in the mountains of La Alpujarra in Andalucia.
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El ministerio de las flores - Guy Arthur Simpson
El ministerio de las flores
Guy Arthur Simpson
Published by Guy Arthur Simpson, 2022.
This is a work of fiction. Similarities to real people, places, or events are entirely coincidental.
EL MINISTERIO DE LAS FLORES
First edition. January 20, 2022.
Copyright © 2022 Guy Arthur Simpson.
ISBN: 979-8201568566
Written by Guy Arthur Simpson.
Also by Guy Arthur Simpson
The Ministry of Flowers
Hoodwink
Immig's Work
John Eyre
Parasite of Choice
The Life and Death Performance of Tony Bedowie
The Man Who Died
The Sweet Teeth of God
The Asturian Campaign
Citizens of the Night
Four Stories
El ministerio de las flores
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Tabla de Contenido
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El ministerio de las flores
Further Reading: The Asturian Campaign
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El ministerio de las flores
Lorenzo subió los últimos escalones del metro y se encontró en una ciudad de fantasmas. Por segunda vez en esa semana las luces de la calle habían fallado, de manera que los ciudadanos, desanimados y apagados ya por costumbre, formaban una masa cambiante de sombras en la lúgubre avenida. Por instinto se llevó la mano al bolsillo para proteger la billetera y se dispuso a emprender el camino a casa.
Nada más entrar en el bullicio, tropezó con un adoquín que sobresalía y se dio un golpe tan fuerte que lo detuvo en seco. Ni tiempo tuvo de articular la maldición que iba a salir por su boca: un empujón involuntario por la espalda lo hizo tropezar con un semáforo, que cambió a rojo, provocando un chirrido agonizante de los frenos de los vehículos que se vieron obligados a detenerse. Durante un largo y confuso momento, a Lorenzo le pareció que algo se esperaba de él.
Mientras recuperaba la compostura, se fijó en un puesto de flores, uno de los muchos que ocupaban las calles entrelazadas de la ciudad, tan universales y anónimos como los quioscos de prensa y de lotería. El vendedor, que se servía de un termo azul, se encontró brevemente con los ojos de Lorenzo antes de desviar la mirada. Colocó el termo en una mesita y se frotó la frente con la palma de la mano en señal de cansancio o de dolor de cabeza.
—¿Volviste ya? —preguntó su mujer, que estaba frotando la mancha de una falda que tenía sobre el regazo, cuando lo oyó subir la escalera del apartamento.
—A la misma hora de siempre —respondió Lorenzo, pero dudando de si se habría olvidado de algo de camino a casa: recoger algún aparato averiado, hacer una compra, pagar un recibo...
—Hoy en la radio no paraban de hablar de las quiebras. Hay gente que está haciendo horas extra gratis para no ser los primeros en caer cuando haya recortes de personal.
—En la oficina están contentos conmigo —afirmó Lorenzo. Entró en la cocina para hacerse un té—. ¿Dónde están las cerillas?
—Delante de sus narices, señor. Si pierdes el trabajo, será porque no sabes dónde lo dejaste.
Pati volvió a restregar la mancha e hizo un esfuerzo para calmarse y no tomarle más el pelo a su marido. Pero que la hubiera sorprendido en bragas, aparte de la sensación que se le venía encima la regla, la había puesto nerviosa.
Mientras esperaba que el agua hirviera, Lorenzo se miró el zapato del pie con el que había tropezado. Un dedo lo acusaba por un pequeño agujero. Tenía ella razón sobre los recortes de personal. Si perdiese su trabajo, no habría zapatos nuevos, y los necesitaba para bailar.
—¿Buscamos un baile esta noche? —preguntó.
—¿Contigo? ¿Estás bromeando?
Cuando asomó la cabeza por la sala de estar, su mujer estaba con los ojos abiertos como platos.
—¿Qué quieres decir con eso?
—Quiero decir que claro que vamos a ir a bailar, tonto. ¿Por qué crees que estoy arreglando esta falda? —Pati sostenía un cigarrillo sin encender entre los dedos—. Enzo, es lo único que nos queda. De verdad, los hombres ya no tenéis sentido del humor. Susana dice lo mismo de Daniel. Se dedica exclusivamente a la pereza y a engordar.
—Daniel está enfermo. Tiene diabetes. Le deprime. Afecta su movilidad.
—¡Ala! Lo que debe sufrir cada vez que se arrastra al bar para ver el fútbol. Susana tiene una teoría: cuando las chicas van al colegio, les enseñan a hacer cosas, y cuando van los chicos, les enseñan a ingeniárselas para no hacer nada durante el resto de su vida.
—¿Qué hay que hacer que sea tan importante?
—Ahí está. El estribillo de una gran nación. ¿Sabes por qué Susana tuvo que llamar al médico la semana pasada? Daniel se estaba bañando y se le quedó el dedo gordo del pie atrapado en el grifo. No vayas a permitir que te pase algo por el estilo.
Lorenzo sonrió, arrugando la frente. ¿Acaso ella creía que los accidentes fortuitos podían ser contagiosos? Se miró con disimulo el zapato para comprobar que el dedo no se atrevía a asomarse.
—No frunzas el ceño. ¿Por qué no vas a por unas empanadas? Y otra cosa, ¿no te has olvidado de algo?
Lorenzo esperó a saber de qué. Había tenido razón. Sabía que faltaba algo.
—Un beso. —Pati puso morritos y sonrió con los ojos.
Aliviado, Lorenzo se acercó a su mujer y la besó.
—Tonto —murmuró ella con la misma ternura.
—Podríamos pedir las empanadas por teléfono. El reparto es gratuito —dijo Lorenzo, inspeccionando unos panfletos electorales que había en la mesa del salón.
—Todos ofrecen entrega gratis ahora. Pizza y helado y desayuno y café. Daniel ya no sale de la casa, ¿sabes? Solo llama y pide. Lo paga todo Susana, claro, de lo que gana en ese deprimente centro de atención al cliente. Ella nunca se queja. —Como para anticiparse a la diferencia de opinión de su marido con respecto a este último punto, Pati agregó—: Ella trabaja muchísimo. Daniel se está convirtiendo en una babosa. No tiene que trabajar como tú de esclavo asalariado. Debes de estar agotado. Bueno, vete, no tardes mucho, que luego vamos a salir. ¿Qué?
Pati esperaba sonriendo que Lorenzo pronunciase el comentario que le quedaba por hacer. Pero tenía la boca entreabierta con esa mirada que ponen los hombres cuando les