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Los vagabundos eficaces y otros relatos
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Libro electrónico293 páginas4 horas

Los vagabundos eficaces y otros relatos

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«En los barrios y los suburbios erosionados por un viento permanente de miseria vive la gente de las fábricas y de las obras en construcción... viven mujeres gordas que parecen haber dado a luz a todos los niños del barrio, a los que vemos pasar en enjambres durante el horario escolar. Se trata de niños difíciles, se trata de niños que han saboreado el delito, chicos envejecidos de antemano… 
Será necesario, por favor, rescatar a los niños al mismo tiempo y colocar cerca de ellos educadores de presencia ligera, provocadores de alegría, siempre dispuestos a volver a amasar la arcilla redonda, eficaces vagabundos asombrados por la infancia... un poco poetas, un poco pintores, un poco tarareadores de bella música, un poco comediantes, titiriteros de sí mismos y de marionetas, honestos con el momento, chupadores de certezas y escupidores de preguntas, película viva al margen de la sociedad, sin duda inadaptados, preocupados por su vagabundeo  y pacientes como los reparadores de sillas, estos son los compañeros que los chicos necesitan».
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 sept 2023
ISBN9788419830272
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    Los vagabundos eficaces y otros relatos - Fernand Deligny

    coleccion

    Edición original francesa: Les Vagabonds efficaces in Graine de crapule suivi de Les Vagabonds efficaces et d’autres textes, by Fernand Deligny

    © Dunod 1998 Paris

    © Dunod 2019, Malakoff, new presentation

    Traducción: Silvia Tenconi

    Edición: Segunda en castellano, Agosto de 2023

    ISBN: 978-84-19830-26-5

    E-ISBN: 978-84-19830-27-2

    Depósito Legal: M-27680-2023

    Diseño: Gerardo Miño

    Composición: Eduardo Rosende

    © 2023, Miño y Dávila srl

    Prohibida su reproducción total o parcial, incluyendo fotocopia, sin la autorización expresa de los editores.

    Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Tacuarí 540 (C1071AAL)

    Ciudad de Buenos Aires, Argentina

    Mail: administracion@minoydavila.com

    Web: www.minoydavila.com

    Instagram: @minoydavila

    Twitter: @MyDeditores

    Facebook: www.facebook.com/MinoyDavila

    portadilla

    Índice

    PREFACIO, por Isaac Joseph

    SEMILLA DE CRÁPULA

    Semilla de crápula. Consejos para educadores que quieren cultivarla

    LOS VAGABUNDOS EFICACES y otros escritos

    Prefacio

    Pabellón 3

    El balde de ranas

    El paquete de tarjetas

    Herencia

    Jean Laduré

    La realité

    El ramo

    Los Vagabundos eficaces

    La gran cordada

    El grupo y la demanda: a propósito de La gran cordada

    La cámara, herramienta pedagógica

    14 de julio de 1969

    Cronología

    PREFACIO

    8283.png

    por Isaac Joseph

    Fernand Deligny fue, a su manera, un cronista de los Treinta Años Gloriosos y su obra de desmarginación. Primero un escritor público inmerso en el mundo de los asilos y encargado, por los propios confinados, del trabajo de señalar su posición a sus seres queridos, luego se ocupó de varios intentos o innovaciones pedagógicas en el campo de la inadaptación, una especie de pasamanos paradójico, y su escritura fue lo suficientemente sofisticada para atrapar a los lectores profesionales en la mirada clínica y lo más discreta posible para no someterse a las categorías de informe y revisión. Entre 1945 y 1975, Deligny dirigió una guerrilla contra las personas poderosas que le preguntaban regularmente qué estaba haciendo exactamente con los niños terribles de la posguerra; luego ofreció refugio a los niños privados de la palabra triunfante. El lenguaje de esta guerra de guerrillas fue un medio de educadores y militantes, para una especie de etnométodo siempre disponible, el más fascinante no sólo porque actualizó el poder de los límites para una generación en rebeldía contra las instituciones, ni siquiera porque sabía reconectarse con los acentos libertarios del compromiso educativo. Estos son rasgos de una experiencia limitada que, sin duda, no es despreciable: Deligny respondía a la gente que acudían a verlo en crisis y sabía que su angustia momentánea no les impediría volver al trabajo y a las disciplinas de las instituciones. Era una dirección, una etapa en el peregrinaje de la incredulidad. Pero la mayor fascinación que ejercía Deligny no se debe a este contexto particular y hace que se lo lea como se lee a Melville o a Rimbaud, como se vuelve a ver un cuadro de Van Gogh. Es el legado de estos grandiosos Vagabundos y su moral (tres infatigables, en busca de una moral que no sea una huella muerta, pronto hechos añicos en este suelo vivo del pueblo que va a hacer frente a la vida), su inquieta proximidad a la delincuencia y la locura, la denuncia silenciosa de los profesores, jueces y artistas que Deligny encontró en 1947. Está ansioso, dice, por acompañarlos en su trabajo, su vida, su correspondencia y más allá de cualquier método educativo. Es a esta experiencia que consiste en desaparecer, guste o no guste, que resume su experiencia de La gran cordada, veinte años después:

    No se trata de método, nunca he tenido uno. Se trata, en efecto, en un momento dado, en lugares muy reales, en una coyuntura que no puede ser más concreta, de una posición a ocupar. Nunca fui capaz de mantenerla más de dos o tres años. Cada vez que la invirtieron, ella estaba rodeada, ocupada, y yo me salí con la mía como pude, sin armas y sin equipaje y siempre sin método (pág. 221).

    Probablemente leeremos hoy de otra manera estas páginas dedicadas a la experiencia de La gran cordada, movilizando la red de albergues juveniles y sus activistas de diversas denominaciones, en un intento de luchar contra la relegación del asilo y su trágica miseria, pero también en una especie de reconquista del territorio nacional. Quizás leamos allí el inicio de un nuevo lenguaje de trabajo social basado en la capacitación mutua y las cadenas de cooperación de presencias cercanas, en la atención a los lenguajes del cuerpo y a la cultura dramática. Pero estas páginas hablan de otro contexto y el vocabulario de los patrones que utilizan, diría Koselleck¹, corresponde a otro horizonte de experiencia:

    "La igualdad –decía Deligny– les importaba una mierda

    [a los internados] y la hermandad también. La libertad. Decían que no teníamos derecho a quitársela" (pág. 222).

    La expectativa histórica de La gran cordada era la Liberación. En este contexto, los lenguajes de resistencia y de guerrilla chocan con el de los propios adolescentes y de quienes los acompañan en su migración (el lenguaje de la aventura), para tener éxito en esta fórmula del intento, del momento educativo. En la organización de este momento, las imposiciones de la demanda social y de los arreglos institucionales dan paso a la lógica de las redes (redes de residencia, redes de movilización y apoyo). Desaparecer es, por lo tanto, en primer lugar, con la ayuda de algunos amigos, intentar en otro lugar, en el umbral o al lado de las instituciones existentes, mantener una posición vulnerable por definición, ya que siempre consiste en vivir cerca de los niños de la inadaptación y explorar con ellos las reglas del juego que se adecuan a las circunstancias. El educador es un creador de circunstancias, dice Deligny. Su papel consiste en organizarlos de tal manera que se puedan estabilizar las reglas del juego educativo –esta es la noción de establecido –y luego a traducir sin traicionar la experiencia de proximidad y presencia conjunta, sin prejuzgar la extrañeza radical de lo demente–; estamos siempre dentro del marco del tratamiento moral, no dentro de la omnipotencia de nuestra interpretación.

    Viví durante cuatro años en un manicomio. Los más típicos, los más crónicos, los más dementes no me sorprendieron: momentos de mí hechos hombres, un punto de vista mantenido más tiempo del necesario; un desapego que ningún sueño puede romper y el resto del mundo a la deriva sin hacer un movimiento para saltar sobre lo que gira; la única y trágica solución que impone la falta de movilidad. […] Mi vida lo aprovecha para estar llena de seres vivos y siempre abierta a lo inesperado hasta el cansancio extremo (pág. 197).

    Estas líneas que acompañan la reedición de Los Vagabundos eficaces, publicada por François Maspéro, en 1970, resumen el recorrido y el método: de intento a intento en busca de ese algo más que mendiga el más pequeño gesto de un niño inadaptado. Deligny sitúa su trayectoria de investigación en el campo de la inadaptación, aunque allí estuvo condenado a la precariedad, obligado a redefinir constantemente su posición. Recompensa por su fidelidad a las expectativas de la liberación, siempre está de paso por este campo, cronista o testigo de una inmutable búsqueda de otra cosa, cuidadoso de no calificar a sus personajes, adolescentes inadaptados o niños con autismo sólo en fragmentos.

    Curioso método en que se prohíbe hablar de progreso o reintegración hasta admitir, en dos oportunidades, que los inadaptados a los que ha intentado reeducar pueden encontrarse en las filas de las Waffen SS, como para subrayar, al mismo tiempo, que la tragedia de los dementes, la del educador, que guarda silencio sobre la novela familiar de los inadaptados como para recordar que es uno mismo, o el género humano indiferenciado, el que está cuestionado en estos libros de lo inmutable que el educador llena con cuidado de colegial hasta su última estancia en Monoblet.

    ¿Pastiche de método? ¿Tejido de juegos de palabras sobre la profesión de educador? Sin embargo, aquí y allá Deligny explicaba tanto su desconfianza como sus certezas; identificó a sus enemigos, así como a sus referencias. Admirador de la obra de Henri Wallon, subrayó, después de él, el conjunto indisoluble formado por las situaciones específicas y las disposiciones del sujeto –con mayúsculas en Los Vagabundos eficaces–.

    Si el educador es creador de circunstancias, es porque la realidad relacional del universo pedagógico está formada por momentos. La eficacia del pedagogo es, por tanto, a la vez ecológica –y las circunstancias se llaman entonces: asilo o cuartel, campamento scout, prisión, laboratorio o patio suburbano– y pragmática, y ella consistió, en primer lugar, en jugar el juego del delincuente, en subvertir la regla con su consentimiento, para replantear su destreza perversa o incivil en situaciones inéditas donde sus rutinas cobran impulso, sus habilidades reveladas por sorpresa; en apoderarse, también, frente al alienado de estos momentos de mí mismo hecho hombre, para describirlos de nuevo en su singularidad, formulando las cosas de otra manera, sin compasión ni comprensión, dejando la tragedia de lo irreparable tras el velo de lo implícito, riendo de nuestra humanidad común con la persona con autismo.

    En cierto sentido, el educador no tiene nada que ver con eso: sólo asume una posición y la señala regularmente a quienes le piden cuentas de su profesión y sus disposiciones. Informar sobre la habilidad significa proporcionar al patrocinador (instituciones, familias, público culto) mapas, dibujos y películas. Dar noticia del intento, cuidando de abstraerse de lo habitual para mostrar sólo la configuración de los lugares y el juego de posiciones de las presencias cercanas. No hemos olvidado el enorme poder desestabilizador que esta abstracción del sujeto pudo tener en la década de 1970 para un entorno estancado en el vocabulario de las proyecciones, representaciones y reciprocidades imaginarias. Hablaba de una inteligencia exterior, de un orden de cosas y visibilidades ignoradas por las ideologías de la escucha y de la interpretación. En respuesta al giro lingüístico, nos recordó que nuestra humanidad común consiste menos en hablar desde lo más profundo de nosotros mismos que en responder a un orden establecido.

    Hay una buena parte de este yo mismo, sin forma, plástico, emocional, que toma las huellas como la masilla del cerrajero (pág. 134).

    Desde que tuvo que desviar los vocabularios disponibles de recuperación o cuidado para hablar lo más cerca posible del inadaptado y de su experiencia, el educador está completamente en su escritura. A través de ella, puede reformular las cosas, reinterpretar las reglas del juego de la restitución y redefinir los principios de la humanidad común con el inadaptado. Es concebible que la escritura de este testigo esté particularmente trabajada para decir lo que oye de las voces sin decir y para evocar la experiencia de una memoria agotada. La fórmula del método Deligny está ahí: en la toma de conciencia del trabajo de reformulación que implica la fraternidad preocupada con el alienado. Si el educador, que no es ni juez ni maestro, debe preocuparse por su profesión y sus métodos, es porque el modo de describir y de observar es el todo de su posición. Ya sea escritor público, columnista o presencia cercana, debe sustraerse al juego de las identificaciones clínicas, sus categorías y sus casos; también debe dejar a sus personajes de carne y hueso su figura de arena, su materia sin nombre. Debe renombrar y dejar a las figuras de la alienación su anonimato.

    De ahí esta percepción naturalista de los hombres y de los paisajes (lo inmutable), esta visión mineralizada del apego de los hombres y las cosas (lo establecido). No la mirada lejana del antropólogo capaz de distanciar y relativizar su objeto, sino la mirada ausente de quien busca en su memoria en silencio, una mirada centrada en el menor gesto y que no deja nada observable salvo siluetas y uniformes, líneas errantes y ojeras. La escritura de Deligny parece abstenerse de utilizar las técnicas de presentación de casos o de dramaturgia clínica (crisis, interludios, desenlace) para instalarse en un presente sin edad o sin historia, aislado del relato. Es que decidirse a escribir sobre acciones sin actores, sobre los infinitivos del común, es ceñirse a la leyenda del momento, aunque eso signifique hacer que la persona a la que pides ver haga poses.

    Se podría decir así de la escritura de Deligny que está fabricada, que no dice todo sobre las circunstancias de la experiencia educativa o incluso que está hipercorregida (y no sólo porque siempre es coproducida, mediatizada de diferentes maneras en diferentes contextos intelectuales) como para eludir las rutinas verbales del trabajo social o de la psiquiatría. Queda el hecho de que este lenguaje ha sido y sigue siendo eficaz en el registro del testimonio y en el de la acción, como dispositivo de prudencia o sabiduría práctica. El educador que fabrica Deligny, hermano mayor o soltero preocupado, debe saber conservar su lugar en los dos sentidos de la palabra: no tomarse por otro, padre, juez o psiquiatra, y cuidar una disposición singular ligada a su profesión: aprender a vivir y a fabricar lo común, su escritura no está ahí por nada.

    SEMILLA DE

    CRÁPULA

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    Semilla de crápula

    Consejos para educadores que quieren cultivarla

    ESTE PEQUEÑO LIBRO FUE ESCRITO EN 1943 y publicado en 1945. Diez años después, me dijeron que hiciera una nueva edición. Lo leí de nuevo. Indignado, comencé a preparar una crítica cerrada de estas pequeñas fórmulas bajo el título: Semilla de crápula o El charlatán de buena voluntad. Esta autocrítica releída hoy, en el invierno de las Cevenas, me parece bastante exagerada, amargada, perentoria. Quedará en la caja de madera calada donde, con cada mudanza, se amontonan páginas y páginas de palabras e historias que son quizá para mí lo que las hojas que caen son para los árboles. Sin embargo, lanzar nuevas copias de Semilla de crápula sin decir nada me molesta. Tengo quince o dieciséis años más, quince o dieciséis años de este oficio tan cotidiano del que hablé alegremente en 1943.

    Vienen a mí palabras, páginas, capítulos si no me contengo. A este pequeño libro le falta un subtítulo que me sitúe ahora en relación a lo que escribí hace quince años. Tengo este subtítulo: Semilla de crápula o El aficionado a las cometas.

    Érase una vez un aficionado a las cometas. Ves lo que es la cometa comparada con las nubes, los pájaros, los aviones y los satélites; esto no se encuentra en la naturaleza, lo puede hacer uno mismo a partir de modelos ofrecidos en revistas y folletos o inventar nuevas formas inspirándose en las antiguas cometas chinas, el buitre andino o el Misterio IV. Una cometa no traspasa las paredes del espacio, no truena ni ruge, no le cuesta mucho sostenerse en el viento y empeñarse en alegrar con un punto de color vivo el cielo más gris y, si se cae, al menos, rompe sólo su propia armadura. A primera vista es inútil. Incluso.

    Entonces, hacia 1943, comencé a hacer una cometa, dos cometas: las fórmulas, formulitas, cantilenas, charadas, aforismos y paradojas de Semilla de crápula

    Una cometa, especialmente si es de tamaño pequeño, es fácil de mantener. Ciento treinta y seis es otra cosa: te arrastran mientras se enredan en el viento; te levantarían, no se puede decir por encima de uno mismo, y, sin embargo, me encontré educador renombrado, depositado, por la fuerza y gracia de estas ciento treinta y seis pequeñas cometas, en un congreso internacional por aquí, una comisión por allá y por más que tiraba de las cuerdas como hacen los buzos cuando quieren subir, mis cometas, muchas veces, me han dejado estancado allí desde donde me hubiera gustado largarme.

    Me ha pasado algo peor. Siempre animado por este rebaño dispar de declaraciones cuya forma había manipulado a mi voluntad, me encontré al frente de la creación de organizaciones de reeducación. Pobre de mí: aquí es donde se enredan las declaraciones sostenidas y sus hilos. Es allí que el pobre diablo que sostiene en su mano derecha su haz de banderitas multiformes y multicolores se da cuenta de que sólo le queda una mano, la otra, para esforzarse, cueste lo que cueste, sin muro ni certeza, a acomodar la espalda. Está bien si una u otra de estas fórmulas, aunque se hayan lanzado desde hace mucho tiempo, le cae sobre la cabeza y los hombros, lo ciega, lo enreda con la cola de papillote donde hay palabras escritas y él desdobla una al azar y la aplica y dice una palabra falsa como quien da un paso en falso.

    Esto es probablemente lo que quería decirles a los antiguos y futuros lectores de Semilla de crápula. Hay dos mundos. El de fórmulas, formulitas, charadas y parábolas y el de lo que sucede en todo momento aquí abajo para los que quieren ayudar a los demás. Si una vez leídas algunas de mis proposiciones se estremecen alegremente en el cielo de unas memorias, tanto mejor: esa es su razón de ser. Pero quien quisiera usarlas, aplicarlas de alguna manera, notaría, al mismo tiempo, de qué están hechas: pedazos de páginas leídas, pegadas y estiradas sobre las ramas flexibles y livianas arrancadas de una especie particular de entusiasmo que surge cada vez que un niño se me acerca. Él ha sido aserrado, cortado mil veces y en su tocón nunca dejan de crecer brotes.

    FERNAND DELIGNY

    enero de 1960

    SI TU FRECUENTAS a los hijos del hombre en la escuela, en el patronato, en la colonia de verano, debes de conocer la semilla de crápula, como conoce el labrador al cardo, a la cizaña, a la amapola o a la neguilla, maldiciéndolos. Supongamos ahora que, cultivador curioso, has sembrado un campo de cizaña, cardos, neguillas y amapolas. Tú sentirás la misma angustia al verlos salir de la tierra que sientes al ver germinar tu trigo.

    Pero no te apresures a barrer tus graneros, no prepares todavía tus cuerdas para la siega. La cosecha, si hay cosecha, será para ahora, para después o para siempre.

    Con esta diferencia es que la semilla de crápula es, de todos modos, la semilla del hombre.

    YA QUE queda entendido que cultivas cizaña, cardo, amapola y neguilla, espera a ver venir a los labradores, cómodos en sus zuecos, mirar tu campo y decir:

    Aquí están la neguilla, la cizaña, la amapola y el cardo que infectan nuestros campos, cuidados como nunca se le ocurriría cuidar el trigo.

    Si te gusta hacer reír un poco a tu costa, responde con los ojos hacia el cielo y las manos abiertas:

    Sí: y creo que la cosecha será buena.

    Pero queda entendido que la semilla de crápula es igualmente la semilla del hombre.

    O de lo contrario estarías tan loco como pareces.

    ESTE grita y gesticula, te asalta con planes y quejas; aquel duerme y duerme sin sueños.

    Te dices a ti mismo: El trabajo es fácil; despertaré al que duerme y calmaré al inquieto. Y no puedes hacerlo porque es imposible, ya que la planta está en la semilla y la semilla ya está sembrada.

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