En busca de los primeros mexicanos
Lo que el antropólogo físico Alejandro Terrazas sostiene en su palma es la reproducción del cráneo de uno de los restos humanos más antiguos hallados en México. Acaba de tomarla de una estantería que abarca toda la pared detrás de él, donde otras tantas osamentas nos miran como si supieran que hablamos de ellas. Se trata de la Mujer del Peñón III que, si bien se extrajo en 1959 de una excavación en el Cerro del Peñón de los Baños, durante la construcción del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, hasta 2002 dataciones por carbono-14 determinaron que tenía 12,700 años, convirtiéndose en el mexicano más antiguo encontrado.
Antes de ella el puesto estuvo vacío. O casi. Lo había ocupado desde 1947 el Hombre de Tepexpan, hallado por el geólogo y explorador alemán Helmut de Terra (1900-1981) en el lecho del lago seco de Texcoco. Como junto a sus restos había huesos de mamut, De Terra no dudó de que se tratara de un habitante del México prehistórico. Pero en los años 80 ello se desmintió cuando se le atribuyeron sólo 2,000 años en lugar de 11,000 [ver recuadro “Caso archivado”]. Desde entonces, y hasta la datación de la Mujer del Peñón, el estudio de la prehistoria en México fue un tema relativamente desatendido. Pero ahora parece atravesar por una buena racha, y a esta dama que vivía en una isla del lago de Texcoco actualmente le disputan el sitio no uno, sino varios candidatos más. Una de ellos –al menos su calavera–descansa en la otra mano de Terrazas, quien se encuentra en su laboratorio del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, en Ciudad de México: “Esta es la Mujer de las Palmas”, anuncia. Representa a una mujer de entre 44 y 50 años de edad que vivió al menos 300 años antes que la del Peñón, y forma parte de un grupo de restos óseos precerámicos (anteriores a la invención de la cerámica) que podrían ser los más antiguos no sólo de México, sino de América. Su hallazgo, como el del resto de sus coetáneos, ha cimbrado lo que se sabía hasta ahora del estudio de la prehistoria en nuestro país. Su primer gran logro fue evidenciar que la búsqueda de los habitantes tempranos de México se había estado realizando en el terreno equivocado: más que cavar en tierra firme había que bucear. Y no en un sitio cualquiera: en las inaccesibles profundidades de los cenotes y cavernas de la Riviera Maya, en la península de Yucatán, una
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