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Serpiente de estrellas
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Serpiente de estrellas

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Esta es una novela en la que se entreteje la cotidianidad objetiva de lo que fue México Tenochtitlan, una civilización perfectamente constituída, cuyos valores residían en el fervor religioso, el honor, la guerra, el inmutable destino y los sacrificios humanos. En una sociedad con esta, sólo una voluntad de héroe y la fe absoluta en su nahual, puede hacer que el valiente guerrero Citlalcoatl, cumpla la misión que habra de vivificar y traer fortaleza al gran imperio mexica.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 ene 2014
ISBN9781939048493
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    Serpiente de estrellas - Patricia Lucia Avila

    En México, la letra x se pronuncia de cuatro maneras:

    1. como s, en Xochimilco

    2. como j, en Xavier o México

    3. como ks, en extremo

    4. como sh, en Xitle

    En esta obra, la palabra mexica se dice /meshica/ en náhuatl, del mismo modo que Xitle.

    Asimismo, en el idioma mexicano, el náhuatl, la ll se articula a semejanza de una sola l: Tullan es /tulan/.

    También, el término mexicano se refiere al uso del vocablo durante la época prehispánica. El gentilicio se refiere al grupo más poderoso de Mesoamérica y no a la población de lo que hoy es todo el país. Aquí, mexicanos, tenochcas, aztecas, son sinónimos usados para designar a los habitantes del Anáhuac.

    Serpiente de estrellas

    I

    —Y ahora, ¿qué va a pasar conmigo? —pregunta Cinco Flor a su madre. La mu-chacha espera el nacimiento de su hijo.

    —A ver, mamacita, usted ilústreme: bien claro, bien claro, ¿qué es un nahual?

    —Ay, chiquita, mis uñas y mi pelo —le acaricia la cabeza—. Mi primorosa del primor, has crecido de mí igual que me crecen las uñas y el pelo. En algún lugar, un animalito comparte el destino humano. Lo vivido por uno le sucede a él. Repetimos el mismo porvenir y ellos hasta nos protegen. Si tenemos un accidente, aunque nunca lo conozcamos, tal vez él muera para salvarnos. No estamos juntos, cada quien por su lado. Eso es un nahual. El de Quetzalcoatl es la Serpiente Emplumada, el de Tezcatlipoca, el Ocelote y también el Guajolote, por negro. A ti te toca la mariposa.

    —¿Cuál cree usted que será el nahual de mi niño? —sigue Cinco Flor—. Fíjese, mamacita, desde temprano recibo mensajes. Me despierto por el ruido de tres mariposas sobre mi cabeza y veo sus huevecillos encima de una hoja de la maceta —se acerca a la figura del dios—. Huitzilopochtli —la joven reza devota frente al altar de la casa—, diosito, estoy bajo su protección. Estos insectos de alas hermosas lo representan y así me informa usted, Señor, que todo está bien conmigo. Los dioses... Mamita —voltea hacia su progenitora—, quiero una imagen de Xilonen, la divinidad del maíz. De maíz es mi carne, la carne de mi chiquito. Y voy a buscar su dibujo con los artistas de las plumas.

    —¡Maravilloso trabajo, Cinco Flor! —la madre se emociona—. ¡Qué difícil quitarles las plumas coloridas a las aves hermosas, pegarlas en un cuadro para representar paisajes y figuras! Y al tacto, la textura es de algodoncitos. La no pérdida del brillo y la conservación de la tonalidad se consigue porque los artesanos capturan a los pájaros con trampas de palos, sin tocarlos con las manos, pues el susto entristece las gamas. Después, para que no pierdan su belleza, se las arrancan a los colibríes vivos, porque si se mueren, los tonos se opacan.

    —No faltaba más —la niña considera—, consigo el retrato y le pido a la diosa felicidad en el futuro. A cambio de algo, obtengo la pieza con los vecinos fabricantes o, si no, la merco en el tianguis. Hago doce canastos o tejo un petate, ¿no cree usted, nonantzin? Me voy al lago a recolectar palmas y juncos.

    Enseguida, Cinco Flor se asea; enreda su enagua; la amarra con su cinturón de petate y termina con el huipil y los huaraches.

    —¡Y esta coneja con sus crías encarrerada por mi casa! —¡qué sorpresa de Cinco Flor cuando ve al roedor!—. Ya te sales blanquita y orejuda. ¡Parece buena suerte! Me esperan, ¿qué cosas? Mejor me apuro y camino rápido sin detenerme en pláticas con los amigos del barrio.

    Sonriente, la madre ve salir a su hija. A pesar de sus dieciséis años, para ella siempre será chiquita.

    Las aguas lacustres suben durante la noche. Aunque señalado por el dios, el lugar del águila y el nopal en medio de un lago tiene sus inconvenientes: el suelo resbaladizo, los pies siempre en lodo y las inundaciones molestas y bien feas. Ya Cinco Flor lleva andado un trecho largo. El graznido de los patos le anuncia la cercanía de los juncos.

    —¡Cuántas veces un animal anda conmigo! —observa ella—. A ver, tú, catarina en mi ojo, vente para acá, chamaca, te tomo con cuidado y te ponemos aquí en este cempasúchil del camino.

    La muchacha toma asiento en una piedra. A medio día, el cielo... azul, azul, azul, y las nubes como una serpiente gorda, blanca. El oro del sol ilumina con decisión y los colores del agua transparente, de los zacates, de las flores, de la tierra, se ven más intensos. Los volcanes parecen incrustaciones sobre el firmamento.

    —Yo tengo tanto calor y a ellos los cubre la nieve. Fuego y hielo. El ambiente rodeado de dioses y el sitio entra en mí cuando respiro. ¡Ay, ay!, ¿qué me sube por el pie? Y ¿qué es esto en mi pantorrilla y en mi muslo y la ingle? Uno es levantarse —se desamarra el enredo para ver qué es.

    —Vete, cosa, aléjate de mí. Dioses... ¡Una lagartija! Escuincla ésta, ahí andas por todo mi cuerpo. Sí, córrele. Te sentí refeo. Mejor tejo los cestos luego —sacudiendo una mano, determina—. Me voy a ver a la adivina, conocedora de estas cosas y la que con su magia dice a cada quien su suerte —acelera el paso. En tramos, corre—. ¿De qué se trata todo esto? Me falta aire.

    Cinco Flor, llega a casa de la viejita. La construcción de juncos está recubierta de adobe. El techo de palma bien tejida impide la entrada del agua en época de lluvias. Huele a perfumes de copales encendidos en el altarcito del fondo. Entra poca luz proveniente de la puerta. En esas viviendas, igual a las cuevas, no hay hoyos para la entrada de los rayos solares. Sobre el fogón hierve un guisado en una cazuela de barro grueso. De las paredes cuelga gran variedad de ramos y racimos coloridos, frescos algunos y ya muy secos, otros. Certifican el conocimiento herborlario de la dueña.

    —Buenos días tenga usted, mi muy respetable y enterada señora adivina. Con gran necesidad, yo que soy tan poca cosa, me atrevo a pedir su ayuda.

    —Niña buena y bonita, hija de tan honorable familia, hoy la Madre Tierra y el Sol riegan su fuerza en dicha para que yo, humilde y tonta, atienda tus preguntas —contesta la hechicera con el rostro tiznado de negro y su pelo jalado hacia atrás en una espléndida trenza gruesa—. ¿Qué deseas, Cinco Flor?

    —Mi muy amable señora, quiero saber mi futuro. La vida me anda diciendo algo. Desde temprano me pasan cosas, me encuentro una mariposa, una coneja, una catarina y por último, ¡uf, qué susto!, se me sube una lagartija y me camina por toda la pierna derecha hasta arriba.

    Se sientan encima de un petate.

    —Hija —crecen las órdenes de la anciana—, arroja estos granos de maíz al suelo. Así descubrimos los designios que Nuestra Señora Xilonen tiene para ti. Vamos a ver cómo caen. De esta forma conocemos la palabra de la vida.

    Macuilxochitl, Cinco Flor, lanza el contenido de su puño. La ansiedad dirige el movimiento. Con emoción busca los ojos de la intérprete del Universo.

    —Bueno, mira, este niño, este niño tuyo, tu riqueza dada por los dioses, va a ser amigo de todos los animales, quienes lo protegerán. Especialmente, Cuetzpallin, la lagartija, que ya es su nahual. Este reptilito consigue su comida con facilidad. Tu hijo recoge abundancia. La lagartija es delgada y veloz. Él jamás engordará. Correoso y flaco, lo veremos lleno de fuerza física. Va a ser niño y, además, se convertirá en un muchacho honorable, de muslos recios.

    El rostro de Macuilxochitl resplandece en una sonrisa de madre feliz. También entrelaza sus manos bajo los labios. Al fin, vence su pena y su miedo. Existe una gran duda que, por terrible, se convierte en un tapón de su garganta. ¿Cómo osarse a preguntarlo? Respira, se muerde el labio, pero sí, se atreve:

    —¿Y si me muero en el parto?

    —Será lo que Ometeotl, el Señor de la Dualidad, determine. Frente a su mandato nada cambia. Recuerda: las primerizas muertas pasan al mundo de los descarnados como divinas. Acompañan al sol en su recorrido desde el cenit hasta el ocaso. Permanecen en el rumbo del norte y se les venera, pues atraviesan el trance de la vida y de la muerte. No temas, hija mía, una cosa o la otra; de morir, serás honrada igual a diosa. Por lo pronto, el niño con que la Vida te bendice, desde ahora tiene ya las cuatrocientas ventajas de la lagartija.

    —Gracias, mi muy querida señora. Con su gran conocimiento, usted resuelve y aclara las penas atoradas en mis entrañas. Me despido llena de gratitud por su inapreciable bondad. Me voy. Quiero tejer unos cestos para conseguir una estatuilla de Xilonen.

    II

    Al poco tiempo, en la casita de Arco y Cinco Flor se prepara un convivio. La comedera abarca un tamal de itzcuintle, perro, con armadillo; mole, siempre mole; bebidas de agua de chía y cacao con vainilla. También hay cañas de humo para fumar, flores olorosas y pulque sólo para los ancianos. Los ocho abuelitos, los padres de la pareja y algunos parientes de cabeza canosa los visitan para hacerles recomendaciones. Después de intercambiar saludos amplios en respeto y harto cariño, las mujeres se sientan en el suelo y los hombres en taburetes de mimbre y madera. Uno de los ancianos, ajeno a la familia, toma la palabra.

    —El dios Noche y Viento, Tezcatlipoca, Humo del Espejo, está aquí. Por él, les pido su buena disposición para escuchar mis palabritas pobres y groseras. Parece que el Señor ha puesto un tesoro dentro de Macuilxochitl. Lamento la ausencia de los difuntos que vivieron en este mundo. Los viejitos y viejitas, nuestros ancestros idos, hoy se encuentran en la cueva y en el agua, en el Mictlan, el Reino de los Muertos. Se fueron para nunca más volver. Son ellos quienes deberían expresarse. En cambio, siento mucha pena por ustedes a quienes toca oír mis barbaridades sin orden y sin ton ni son para sus orejitas. Hoy gozamos de una obra maravillosa: quieren los dioses que tengamos una joyita para nuestra dicha. Esto es un gran beneficio y por eso lloro de ternura y placer. Nosotros, pobres, decimos palabras que no sirven. Los antepasados sí sabían hablar. Por ventura, ellos dejaron plantada la descendencia como un maguey, como un collar de flores con los que los Señores y las Señoras de los Trece Cielos adornan a esta muchacha, porque la dicha que Ellos nos han dado está escondida en esta mujercita. El Señor del Mictlan pone un pedacito de carne dentro de ti. Dios quiere que el maguey de raíces bien profundas que los bisabuelos y tatarabuelos plantaron eche un retoño. Gracias por oír mis aburridas palabras.

    Enseguida, la abuelita se pone de pie y con una inclinación de cabeza lanza una mirada al grupo.

    —Hijitos adorados, Tlahuitotl, Arco, y Macuilxochitl, Cinco Flor, barran y pongan orden en su hogar. Suspiren y lloren delante de Tezcatlipoca para que sea benigno. Prendan copal en el altar de la casa. Cuiden a su chamaquito cuando llegue. No se vayan a enfermar. Y tú, Cinco Flor, adorada palomita mía, no cargues cosas pesadas. Tampoco hagas fuerzas ni te bañes con el agua tan caliente. No mires nada desagradable, estrellita mía. Éstas son las palabras de los viejos antiguos dichas antes para nosotros y ahora escuchadas por ustedes. Los queremos muchísimo, amadísimos hijitos. Para nosotros ustedes son adorables y valiosos como las esmeraldas y las perlas de los mares.

    La concurrencia agradece los discursos. Varios pares de ojos se aniegan. Hay un momento silencioso, pronto roto por la madre de Cinco Flor, quien invita a todos la comida y los tragos. Una alegría tierna envuelve la casita. El alumbramiento se acerca.

    En poco tiempo, Cinco Flor amanece entre contracciones. Las paredes de la vivienda se cargan de tensión.

    Llega la partera. Antes que otra cosa, reza a Yoalticitl, la diosa de los partos y el temazcal. Toma el sahumerio con copales y saluda a los cuatro puntos del mundo. La armonía del cosmos se hace presente en la tierra, el aire, el agua y el fuego.

    La comadrona y las suegras acompañan a la muchacha, quien siente una aguja en la cintura como una punzada repetitiva y más fuerte cada vez. Se acorta el tiempo entre uno y otro espasmo. Cinco Flor camina por la casa con las palmas de las manos arriba de la cintura. Espera tomar una afusión de vapor. Mientras la llevan, en silencio, soporta los famosos dolores. Ahora, ella los descubre atrás, en la cintura, como cuando sangra cada mes. Jamás antes por su imaginación ha pasado tal suplicio.

    Las mujeres calientan piedras en el temazcal, una estancia de adobe, redonda, erigida a unos pasos del chante. Preparan hojas de maíz y un sinfín de plantas hervidas en un tecomate.

    Cuidan la temperatura del vapor. El ambiente no debe calentarse demasiado, para no achichinar al bebé, a punto de nacer.

    —Tranquilízate, hijita mía —cariñosa, habla la experta—, los dioses de los partos y de los médicos nos protegen con su sombra como si fueran ahuehuetes. Este chiquito nace de tu garganta y de tus lomos. Con él, los dioses quieren dar una fiesta a tus ancestros. No estás sola. Yo te abrazo, aquí tu madre y tu suegra también te acompañan y tengo remedios para ayudarte. Ahorita nos metemos al ritual. Te voy a enjabonar la cabeza y todo el cuerpo con agua calientita, rica y toco tu barriguita para asegurarme de que la criatura esté colocada en buena posición. De no estarlo, la jalo con mis manos para ponerla en su lugar. Junto conmigo repetirás y repetirás las palabras de las diosas.

    —Muchas gracias, mi muy linda ticitl, comadrona —contesta Cinco Flor—; por favor, ayúdeme, la molestia va en aumento.

    Su madre la abraza y le recuerda que Oxomoco y Cipactonal, la primera pareja de mexicanos creada por Quetzalcoatl, ponen su seguridad en ella. De ellos viene. De ellos, los primeros pobladores, tiene sus fuerzas ahora.

    La acompaña a la puerta del temazcal. Únicamente entra la partera. Con zacates suaves y raíces saponarias la talla entre ternezas. Le brinda palabras dulces y gran apoyo. Vieja y con experiencia, le palpa el vientre.

    —Por suerte su cabecita, ya colocada, se prepara para salir.

    —Gracias, mi señora —contesta ella con los ojos humedecidos y una mueca—. Me duele mucho.

    Oprime el hombro de la anciana y se come los labios hasta desaparecerlos. Frunce el ceño, cierra los ojos y se queja. Una contracción más fuerte la sacude. Empieza la retahíla de repeticiones verbales, súplicas a las Fuerzas del Cosmos, para el buen desenlace. La partera la enjuaga con el agua de hojas y con suavidad le fricciona la espalda y la cintura. El vapor aumenta. Los masajes sirven de tranquilizantes. Pronto, Macuilxochitl se ve cubierta con mantas gruesas y anchas. Regresan a la casa. Terminan de secarla y la recuestan en su petate.

    —¿Cómo te sientes después de este bañito?

    —¡Ay! No sé. Parece que mejor, pero como que me duele muchísmo. Ahora sí, esto se está poniendo refeo. Ya no puedo, por favor.

    Cada una de su lado, la madre y la suegra, le acarician la cabeza, le secan los sudores y le ofrecen sus brazos y sus manos para que ella las apriete durante cada sacudida de su vientre. Se rompe la bolsa de las aguas. Es entonces cuando la comadrona, para calmarle su gran pesar, la hace beber una infusión de cihuapactli, la hierba poderosa de sabor pesado, especial para acelerar el nacimiento y quitar los malestares. Le sirve un jarrito, luego otro y otro más. Los dolores se calman bastante, pero el sudor cae a goterones de su frente, y la sangre de la placenta corre a chorros. Su estómago se atiranta más veces seguidas. Ya pasa poco tiempo entre uno y otro jalón. Y otra vez se presenta el cólico. Tiembla toda y grita. El esfuerzo físico es enorme. Sin duda, el más grande de toda su vida.

    —¡Ya no, ya no, por favor! ¡Ya no puedo más! Es demasiado.

    El vasto conocimiento de la comadrona le indica que llega el momento de ponerla en cuclillas y de darle un bebedizo hecho de la cola molida del tlacuache. La medicina sirve para expulsar a la criatura de su cuerpo. Las abuelas la sostienen por las axilas. Buscan sostenerla para facilitar la salida del escuincle.

    —Ahí se ve ya el cabellito negro de la cabecita —dice la suegra feliz al aga-charse frente a la parturienta.

    —Puja, Cinco Flor. Otra vez, puja, puja, palomita. Una más y ya lo tenemos —asegura la partera.

    Cinco Flor es la Madre Tierra que echa la plantita germinada dentro de ella. Se trata de un varón sano. A partir de ahí lo demás fluye naturalmente. Sale la placenta, cortan el ombligo. Ya en su petate recibe frotamientos con paños humedecidos. La visten con ropas calientitas, cómodas y la cubren para dejarla descansar.

    En el Anahuac se muere para que haya más vida. Los hombres enfrentan este hecho en la guerra; las mujeres cuando sacan a sus tesoritos de sí mismas. Muerte y vida son los extremos de un mismo eje. Sin una, no existe la otra. Sale el sol, irrumpe la noche. Se triunfa en la existencia. La divinidad es el premio de perecer a favor de los demás.

    Estremecida de pies a cabeza, la primeriza vence igual que un valiente en el combate. Ahora, ella conoce el orgullo de un guerrero águila o de un guerrero ocelote. El esfuerzo vale la recompensa. Saberse rodeada de esplendor, sentir el cosmos en armonía. Hoy, su ofrenda a los dioses es su hijo.

    La comadrona lo arrulla plena de cariño y lo saluda dichosa.

    —Sé muy bien llegado, hijito, chiquito, muy querido, mi jadecito, mi pluma espléndida, mi florecita de los campos más hermosos. Pareces un pajarito que abre sus ojitos en un nido. Estás de paso en esta casa y en este camino. Un día te vas a volar avecita, a hacer tu historia en la tierra y seguir tu rumbo por el Universo.

    Entonces, lo lava y pide a Chalchiuhtlicue, la Diosa de las Aguas Terrestres, los ríos, las lagunas, los afluentes; y a Tlaloc, el Señor de la Lluvia, que limpien y purifiquen su corazón.

    —Niñito adorado, deseo que cuando crezcas, te conviertas en un soldado fornido y sonriente.

    Lo envuelve en finas mantas y lo coloca sobre el pecho de su mamá, quien experimenta segundos de azoro. Los sufrimientos de tortura se han ido. Da la impresión de que nunca hubieran estado. Sólo la embarga la dicha. Se pasa de un sufrimiento terrible, a la felicidad completa. ¡Así se da semejante cambio! ¿Se retuerce mi cuerpo con espasmos y ahorita ya no siento nada molesto?, piensa Cinco Flor.

    —Su pielecita parece begonia —dice al acariciarlo por primera vez—. Ninguna persona tiene esa textura.

    —Macuilxochitl —le aclara su madre—, es que viene de adentro de ti. Ni siquiera lo ha rozado el viento. Ya mañana se le irá haciendo su piel de bebecito.

    Cinco Flor lo besa, lo apapacha, lo conoce. Sabe que ya jamás va a olvidar esa cara. Lo aleja un poco para verlo con cuidado y, para sus adentros, piensa que está refeíto, sin imaginarse siquiera cuánta adoración se le ha de venir por él, crece y crece hasta su muerte.

    Las caracolas marinas y los tambores de madera del Templo Mayor anuncian el nuevo amanecer. Aún falta mucho para que salga el sol.

    —Tu hijito —la partera se dirige a Macuilxochitl— representa la esencia del fuego, de la cascada, del vendaval, de la tierra en la que germinan las mazorcas. No tuviste miedo para traerlo al mundo. Ésta es una situación tan difícil, igual a la que vive un varón cuando pelea. Nuestro Dios, la Serpiente Emplumada, nos da una de sus piedras preciosas y una de sus plumas benditas para esta pobre casa hecha de cañas. Ya tartamuda, dije muchas barbaridades. Pido cuatrocientas disculpas. De seguro, a causa de tanto escucharme, ya les duelen la cabecita y el estomaguito.

    Entonces, Tlahuitotl, Arco, se agacha a ver y besar a su escuinclito. Levanta la vista, se pone de pie y agradece la presencia de la comadrona.

    —Muy respetable y querida señora, nunca olvidaremos el esfuerzo y la compañía que hoy nos da. Estos hechos se quedan en nuestros corazones como las raíces de los magueyes amarrados a la tierra. Si uno trata de trasplantar este cactus, descubre que no puede, porque aunque la planta no esté crecida, sus raíces de tal profundidad hacen casi imposible jalarlo. Así se marca en mi comal y en mi metate el recuerdo que usted deja.

    Las abuelitas se acercan cargando los regalos que para esta despedida aguar-dan preparados desde días antes.

    —Reciba estas cositas, dádivas sin valor alguno —Arco domina las formas del trato—. Los regalos sin chiste, cual piedras del campo, pequeños y humildísimos tienen el propósito de agradecerle su protección, que se parece a los rayos del sol en invierno. Le doy unos paños tejidos en el telar de cintura de mis hermanitas. Mi suegro le suplica que acepte este presentito insignificante.

    Le entrega una jícara del tamaño de su puño, pintada de flores de muchos colores. Su fondo es amarillo. Ella levanta la tapa y descubre una linda turquesa.

    —Mi muy respetable señora —dice la nueva mamá—, por favor, también acepte usted un itacate de tamales con chile.

    —Tlazohcamati, gracias, usted queda en mi gratitud.

    Los familiares dicen adiós a la comadrona y la encaminan rumbo a su hogar.

    A Tlahuitotl, Arco, el nuevo papá, lo embargan la dicha y el orgullo; también la sensación hasta ayer desconocida de la paternidad. Su mirada más dulce y tierna barre el cuerpo de su esposa. Se sienta a su lado. Su hijo —piensa con emoción— saldrá triunfador en las batallas. Así se espera que lo haga un buen mexicano. Recuerda cuando, todavía muy pequeño, su padre le explicó el significado de ser un cuauchic, un cabeza rapada en el mundo nahua. Eso va a ser su hijo. Un hombre que pueda llevar el pelo corto y reciba el respeto de la comunidad, debido a que en una sola batalla consiga atrapar cuatro prisioneros para alimentar a los dioses. Sólo así, los Dueños del Mundo permiten la existencia de un orden perfecto en la Naturaleza. De esta manera hay armonía en los hogares, amor y abundancia en las cosechas. Si yo lo hago —reflexiona Arco—, ¿por qué mi hijo no habrá de repetirlo? En verdad, nada fácil resulta lograrlo, significa una gran proeza. ¡Complicada la lucha donde no se trata de matar, sino de conseguir cautivos para después sacrificarlos a los Seres Supremos! ¡Y salir ileso!

    Este oro, este granate mío, mi varón —vibra Arco—, va a pertenecer a la nobleza, no por linaje, su valor lo hará encumbrarse. ¡Cómo que no!

    Se imagina a sí mismo en la parte donde los gritos, los jaloneos, el impacto viril destacan... El centro del próximo combate. Ahí, en el llano en llamas por el fragor de las hazañas más atrevidas, va a enterrar el ombligo de su hijo. Estas fuerzas han de bendecir su destino y aficionarlo a la milicia. Así lo hizo su padre por Arco. Ahora le toca a él un mismo esfuerzo en favor de su aguilitita.

    Cinco Flor duerme de tanto cansancio. Durante su sueño, ve a la diosa del maíz. Muy tierna, como para señalarlo por algo especial, la deidad le acaricia la cabeza a su hijo una y otra vez. Despierta. Sonriente, se incorpora en su petate. Saca a Arco de sus pensamientos:

    —Mi viejito, ¿qué nos irá a decir el ministro del Dios, el Señor del Centro y la Periferia, quien lee la suerte en el libro de los destinos?

    —El adivinador comunicará cosas buenas.

    —Te suplico —pide la mamá—, ve por él al templo.

    Arco se dispone a buscarlo. Su suegra y su cuñada prenden el fuego hoga-reño. Arrodilladas junto al molcajete y los tecomates muelen el maíz para hacer las tortillas de esa ocasión. En el jardín, los guajolotes y los patos picotean su almuerzo. Dichoso, el padre cruza el jardín. Grandes sabinos rodean una fuente llena de peces. Hay troncos muertos. Sobre éstos se ven tallas de serpientes pintadas de vivos tonos. Los adornos embellecen el ambiente y se respira el fuerte perfume de las flores. Ese día, Arco es un nahua feliz. Sus pies añoran pasos de baile. Alza la vista y disfruta la grandeza de los palacios y templos. Quiere beber jícaras de chocolate con sus amigos. Se siente bendecido por los dioses.

    La fascinación tenochca por las chinampas sembradas de girasoles, nome-olvides, floripondios, hueledenoches recuerda la dicha de vivir. Está alegre, lo embarga el orgullo, recuerda el poderío que posee sobre el mundo por el sólo hecho de haber nacido mexica. Así piensa el nuevo papá.

    Arco tiene su vivienda por Tepeaquilla, una de las tres calzadas de la ciudad, junto con las de Iztapalapa y Tacuba. Se embarca en su canoa para sumarse al ir y venir de las trajineras en los canales.

    Cinco Flor manda adornar la casa con ramas de árboles, alandrines y mu-chas, muchas otras flores. Las visitas no tardan en llegar y ella ya quiere la fiesta. Se sacan taburetes fabricados por los del pueblo de Cuautitlan, quienes, para pagar su tributo al gobernante de México, entregan cuatro mil al año. Contentos, los parientes pasan por la puerta, llenos de gusto y sonrientes.

    —Nochan mochan, mi casa es tu casa —los recibe Cinco Flor—, pasen.

    Con su pipiolera, la parentela intercambia sonrisas, palmadas, felicitaciones. El ambiente efervece de bullicio y alegrías. Arco se aproxima junto al sacerdote venido del templo.

    El adivino entra y se hace un silencio absoluto. Un gran respeto vibra absolutamente. Él porta la palabra esperada... También la temida. Después de intercambiar saludos de palabras bonitas, el astrólogo revuelve el tonalamatl, su libro calendárico. Revisa las fechas con cuidado. Se toma poco tiempo para responder, pero a la madre y al padre les parece interminable. El vaticinador se hinca y se agacha hasta el suelo. Recoge polvo con el dedo índice, se lo lleva a la boca y lo chupa. Así jura y pone a la Naturaleza de testigo. Ante la Madre Tierra demuestra decir la verdad.

    —En su magnificencia, los Señores Divinos nos bendicen y protegen en la forma en que el ahuehuete nos cubre bajo su sombra. El abrigo de las cuevas en los montes sirve de resguardo cariñoso para guarecernos de la lluvia en el camino. Así, los Seres Supremos velan por nosotros o nos desamparan de la misma manera, como cuando durante las tempestades caen rayos tronadores para asustarnos y para hacernos saber nuestra impotencia frente a los designios cósmicos. Sólo a ellos toca decidir qué nos corresponde en esta existencia de padecimientos o bienaventuranzas. Recemos conmovidos con los ojos llenos de lágrimas para la felicidad de esta casita en donde se guardan todos los fenómenos buenos y malos de la historia. Esta vez, Ometeotl, el dios dual, integrado de Ometecuhtli, Señor de la Dualidad, y de Omecihuatl, Señora de la Dualidad, la pareja de dioses en uno solo, abre mis ojos ciegos para mirar que en buen signo nace su hijo. Será señor, un gran príncipe, y en la guerra, esforzado y valiente. Ha de verse envuelto de las dignidades propias de los jefes de la milicia, de los vencedores, y habrá de cumplir una misión para fortalecer el poderío mexicano. Encendamos más copal y agradezcamos semejante bondad.

    —Mi muy respetable señor astrólogo, a mi muchachito, ¿qué signo le toca en suerte? —pregunta Arco.

    —Los dioses quieren Ce Ozomatli, 1-Mono. En este hado le corresponden la guapura, la dicha, el amor y la amistad. Se distinguirá porque será poeta, buen danzante o pintor. Va a crecer bien. No tengo más que decir. Sólo les pido que desde nuestra pequeñez, nosotros, que no somos más que piojos del petate sucio, veamos las manchas negras del ocelote iguales a las estrellas resplandecientes de la oscuridad y nos humillemos ante Tezcatlipoca, para siempre conservar su infinita y perfecta protección; ante él, quien es invisible como el viento, impalpable como la noche.

    Para agradecer tanta felicidad a Ometeotl, el dios más importante, el ubicado en el cielo trece, se enciende copal en el altar de la casa. Con espinas de maguey, Arco y los abuelos se sangran las orejas. En papeles recogen el líquido escurrido. Éste y no otro es el alimento de los dioses. Las mujeres no participan del rito. Permanecen mudas y bajan la vista.

    Sobre los comales se cuecen mazas, carnes, frijoles sazonados, moles y el aroma del cacao con vainilla anima a la concurrencia. Convidan al agorero a quien, además, antes de su partida, le regalan mantas hermosas con flecos emplumados y cosas útiles, entre las que van dos guajolotes y una carga de comida.

    III

    A la mañana siguiente, Cinco Flor y Arco amanecen con el orgullo y el susto de ser papás. Semejante sensación los asoma al ámbito de los seres benditos. El entorno parece distinto y espléndido. Su interés completo sólo se fija en el hijito. Ese único pensamiento y no otro, sienten. Se trata de una bendición total, concedida nada más así porque sí. Arrullar a un primogénito representa una novedad imposible de imaginarse, si no se pasa por semejante circunstancia.

    —Las situaciones pueden transmitirse o contarse, pero convertirse en padre o madre significa algo que sólo viviéndolo se sabe qué es, ¿no lo crees así, Macuilxochitl?

    —Ay, Arco, me siento estrella iluminada, llena de alegría. Tengo un bienestar profundo y a la vez sagrado. Se trata de una ternura dulce y fuerte, fuerte, tan fuerte que siento en mí a los dioses, a lo eterno. Mi chamaquito, míralo, se ve tan pequeño. Mi mamá, tu mamá, los abuelos, todos dicen que se parece a ti —Arco sonríe invadido por la intensidad de su mujer.

    —Este escuincle, sí, de veras es muy flaco, bastante más de lo que lo fueron mis hermanos. Y además, ¿qué importa? El sabio del templo dice que los astros, los ríos, los vientos, la tierra lo protegen y realizará una hazaña importante.

    —Arco, ¿de qué manera se va a llamar nuestro niño? Por el resplandor sentido por mí hoy se me antoja darle el nombre de un lucero.

    —Yo desde el nacimiento de mi hijo me planto tan sólido, igual a un árbol. Quiero sembrar en él una idea de fortaleza, de beneficio para los otros y de suerte agrícola. Eso lo tiene la víbora de cascabel. Es el animal fertilizador de los plantíos, porque remueve el suelo y permite la entrada del aire.

    —Entonces, lo más armónico: la tierra y el cielo.

    —Sí, Macuilxochiltzin, vamos a ponerle Serpiente. Así le toca por el día en que nació.

    —Serpiente, Arco —decidida, la madre concluye—, Serpiente de Estrellas, Citlalcoatl. Así le toca por el día en que nació.

    Después de dos semanas, para darle nombre en día de fortuna, se prepara un convivio. Quelites, huauzontles, pinole, tortillas gruesas, salsas rojas, verdes y moradas acompañan los huevos de hormiga y una suculenta barbacoa de venado. ¡No faltaba más! A modo de sopes se sirven las más pequeñas hojas de nopal con frijol refrito sobre los que se rocían pétalos de flores y huevos de pata. Pasan tamales de codorniz y de conejo. Unos llevan pápalo, otros chipilín y algunos más epazote. En la variedad también hay envueltos en acuyo.

    Llama la atención el olor de los pescaditos que se guisan con quelites y se ofrecen en cáscaras de calabaza. Se toman caldos de pozole de diferentes tipos de maíz. Las cocineras presumen sus moles de muchos chiles, donde sobresalen la suavidad de las carnes de xoloitzcuintle, perro, guajolote y armadillo.

    Las tortillas calientitas, que son plato, cuchara y comida, guardan delicias hechas al vapor o fritas en manteca de animales y de aceite de chía. Además, a base de salarlas, se degustan carnes en conserva que se saborean con exquisitas salsas de molcajete, guacamole y ensalada de jitomate, cebolla y chile crudos. Circulan bolsitas de axiote, del árbol de las maravillas, el maguey, que contienen acociles, chapulines e insectos de varias clases.

    En canastas floridas, las muchachas desfilan con guayabas, chicozapotes, piñas, tunas, mameyes, chirimoyas. No faltan figuras de amaranto amasadas con miel de abeja y pepitas dulces y, ¡qué lujo!, Arco se luce como anfitrión: en jícaras se bebe dádiva de los dioses, xocolatl espumoso, espolvoreado de chile o vainilla, según el gusto. También sirven pulque para los abuelitos. Sólo a ellos, mayores de cincuenta y dos años, se les permite beber alcohol y emborracharse. Cuentan con el beneplácito de la comunidad mexicana entera. Ya pasaron el tiempo más que considerable de vida. Ya cumplieron con lo exigido. Que hagan lo que quieran. En cambio, los jóvenes borrachos parecen zopilotes en remojo, los amonestan en público y si son nobles, hasta los matan.

    A la fiesta llegan los familiares y los dos amigos más cercanos de Arco: Pochote y Manantial. Los abuelitos se interesan en platicarles.

    —Arco, quiero conocer a tus amigos.

    —Mi respeto por usted es inmenso, abuelita, ahorita los llamo. Pochote y Manantial, acérquense para ver a mis ancianitos.

    Los jóvenes se aproximan con la vista baja y una

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