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Los Nahuales de Corpus Christi: Leyendas de Tlalnepantla, #2
Los Nahuales de Corpus Christi: Leyendas de Tlalnepantla, #2
Los Nahuales de Corpus Christi: Leyendas de Tlalnepantla, #2
Libro electrónico81 páginas1 hora

Los Nahuales de Corpus Christi: Leyendas de Tlalnepantla, #2

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Cuenta la leyenda, qué, en los albores del verano del año de Nuestro Señor de 1570; cuando la aún joven y bucólica villa de Corpus Christi, tenía su amanecer en las memorias del mundo, se dieron sucesos extraordinarios y muy dignos de ser contados. Este parsimonioso lugar se había fundado, hacía unos treinta y cinco años atrás, por un valiente grupo de franciscanos que tenían como misión: establecer el reino de Dios en la tierra, según ellos mismos solían decir cuando justificaban sus trabajos de ayuda y auxilio. En este lugar, sereno y alejado del ruido del mundo, ocurrieron los hechos que relato aquí, los mismos, qué, fueron obtenidos de un cuadernillo en el que algunas hojas faltaban y que se perdió durante varios siglos, de alguna forma lo hallé en el tianguis de libros de la Ciudadela, hace algunos años atrás, el autor, según lo anuncian sus páginas fue el Capitán Juan Freixedo y Castillejos, natural de Extremadura y hombre de armas de profesión. En el se cuentan los verdaderos hechos de la temporada en la que los nahuales se apoderaron de la tranquilidad de los habitantes de las cercanías de la fundación de Corpus Christi y del cómo Sebastian de Aparicio los enfrentó y aniquiló.

 

De la serie Leyendas de Tlalnepantla, en las que se revelan las aventuras del Beato Sebastian de Aparicio y la sociedad secreta que él habría de fundar, de cómo se deshicieron de las criaturas que en el nuevo mundo encontraron al acecho de Corpus Christi y sus alrededores, en las cercanías de la Ciudad de México.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jul 2020
ISBN9781393127451
Los Nahuales de Corpus Christi: Leyendas de Tlalnepantla, #2

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    Los Nahuales de Corpus Christi - Enrique García Guasco

    Los Nahuales de Corpus Christi

    Leyendas de Tlalnepantla, Volume 2

    Enrique García Guasco

    Published by Fondo Editorial Xólotl, 2020.

    While every precaution has been taken in the preparation of this book, the publisher assumes no responsibility for errors or omissions, or for damages resulting from the use of the information contained herein.

    LOS NAHUALES DE CORPUS CHRISTI

    First edition. July 1, 2020.

    Copyright © 2020 Enrique García Guasco.

    ISBN: 978-1393127451

    Written by Enrique García Guasco.

    Tabla de Contenido

    Title Page

    Copyright Page

    Dedication

    Los Nahuales de Corpus Christi (Leyendas de Tlalnepantla, #2)

    A mis papás, a Itria y a mi abuela... Qué han escuchado muchas historias.

    Cuenta la leyenda, qué, en los albores del verano del año de Nuestro Señor de 1570; cuando la aún  joven y bucólica villa de Corpus Christi, tenía su amanecer en las memorias del mundo, se dieron sucesos extraordinarios y muy dignos de ser contados. Este parsimonioso lugar se había fundado, hacía unos treinta y cinco años atrás, por un valiente grupo de franciscanos que tenían como misión: establecer el reino de Dios en la tierra, según ellos mismos solían decir cuando justificaban sus trabajos de ayuda y auxilio. En este lugar, sereno y alejado del ruido del mundo, ocurrieron los hechos que relato aquí, los mismos, qué, fueron obtenidos de un cuadernillo en el que algunas hojas faltaban y que se perdió durante varios siglos, de alguna forma lo hallé en el tianguis de libros de la Ciudadela, hace algunos años atrás, el autor, según lo anuncian sus páginas fue el Capitán Juan Freixedo y Castillejos, natural de Extremadura y hombre de armas de profesión.

    Nos dice Freixedo, qué, en aquellos tiempos, muy pocas personas llamaban Tlalnepantla al lugar qué,  en nuestra época, adoptó como propio este nombre, en cambio, la mayoría se refería a la fundación de Corpus Christi. Lo que pasa es que la primera palabra es de origen mexicano, es decir, en la lengua náhuatl y era como los naturales de Tenayuca y San Andrés - Teocalhueyacan llamaban al sitio en donde los franciscanos habían establecido, muy al principio una pequeña capilla, y con el tiempo, su iglesia y convento; la palabra náhuatl quería decir, literalmente, la tierra de en medio, pero podría interpretarse, como: allá en medio de las dos tierras; refiriéndose, a las dos naciones indígenas que estaban establecidas, de forma casi equidistante, al oriente y poniente, tomando como referencia la capilla original que había antecedido a la Iglesia de Corpus Christi.

    La mayoría de los que hablaban castellano como lengua natural, no podían pronunciar la palabra Tlalnepantla con facilidad, la lengua se les hacía un nudo y mucho menos, les era posible, decir con claridad las deformaciones lingüísticas por tratarse de una expresión náhuatl, muchos europeos decían entre risas, palabras como: Clanepancla, otros más se referían a ésta como Tlaneplanta y, entonces, para evitarse dificultades se referían a los lugares con los nombres de las haciendas, como: Santa Mónica, Santa Cecilia, San Pablo, San Javier, San Pedro, San Andrés o San Lucas.

    Mientras qué los naturales de las naciones precolombinas, lo hacían muy por el contrario, usando los topónimos de cada uno de los sitios, estos eran los nombres que habían tenido los mismos lugares desde tiempos inmemoriales; en los sitios que los españoles aludían con nombres de santos, y usaban palabras con las que se referían a las características del lugar, así, por ejemplo, le decían: Xalpa, al lugar al que los castellanos llamaban San Pablo, Teocalhueyacan, era el nombre de San Andrés que luego fue Atenco y, así, esta tierra tuvo muchos nombres o, por decirlo de otra forma, el nombre de los sitios dependía de las personas que las nombraban. Por esta razón, en los mapas antiguos, es muy difícil encontrar la palabra Tlalnepantla y, aunque, hay algunos en los qué así aparecerá, en muchos otros solo se podrá leer Tenayocan o Tenayuca.

    Dice el manuscrito qué conseguí en la Ciudadela; qué una mañana, casi de madrugada; cuando el sol aún no se asomaba, se vieron las sombras de caballos, mulas, burros y gente, las ruedas de las pocas carretas que venían por allí, chillaban fatigadas y los animales producían sonidos; los asnos rebuznaban, los caballos cascaban sus patas contra la tierra y las voces de gente dando órdenes, hacían barullo y una algarabía extraña despertó a los qué a pocas leguas de distancia vivían, estos peregrinos se desplazaban con mucho alboroto. Fue así, qué, se suscitó la llegada de una cantidad impresionante de personas, hasta ese lugar.

    Tal fue el escándalo sobre uno de los margenes del Río Tlalnepantla, qué al aproximarse, los franciscanos de las inmediaciones de Corpus Christi, abandonaron sus actividades en el huerto, en la construcción de la Iglesia y miraron aclararse la mañana, mientras los ruidosos se desplazaban, lentamente, en caravana.

    No se detuvieron tanto, puesto que Fray Antonio Fernández, los instó a seguir en sus obligaciones, era así, que unos regresaron a donde construían las paredes y la torre de lo que sería la Iglesia Mayor, otros en cambio, fueron por esas horas, hasta donde sembraban en su huerto las legumbres, todos regresaron al interior de la tapia de la fundación, algunos pocos miraron desde las ventanas del lugar de recogimiento. Uno de los frailes, contó tres carretas, sesenta caballos, medio centenar de mulas y cuarenta y siete burros, todos transitaban en una caravana en dirección al Poniente, más tarde, conocerían qué era una familia grande de gallardos hacendados procedentes del Puerto de la Vera Cruz.

    Según el cuadernillo, venían del Puerto, pero no eran naturales de allí; el jefe de la familia había nacido en Pontevedra, Galicia, y durante una década y media había sido un disciplinado funcionario de la Corona Española, además, era cercano a un protegido del Gobernador de Cuba, éste llevaba por nombre de pila Martín; en el librito de pastas negras, había una veintena de cartas que ambos hombres se habían dirigido, pero eran tan viejas, qué difícilmente se podían leer. No obstante, descifré de las misivas, qué Martín siempre le proveyó de su ayuda a Don Pedro, pero, cuando éste hombre murió; el pontevedres se vio desprotegido y a su suerte, durante un tiempo lo invadió la nostalgia y pensó en regresar a la tierra que lo había visto nacer, sin embargo, alguna clase de impulso, lo hizo recordar qué cuando joven, había embarcado con rumbo casi desconocido, con la idea de hacerse

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