Cuentos araucanos
Por Alicia Morel
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Cuentos araucanos - Alicia Morel
1ª edición: mayo de 2016.
ISBN Edición Impresa: 978-956-12-2749-1.
ISBN Edición Digital: 978-956-12-2924-2.
Gerente Editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.
Editora: Camila Domínguez Ureta.
Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© por Alicia Morel Chaigneux.
Inscripción Nº 55.009. Santiago de Chile.
© 2013 para la presente edición por
Empresa Editora Zig-Zag, S.A. Santiago de Chile.
Inscripción Nº 234.452. Santiago de Chile.
Editado por Empresa Editora Zig–Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
Teléfono (56–2) 2810 7400. Fax (56–2) 2810 7455.
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Santiago de Chile.
El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte,
ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom,
fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.
Índice
Prólogo
La gente de la tierra
Leyenda de las lamparitas
Las dos serpientes de la tierra del sur
El pequeño zorro hambriento
Cuando el sol y la luna olvidaron la tierra
El espíritu del lago
Piñoncito
El zorro y el cangrejo
Apéndice
Este libro
Prólogo
Los mapuches, que quiere decir gente de la tierra
, por mapu
: tierra, y che
: gente, ocupaban una gran zona del cono austral de América del Sur, que abarcaba la parte central de Chile y Argentina.
Según su ubicación geográfica, se denominaban entre sí como huilliches
, gente del sur; puelches
, gente del este; ranculches
, gente del carrizo; picunches
, gente del norte; pehuenches
, gente del pehuén o araucaria.
Para ellos tenían gran importancia los puntos cardinales y orientaban la construcción de sus rucas según estos. Así, la puerta principal se abría al oriente; sus cobijas tenían la cabecera hacia la salida del sol y nunca de norte a sur, o al contrario, porque según sus creencias, la primera ubicación daba vida y estaba protegida por los espíritus bienhechores, y la segunda traía enfermedades y hasta la muerte, porque "el sur es el punto por donde desaparecen los vivos, visitados de improviso por los malos espíritus que de allí vienen. (Tomás Guevara).
Entonces no había límites definidos, como ahora, entre los países. Las guerras y escaramuzas se hacían entre caciques, tribus o confederaciones de tribus; la causa de sus peleas era principalmente por raptos de mujeres o por razones de supervivencia, al disputar un terreno apto para la agricultura y rico en plantas y árboles de los que sacaban su alimentación.
Subsisten solo los mapuches que viven en Chile, ya que los llamados pampas
argentinos fueron exterminados por las continuas guerrillas en su contra, la última de las cuales la dirigió el general Roca en 1879.
En Chile los mapuches viven desde el sur de Bíobío hasta Puerto Montt, ocupando diversos puntos en la precordillera de los Andes y en la costa.
Los que aún mantienen el lenguaje, los ritos y costumbres no pasan de los doscientos mil, aunque se considera que el total de mapuches asciende a unos quinientos mil, siendo estas cifras inseguras.
Otro punto discutible es el de la homogeneidad racial de los mapuches; aunque hablaban la misma lengua y practicaban parecidas costumbres, pueden haber tenido diferencias étnicas. Hay muchas teorías sobre el origen de las razas americanas, que no corresponde tratar en este prólogo.
Solo añadiremos que, sin los pacientes y sabios investigadores que se dedicaron a lo largo de tres siglos al estudio de la lengua mapuche, y a observar sus costumbres, ritos y tradiciones, no habríamos podido hacer la adaptación de sus hermosas creencias, llenas de espiritualidad. Estos pueblos no tuvieron o no alcanzaron a tener, como suponen algunos indigenistas, lenguaje escrito; al recoger su tradición oral, se salvó en parte la misteriosa mitología, cuyos orígenes se pierden en la prehistoria.
Alicia Morel
La gente de la tiera
(Leyenda sobre el origen de la raza mapuche)
Las abuelas de las tribus mapuches cuentan cómo se formó la gente de la tierra. Sus cualidades más notables, la fuerza y la astucia, dicen que las heredaron del puma y de los zorros de la siguiente manera:
Hace muchos años un indio convidó a sus hijos, niña y niño, a subir a la montaña a recoger piñones.
Aunque los niños eran de corta edad, podían ayudar metiéndose en lugares estrechos o bajando a las quebradas para juntar el fruto que durante el invierno les serviría de alimento.
Partieron con sacos y canastos, arriando un par de guanacos para cargarlo con las cosechas.
Todavía no se dejaban caer las lluvias, aunque el otoño comenzaba. Los días habían estado calurosos, y mientras subían a la montaña escuchaban el estallido de los piñones, en lo alto de las araucarias, lanzando por el aire su carga de sabrosas semillas.
El padre y los niños celebraban con gritos y risas cada estallido de los piñones, que como lluvia caían a la tierra entre la hojarasca.
–¡La cosecha será muy buena, con este tiempo seco! –celebró el padre–. Estaremos varios días por allá arriba, en el gran bosque.
Y contó a los niños que los piñones eran regalo de los espíritus protectores, lo mismo que las fresas silvestres, las papas, las avellanas y la deliciosa murta, que, además de ser una planta linda de mirar, carece de espinas.
En el gran bosque buscaron un lugar donde dormir y luego se pusieron a recoger piñones, que ese año se habían dado especialmente grandes y de cáscara firme y dorada.
Y estaban en medio de su tarea, cuando de pronto el tiempo cambió. Sopló el viento norte, los nubarrones aparecieron unos más negros que otros por detrás de los cerros, como si alguien los