Mamá, el mar se ha salido!”, gritó Pilar Espinosa cuando se disponía a ir al colegio. Ante sus ojos, todo era agua, después de que una terrorífica masa líquida se precipitara sobre Valencia. Ocurrió el 13 y el 14 de octubre de 1957, cuando un diluvio inédito descargó sobre la capital del Turia cerca de 630 litros de agua por metro cuadrado, casi el doble que la cifra de lluvias máximas caídas sobre Europa desde el año 1900. “El agua arrastraba de todo –rememora Espinosa a sus setenta y seis años–, porque la tromba llegó de madrugada y arrasó los corrales del Cabanyal, sin que se pudiera salvar nada. Se veían cerdos flotando, perros, pollos, melones, sandías… Gatos pocos, en cambio”, recuerda esta mujer, que entonces tenía diez años. A diferencia de los mininos, que pudieron encaramarse a árboles y tejados, a ras de suelo el paisaje era apocalíptico.
El Cabanyal, por ejemplo, el barrio donde también vivía Toni García, quedó literalmente bajo aquellas aguas rojizas y terrosas, y todavía más la barriada de Nazaret, que estaba algo hundida. De la misma edad que Espinosa, García sigue