Nabucodonosor II el Grande encarnó la apoteosis del Imperio neobabilónico durante la primera mitad del siglo vi a. C. Una evidencia de este apogeo fue que mandó grabar y enterrar numerosos cilindros de arcilla. Se trataba de una antigua tradición mesopotámica. Esos rodillos, con la superficie cubierta por inscripciones cuneiformes, servían de registro ante los dioses de los soberanos que los habían honrado construyendo o reparando templos. Los textos fundacionales, sepultados en los fundamentos de las edificaciones, también aludían, en ocasiones, al embellecimiento o la fortificación de las ciudades, aunque estos eran menos habituales.
Verdaderamente, se tienen escasas certezas arqueológicas sobre los famosos jardines colgantes de Babilonia, ordenados por Nabucodonosor. Sin embargo, se han encontrado abundantes evidencias, en el solar de la ciudad, de otra obra suya digna de ser notificada formalmente a las deidades. Se trataba de la