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El Buscador De Corales
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El Buscador De Corales

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1148. Estamos en la mitad de los años del reinado de Roger, primer rey de Sicilia. Una preocupación mantiene insomne al soberano: no todos los que le han hecho daño a su familia han pagado sus culpas; los descendientes del Amir ibn Abbād, último señor musulmán de Siracusa, siguen libres. El más indicado para investigar y encontrar a los enemigos del Reino es Giordano di Rossavilla, un hombre astuto y sin escrúpulos, comandante de galera y noble caballero. Un hombre sobre quien sin embargo pesa la vergüenza de no poseer tierras y la inquietud sobre los misterios que rodean la muerte de su padre. Mientras tanto, la segunda cruzada se desata y el Rey Roger la aprovecha para llevar a cabo sus objetivos expansionistas en el norte de África. Justo aquí, mientras una ciudad tras otra cae en manos sicilianas, Giordano se encuentra con Kamal, un hombre ambiguo y claramente astuto, pero también una pieza fundamental para la búsqueda de los enemigos del Rey.

El engañador y el engañado... el que manipula la realidad y el que sufre el robo de la debida verdad. Dos roles a menudo indefinidos, con bordes borrosos, intercambiables entre sí, especialmente cuando el engañador corre el riesgo de caer en su propio engaño... Año 1148. Estamos en la mitad de los años del reinado de Roger, primer rey de Sicilia. A pesar del esplendor y la opulencia de la corte normanda, una preocupación mantiene insomne al soberano: no todos los que le han hecho daño a su familia han pagado sus culpas; los descendientes del Amir ibn Abbād, último señor musulmán de Siracusa, siguen libres. El más indicado para investigar y encontrar a los enemigos del Reino es Giordano di Rossavilla, un hombre astuto y sin escrúpulos, comandante de galera y noble caballero. Un hombre sobre quien sin embargo pesa la vergüenza de no poseer tierras y la inquietud sobre los misterios que rodean la muerte de su padre. Mientras tanto, la segunda cruzada se desata y el Rey Roger la aprovecha para llevar a cabo sus objetivos expansionistas en el norte de África. Justo aquí, mientras una ciudad tras otra cae en manos sicilianas, Giordano se encuentra con Kamal, un hombre ambiguo y claramente astuto, pero también una pieza fundamental para la búsqueda de los enemigos del Rey. Sin embargo, Kamal, experto buscador y tallador de corales, atiende sus propios intereses; pretende escalar la pirámide del poder valiéndose de Giordano y su posición. Así comienza un juego de máscaras, entre adulaciones y golpes bajos, en el que la realidad y la ficción se mezclan hasta tal punto que resulta imposible distinguir una de la otra. Una guerra psicológica en la que los diferentes patrones mentales y culturales, cristianos occidentales y musulmanes orientales, caracterizan los movimientos de los protagonistas. Llevará las de ganar solo quien de los dos sea capaz de prever los movimientos del otro e implementar las debidas contrapartidas. El engañador y el engañado terminarán intercambiando roles ... y pronto uno de los dos caerá en su propia trampa ... Solo que Kamal está listo para jugar el todo por el todo poniendo en juego a Faiza, su bellísima y joven hija, incluso a costa de dársela a su rival.
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento27 sept 2020
ISBN9788835411956
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    El Buscador De Corales - Giovanni Mongiovì

    PARTE I – El  ‘AMIL DE MAHDIA

    Capítulo 1

    A finales de la primavera de 1148, Balermus¹

    No son muchas las palabras que terminan por contener un significado intrínsecamente específico cuando se despojan de cualquier descripción subsecuente. Por ejemplo, si hablamos del dios de los mares, está claro que nos estamos refiriendo al pagano Poseidón. Pero si le quitamos de sus especificaciones el apelativo dios,  de inmediato  queda claro que estamos hablando del Dios de las grandes religiones monoteístas. Precisamente de este ejemplo, el más sublime, entendemos que el privilegio de ser considerado alguien o algo por excelencia concierne solo a una pequeña y exclusiva lista de nombres y atributos.

    Este privilegio también se le concedió al término Regnum (El Reino). No es que el El Regnum Siciliano fuera el único existente, pero debido a su tamaño y esplendor terminó siendo considerado entre los contemporáneos de su fundación como el Reino por excelencia. Creación de Ruggero (Roger al Español), hijo del Conde homónimo que había arrebatado Sicilia a los sarracenos, el Reino se convirtió en el icono del esplendor y el cosmopolitismo. Crisol de razas y culturas, sorprendía a los viajeros extranjeros por la fertilidad de sus tierras y la belleza de su capital.

    Sin embargo, el aspecto más resaltante del Regnum se debería notar en el ejercicio del poder del rey Roger; un soberano europeo que se vestía al estilo oriental y se rodeaba de eunucos árabes como funcionarios estatales. Si bien es cierto que en Europa se estaba experimentando más decididamente con  el sistema feudal, Roger reinaba a la manera de los reyes sacerdotales de la antigüedad, sentado sobre la iglesia, aún por encima de los mismos obispos e inclusive excluyendo la autoridad del Papa de sus territorios. Mientras que efectivamente, el mundo cristiano, retumbaba por segunda vez con el grito "¡Dios lo quiere!" y se sumergía en la masacre de las guerras santas, El Reino se convertía en un ejemplo atípico de tolerancia.

    Roger demostraba que no estaba interesado en la sangre de los infieles ni en los méritos para alcanzar el Paraíso, no porque fuera poco cristiano, sino porque la razón del estado y la conveniencia lo llevaban en la dirección opuesta. Había despreciado a los reyes de Europa, sus iguales, quienes en esos años habían recibido la Cruz de los Caballeros de manos de Bernardo de Chiaravalle, antes de partir a Tierra Santa. De hecho, sentía la necesidad de preservar su ejército, compuesto casi en su totalidad por sarracenos² y conversos, y su formidable flota naval, para otros propósitos. Mientras que, en efecto, todos los soberanos de la cristiandad marchaban hacia el este para la reconquista de Edesa³ y la defensa de Jerusalén, y en otra parte se hacían esfuerzos para la liberación de Lisbona, él se empeñaba en expandir los territorios del Reino más allá de sus confines. En esos años, los sicilianos arrebataron la isla de Corcira⁴ al Imperio de Oriente e incluso saquearon Atenas; se habrían ido aún más allá de lo humanamente permitido, llegando a disparar flechas contra las ventanas del Emperador en la inviolable Constantinopla...

    Muchos llamaban a Roger un medio infiel y una especie de sultán cristiano debido al estilo de vida de la corte palermitana y de los numerosos musulmanes de los que se solía valer para ejercer el poder. De hecho, tenía un harén formado por mujeres sicilianas, calabresas, lombardas, francesas y sarracenas de África, que, de forma similar a lo que sucedía en los palacios orientales, era supervisado por eunucos. Además, su primer ministro se llamaba Emir de los Emires y sus ministerios eran los diwan⁵, administrados de la misma forma en que se realizaba bajo el gobierno sarraceno. En resumen, ¡todo en el Regnum tenía un sabor exótico!

    Pese a que sus razones iban más allá del fervor religioso de la época, Roger creía que había llegado el momento de expandirse hacia el sur, hacia la Ifriqiya⁶ sarracena.

    Lo había intentado hace más de veinte años, cuando el Reino aún no existía, y en ese entonces los sicilianos habían traído a casa, una sólida derrota, la cual había hecho muy feliz al Islam e inspirado a los poetas de las cortes africanas. Sin embargo, ahora Roger estaba fortalecido y era rico como nadie en toda la Europa cristiana. Además, el África de los ziríes⁷ estaba atravesando una profunda crisis, acentuada por graves hambrunas y siendo amenazada desde el oeste por el poderoso califato almohade⁸.

    Ni siquiera un año antes, Jorge de Antioquia, el Emir de los Emires, el Arconte de los Arcontes, o la segunda persona más importante del Reino, había llevado al ejército a la conquista de Trípoli⁹. Ahora, sin embargo, la oportunidad era más apetecible... Tomar Mahdía¹⁰, la capital de los ziríes, eso significaba tomar el control de todas las rutas que unían los dos polos opuestos del Mediterráneo y poder vender grano siciliano en uno de los mejores puertos y mercados de África.

    La excusa la ofreció cierto Jūsuf, gobernador de Gabes¹¹, quien, enemistado con Hasan, su emir, le pidió ayuda a Roger, prometiéndole que gobernaría la ciudad a partir de ahora en nombre del soberano cristiano. Roger aceptó y el sabio Jorge organizó el acuerdo, confiando en que esta vez, gracias a la experiencia adquirida en veinte años de batallas, conseguiría la victoria.

    Formalmente, no se trataba de una guerra santa, pero lo que estaba en juego estaba más allá de los simples intereses territoriales: la vieja rivalidad entre los Altavilla y los emires ziríes se reabría, llevando el campo de batalla desde las colinas sicilianas hasta las dunas del norte de África. Roger estaba listo para resucitar los viejos rencores de  familia contra aquellos que se habían atrevido a perjudicarlos en el pasado.

    En este sentido, no mucho antes de reunir la flota, fue convocado al Palacio de la Favara¹² a un hombre que para aquellos días, dentro de las preocupaciones del Rey, constituía una persona de interés nacional.

    Giordano de Rossavilla tenía poco más de cuarenta años y había servido a Roger durante más de veinte. Pertenecía a la especie de hombres con los que el soberano estaba complacido: no tenía ningún título sino muchos méritos, no tenía tierras pero si mucha iniciativa, no tenía obligaciones feudales sino una ciega lealtad al Rey. Para Giordano era Roger, y no el papa, el verdadero vicario de Cristo... ¡Tanta era la admiración que albergaba por su soberano!

    Por otro lado, Roger había hecho del cesaropapismo, a la manera de los emperadores de Constantinopla, su credo, convirtiéndose en rey no solo por la legitimidad feudal, sino sobre todo porque "Dios lo había querido". Esta aura de santidad la había heredado de su padre, habiendo sido el campeón de la cristiandad contra los infieles que contaminaban Sicilia. Además, el hecho de que la guerra santa fuese seguida por una insólita tolerancia, había convertido las figuras del Gran Conde y del Rey Roger en legendarias a los ojos de quienes los estimaban.

    En cambio, los que poco estimaban a Roger eran los pontífices, los cuales en algunas ocasiones lo habían excomulgado. Sin embargo, él había sido capaz de forzar incluso la voluntad del Cielo, obteniendo la revocatoria con la presión de las armas y proponiéndose de vez en cuando como defensor de Roma contra el Emperador de Occidente, enemigo jurado del papa y contra todo aquel que amenazara el poder del sucesor de Pedro.

    Era la primera vez que Giordano ponía un pie en la sala del trono. De joven había observado desde lejos, los jardines y las fuentes de agua de los palacios reales, imaginando a las maravillosas mujeres del harén descansando junto a los árboles frutales y lavándose los pies en las fuentes. Ahora estaba caminando por la sala del trono escoltado por los sirvientes del rey, eunucos que vestían las ricas túnicas de seda provenientes de las fábricas del palacio real. ¡Ni siquiera el noble más prominente vestía ropas tan refinadas y hermosas como las de esos sirvientes! Algunos de los eunucos se autodenominaban devotos de Alá, otros se habían convertido y bautizado formalmente, pero en esencia no practicaban la religión cristiana ni islámica... así como no era posible definir si eran más hombres o mujeres.

    Poco a poco, a medida que avanzaba, Giordano veía delinearse al fondo, el contorno del trono real. Todo a su alrededor le producía asombro a sus ojos: los mosaicos, la armadura de la guardia real, las alfombras, las túnicas de los funcionarios, el mármol del piso. A la izquierda se abría una doble columna coronada por arcos puntiagudos que daban a los jardines, y arriba, a lo largo de todo el perímetro de la sala, espléndidos mosaicos con temas florales y veladas urìs (doncellas para el placer)  brillaban en miles de baldosas de oro. Le llevó un poco de tiempo que las maravillas se atenuasen y que Giordano volviera a la realidad. Entonces, al ver la cara de Roger, se arrodilló, colocando sus manos y frente contra el piso, como era costumbre hacerlo en las cortes de oriente. Luego alzó nuevamente la mirada hacia su señor el Rey. No había consorte al lado del soberano, habiéndole sido fiel a su viudez durante trece años. Además, una hilera de guardias rodeaba los lados del trono y un hombre con barba blanca y largas túnicas orientales estaba en pie a la derecha de Roger; él era el único al que Giordano conocía.

    ¡Levántate! lo invitó el hombre que estaba junto a Roger, o sea Jorge de Antioquía.

    Así que, mirándolo a la cara, incluso antes de que Giordano recitara el ceremonial, el mismo Rey con su poderosa voz le dijo:

    "Jourdain de Rougeville¹³..."

    ¡Para serviros, mi Rey!

    "Alguien me ha recordado recientemente la existencia de vuestra casa. ¿Qué nexo nos pudo haber unido?

    "Mi padre peleó en Jerusalén al lado de vuestro primo Boemondo, Príncipe de Antioquía, y murió por vos en Cabo Dimas¹⁴. Mi abuelo descendió con vuestro padre a esta tierra para liberarla de los qa'id¹⁵ sarracenos, y luego se casó con la hermana de la Condesa Judith, la primera esposa de vuestro padre".

    ¿Cuál era el nombre de vuestro padre?

    Rabel... Rabel de Rougeville!

    Roger miró entonces a Jorge en un intento de confirmarlo.

    ¡Era uno de nuestros mejores hombres! Un comandante de galera con mucha experiencia explicó el ilustre ministro.

    ¡Debéis estar orgulloso de vuestro padre! exclamó el rey, apretando el puño y poniéndose de pie.

    Roger era un hombre muy alto y físicamente importante, pero mirando desde la parte inferior de los escalones que conducían al trono, parecía elevarse hasta la parte superior del ábside en el que estaba insertado el trono. A diferencia de su padre, no había conservado las características típicas de la gente del norte; Roger era, de hecho, de color oliva y cabello oscuro, lo que desde su nacimiento había hecho hablar a los chismosos, que lo querían como hijo de uno de los ministros sarracenos del Gran Conde.

    ¡Lo estoy! Respondió Giordano con orgullo.

    "Y vos, ¿tenéis hijos? ¿Os mereces su honor como vuestro padre merece el vuestro? Preguntó el rey.

    A lo que Jorge de Antioquía respondió:

    El noble Jourdain es uno de los héroes de Corcyre; ahorita precisamente regresa del Jónico. Ha protegido al buque insignia del fuego griego, poniendo en el medio la galera que comandaba... ¡un gesto tanto audaz como heroico!

    "Entonces vos, mi visir¹⁶, estáis en deuda con este hombre de por vida..." reflexionó Roger, dirigiéndose a su primer ministro.

    Estoy en deuda con todos los hombres que obedecen mis órdenes: ¡Tanto con los comandantes como con los marineros!

    ¡Vuestra humildad os hace grande! lo felicitó Roger por esas palabras. A lo que Jorge de Antioquía hizo una reverencia.

    "¿Escucháis cómo habla bien de vos el Amiratus¹⁷?"

    Solo pido morir por vos, así como lo hizo mi padre. Respondió Giordano, orgulloso como siempre de recibir los elogios del soberano.

    Esto os honra, valiente Jourdain, pero hoy os pido que se mantenga con vida.

    Entonces Roger miró a su ministro y volvió a sentarse; era la señal de que Giorgio de Antioquía podía comenzar con la explicación de los hechos concretos.

    Os sorprende que estéis aquí, Jourdain de Rougeville?

    Me sorprende que un indigno servidor deba cruzar las gloriosas puertas de este palacio.

    No minimices vuestra persona... si hoy compareces ante Su Majestad es porque sois el hombre más adecuado para llevar a cabo la misión que estoy a punto de encomendaros. ¿Habéis oído hablar alguna vez de Benavert?

    Giordano dirigió sus ojos verdes al techo y, después de pensarlo, respondió:

    Yo todavía no había nacido.

    Ninguno de nosotros tampoco, pero nuestros padres si... y vuestro padre también.

    De hecho, me contaron... que estaba allí, cuando Benavert fue derrotado.

    Es una vieja historia de sesenta años, sin embargo, nuestras crónicas saben cómo hablar en lugar de los muertos. Benavert, temible delincuente sarraceno, causó enormes ofensas a nuestra gente en el momento de la conquista. Llegó a asaltar los conventos de Calabria, secuestrando a las monjas para hacerlas concubinas de su harén. Murió en su Siracusa, durante el asalto al puerto, mientras intentaba el abordaje de un barco a otro. Cayó al mar y la pesada armadura lo tiró al fondo... Era el Año del Señor 1086. Sé bien que vuestro padre estaba entre los hombres que tomaron la ciudad, pero también sé que este Benavert mantenía una profunda amistad con vuestro abuelo.

    "Conrad de Rougeville, mi abuelo, murió en 1071, durante el asedio de Balerme¹⁸".

    Esto no significa que fueran amigos...

    No sé nada de esto.

    Sin embargo, nuestros cronistas aún hablan de eso.

    Yo tenía dieciséis años cuando murió mi padre y él más o menos diez cuando murió su padre... no os sorprendais si no recordamos los hechos antiguos.

    ¿Rainulf de Rougeville no es vuestro primo?

    Somos descendientes del mismo hombre pero de dos mujeres diferentes.

    "Se ha confirmado que Amir ibn¹⁹ Abbād, conocido como Benavert, tenía una intensa asociación con vuestro abuelo, como para proclamar tres meses de duelo por su muerte. Ahora os preguntaréis cómo puede preocuparte todo esto, noble Jourdain... Aquí, estamos a punto de hundir el golpe mortal en el corazón del reino de los ziríes; ¡Hasan pagará todos los errores de su familia! Sus actos de piratería han sido un molesto aguijón durante muchos años y ahora debe ser erradicado".

    "¡Que yo esté con vosotros esta vez,

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