AUGE Y CAÍDA DE LOS MONJES-GUERREROS
Durante siglos, los cristianos habían podido viajar en peregrinación hasta Jerusalén con cierta facilidad, siempre movidos por su irrefrenable deseo de expiar los muchos pecados que pudiesen haber cometido en sus vidas. La aparición de los turcos en el área palestina hizo cambiar drásticamente la situación. Desde ese momento las peregrinaciones de los cristianos hacia Tierra Santa se vieron seriamente dificultadas. Bajo el pretexto de una nueva guerra de religión, y aprovechando la credibilidad de un pueblo dispuesto a obedecer a visionarios y hombres de fe que decían hablar en el nombre de Dios, los reinos cristianos organizaron unas expediciones militares formadas por una muchedumbre de personas ansiosas que se dejaron arrastrar con la intención de recuperar estas tierras de manos de los infieles.
LA ÉPOCA DE LAS CRUZADAS
El papa preparó un gran concilio en la ciudad de Clermont entre los días 18 y 27 de noviembre del año 1095. Allí pronunció un apasionado discurso en el que llamó a todos los cristianos a tomar las armas en nombre, curiosa contradicción, para luchar contra el poderoso infiel atrincherado en las ciudades por donde un día predicó el hijo de Dios. La época de las cruzadas comenzó en ese mismo momento, y se perpetuaron durante dos siglos en los que Tierra Santa se convirtió en un enorme campo de batalla, fiel reflejo de una de las épocas más sangrientas de una Historia, cuya última página, desgraciadamente, aún está por escribirse.
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