De la larguísima lista de reyes godos son muy pocos los que adquirieron relieve suficiente como para marcar una época y pasar a la posteridad. Uno de ellos fue Leovigildo, que reinó entre los años 568 y 586. Para aquel entonces el reino visigodo de Toledo acababa de establecerse y lejos estaba aún de consolidarse. La Corte era un hervidero de intrigas. Los reyes, que unas décadas antes habían tenido que abandonar las Galias, se encontraron con una península ibérica muy disputada; ya por poderes locales que habían mantenido su independencia, ya por imperios lejanos como el Bizantino cuyos emperadores estaban decididos a reconstruir el imperio romano, ya por otros reinos germánicos como el suevo. Todos guerreaban con todos, Hispania era un lugar peligroso en el que imponerse implicaba coraje, grandes dotes de mando y mucha habilidad.

Al llegar Leovigildo al trono no era ni mucho menos seguro que ese reino visigodo pudiese sobrevivir, pero lo hizo e incluso llegó a prosperar a lo largo del siglo siguiente. En ello tuvo mucho que ver este monarca. Un tipo decidido que se propuso ir eliminando una a una todas las amenazas que se cernían sobre su reino. Cargó primero contra los bizantinos que se habían hecho fuertes en el sudeste peninsular. Luego dirigió su ira contra Córdoba, la antigua capital de la Bética que se había rebelado contra los godos. Tras ello se concentró en los suevos del noroeste. Su voluntad era la de unificar la Hispania romana bajo su cetro y convertirse así en rey de todos los hispanos, pero algo falló, su hijo Hermenegildo se rebeló contra él por una cuestión religiosa.

Leovigildo, como todos los visigodos que habían entrado en Hispania, era cristiano, pero de la variante arriana. Hermenegildo, seguramente influido por su esposa Ingunda y por el obispo Leandro de Sevilla, se convirtió al catolicismo, que era la confesión mayoritaria de la población hispanorromana. El rey trató primero de resolver diplomáticamente las diferencias, pero al final no quedó otro remedio que una guerra civil entre padre e hijo que se saldó con la derrota de este último, que fue conducido hasta Tarragona cargado de cadenas y allí murió en prisión. De este modo, un monarca, que había triunfado como guerrero y gobernante, fracasaba como padre.

La última de sus campañas la dirigió contra los vascones, lo que motivó que fundase Victoriacum, la actual Vitoria. Años antes había ordenado construir otra ciudad de nueva planta, Recópolis, en la ribera del Tajo, en honor a su otro hijo, Recaredo, que recibiría de él la corona y un reino fuerte, muy distinto al que Leovigildo se encontró. Entre medias había consolidado las fronteras, había creado un cuerpo legal propio, el código de Leovigildo, y se había convertido en un rey con mayúsculas mostrándose como eso mismo y no como un simple caudillo guerrero llegado desde la estepa. Fue el primero de los reyes germánicos que se valió de corona, cetro y manto púrpura, símbolos de la realeza que se mantuvieron durante siglos.

Pues bien, para hablar de un personaje tan relevante nos acompaña hoy en La ContraHistoria José Soto Chica, autor del libro “Leovigildo, rey de los Hispanos”, publicado por la editorial Desperta Ferro y que acaba de ser lanzado al mercado. No es la primera vez que Soto Chico visita el programa, ya pasó por aquí hace algo más de un año para hablar del imperio bizantino, que es su gran especialidad. Junto a Soto Chica está con nosotros Alberto Garín. Un programa de lujo sobre un monarca que casi todos conocen por el nombre, pero que en todo lo demás es un completo desconocido.

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