Durante trece interminables días entre el 16 y el 29 de octubre de 1962 el mundo estuvo a punto de precipitarse en la tercera guerra mundial. No había pasado demasiado tiempo desde el final de la segunda, poco más de 17 años, y su recuerdo estaba aún fresco, pero la tercera hubiese sido mucho más devastadora porque para entonces tanto Estados Unidos como la Unión Soviética contaban ya con un nutrido arsenal nuclear. Este acontecimiento capital en la historia de la guerra fría, conocido en Estados Unidos como “crisis de los misiles cubanos” y en la URSS como “crisis del Caribe”, no derivó por fortuna en una guerra mundial, pero durante la segunda quincena de octubre de aquel año mantuvo al mundo en vilo.

Todo empezó porque un avión espía U-2 de la fuerza aérea estadounidense descubrió que los soviéticos estaban instalando plataformas de lanzamiento de misiles nucleares de medio alcance en la isla de Cuba, donde acababa de triunfar una revolución comunista acaudillada por Fidel Castro. En Moscú les parecía justo desplegar misiles tan cerca de las costas de Florida porque previamente se habían instalado misiles estadounidenses en Turquía, el más oriental de los países de la OTAN. Los misiles, además, los había pedido el propio Fidel Castro para protegerse de una incursión apadrinada por Washington como la de Bahía Cochinos un año antes.

Entretanto, la campaña para las elecciones de medio mandato de 1962 se encontraba en pleno apogeo. En la campaña los republicanos acusaban al gabinete demócrata de no ser lo suficientemente duro con la URSS y con su nuevo satélite cubano. Cuando mostraron a John Fitzgerald Kennedy las fotografías tomadas por el U-2, convocó una reunión de los nueve miembros del Consejo de Seguridad Nacional que aconsejó al presidente llevar a cabo un ataque aéreo de precisión en suelo cubano para disuadir a los rusos. Pero a Kennedy esa opción no le convencía ya que podía derivar en una declaración de guerra. Se decantó por el bloqueo naval para evitar que llegasen más misiles a la isla. Bautizaron el bloqueo con el eufemismo “cuarentena”, ya que un bloqueo es un acto de guerra en sí mismo. La Casa Blanca anunció que no permitiría el envío de misiles nucleares a Cuba y exigió que los que ya estaban allí fuesen desmantelados y devueltos a la Unión Soviética.

Tras varios días de tensas negociaciones se llegó a un acuerdo entre Kennedy y el premier soviético, Nikita Jrushchov. La URSS se llevaría los misiles a cambio de que EEUU se comprometiese públicamente a no volver a intervenir en Cuba. En secreto Kennedy también aceptó retirar los misiles estadounidenses en Turquía y pidió que fuesen técnicos de Naciones Unidas quienes supervisasen el desmantelamiento de los misiles.

Una vez retirados de Cuba todos los misiles y los bombarderos Ilyushin Il-28, el 20 de noviembre se puso fin al bloqueo. Para evitar que se repitiese una crisis como esta, ambas potencias acordaron establecer una línea rápida y directa entre el Pentágono y el Kremlin para no depender de intermediarios. Esa línea pronto fue conocida como “teléfono rojo” a pesar de que no se trataba de una línea telefónica, sino de un teletipo, que ni siquiera era rojo. La de los misiles no fue la única crisis de la guerra fría entre las dos superpotencias pero sí, y con diferencia, la más grave de todas. Marcó un punto de inflexión ya que tanto estadounidenses como soviéticos se percataron de que un simple malentendido podía desencadenar una catástrofe. Sus protagonistas no tuvieron, eso sí, demasiada suerte. Kennedy fue asesinado un año después en Dallas y Jrushchov apartado de la secretaría del partido en 1964, pero la lección la aprendieron todos sus sucesores.

Como este de la crisis de los misiles es un tema con mucha sustancia y muy bien documentado vamos a hacerlo en dos capítulos. Hoy abordaremos el primero y la semana próxima el segundo.

En El ContraSello:
- La revolución iraní
- La época dorada del islam
- La disolución de Yugoslavia

Bibliografía
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