El pasado 13 de febrero el cadáver de un ciudadano ruso apareció en el aparcamiento subterráneo de un edificio de apartamentos de Villajoyosa, una localidad turística de la costa blanca, en la provincia de Alicante. No se trataba de un suicidio ni de una muerte accidental. Había sido asesinado a tiros. En el cuerpo se encontraron cinco orificios de bala, uno de ellos mortal de necesidad porque le atravesó el corazón. La Guardia Civil acudió al lugar e identificó el cuerpo. Su documentación indicaba que se trataba de un ucraniano llamado Igor Shevchenko, pero en realidad se trataba de Maksim Kuzminov, un piloto ruso de 28 años que desertó del ejército hace unos meses. En su huida se llevó un helicóptero Mi-8 y se lo entregó a los ucranianos en una base cercana a Járkov. Tras eso salió del país y se estableció en España con una nueva identidad. Su intención era pasar desapercibido y es por ello por lo que escogió como escondite la costa blanca, un lugar de paso y muy internacional en el que reside una gran comunidad de ciudadanos ucranianos, rusos y del este de Europa.

Allí llevaba Kuzminov desde finales del año pasado. Las razones que le habían empujado a desertar se debían, según se supo después, a que no quería ir al frente. En origen prestaba servicio en el lejano oriente ruso, pero fue trasladado al oeste para prestar servicio en la invasión de Ucrania. Tenía miedo a morir en la guerra o a que le capturasen los ucranianos, por eso decidió desertar tras llegar a un acuerdo con la inteligencia ucraniana. Les entregaría el helicóptero y ellos le sacarían del país y le darían una recompensa de medio millón de dólares. Cuando se encontraba destacado en Kursk aprovechó una misión cerca de la línea de frente y, tal y como había planeado, cruzó las líneas volando a baja altura y aterrizó en un aeródromo ucraniano con el helicóptero y otros dos tripulantes que se negaron a entregarse y fueron abatidos por los ucranianos.

Durante los primeros días nadie en Rusia acertó a adivinar qué había pasado con Kuzminov y su aeronave. Se barajó la posibilidad de que hubiera sido derribado en el curso de una operación bélica, pero pronto descubrieron que se trataba de una deserción. En Moscú le procesaron en ausencia acusándole de alta traición. La condena a semejante delito en tiempos de guerra es la muerte, pero no lo tenían a mano, así que los servicios de inteligencia rusos pusieron en marcha una operación para localizarle. Meses más tarde dieron con él en España, donde llevaba una vida completamente anónima. Se limitaron a vigilar sus movimientos y a esperarle en el aparcamiento de su casa, le cosieron a tiros y luego desaparecieron en un vehículo blanco que la Guardia Civil encontró calcinado a unos 20 kilómetros de Villajoyosa.

La historia de Kuzminov parece sacada de una película de espías, pero es tan real como la vida misma. No es el único que caído a manos de los agentes de la inteligencia rusa en el extranjero. Desde el comienzo de la guerra muchos rusos han muerto en extrañas circunstancias en tres continentes. Unos pertenecían a la oposición, otros al partido del Gobierno, otros eran empresarios involucrados en política, algunos, como el caso de Kuzminov, eran simples desertores. Los tentáculos del Kremlin llegan a todas partes. Nadie está a salvo de él en ninguna parte del mundo. Esto es algo que se empeñan en hacer ver para que los aventureros se lo piensen dos veces. Quienes se opongan a Putin deben saber que su guadaña les alcanzará sin importar donde se escondan.

En La ContraRéplica:
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