El fin de semana pasado cientos de cubanos volvieron a salir a la calle a protestar para denunciar el empeoramiento de las condiciones de vida en la isla. Manifestarse en Cuba es poco habitual por los riesgos que entraña. Cualquier atisbo de disidencia, más aún si es público, el régimen lo reprime con dureza, detiene a los manifestantes y les reserva largas penas de cárcel. La familia del que protesta tampoco se libra. El castrismo siempre ha tenido muy claro que hay que yugular cualquier signo externo de descontento para que no cunda el ejemplo. Pero el domingo muchos cubanos desafiaron al Gobierno y se echaron a la calle en, al menos, cuatro ciudades del país. Se quejaban de los continuos cortes de fluido eléctrico que, a menudo, duran horas, y de la crónica escasez de alimentos. También hubo espacio para reclamar libertades políticas. Algunos cantaron “Patria y Vida”, el popular himno anticastrista que alcanzó fama mundial en las protestas de hace tres años.

A las autoridades les pilló hasta cierto punto de sorpresa. El régimen conoce las privaciones que atraviesan los cubanos desde hace años, saben que falta de todo y que muchos viven al límite. Quizá por eso mismo se mostraron al principio contemporizadores con los manifestantes. En Santiago de Cuba, la ciudad que presume de ser la cuna de la revolución, la secretaria del Partido Comunista local se encaramó a una azotea tratando de aplacar a los manifestantes. En La Habana el presidente Miguel Díaz-Canel emitió un comunicado en el que mostraba la voluntad de su gobierno de dialogar y “atender las quejas de nuestro pueblo, escuchar, explicar los múltiples esfuerzos que se están realizando para mejorar la situación”.

El hecho es que, al margen de cuestiones políticas, Cuba se encuentra inmersa en una profunda depresión económica. No hay de nada. La inflación está disparada, roza el 80%. Eso ha devastado los salarios de los empleados estatales, con los que apenas se puede comprar nada en el mercado. Para colmo de males este mismo mes el Gobierno incrementó el precio del combustible en más de un 500% lo que ha terminado de dar la puntilla a una economía que ya se encontraba en cuidados intensivos hace un año.

El resultado es que todo el que tiene la más mínima posibilidad huye de allí con dirección a Estados Unidos, a Europa o a otros países de América. Para el Gobierno este éxodo no es malo del todo ya que los emigrantes tan pronto como se instalan en otra parte empiezan a remitir remesas a la isla. Esas remesas siempre fueron importantes, hoy son fundamentales para que el Estado siga funcionando. Se da la paradoja de que la revolución comunista la están sosteniendo quienes huyen de ella y se establecen en países capitalistas.

Aunque de primeras el Gobierno de Díaz-Canel se mostró dispuesto a dialogar, no quiere que esto escale y se desmande. Al tiempo que mostraba comprensión por el malestar de los manifestantes, culpaba de esas manifestaciones a “terroristas” radicados en Miami que, según él, incitan a la gente a salir a la calle. Sacó también la vieja carta del embargo estadounidense a Cuba y las sanciones que pesan sobre su Gobierno. La culpa, ya se sabe, nunca es de ellos. Tras ello las concentraciones se fueron disipando. El mismo domingo se interrumpió la conexión a internet para evitar que aquello creciese. El lunes aumentó la presencia policial y se produjeron algunas detenciones. El régimen había conseguido, una vez más, acallar las protestas. Esta vez en tiempo récord.

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