Aumenta la presión sobre el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, tras casi seis meses de guerra sin cuartel en Gaza. Las manifestaciones callejeras en su contra son cada vez más habituales. Muchos israelíes le ruegan que llegue ya a un acuerdo con Hamas para que libere a los 130 rehenes que aún están en su poder. Esto se podría alcanzar mañana, pero implicaría un alto el fuego a un coste muy alto, algo por lo que Netanyahu no quiere pasar. Durante el pasado fin de semana en todas las ciudades israelíes hubo protestas que culminaron en una gran manifestación frente al parlamento israelí en Jerusalén. Ahí ya no sólo pedían la liberación de los rehenes, también exigían que se celebren elecciones cuanto antes.

El Gobierno, entretanto, está negociando un armisticio con Hamas con la mediación de Egipto, pero no terminan de llegar a un acuerdo definitivo porque Hamas exige a cambio que se liberen presos con delitos de sangre. Entretanto, el debate sobre el servicio militar de los jóvenes ultraortodoxos ha llegado a un punto crítico tras conocerse el jueves pasado que el tribunal supremo de Israel ordenaba al Gobierno que interrumpiese los subsidios para los estudiantes religiosos que, gracias a eso mismo, se libran del reclutamiento. Esto es algo que indigna a la mayor parte de los israelíes, que ven como estas comunidades de ultraortodoxos, además de vivir de subvenciones, ni siquiera tienen que prestar servicio en el ejército.

Estas crisis políticas en cadena están poniendo al límite al ya frágil gabinete de guerra de Netanyahu. Si llegase a un acuerdo por los rehenes con Hamas perdería a sus aliados de extrema derecha. El fin de la exención militar de los jóvenes religiosos le ocasionará la pérdida de apoyos entre las comunidades ultraortodoxas, gracias a las cuales pudo recuperar las riendas del Gobierno a finales de 2022. En el caso de que prolongue esas exenciones mediante leyes especiales le traerá como consecuencia que sus socios situados en el centro le abandonen.

Está obligado a tomar no una, sino varias decisiones, por lo que tendrá mucho más complicado sacarse nuevos conejos de la chistera, algo en lo que siempre ha sido un especialista. Para colmo de males la salud le está pasando factura. En breve será operado de una hernia, lo que le obligará a ceder el poder al ministro de Justicia durante las horas en las que se encuentre bajo los efectos de la anestesia.

Netanyahu gobierna gracias a una coalición de varios partidos que cuentan con una mayoría muy ajustada en el Knesset. Tras salir del Gobierno a mediados de 2021, regresó año y medio después prometiendo estabilidad y restañar las heridas provocadas por la agitación política del último lustro, en el que se han celebrado cinco elecciones en menos de cuatro años. Las encuestas señalan que la coalición de Gobierno tendría problemas para mantenerse en el poder en el caso de que los israelíes fuesen llamados a las urnas.

Eso es algo que sus socios parlamentarios descuentan. Saben que el único modo de mantenerse en el poder es junto a Netanyahu por muy desgastado que esté. Cada uno hace sus propios cálculos y sostendrán al primer ministro mientras les sea útil. Mientras tanto, los dos grandes temas que dividen a la sociedad israelí, el asunto de los rehenes y el servicio militar de los ultraortodoxo, han llegado al consejo de ministros. El ministro Benny Gantz, un antiguo rival de Netanyahu que se unió al Gobierno para mostrar unidad tras los ataques del 7 de octubre, ha presionado públicamente a Netanyahu para que llegue a un acuerdo para liberar a los cautivos. Pero el primer ministro se lo toma con calma. Quiere destruir antes toda la capacidad ofensiva de Hamas y, sólo entonces, forzarles a entregar a los rehenes.

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