El viernes pasado se produjo un salvaje atentado terrorista en el teatro del Crocus City Hall, un gran complejo situado en la ciudad de Krasnogorsk, al noroeste de Moscú, y que cuenta con un centro comercial, un pabellón para exposiciones y un auditorio con capacidad para más de 6.000 espectadores. El ataque tuvo lugar en torno a las ocho de la tarde poco antes de que diese comienzo un concierto de rock y dejó un saldo devastador: hasta el momento se han contabilizado más de 130 muertos y unos 150 heridos.

Los terroristas, un total de cuatro hombres armados con rifles de asalto, vestidos con ropa de camuflaje y con pasamontañas, irrumpieron en el Crocus City Hall por la entrada principal. Sin mediar palabra, abrieron fuego de forma indiscriminada contra el público. Iban equipados también con granadas incendiarias con las que prendieron fuego al lugar. El incendio terminó provocando que parte del techo se desplomase sobre el auditorio

Todo fue muy rápido. Consumado el ataque los terroristas huyeron del lugar a bordo de un pequeño automóvil utilitario con la idea de perderse entre el tráfico, que era muy denso a esa hora, lo que ocasionó que los refuerzos policiales tardasen más de la cuenta en llegar. El escenario que habían dejado a sus espaldas era apocalíptico. Los bomberos tuvieron que emplearse a fondo para extinguir las llamas, los servicios de emergencia no daban abasto por el gran número de heridos y reinaba la confusión. A lo largo de la madrugada fueron detenidos los principales sospechosos, entre los que se encontraban los cuatro del teatro más otros seis que, según las autoridades, habían colaborado en la planificación del atentado.

Horas más tarde el Estado Islámico del Jorasán, un grupo terrorista activo en Asia central, reivindicó el ataque e hizo público un informe en el que explicaba cómo habían llevado a cabo el atentado. Eso no fue obstáculo para que el Kremlin acusase a Ucrania de estar detrás del crimen. Según los servicios de inteligencia rusos, los terroristas trataron de cruzar la frontera entre Rusia y Ucrania tras perpetrar el atentado. Esta hipótesis ha sido rebatida tanto por los ucranianos como por expertos de todo el mundo. Krasnogorsk no sólo se encuentra muy lejos de la frontera ucraniana (hay más de 500 kilómetros), sino que esta frontera se está completamente cerrada y militarizada en ambos lados, por lo que atravesarla entraña gran dificultad, más aún si se trata de un vehículo privado con cuatro terroristas a bordo.

La comunidad internacional en su conjunto ha condenado el atentado, incluyendo al Gobierno ucraniano, que teme que esta masacre se convierta en gasolina para el Kremlin de cara a una nueva recluta. La inteligencia estadounidense, por su parte, ha revelado que habían advertido con dos semanas de antelación al Gobierno ruso de que el Estado Islámico del Jorasán llevaba tiempo planeando un atentado en Moscú. De hecho, la embajada de EEUU en Moscú avisó a sus ciudadanos residentes en el país que evitasen las salas de conciertos. Pero eso poco importa ya. Putin parece por la labor de emplear esta tragedia en clave bélica culpando directamente a los ucranianos con la intención de aprovechar en beneficio de la invasión la cólera por el atentado.

En La ContraRéplica:
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