EL FIN DE UNA ERA
Cuenta la tradición bíblica que el legendario rey David conquistó la ciudad jebusea de Jerusalén allá por el año 1000 a. C. David la convirtió inmediatamente en la capital de su reino, sede de una dinastía que desde allí gobernó Judá durante cuatrocientos años. También fue allí donde su hijo Salomón, con la ayuda de arquitectos fenicios, ordenó que se construyese el lugar más sagrado de la historia del judaísmo: el templo del dios nacional de Israel, Yavé. Sin embargo, la historia del reino de Judá tuvo un final trágico. Las ansias imperialistas de Nabucodonosor II, rey de Babilonia, junto con una serie de graves errores estratégicos y de decisiones políticas erróneas por parte de los últimos reyes de Judá, pusieron un sangriento colofón a la dinastía creada, cuatro siglos atrás, por un humilde pastor que, de acuerdo con la leyenda, había sido capaz de matar al gigante Goliat armado solo con una honda. La que sigue es una historia de fracaso y destrucción.
De un imperio a otro
Corría el año 612 a. C. cuando una alianza de medos y babilonios destruyó Nínive, la que, hasta hacía muy poco, había sido la ciudad más rica y poderosa del mundo, capital del temido Imperio asirio, el mayor imperio que había existido hasta la fecha. El asedio de la ciudad duró tres meses, y su destrucción fue total. Así lo atestiguan, por ejemplo, las excavaciones que un equipo de arqueólogos de la Universidad de California realizó en un sector de la muralla de Nínive,
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