EL CORAZÓN DE LOS ANDES
Estoy despierto a las 2:14 a.m., sin aliento, ansioso, muerto de sed en un lugar de pesadilla: la almizclada cama inferior de la litera de un refugio de montaña de una sola habitación, a 4700 metros de altura en el volcán Iliniza Sur, Ecuador. Una rugiente ventisca se arremolina en el exterior pero, de alguna manera, los otros 15 montañistas, nuestros guías y un par de empleados del refugio que se quedaron varados roncan a mí alrededor, acostados en colchones similares a los de una pensión de mala muerte. Me siento desesperado y contemplo la idea de levantarme para, tal vez así, aminorar el pánico, pero eso significaría andar de puntillas entre personas dormidas, botas y pértigas, abrir la choza de cara a la tormenta y caminar de un lado a otro cerca de las mulas que suenan como si estuvieran a punto de morir congeladas. Decido no hacerlo y enfocarme en apaciguar mi cuerpo mientras sueño con mi cama en casa.
Mis amigos me advirtieron acerca de los peligros de mi plan: escalar en menos de una semana un puñado de volcanes en Ecuador y seguir los pasos de mi héroe, el aventurero, naturalista y prusiano Alexander von Humboldt. Pero los ignoré y me dejé seducir por nombres como
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