National Geographic Traveler México

RANCHO SANTA ELENA

“Tienen que venir a Santa Elena –me dijo Martha Ramírez, guía del rancho, incluso antes del confinamiento–. Les va a encantar”. Tras más de un año de pandemia y teletrabajo, atender el llamado de la naturaleza, y la invitación, era necesario.

Con lo indispensable para un fin de semana en la montaña –calzado especial, ropa cómoda, sombrero, impermeable, repelente y protector solar–, nos dirigimos a este rincón natural del estado de Hidalgo, en el municipio de Huasca de Ocampo, unas dos horas al norte de Ciudad de México.

Desde Tulancingo, el navegador indicaba 40 minutos a nuestro destino, tiempo que aprovechamos para disfrutar el trayecto: una carretera de asfalto delimitada por comercios, escuelas, iglesias y parques que rápido se convirtió en un camino de terracería rodeado de árboles, vacas, caballos, gallinas, casas pintorescas alejadas entre sí y uno que otro lugareño despistado.

“Martha, ya llegamos, ¿pueden abrirnos?”, se leía en un mensaje de WhatsApp en el que avisábamos de nuestro arribo y el cual no se enviaría sino hasta horas más tarde,

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