El Rey de los atunes
Por Hernán Del Solar
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El Rey de los atunes - Hernán Del Solar
e-I.S.B.N.: 978-956-12-2855-9.
1ª edición: diciembre de 2015.
Gerente editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.
Editora: Camila Domínguez Ureta.
Director de arte: Juan Manuel Neira.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
©1946 por Hernán del Solar.
Inscripción Nº 59.123. Santiago de Chile.
© 2015 de la presente edición por
Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Inscripción Nº 253.005. Santiago de Chile.
Derechos exclusivos de edición reservados por
Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Editado por Empresa Editora Zig–Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
Teléfono 56 2 28107400. Fax 56 2 28107455.
www.zigzag.cl | E-mail: zigzag@zigzag.cl
Santiago de Chile.
El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni
en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico,
ni electrónico, de grabación, CD–Rom, fotocopia,
microfilmación u otra forma de reproducción,
sin la autorización escrita de su editor.
ÍNDICE
1 DONDE CONOCEMOS A MÍSTER POMPÓN
2 UN LIBRO EMBRUJADOR
3 MÍSTER POMPÓN BUSCA SU CAMINO
4 LAS TRES ESTRELLAS SE PONEN DE ACUERDO
5 MÍSTER POMPÓN TIENE UNA IDEA MEJOR QUE LAS DEMÁS...
6 MÍSTER POMPÓN EMPIEZA SU TRABAJO
7 LA COSECHA INVEROSÍMIL1
8 LOS ATUNES POMPÓN
9 LOS NEGOCIOS SON LOS NEGOCIOS
10 DIEZ MIL TARROS VACÍOS
11 LA VIDA NO ES SIEMPRE FÁCIL
12 MÍSTER POMPÓN MUEVE NEGATIVAMENTE LA CABEZA
13 LA HIJA DEL REY DE LOS JAMONES
14 LLEGAMOS AL FINAL DE NUESTRA HISTORIA
1 DONDE CONOCEMOS A MÍSTER POMPÓN
Cuando míster Pompón tenía diecisiete años era lavaplatos del Hotel Virginia. Alto, macizo, de fuertes hombros y manos grandes, velludas, poderosas, estaba aburrido de su oficio. Ya había pasado por muchos otros y ahora pensaba seriamente cambiar de nuevo. No era posible que un hombre como él, recio como un toro, desperdiciara su vida en un hotel de quinto orden. Ganaba poquísimo dinero y míster Pompón ambicionaba tener una fantástica fortuna.
Todas las tardes, mientras lavaba distraídamente platos y tazas de todos los tamaños, reflexionaba sobre su destino.
Hay hombres nacidos para vivir contentos de su suerte –pensaba–. Un mínimo salario les satisface. Yo no soy como ellos. Día ha de llegar en que tenga automóviles, un barco, un avión, hermosos edificios de cincuenta pisos, y coma tan copiosamente que, desde mi dormitorio, mientras duermo la siesta, oiga el apagado rumor de cien lavaplatos que trabajan para mí
.
Este halagador pensamiento distrajo de tal modo a míster Pompón, que uno de los platos que lavaba en aquel instante se vino ruidosamente al suelo.
–¿Es así cómo trabajas? –le gritó, furioso, el mayordomo del hotel, que casualmente pasaba por allí en tan inoportuno momento–. Lo pagarás, bellaco. Así aprenderás a ser más cuidadoso.
Míster Pompón miró al mayordomo con la más perfecta cara de bobo que pudo haberse encontrado a aquella hora por toda la ciudad. El mayordomo era gordo, colorado, y tenía una voz desagradablemente ronca. A dos pasos de míster Pompón, gesticulando como un energúmeno, continuaba vociferando su largo discurso de improperios y reproches.
–Ha sido la primera vez que rompo algo –murmuró míster Pompón, frunciendo el ceño–. No me insulte usted, porque no he de permitirlo.
El mayordomo estaba acostumbrado a que nadie le respondiera, de modo que su cólera creció hasta convertirse en el más descomunal estruendo. Sus gritos se oían desde lejos, vibrando como trompetas de un prematuro Juicio Final.
Míster Pompón sintió un hondo hastío y se encogió de hombros. Este gesto fue interpretado por el mayordomo de la manera menos aceptable para su dignidad de jefe respetado y temido.
–¡De mí no te burlas, cangrejo! –le gritó, alzando una mano violentísima.
Míster Pompón no supo qué decir, y tal vez por eso estiró fuertemente su brazo en dirección del mayordomo. Dio su puño en la mandíbula del jefe. Se oyó la caída del cuerpo. Y después hubo un silencio más aterrador que el bullicio.
–Estoy perdido irremediablemente –murmuró en voz baja míster Pompón–. Acabo de perder mi empleo.
Y así fue, realmente, pues en el Hotel Virginia –como en todos los hoteles del mundo– no se permite que un lavaplatos obligue a dormir a un mayordomo en horas de trabajo. Se le pagó a míster Pompón lo