El maravilloso viaje de Nils Holgersson
Por Selma Lagerloff
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El maravilloso viaje de Nils Holgersson - Selma Lagerloff
e-I.S.B.N.: 978-956-12-2877-1.
1ª edición: febrero de 2016.
Gerente Editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.
Editora: Camila Domínguez Ureta.
Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© 1965 por Alfonso Calderón Squadritto.
Inscripción Nº 31.292. Santiago de Chile.
Derechos exclusivos de edición
reservados por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Editado por Empresa Editora Zig–Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
Teléfono (56–2) 2810 7400. Fax (56–2) 2810 7455.
E–mail: zigzag@zigzag.cl / www.zigzag.cl
www.editorialzigzag.blogspot.com
Santiago de Chile.
El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.
Índice de contenido
1 El castillo del duende
2 Nils y la zorra Esmirra
3 Nils, gran corazón
4 Esmirra, la zorra perversa
5 Nils, prisionero de las cornejas
6 El deshielo y los niños
7 Nils y el amigo Gorgo
8 La mujer que deseaba escribir
9 En camino
10 El retorno al hogar
Glosario
1 El castillo del duende
Nils Holgersson era un muchacho no mayor de catorce años, alto, desgarbado, de cabellos rubios como el lino. No servía para nada: pasaba los días jugando, comiendo y durmiendo, y en sus juegos demostraba instintos perversos.
Un domingo por la mañana, sus padres se preparaban para ir a la iglesia; Nils se sentía alegre al verlos listos para partir, pensando que, por un par de horas, estaría libre de toda vigilancia.
Hoy podré tomar la escopeta de papá y disparar un tiro sin que nadie me lo prohíba
, cavilaba.
El padre pareció adivinar las intenciones de Nils, pues, ya en la puerta, se volvió y le dijo:
–Ya que no quieres venir a la iglesia con nosotros, vas a leer en casa el Evangelio de hoy. ¿Me prometes hacerlo?
–Como usted quiera, padre –contestó el chico, pensando, como era de suponer, que leería lo que le viniese en gana.
–Conviene que leas cuidadosamente, porque a mi regreso te preguntaré página por página, y ¡ay de ti si te has saltado alguna!
–El Evangelio tiene catorce páginas y media –añadió la madre, como para colmar la medida–. Debes comenzar inmediatamente si quieres que te alcance el tiempo.
Cuando vio partir a sus padres, Nils se sintió atrapado en la trampa.
Estarán muy felices –se decía– con suponer que han hallado la manera de tenerme amarrado al libro durante su ausencia.
Por más que pensaba, no podía encontrar el medio de escapar a la obligación impuesta por su padre. Por fin se acomodó en el gran sillón (en el cual sólo su padre tenía derecho a sentarse) y comenzó a leer en voz baja, hasta que empezó a cabecear, adormecido por su propio sonsonete.
Se despertó sobresaltado por un ligero ruido que oyó a sus espaldas. Frente a él, en el alféizar de la ventana, vio estupefacto, por el espejo, que la tapa del cofre de su madre había sido levantada. Ella conservaba allí todas las cosas que heredara de su madre. Nadie podía abrirlo, y Nils recordaba perfectamente que, antes de dormirse, lo había visto cerrado. Un gran malestar le invadió: temía que algún ladrón se hubiese deslizado en la casa, y permaneció inmóvil, conteniendo la respiración.
Poco a poco fue aclarándose lo que al principio no era sino una sombra. Nils notó que un pequeño duende cabalgaba en el borde del cofre: tendría no más de una cuarta de altura, la cara arrugada como un viejo, toda afeitada; vestía levita larga, calzón corto y sombrero negro de anchas alas. Su aspecto era elegante y distinguido: destacaban los encajes blancos en el cuello y en las mangas, zapatos con hebillas y ligas con grandes lazos.
El niño no salía de su asombro, pero no se hallaba asustado. Los duendes siempre le parecieron una cosa muy pequeña e insignificante, y como el menudo ser se encontraba absorto en su contemplación, sin ver ni oír nada, pensó Nils en hacerle alguna jugarreta; meterlo, por ejemplo, dentro del cofre, y cerrar la tapa. O algo por el estilo.
Su valor no llegaba hasta el extremo de agarrar al duende con sus manos, por lo que resolvió valerse de algún objeto. Paseó las miradas desde la cama hasta la mesa, de la mesa a la cocina, donde vio las cacerolas, cucharas, cuchillos y tenedores. Al desviar la vista dio con la escopeta de su padre, que colgaba de la pared, entre los retratos de la familia real de Dinamarca; un poco más allá, las plantas florecían junto