PADDINGTON DE LOS ANDES
angela@angelaposadaswafford.com
Nunca imaginé ver al embajador de Inglaterra en Colombia postrado a mis pies. Menos aún, rugiendo como un animal en cuatro patas. Pero así fue. Con una simpatía genial, Peter Tibber gateó hasta mí y levantó un brazo. “¡Grrrr… soy el oso de anteojos, el señor de estas tierras, y vengo a que me tomen un retrato!”, exclamó acercando la cara a la cámara-trampa que yo había terminado de instalar en un poste de madera.
Estábamos en el uno de los parajes más increíbles en los altos Andes colombianos. Había llovido y ahora jirones de niebla estaban pegados a las laderas de las montañas, abriendo y cerrando las cortinas a un sobrecogedor paisaje de lagunas, frailejones, picos desnudos y frío. Mucho frío. El pastizal silvestre estaba empapado y sus ramas punzaban la piel, pero no parecía molestar al diplomático (quien entregó su cargo hace poco), que mostraba una felicidad genuina.
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