A diferencia de otros niños, parece que, a la pequeña Isabela, esos “fantasmas” que se le aparecían con más frecuencia en sueños, mostraban una apariencia menos amable que la del conocido ángel de la guarda: “En mis sueños, era más frecuente encontrarme con seres que tenían más de ominosos que de benefactores. Figuras opacas, sin rostro, entrando y saliendo de mis sueños tan campantes sin que pudiera impedirlo. Otras veces se manifestaban como débiles puntos de luz en un monte de ánimas, que a mí me parecían almas en otra dimensión, donde adivinaba una forma de vida diferente y me preguntaba si yo misma no vendría de de aquel lugar…”.
Tratando de buscar respuestas, la pequeña Isabela quiso buscar las imágenes de esos mismos fantasmas en los viejos libros de la heterodoxa biblioteca de su familia: “La huella indeleble que los fantasmas me dejaron se vio intensificada por los libros de mi padre, que yo curioseaba cuanto podía. El que más me impresionó fue ‘La vida póstuma’, de Charles Lancelin (1852-1941), fechado en 1930. Aquel libro tan sorprendente me puso en contacto con fantasmas de cierta ‘consistencia’: estaba ilustrado con fotos de seres blanquecinos levemente evanescentes…”.
¿CUÁNDO Y CÓMO COMENZASTE EN EL MUNDO DEL MISTERIO?
–Entre los libros de mi padre a los