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El macahuitl y la espada
El macahuitl y la espada
El macahuitl y la espada
Libro electrónico224 páginas3 horas

El macahuitl y la espada

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Esta novela histórica entrelaza la conquista de Guatemala con el romance que floreció entre la princesa Tecuelhuatzín y Pedro de Alvarado. En medio de las cruentas batallas entre k'ichés y españoles, sobresalen los verdaderos héroes que combatieron enfrentándose a la implacable invasión.
Cada capítulo es en sí un cuento ameno que va preparando el escenario, introduciendo personajes y sucesos que tendrán profundas consecuencias a lo largo de la obra. Desde la impresionante estrategia de Hernán Cortés para derrotar al imperio Azteca, hasta la llegada de Pedro de Alvarado a Guatemala.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 jul 2011
ISBN9781466032927
El macahuitl y la espada
Autor

Juan Carlos Morales

Being an avid reader, Juan Carlos Morales has decided to venture as a writer, showing a new facet in his life. Author of the historical novels: "The macahuitl and sword", "Gratidia" and "Fabia". He has more than 30 years of professional experience in Information Technology as IT Manager and other international positions, working in Banking Institutions, in the Oil Industry, Retail, and in the Health Industry. Professor at Universidad Francisco Marroquin, ISACA Geographical Award winner (Central and South America), CISA and CRISC highest score. Juan Carlos has a Systems Engineer degree ,Magister Artium, CISA, CISM, CRISC, CGEIT ISACA certifications, ISO/IEC 27001:2013 Lead Auditor, ISO/IEC 27001:2013 Lead Implementer, and LEAN IT Association Certification.

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    El macahuitl y la espada - Juan Carlos Morales

    En el corazón del bosque nuboso y la selva húmeda de la montaña, entre los pinos, encinos, cipreses y eucaliptos cubiertos de líquenes, musgos y orquídeas, volaba silenciosamente el quetzal, vestido de un plumaje esmeralda iridiscente, luciendo su majestuosa cola verde; este magnífico ejemplar de pájaro serpiente, fue a posarse en un bejuco enredado en un árbol de chipe, al que sus patitas cortas, de color oscuro, se aferraron hábilmente. Desde lo alto, contempló los ágiles movimientos de una ardilla, que brincaba inocentemente de rama en rama.

    Muy lejos de allí, a un océano de distancia, en La Gomera, todo era bullicio y agitación, pues la tripulación del Almirante Cristóbal Colón, muy bien recibida por la gobernadora doña Beatriz, compraba todo lo necesario para su viaje a la isla La Española. Habían zarpado de Cádiz, el 25 de septiembre de 1493, con el objetivo de explorar, colonizar y predicar la fe católica en los territorios descubiertos en su primer viaje.

    —Que haya abundancia de comida y sobre todo de menestra —había ordenado el Almirante a los marineros a cargo del aprovisionamiento. Se encontraban en una de las principales islas del archipiélago de las Canarias, perteneciente a España, situado frente a la costa noroeste de África.

    Era el siete de octubre de 1493, había pasado casi un año, desde que el grumete Rodrigo de Triana diera su famoso grito: ¡Tierra a la vista!, divisando desde lejos la isla Guanahaní, en el paradisiaco archipiélago de las Bahamas. ¡Qué maravillosas playas de arena blanca! Setecientas islas y cayos formados de piedra caliza, rodeadas de aguas tibias cuyo color variaba de acuerdo a la profundidad, yendo desde el turquesa hasta un color verde casi indescriptible al ser acariciadas por los rayos solares. La claridad del agua sin sedimentos era un ensueño, gracias a que no había ríos en las islas. Las formaciones de coral, plantas y peces alrededor de los arrecifes eran extremadamente hermosas.

    Inicialmente los marineros creyeron haber llegado a la isla que los portugueses llamaban Antilha, y hablaban entre ellos de esta manera:

    —¡Mirad, en este mapa portugués aparece una isla situada en la región occidental del Atlántico!

    —En portugués los cartógrafos la han llamado Antilha.

    —En castellano el nombre es Antilia, que significa anti isla.

    —¿Por qué los portugueses la han llamado Antilha?

    —Es porque creen que es una isla antípoda a Portugal.

    —¿Antípoda decís?

    —¡Pues hombre, que es una isla radicalmente opuesta a Portugal!

    En su primera expedición, Cristóbal Colón zarpó el 3 de agosto de 1492 del puerto de Palos, llegando como ya se dijo anteriormente a la isla Guanahani, a la que llamó San Salvador; posteriormente desembarcó en la isla de Cuba y el 5 de diciembre llegó a la isla que nombró La Española. El viaje terminó el 15 de marzo de 1493.

    Con el tiempo, los españoles se darían cuenta de que las setecientas islas y cayos del archipiélago de las Bahamas eran sólo una parte del formidable arco de islas caribeñas que iban desde el sureste de la Florida, en los Estados Unidos, hasta la costa de Venezuela. Sin embargo el nombre Antillas quedó para referirse a todas las islas ubicadas entre el mar Caribe y el océano Atlántico.

    Los casi cuatro millones de seres humanos que habitaban las Antillas no podían siquiera imaginar que la llegada de esos tres barcos, procedentes de La Gomera, iba a ser el inicio de la debacle que casi acabaría con ellos, pues reduciría el número de arahuacos, lucayos, siboneyes, boriquenes y caribes a menos de dieciséis mil en tan sólo veinticinco años. Los arahuacos era gente pacífica, vestidos apenas con un ligero taparrabo, amarrado a la cintura, por lo que la tripulación de los barcos se sorprendió al ver a las mujeres con los senos al desnudo. Los lucayos eran amantes del canto y del baile que llamaban arieto; jugaban una especie de volleyball de playa al que llamaban batos. Los arahuacos y los lucayos fumaban tabaco en pipas, vivían en chozas de forma circular y dormían en hamacas. Se organizaban en pequeñas poblaciones lideradas por un cacique; vivían de la pesca de peces, caracoles y tortugas y del cultivo del maíz, del ñame y de la yuca.

    En la taberna de La Gomera, mientras la tripulación se aprovisionaba para el largo viaje, Michele de Cuneo, oriundo de la ciudad costera de Savona, en Italia, amigo de infancia del Almirante, conversaba muy amenamente con Diego Álvarez Chaca, médico de Sevilla y cirujano principal de la expedición.

    —Tenemos mucha suerte de que nuestro Almirante tenga tan buena amistad con la gobernadora de la isla —afirmó Michele, mientras le servían un buen vino, a la vez que recordaba como la reina Isabel la Católica, al sospechar que su esposo, el rey Fernando, tenía amoríos con la joven Beatriz, sobrina de su querida amiga, la marquesa de Moya, hizo los arreglos para casarla con Hernán Peraza y así enviarla a La Gomera; con el tiempo Beatriz de Bobadilla y Ossorio se convertiría en la gobernadora de la isla.

    —He escuchado comentar que nuestro Almirante, Cristóbal Colón, es amante de la gobernadora, doña Beatriz de Bobadilla y Ossorio; vos que sois amigo cercano a él, habréis de saber —sugirió Diego con la intención de conocer la verdad acerca de aquel rumor, y mientras sostenía su vaso de vino, observó la expresión de su interlocutor como queriendo leer la respuesta en su rostro. —No creáis todo lo que escuchéis, ya sabéis como es la gente —respondió evasivamente Michele, quien bien sabía de los amoríos entre su amigo Cristóbal y la gobernadora de La Gomera.

    —Por eso es que os lo pregunto a vos que muy bien lo conocéis, ya que no he visto a nuestro Almirante desde que desembarcamos.

    —Cristóbal es un hombre muy ocupado y ha de tener que hacer muchas diligencias antes de zarpar.

    —Pero no me negareis que tu amigo es amante de doña Beatriz Enríquez de Arana, la agraciada joven huérfana que vive en Córdoba.

    —Doña Beatriz Enríquez de Arana es una mujer que tiene ya veintiséis años y sabe lo que hace. Recuerda que mi amigo Cristóbal, hace mucho que enviudó de doña Felipa, es por eso que ahora mantiene una relación muy estable con doña Beatriz Enríquez, prueba de ello es su hijo Hernando, que ya tiene cinco años.

    —¿Entonces, por qué no habrá contraído matrimonio con ella?

    —Que sé yo, quizás por su hijo Diego, el primogénito que le dejó doña Felipa.

    —Ya veo que sois muy leal a vuestro amigo y que no soltarás prenda; pero contadme, ¿cómo es que doña Beatriz de Bobadilla gobierna La Gomera?

    —Desde que enviudó, ella gobierna la isla en nombre de su hijo Guillén.

    —No sabía que fuera una mujer viuda.

    —Ya hace como cinco años de eso.

    —¿Peraza era su marido?

    —En efecto, Hernán Peraza era su esposo.

    —Contadme, cómo fue que enviudó.

    —En verdad que es extraño que no lo sepáis, fue un gran escándalo que todo mundo conoce —aseguró Michele, mirando con desconfianza a Diego, quien no se inmutó, sino más bien guardó silencio mientras servía más vino. Entonces a Michele no le quedó más que empezar a contar la historia:

    —Hernán Peraza se enamoró de Iballa, una bella indígena gomera, a la cual visitaba a escondidas, pero en uno de sus furtivos encuentros amorosos en la cueva del cortijo de Guahedum, fue sorprendido por Hupalupo, el padre de Iballa, quien indignado por lo que éste hacía con su hija, lo asesinó allí mismo. —Michele estaba más locuaz que de costumbre, pues la templanza con la bebida, no era una de sus virtudes, y se deleitaba con un vino aragonés de mucho cuerpo, aromático y de sabor muy peculiar.

    Mientras tanto, en otra parte de la isla, lejana a la taberna donde Michele bebía y conversaba, cinco religiosos que viajarían en la expedición, entre ellos el benedictino catalán Fray Buil, aprovechaban para dar un paseo por el bosque de laurisilva, donde podían alejarse del bullicio y estar en contacto con la naturaleza, entre laureles, palos blancos, viñatigos y naranjeros salvajes; era todo un espectáculo ver los helechos, los hongos, los musgos y los líquenes sobre las ramas de los árboles. Fray Buil vestía un hábito negro y llevaba un escapulario que le colgaba sobre el pecho.

    La palabra Fray se usaba como prefijo de la palabra fraile proveniente del latín frater que significa Hermano. Todos los cristianos se consideraban hermanos, pero posteriormente, este término se utilizó exclusivamente entre los miembros de las órdenes religiosas, diferenciándose un fraile de un monje, en que su vocación lo llevaba a salir fuera del monasterio, mientras que el monje, se dedicaba a la oración y a las labores internas dentro del mismo. San Benito, quien nació en Umbria, Italia, en el siglo V, fue el fundador de la congregación de los frailes benedictinos, a la cual pertenecía Fray Buil, siendo ésta una de las congregaciones más antiguas en el mundo.

    Los cinco religiosos caminaban en silencio, cuando de pronto, se encontraron con una escena un tanto curiosa: un nativo guanche silbaba, mientras que otro lo escuchaba del lado opuesto del barranco y luego contestaba silbando. Fray Buil, al ver que sus compañeros religiosos se quedaban observando muy intrigados, les preguntó:

    —¿No habéis escuchado antes el silbo gomero?

    —No, en mi vida he visto semejante cosa —respondió el más gordo de ellos, mientras los otros religiosos movían la cabeza en señal de negación.

    —Es un lenguaje silbado, practicado por algunos habitantes de la isla para comunicarse a través de barrancos —explicó Fray Buil.

    —¿Es idioma guanche? —preguntó uno de ellos.

    —El lenguaje silbado emplea seis sonidos, dos de ellos como vocales y otros cuatro como consonantes, con los que se pueden expresar más de cuatro mil palabras. Ellos están comunicándose en guanche, pero también hay silbo gomero en español —expuso Fray Buil, quien era buen conocedor de la cultura de La Gomera.

    Ya era hora de partir, todo estaba listo, y la tripulación había abordado nuevamente las embarcaciones preparándose para zarpar rumbo al Nuevo Mundo, cuando apareció muy sonriente Cristóbal Colón.

    —¡Almirante, he conseguido muchas hortalizas, plátanos y unos cerdos a excelente precio! —anunció Benito, quien tenía a su cargo comprar todo lo necesario para el viaje.

    —El cocinero estará ansioso de incluirlos en el menú; el viaje será largo —respondió el Almirante.

    —Sí, he comprado suficientes cerdos con la intención de que queden algunos machos y hembras para crianza allá en la isla La Española —aseguró Benito, muy complacido de haberse aperado bien para el viaje, y con un semblante muy alegre se dirigió a sus labores en el barco, cruzándose en el camino con Michele.

    —Cristóbal, contadme sobre el fuerte que habéis construido en una de esas islas recién descubiertas —inquirió Michele de Cuneo a su amigo el Almirante.

    —Ya lo veréis, se encuentra en La Española y hacia allá nos dirigimos. Te complacerá mucho haber venido. Esperad un momento que quiero mostrarte el curioso nombre que le habían dado los nativos taínos a la isla; lo anoté en alguna parte, ha de estar por aquí.

    —Olvidadlo Cristóbal, mejor contadme sobre lo que habéis construido con la madera de la Santa María.

    —¡Ah sí, aquí está! La palabra indígena es Quisqueya que significa madre de todas las tierras.

    —He escuchado decir a los marineros que ha sido un descuido vuestro, el que la mayor de las tres naves encallara en unas rocas, quedando inservible.

    —¿Inservible? Todo lo contrario, ha servido para construir la villa de la Navidad.

    —Había escuchado que era un fuerte —aclaró Michele, un poco sorprendido.

    —En realidad la madera alcanzó para construir una fortaleza y una torre. Como era 25 de diciembre, le hemos dado el nombre de la villa de la Navidad. Se encuentra en la costa noroccidental de la isla, cerca de un río.

    —¿A quién habéis dejado a cargo?

    —He dejado a Diego de Arana, alguacil de la expedición. Es un joven de 25 años, oriundo de Córdoba, hijo de Rodrigo de Arana. ¿Lo conocéis?

    —Cristóbal, como no he de conocerlo, si es primo de Beatriz, vuestra mujer. ¿Acaso no es ella apellidada Enríquez de Arana?

    El Almirante se ruborizó, al darse cuenta de lo bien enterado que estaba su viejo amigo, por lo que se apresuró a decir:

    —También se han quedado en el fuerte, Pedro Gutiérrez y el segoviano Rodrigo de Escobedo, el escribano y además 36 hombres armados.

    Después de surcar el océano, llegaron primero a la isla de Puerto Rico, el 19 de noviembre, y nueve días más tarde alcanzaron su destino, desembarcando en la costa noroccidental de la isla La Española, donde se había construido la villa de la Navidad, sorprendiéndose al ver que el fuerte estaba destruido.

    El cacique Guacanagarí les explicó lo sucedido:

    —Al principio, todos estábamos maravillados por los conocimientos de aquellos hombres, les llevábamos comida y celebrábamos con ellos; pero muy poco duró la fiesta, porque cometieron abusos muy grandes con nuestras mujeres. —¿Habéis ordenado vos la destrucción de la villa? —preguntó el Almirante.

    —No, no fui yo. Anacaona, la hermana del cacique Bohechío, se indignó mucho al ver como los hombres violaban a las mujeres y demandó a su señor, el cacique Caonabo, que pusiera fin a esas vilezas.

    —¿Dónde están los hombres que dejé? —cuestionó Colón, sabiendo de antemano la respuesta.

    —Todos están muertos —declaró el cacique Guacanagarí, con mucha naturalidad.

    Colón se retiró enfadado y decidió seguir navegando, hasta que el 8 de diciembre de 1493 llegó a una costa solitaria, de esplendidas playas de arena amarilla y aguas cristalinas. Allí desembarcaron mil quinientos hombres y muchos animales domésticos, los cuales viajaban en los diecisiete navíos que integraban la expedición. Entre los animales se encontraban ocho parejas de porcinos, que se reproducirían y serían llevados a todas las islas conocidas por los españoles en ese entonces, siendo desafortunadamente, sin que nadie lo supiera, portadores del virus de la influenza de cerdo.El día siguiente al desembarco fue muy memorable, porque se fundó la primera ciudad del Nuevo Mundo, a la que llamaron La Isabela. Se encontraba en la parte norte de la isla y que actualmente es un municipio de la provincia de Puerto Plata en República Dominicana.

    —¡Ay, me duele todo el cuerpo! —decía Rodrigo, uno de los miembros de la tripulación que era de buen comer.

    —Habéis bebido demasiado vino —sermoneaba Benito, sin comprender que su amigo tenía ya en su organismo el virus de una enfermedad muy infecciosa, aguda y extremadamente contagiosa.

    —Me siento muy mal, creo que tengo fiebre —continuaba quejándose el desdichado Rodrigo.

    —Llamaré al médico —anunció Benito. Afuera todo estaba muy oscuro puesto que no había luna esa noche, era luna nueva.

    El virus afectó de inmediato a todos los que venían en el segundo viaje de Colón, acabando con una tercera parte de ellos y contagiando a los nativos de la isla, muriendo una gran cantidad de ellos. Los españoles en poco tiempo acabarían con los lucayos que lograron sobrevivir a la influenza de cerdo, llevándoselos para que trabajaran como esclavos en las minas de oro y de plata; en las plantaciones y para que bucearan en busca de perlas, donde murieron debido al mal trato, la poca comida y las largas jornadas de trabajo.

    Cristóbal Colón sobrevivió a la influenza, siguió navegando y descubrió la isla de Guadalupe al sudeste de Puerto Rico, terminando su segundo viaje al Nuevo Mundo el 11 de junio de 1496.

    Para los nativos, lo peor aún no había pasado, ya que junto con los nuevos visitantes, en otros viajes, vendrían nuevas enfermedades tales como: la viruela, disentería, tifus, sarampión y la fiebre amarilla. Algunos años más tarde el virus de la viruela causaría más muertes en Tenochtitlán que las espadas de acero toledano, avanzando como jinete de muerte hasta llegar a Quauhtemallán y a Q’umarkaj facilitando así el paso de los invasores españoles.

    Esta enfermedad

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