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Culhua, México: Una revisión arqueo-etnohistórica del imperio de los mexica tenochcas
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Culhua, México: Una revisión arqueo-etnohistórica del imperio de los mexica tenochcas
Libro electrónico588 páginas9 horas

Culhua, México: Una revisión arqueo-etnohistórica del imperio de los mexica tenochcas

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Esta investigación contribuye al esclarecimiento, dentro de los postulados del paradigma del “conflicto político” en los procesos de formación del estado arcaico, de quiénes eran “los señores de culúa”, la forma en que ascendieron y se mantuvieron en el poder y de cómo fue que, en menos de un siglo, transformaron a la pequeña técpan (sede) de Méxic
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 dic 2019
Culhua, México: Una revisión arqueo-etnohistórica del imperio de los mexica tenochcas

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    Culhua, México - José Fernando Robles Castellanos

    CULHUA MÉXICO

    UNA REVISIÓN ARQUEO-ETNOHISTÓRICA DEL IMPERIO DE LOS MEXICA TENOCHCA

    OBRA DIVERSA

    CULHUA MÉXICO

    UNA REVISIÓN ARQUEO-ETNOHISTÓRICA DEL IMPERIO DE LOS MEXICA TENOCHCA

    José Fernando Robles Castellanos

    SECRETARÍA DE CULTURA

    INSTITUTO NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA


    Robles Castellanos, José Fernando

    Culhua México : Una revisión arqueo-etnohistórica del imperio de los mexica tenochca [recurso electrónico] / José Fernando Robles Castellanos. – México : Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2019.

    17.7 Mb : il., tablas y mapas. – (Colec. Divulgación)

    ISBN: 978-607-539-331-5

    1. Aztecas – Ciudad de México – Culhuacán – Historia 2. Aztecas – Ciudad de México – Culhuacán – Antigüedades 3. Culhuacán (México : Ciudad) – Historia I. t. II. Ser.

    F1219.73 R632


    Primera edición: 2019

    Producción:

    Secretaría de Cultura

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Portada: Máscara de mosaico de turquesas, que representa a la

    diosa del agua portando nariguera y xiuhlzontli, corona de turquesas,

    símbolos de los grandes señores culhua mexica. Cultura azteca tardía.

    Museo Nazionale Preistorico ed Etnografico Luigi Pigorini, Roma.

    D. R. © 2019, Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Córdoba, 45; 06700, Ciudad de México

    informes_publicaciones_inah@inah.gob.mx

    Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad

    del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Secretaría de Cultura

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción

    total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,

    comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,

    la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización

    por escrito de la Secretaría de Cultura/Instituto

    Nacional de Antropología e Historia

    ISBN: 978-607-539-331-5

    Hecho en México.

    ÍNDICE

    Prólogo

    El Estado

    Sobre la estructura y origen del Estado arcaico

    Sobre los antecedentes del Estado mexícatl

    Sobre la formacion y consolidacion del estado mexícatl

    El imperio

    Sobre la temporalidad y los fundamentos teóricos relativos al imperio Culhua México

    Sobre los fundamentos de la estructura política y contributiva del imperio Culhua México

    En lo tocante al orden de gobernación del imperio y la estructuración de las jurisdicciones militares

    Comentarios finales

    Cemanauac tenochcatlalpan versus la Triple Alianza: el debate sobre la interpretación de las interpretaciones de los cronistas

    Bibliografía

    Siglas

    Bibliografía

    Anexo. Mapa del imperio

    In Memoriam Dr. Gordon R. Willey,

    mentor y promotor de esta obra.

    In Memoriam Paul Landis,

    quien nos quiso y ayudó sin restricción

    PRÓLOGO

    I

    Y más les preguntó [Hernán Cortés a los caciques de Tabasco] que de qué parte traían oro y aquellas joyuelas; respondieron que hacia donde se pone el sol, y decían culua y mexico, y como no sabíamos qué cosa era mexico ni culua, dejárnoslo pasar por alto. Y allí traíamos otra lengua que se decía [el indio] Francisco que hobimos cuando lo de Grijalba, ya otra vez por mí memorado, mas no entendía poco ni mucho la [lengua] de tabasco, sino la de culua, que es la mexicana, y medio por señas dijo a Cortés que culua era muy adelante, y nombraba mexico y no lo entendimos.

    Así narra el insigne cronista-conquistador Bernal Díaz del Castillo (I: cap. XXXVI) los pormenores del momento en que, en marzo de 1519, los caciques del señorío maya chontal (chontalli) de Potonchán (Tabasco) de la desembocadura del río Grijalva, le informaban a Hernán Cortés la existencia al poniente de su tierra de un pletórico dominio indígena llamado Culhua México; ni Cortés ni sus secuaces comprendían de qué se trataba.

    Muy pronto los aventureros castellanos averiguaron que Culhua México constituía un poderoso señorío indígena, cuya jurisdicción abarcaba un vasto territorio (que se extendía por lo que hoy es el centro y la costa sureste de la República Mexicana). Que en sus términos habitaba un conglomerado de diversos pueblos étnicos, cuyos señores naturales, sometidos por medio de la guerra, eran regidos a la sazón por un gran monarca llamado Moctezuma (Xocóyotl o Xocoyotzin) que radicaba en laciudad lacustre de México Tenochtitlan, situada en el centro-oeste de la cuenca de México (figura 1). Y que culua era el nombre de un grupo particular de señores que sustentaba en forma mancomunada tanto el poder político como el económico en dicho dominio, cuyo líder era el señor de México Tenochtitlan. Por ello el apelativo Culhua también se hacía extensivo al territorio conquistado, pues a éste se le consideraba una posesión patrimonial del señor de méxico y tenuxtitlan y los otros señores de culhúa (que cuando este nombre de culúa se dice, se ha de entender por todas las tierras y provincias destas partes, sujetas a tenuxtitlan)... (Hernán Cortés: 119; Díaz del Castillo, I: cap. XLIV).

    En la actualidad sabemos que Culhua México (imperio llamado inadecuadamente azteca o de la Triple Alianza en la literatura arqueológica y etnohistórica moderna) fue la última de una serie de formaciones expansionista-militares que emergieron en Mesoamérica durante el periodo posclásico (c. 1100-1521 d.C.) (e.g. Mayapán, Quiché, Atzcapotzalco, Tototépec, Michoacan, etcétera). Asimismo, que Culhua México fue la entidad político-cultural más estable, compleja y extensa de todas ellas, y cuya historia en el poder databa dé poco menos de cien años antes de la llegada de Hernán Cortés a México en 1519.

    Sin embargo, hoy día es relativamente poco lo que podemos precisar sobre quiénes eran los otros señores de culúa que, lidereados por el soberano de Tenochtitlan, acaparaban el poder político y económico en los dominios de México; sobre cómo estaba estructurado ese evidentemente exitoso régimen corporativo de índole centralista (cuya explicación tergiversada es el concepto historiográfico texcocano-colonial de la Triple Alianza), y sobre cuáles eran las estrategias que les permitían ejercer la sujeción y administración en tan diversos y vastos territorios conquistados.

    Figura 1. Localización de la cuenca de México

    La presente investigación tiene como objetivo contribuir a esclarecer, desde la perspectiva antropológica de un arqueólogo, quiénes eran los señores de culúa, cómo ascendieron y se mantuvieron en el poder, y cómo, en menos de un siglo, llegaron a transformar la pequeña tecpan (sede) de Tenochtitlan del altépetl (señorío) de México, en la capital de la más grande y poderosa formación política extraterritorial del Posclásico mesoamericano (El Estado). Del mismo modo, tiene como cometido explicar tanto los procesos de ocupación de México en las heterogéneas entidades posclásicas del centro y sur de Mesoamérica, como las condiciones que rigieron la consecución de la dominación culhua mexícatl en cada uno de los territorios sometidos (El imperio).

    II

    A mediados de la década de los años setenta, poco antes de concluir mis estudios en la Licenciatura en Arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), tenía la intención de abordar como tema de tesis el estudio de la estructura imperial y el impacto cultural mexica en Mesoamérica. Para este fin pedí al arqueólogo Carlos Navarrete C. que, como arqueólogo y defensor de los mexicas, fuese mi asesor (él me enseñó que los mexicas no fueron tan diabólicos como los pintan las crónicas coloniales). A Carlos le agradezco el haberme ayudado a adquirir la confianza para pensar sin temor en mis ideas descabelladas, de que tanto el concepto de la Triple Alianza como el de un imperio azteca exclusivamente tributario contravienen la realidad histórica que consignan las fuentes primarias de la tradición indígena.

    Pero no fue sino hasta después de 1983, al inscribirme en el programa doctoral en arqueología de la Universidad de Harvard, en que pude llevar al cabo mis indagaciones sobre el imperio azteca. Para acreditar el seminario Middle American Archaeology (Anthropology 211), a fines de 1984 mi asesor, el doctor Gordon R. Willey, me encomendó la escritura de un ensayo sobre el horizonte tardío (Posclásico tardío) en Mesoamérica. Esta coyuntura hizo revivir en mí el interés por retomar aquellas ideas añejas sobre los aztecas. Al finalizar el seminario presenté el trabajo: Tenochcatlalpan: The Major Event in Mesoamerica’s Late Horizon, el cual constituye el antecedente de esta obra. Por su apoyo, comprensión y enseñanza, esta investigación está dedicada a la memoria de mi insigne mentor, el doctor Gordon R. Willey.

    Desde entonces comencé a trabajar en esta investigación, cuyos primeros resultados los expuse en abril de 1999 como tesis para obtener el grado de doctor (Ph.D.) en arqueología en la Universidad de Harvard. En la realización de la obra que aquí presento colaboraron directa e indirectamente varias personas. En las clases, pláticas del lunch de mediodía y en discusiones después de las conferencias brindadas en el Peabody Museum, mis profesores, los doctores C.C. Lamberg-Karlovsky, Kwang-Chih Chang, Peter S. Wells e Izumi Shimada contribuyeron a forjar en mí una noción más clara de los conceptos del Estado prístino y del imperio antiguo. Ha sido un privilegio para mí haber podido estudiar con ellos.

    Es el momento de agradecerle a mi colega y amiga, la arqueóloga y maestra en etnohistoria Beatriz Repetto Tió, su disposición a lo largo de varios años para escuchar y cuestionar mis argumentos y, sobre todo, el haberme apoyado con su virtuoso arte de escribir en castellano. Al doctor Peter J. Schmidt le agradezco sus comentarios críticos y respuestas tajantes con las cuales sembró en mí la duda necesaria para mantener la objetividad en la interpretación de las fuentes escritas. Asimismo, agradezco al doctor Pedro Carrasco el tiempo y la atención empleados en la redacción de la carta en que tuvo a bien exponerme sus comentarios y críticas a esta investigación. Varios de éstos, por considerarlos de gran valor, los he retomado para mejorar los argumentos producto de las ideas que desarrollé en el proceso de redacción de este trabajo. Sin embargo, reitero mi convicción de que la noción de la Triple Alianza es una utopía de principios de la Colonia, cuyos rudimentos se encuentran exclusivamente en la historiografía de origen o influencia texcocana.

    Estoy en deuda con el arqueólogo Tomás Gallareta Negrón, colega y amigo, que no sólo me brindó apoyo y asesoría en el manejo de las computadoras, sino que también me introdujo en el fascinante mundo de la cibernética y de sus posibilidades para realizar mi trabajo. Con el doctor Anthony P. Andrews, compadre y compañero de mil batallas arqueoetílicas, por haberme mantenido informado al día, enviándome cuanto artículo sobre los aztecas se publicaba en Estados Unidos. Y con la doctora Linda Manzanilla N., condiscípula de la ENAH y amiga, que pese a que siempre estuvo regañándome por alargar la conclusión de la tesis doctoral, en ningún momento dejó de brindarme su apoyo y de enviarme a Mérida, su patria chica, la información sobre los mexicas que yo le solicitaba.

    Deseo expresar mi gratitud a los arqueólogos doctores Charles E. Lincoln, Noemí Castillo Tejero, Jorge Angulo Villaseñor, Rafael Cobos Palma, Mario Navarrete y Alejandro Pastrana, con quienes platiqué y discutí en varias ocasiones los planteamientos e ideas que desarrollo en esta obra. A ellos también les doy las gracias por el material publicado sobre la presencia mexica afuera de la cuenca de México que me regalaron. Asimismo, le agradezco a Eduardo Robles Castellanos, mi hermanito, haber accedido a acompañarme como fotógrafo en el viaje que realicé en el verano de 1986 para visitar a los sitios aztecas del centro y sur de la República Mexicana. Pero sobre todo, a don Fernando y doña Elvira, mis padres, por su continuo soporte moral y por las mil y una gestiones que, en particular, mi madre realizó durante mi ausencia ante la SEP, la UNAM, el INAH, el Conacyt y la Secretaría de Relaciones Exteriores, para que yo pudiera continuar los estudios en Harvard.

    Varias instituciones hicieron posible que yo emprendiera y llevara a término esta obra. Tanto al INAH y al Conacyt como a la Universidad de Harvard y a la OEA les agradezco infinitamente el apoyo económico que me brindaron durante mi estancia en Boston y, a la primera, también por apoyar la continuación de mi investigación en Mérida.

    Finalmente, dedico este trabajo a Reta, Laura y Sebastian, mi esposa e hijos, como un recuerdo de aquellos años en los albores de nuestra familia que vivimos en la entrañable ciudad de Boston, Massachusetts.

    Mérida, Yucatán, viernes 12 de noviembre de 1999

    EL ESTADO

    Como en otras disciplinas, la arqueología está ensalmada con términos tan vagos y ambiguos que tienden a confundir más que a esclarecer las cosas. Ya que el concepto civilización es uno de ellos, usaré dicho término sólo escuetamente para referirme a aquellas manifestaciones culturales complejas que tienden a ocurrir con una forma particular de organización sociopolítica conocida como el Estado [arcaico].

    FLANNERY, 1972: 399

    Si quieres decir la verdad, escríbela lo más sencillo posible, la elegancia déjala para el sastre.

    ALBERT EINSTEIN

    (...unas recomendaciones para buena parte de los nuevos teóricos del Estado arcaico.)

    SOBRE LA ESTRUCTURA Y ORIGEN DEL ESTADO ARCAICO

    I

    De acuerdo con las más importantes versiones de la tradición oficial indígena hacia mediados del siglo XI d.C. los gobernantes del linaje culhua de Tollan, la capital de estado de los señores tolteca (sing. toltécat[),¹ dejaron de ejercer su soberanía sobre el centro de México: aunado a ello aparentemente el llamado imperio tolteca se desintegra.² Este suceso histórico parece haberse dado durante una época de sequías en lo que antaño fueran los territorios del centro y norte del imperio y fue seguido por la invasión de la cuenca de México por gente nómada o chichimeca (sing. chichimécatl) procedente del norte (Armillas, 1964a; Alfonso Caso, 1966; Códice Chimalpopoca: 13-15, 127; Chimalpahin: 61-62; Kirchhoff, 1985: 269-272; Origen de los mexicanos: 289; Sahagún, III: 109-120; Sanders et al., 1979: 149-150). Los registros etnohistórico y arqueológico nos indican que a partir de entonces y por más de trescientos sesenta años, la cuenca de México entró en un proceso de balcanización³ política, que como consecuencia trajo la formación de diversas esferas socio-culturales (Brumfiel y Frederick, 1992; Cobean et al., 1981: 199-202; Hodge y Minc, 1990; Minc, Hodge y Blackman, 1994; Parsons et al, 1982; 370-72; Parsons el al., 1996; Sanders et al., 1979: 149-153).

    El comienzo de este periodo, iniciado tras la caída del gobierno central toltécatl, es vislumbrado por los estudiosos como una época conflictiva debido al forcejeo de los jefes locales por alcanzar la supremacía política en su comarca. Los dirigentes chichimeca comenzaron a constituirse como la nueva élite predominante mezclándose con los reductos de la antigua clase gobernante, principalmente mediante matrimonios con las princesas nahuas de la casa culhua toltécatl de Culhuacan (hoy Culhuacán, ciudad de México), pata legitimar su derecho a reinar sobre las comunidades agrícolas de la cuenca de México (cfr. Códice Chimalpopoca: 27-31 [Relación de Tequisquiac: 229, 297]; Brundage, 1982: 21-23; Chimalpahin: 74; Davies, 1973a: 21-22; Hodge, 1984: passim).

    De la mezcla sanguínea y cultural de ambas estirpes, culhua toltécatl y chichimécatl, habría de resultar un nuevo componente en el estamento rector de la cuenca de México que es citado en la literatura antropológica como los aztecas, término que por extensión también se ha aplicado convencionalmente a los grupos heterogéneos (acolhaque, chalca, xochimilca, tepaneca, mexica, etcétera) que conformaron las agrupaciones políticas de la región lacustre de la cuenca de México, regidas por los señores aztecas (Brundage, 1982; Brumfiel, 1983; Hodge, 1984).

    La connotación gentilicia del término azteca está fundamentada en que si bien las comunidades que habitaron en la cuenca de México durante el Posclásico medio y tardío tenían distintas raíces étnicas y lingüísticas—una minoría de grupos popoloca, amanteca, chocho y mazaua, y, en mayor proporción, grupos otomí y nahua (Carrasco, 1950: 31-34)—, todos ellos participaron de una misma tradición cultural, la azteca (infra), e igualmente compartieron un sistema político relativamente similar —basado en el principio señorial— y una lengua administrativa común, el nahua mexicano (cfr. Brumfiel, 1983; Hodge, 1984).⁴ Por lo anterior, en la cuenca de México el periodo que va desde la caída del imperio tolteca hasta la conquista española ha sido designado como azteca. Para su estudio, este periodo ha sido dividido en dos etapas sucesivas: azteca temprano (o Azteca I-II en la nomenclatura cerámica) y azteca tardío (Azteca III-IV) de acuerdo con los cambios históricos-culturales (San­ders et al., 1979: 460-474), y que nosotros datamos entre los años 900/1000-1430/1465 d.C. y 1430/1465-1521 d.C., respectivamente, con base en los datos etnohistóricos y en las fechas radiomé­tricas recién obtenidas en varios sitios de la cuenca de México (infra).

    En efecto, las evidencias históricas y arqueológicas señalan que la fase de regionalización política y cultural que distingue al periodo azteca temprano concluyó después de 1430 d.C., al desaparecer el efímero poder tepanécatl dé Atzcapotzalco, último promotor de la alfarería (Tenayuca) Azteca II (cfr. Mine et al., 1994: 153; Müller, 1958c: 30-32; Noguera, 1935), y comenzar a centralizarse firmemente el poder político en la cuenca de México en manos de los gobernantes culhua mexica de Tenochtitlan, cuyo régimen arqueológicamente se correlaciona con la producción de la cerámica Azteca III (Tenochtitlan) negro sobre naranja (Parsons, 1966:445-446; Sanders et al., 1979:460-474).⁵ En ese momento se produjo el surgimiento de una nueva manifestación sociocultural compleja de tipo estatal en el centro de México, que se interrumpe por la conquista española 91 años después (Brumfiel, 1983; Moreno, [1931] 1971).

    La formación del Estado mexícatl, sin embargo, no fue un invento casual o repentino sino más bien consecuencia de los constantes esfuerzos de los gobernantes aztecas para posesionarse del legendario toltecáyotl o gobierno supremo de los tolteca, vacante desde la caída de Tollan y la posterior disgregación de los extensos territorios dominados por el chichimécatl Xólotl (Brundage, 1982:18-30). Esos esfuerzos tuvieron como antecedente las tempranas reclamaciones de Culhuacan por revivir la hegemonía culhua toltécatl en el mediodía y el fracasado intento de consolidación política chichimeca tepanécatl de fines del siglo XIV y principios del XV d.C., cuando la cuenca de México cayó bajo el control de Atzcapotzalco (Brundage, 1982: 21-23; Carrasco, 1950: 257-261, 1984b).

    ¿Cómo y por qué los gobernantes mexica tenochca, y no sus antecesores en el poder, pudieron finalmente restablecer una organización política de tipo estatal en la cuenca de México? Este es, y ha sido, un enigma, fuente de polémicas en la investigación antropológica de Mesoamérica. Tema que conlleva, además, definiciones sobre conceptos teóricos y factores causativos de validez universal acerca de la estructura y origen del Estado arcaico prístino.

    No obstante que el Estado mexícatl puede ser catalogado como un Estado de tipo arcaico, dista mucho de haber sido prístino ya que su tardía formación dentro de los procesos de cambio en Mesoamérica. Empero, en el tiempo y el espacio, los procesos que condujeron a su formación fueron totalmente aislados de las formaciones previas.

    Por tanto, las causas y la dinámica que condujeron a la formación del Estado mexícatl fueron análogas a aquellas que intervinieron en los procesos prístinos (Brumfiel, 1983: 266).

    II

    La investigación antropológica relativa al estudio de la evolución de los sistemas políticos en el mundo ha propiciado el establecimiento de definiciones y teorías que, en nuestro caso particular, son útiles para el análisis del origen y desarrollo del sistema político de los antiguos mexicanos. La llamada teoría neoevolucionista —a priori desdeñada por varios investigadores o pretenciosamente considerada inadecuada por otros (cfr. Blanton et al., 1996)— propone que todas las sociedades humanas han experimentado procesos de cambio que las han transformado a diferente paso, alcanzando distintos estadios de desarrollo sociocultural, a partir de niveles simples de organización política hasta llegar a otros más complejos, siendo el Estado arcaico la forma más elaborada previa a la revolución industrial (Flannery, 1972; Service, 1975, 1978).

    Como parte de los procesos políticos y demográficos habituales, todos los sistemas políticos preestatales —caracterizados por la desigualdad social hereditaria y una cohesión inestable de su clase rectora— exhiben tendencias separatistas endógenas, mismas que constantemente provocan la creación de otras entidades políticas similares dentro de su antiguo territorio. Casos históricos y etnográficos han mostrado que cuando una entidad política de tipo preestatal (e.g. los reinos celtas y germanos, los cacicazgos de África y el Pacífico, etcétera) crece a un punto crítico mayor a sus posibilidades organizativas, tiende a dividirse en pequeñas entidades independientes, ya sea debido a disputas por la sucesión entre presuntos herederos, o riñas por la precedencia sobre tierras entre los nobles o a otras razones de índole política (e.g. la porfía de los líderes de las facciones antagónicas por hacerse del poder⁶ o por adquirir uno o varios de ellos mayor prestigio o prebendas). Más adelante esas nuevas entidades crecen y finalmente vuelven a fragmentarse por las mismas razones, fenómenos que les impiden alcanzar su consolidación política (Brumfiel, 1994a; Earle, 1987; Skalnik, 1981).

    Visto desde una perspectiva procesal, el Estado es un sistema coercitivo que suprime las tendencias de escisión política. Su capacidad de aglutinación da cabida a una forma de organización sociopolítica estable, que puede expandirse y asimilar a otros grupos étnicos, llegando a constituir una entidad más poblada y poderosa (Branes, 1967; Cohén, 1978: 35). Al seguir esta línea de pensamiento, el renombrado antropólogo político Peter Skalnik acota: el criterio decisivo para entender el concepto de Estado arcaico es sin duda la ausencia de fisión política en un periodo prolongado o las relaciones de reciprocidad como medio para la legitimación [del poder] (Skalnik, 1981:345).

    Por definición, entonces, el Estado arcaico es un sistema de gobierno que controla los aspectos socioeconómicos, creado y empleado por los líderes primitivos como un medio para mantenerse en el poder y por encima de otros líderes o clases sociales subordinadas (Service, 1978: 32; Skalnik, 1981: 345). Es, por tanto, una organización política relativamente permanente, con un gobierno fuertemente centralizado, dirigido por una clase rectora (comúnmente hereditaria) dedicada de tiempo completo a la administración val ejercicio del poder (Brumfiel, 1983: 261; Flannery, 1972: 401). Esta clase gobernante ya no mantiene sánenlos de parentesco con otros estratos de la sociedad (como ocurre en sociedades menos complejas tales como los cacicazgos) (Service. 1975: 15), empero, los lazos consanguíneos entre la élite siguen siendo determinantes para la identificación de sus miembros, así como para la transmisión y legitimación del poder.

    La sociedad de tipo estatal es altamente estratificada y en extremo diversificada internamente, con patrones residenciales generalmente basados en la especialización del trabajo, más que en las relaciones de parentesco o de afinidad que caracterizan a las sociedades preestatales.

    Asimismo, el Estado tiene una fuerte estructura económica caracterizada por un intercambio tanto recíproco como redistributivo, que se efectúa comúnmente en los mercados. La economía es controlada por la élite, que mantiene un acceso preferencial a los bienes y servicios estratégicos. Para salvaguardar estos privilegios económicos, la élite se constituye en el estrato de la sociedad del cual son reclutados los oficiales y administradores de mayor jerarquía. En el Estado, los oficios a su servicio existen independientemente de la persona que los ejerce (Flannery, 1972: 401).

    El Estado mantiene el monopolio tanto de la elaboración de las normas que regulan todo tipo de relaciones entre los individuos en su jurisdicción, como del poder coercitivo para velar su cumplimiento. Casi todos los crímenes son considerados delitos en contra del Estado, en cuyo caso el castigo es determinado por éste, según procedimientos codificados, en vez de que sea responsabilidad de la parte ofendida o del jefe del clan, como ocurre en las sociedades tribales o en los cacicazgos (Flannery, 1972: 401).

    El Estado ejerce su poder por medio del cumplimiento de funciones políticas básicas como la defensa de las fronteras y sus derechos territoriales; el mantenimiento del orden social interno; la toma y ejecución de decisiones relacionadas con las acciones sociales y económicas del grupo; la construcción de obras e instalaciones públicas de carácter administrativo y religioso, así como para las actividades de producción y comercio, etcétera (Sahlins, 1968: 4-7; Yoffee, 1979: 14-17).

    Para ejecutar esas funciones, el Estado retiene el monopolio para emprender la guerra, reclutar soldados, recaudar impuestos e imponer tributo, ya sea en especie, productos manufacturados, materia prima o en mano de obra comunal. Consecuentemente, el poder del Estado es único y suprime todos los demás poderes preexistentes en una sociedad política gracias al monopolio que posee de ejercer la fuerza (Finley, 1986: 20-21).

    Una vez constituidos, los Estados arcaicos ejercieron su soberanía sobre una población que ascendió a cientos de miles y muchas veces a varios millones de individuos, pero sólo un determinado porcentaje de esa población estuvo dedicado completamente a la producción de alimentos, mientras otros eran artesanos especialistas de tiempo completo, y vivían en barrios o sectores urbanos adaptados a sus labores respectivas.

    Los artesanos especializados lograron un alto nivel ya fuera en la producción artística o en los conocimientos, debido principalmente al patronazgo del Estado, en virtud de su constante demanda de todo tipo de artesanos para satisfacer sus necesidades elitistas.

    En los Estados arcaicos se observa una intensificación tanto en la erección de edificios comunales como en la construcción de obras diversas de servicio público (sistemas de riego, vías de comunicación, mercados, etcétera), comúnmente construidos por alarifes y burócratas profesionales. Entre las obras de carácter público también proliferan los templos y otros edificios para las actividades religiosas, y son atendidos por sacerdotes de tiempo completo que mantienen imperante la religión oficial del Estado.

    Es característico de esa religión oficial tener un panteón con una jerarquía interna, en la que cada una de las deidades tiene diferentes funciones asignadas, las cuales son tan variadas y complejas como la sociedad misma y sus necesidades.

    En el Estado arcaico, el estamento rector emplea un estilo artístico oficial para caracterizar a sus dioses tutelares e incluso a los gobernantes en turno, presentados como los "representantes- de la(s) deidad (es) ante la sociedad (Flannery, 1972: 401-402). A la par, el Estado promueve el empleo de modas y estilos artísticos oficiales, los cuales quedan plasmados en los materiales culturales usados por quienes habitan el territorio bajo su control, y llegan a alcanzar aun aquellas regiones de sus dominios donde la población es étnica o lingüísticamente distinta.

    III

    Por lo que toca a nuestro caso de estudio, puede decirse que el primer intento importante para situar dentro de un esquema de evolución cultural a la sociedad azteca tardía fue elaborado por Adolph F. Bandelier (1880), quien, tomando como base teórica la obra de Lewis Morgan, clasificó a la sociedad mexicana antigua de tiempos de Moctezuma Xocóyotl (r. 1502-1520) en el nivel superior del barbarismo (e.g. cacicazgo), considerándola organizada en forma gentilicia y con un sistema político de democracia militar. El grupo social fundamental en esta interpretación es el calpidli, identificado como un clan con propiedad comunal de la tierra. Por tanto, Bandelier ubicó a la sociedad mexicana antigua en el nivel de sociedades organizadas con base en el parentesco y no en el nivel de civilización, en el que existen la propiedad privada, las clases sociales y el Estado.

    Baste mencionar que la tesis de Bandelier ha sido refutada completamente. La crítica fundamental a su tesis se encuentra en la obra de Manuel M. Moreno: La organización política y social de los aztecas (1931, reeditada en 1962 y 1971), en la que expuso las pruebas de la existencia de clases sociales y caracterizó el sistema político azteca (mexícatl) anterior a la conquista como de tipo estatal, con una oligarquía teocrático-militar y con una tendencia hacia la monarquía.

    Estudios posteriores han corroborado y ampliado los postulados básicos de Manuel Moreno. En la actualidad, con la ayuda de nuevos enfoques teóricos en la interpretación de las fuentes escritas y las evidencias arqueológicas, hemos avanzado mucho en la comprensión del complejo mundo de la sociedad nativa de la cuenca de México que precedió a la conquista hispana.

    La mayoría de estas investigaciones, empero, se ha enfocado a esclarecer ya sea la estructura social, la económica o la ideológica de los mexica y pueblos afines culturalmente del Altiplano central de México, más que a profundizar en el estudio de la organización estatal de los mexica tenochca, y su trasformación a lo largo del tiempo.

    Trabajos como los de Bray (1972), Calnek (1978b), Gibson (1971), Hicks (1982, 1988), Hodge (1984) y López Austin (1985), entre otros, constituyen sin duda excelentes aproximaciones al estudio de la complejidad y variabilidad administrativa del sistema político mexícatl hacia el momento del contacto. Sin embargo, la mayoría de ellos, como nos lo hace notar Mary G. Hodge (1984), obedece a modelos sincrónicos carentes de una perspectiva dinámica de los constantes ajustes que sufrió la estructura política del Estado mexícatl durante los 91 años de su existencia.

    Más aún, con la excepción de los trabajos de Rounds (1979, 1982), Calnek (1982), Brumfiel (1983) y Monjarás-Ruiz (1980), poco se ha hecho para esclarecer los factores causales de los procesos específicos que condujeron a la formación del Estado mexícatl, ya que su existencia es explicada como la culminación de un largo proceso cíclico de centralización-regíonalización-centralización político v cultural en la cuenca de México, que tuvo su origen a principios de nuestra era en Teotihuacan, a partir de la intensificación de los sistemas agrícolas y la formación de las clases sociales en el centro de México (cfr. Sanders y Price, 1968; Blanton et al., 1996; Boehm de Lameiras, 1986, inter alia).

    Empero, si bien es indudable que el Estado mexícatl fue inspirado a partir del modelo tolteca (y éste a su vez del teotihuacano), aún queda por esclarecer cómo con precondiciones ecológicas, técnicas y sociales similares, el Estado en el centro de México emergió únicamente en determinados momentos y en algunos lugares (Teotihuacan, Tollan, Xochicalco y Tenochtitlan). ¿Por qué los tepaneca de Atzacapotzalco no alcanzaron el umbral del Estado habiendo tenido, según parece, los mismos elementos con los que posteriormente contaron sus súbditos, los mexica tenochca, quienes sí pudieron aprovecharlos para constituirse en una sociedad compleja de tipo estatal?

    Al igual que Elizabeth M. Brumfiel (1983, 1994a), creemos que la falta de una explicación coherente con este hecho se halla en la equívoca aplicación de los modelos teóricos que hasta la fecha se han empleado para explicar los orígenes y la formación del Estado en el centro de México, y principalmente de aquellos especialistas que pretenden explicar la formación del Estado únicamente en términos de variables técnico-ecológicas derivadas de la teoría del materialismo dialéctico de Marx y Engels.

    EL MATERIALISMO HISTÓRICO EN LOS MODELOS EXPLICATIVOS DE LA GÉNESIS DEL ESTADO ARCAICO: EL CASO DEL CENTRO DE MÉXICO

    Existe un consenso general entre los estudiosos del Estado arcaico en señalar que la cualidad más importante de éste fue su amplia capacidad de dirigir la organización y administración de las sociedades sobre las que ejerció su soberanía. De hecho, el reconocimiento de esta cualidad rectora constituye la base de la cual se derivan los modelos en boga del materialismo ecológico y del conflicto social que han sido aplicados para explicar la dinámica no sólo de la génesis del Estado prehispánico en el centro de México, sino también la de su evolución (de la cual, como hemos mencionado, el Estado mexícatl es considerado su culminación); según estos modelos, el Estado emergió en contextos socioecológicos donde la administración eficaz de los recursos disponibles llegó a ser necesaria o especialmente benéfica.

    Las explicaciones del materialismo ecológico

    Fundamentados en las obras de Steward (1949, 1955) y Wittfogel (1957), los teóricos del materialismo ecológico inicialmente sostuvieron que el Estado en el centro de México surgió como una respuesta a las necesidades de organización efectiva para la construcción y mantenimiento de grandes obras hidráulicas para la producción agrícola (cfr. Armillas, 1951; Palerm, 1973,1977; Wolf, 1976; Boehm de Lameiras, 1986).

    Esta tesis dejó de tener validez universal por el simple hecho de que a partir de la aplicación del C14 para el fechamiento independiente en la investigación arqueológica, se ha podido verificar que los grandes sistemas hidráulicos fueron construidos o estuvieron en función sólo hasta que el Estado estuvo formado. Más aún, es un hecho arqueológico comprobado que en varios casos el Estado prístino emergió en ausencia de grandes sistemas de irrigación (cfr. Adams, 1960: 281; Chang, 1963: 316; 1984; Carneiro, 1970: 734; Millón, 1973: 47-49; Olivé Negrete, 1985: 93). Por lo anterior, resulta cuestionable que todavía se inquiera acerca de la existencia de evidencia arqueológica concreta que atestigüe la construcción de obras hidráulicas a gran escala o la proliferación de sistemas de cultivo intensivo en la cuenca de México, incluyendo el llamado valle de Teotihuacan, anteriores a la formación del Estado mexícatl (cfr. Boehm de Lameiras, 1986: 22; Flannery, 1972: 403; León-Portilla, 1980:229-231; Manzanilla N., 1987: 287; Millón, 1973:47-49; Offner, 1981: 43-46; Olivé Negrete, 1985: 93).

    Algunos investigadores con enfoque materialista, conscientes de la deficiencia causa-efecto en el modelo del estado hidráulico, han propuesto otros factores causales de índole ecológica para la génesis del Estado en el centro de México. Se ha sugerido que a partir de la intensificación tanto de los sistemas agrícolas como de la diferenciación social, el Estado emergió para facilitar la distribución interna de los productos y la materia prima (Sanders, 1956), para defender los recursos de la población o para captar en forma simbiótica —con sistemas de mercados y tributación— los recursos y productos agrícolas logrados por toda clase de sistemas de cultivo en otros entornos ecológicos aledaños a la cuenca de México (Sanders, 1968; Sanders y Price, 1968). También se ha propuesto que los estados prístinos, incluyendo el mesoamericano, se originaron como una respuesta para la solución de problemas específicos, ajenos en gran medida a las variables ecológicas, ya que resulta un hecho bien establecido que el Estado arcaico surgió en diversas zonas ecológicas (Flannery, 1972).

    Sin embargo, si el Estado se origina como una fuerza directriz capaz de solucionar eficazmente diversas clases de problemas específicos, en condiciones de desarrollo económico y social relativamente similares, ¿cómo se puede explicar que no siempre surja este tipo de sociedad en las regiones donde sabemos por la arqueología que se dieron las condiciones necesarias para su existencia y desarrollo?

    Por ejemplo, la investigación arqueológica reciente en Tlaxcala ha traído a colación evidencias que atestiguan que para la fase Tezoquipan (c. 400/300 a.C.-100 d.C.), las comunidades de esa región de Mesoamérica habían alcanzado una marcada diferenciación sociocultural y tenían un sistema de riego capaz de sustentar una densa población que hacía de esta comarca un lugar tan (o quizá más) idóneo como el valle de Teotihuacan para haber sido la cuna del Estado prístino en el centro de México (cfr. García Cook, 1981: 256-262). Sin embargo, el hecho fue que la complejidad sociocultural en el centro de México pudo gestarse en el vecino valle de Teotihuacan, y no así en la región tlaxcalteca. ¿Por qué?

    Para explicar esta coyuntura espacio-temporal en la formación del Estado dentro de los modelos de ecología cultural, los estudiosos han enfocado su análisis en la interacción entre las variables del crecimiento demográfico y el ecosistema del lugar; desde este punto de vista, dicen, el Estado arcaico sólo pudo emerger en ciertas regiones ecológicas circunscritas geográfica o socialmente, donde los problemas de crecimiento demográfico llegaron a ser particularmente drásticos debido a lo limitado de la tierra disponible para el cultivo y al incremento considerable de la mano de obra subaprovechada, causada por las limitaciones inherentes a los métodos y formas de organización tradicionales en la producción.

    En consecuencia, las sociedades afectadas por los problemas engendrados por la presión demográfica recurrieron al establecimiento de un sistema administrativo central más fuerte (e.g. el Estado), capaz de organizar y dirigir el potencial técnico y humano de las comunidades, ya sea para la construcción de sistemas de irrigación u otros métodos de intensificación agrícola, como pava la administración del intercambio local y el comercio con otras regiones, todo con el fin de dar solución efectiva a sus necesidades (subsistenciales) vitales.

    En resumidas cuentas, la presión demográfica y los problemas que engendra nos pueden explicar, según los ecologistas, por qué después de varios siglos, sin el provecho de una organización central, una sociedad humana logra encontrar repentinamente un sistema estatal capaz de reestructurar su organización social, permitiéndole adaptarse a las nuevas condiciones demográficas y aprovechar mejor su entorno, potencialmente favorable para la instrumentación de técnicas más productivas (Carneiro, 1970; Sanders y Prince, 1968: 230; Santley, 1980: 141; Steward, 1949: 19; Wiesheu, 1996: 49-54, 141, inter alia).

    Sin embargo, en la práctica, tanto en el ámbito mundial como en el caso particular del centro de México, ha sido muy difícil tratar de explicar satisfactoriamente la coyuntura espacio-temporal de la formación del Estado en términos de presión demográfica y circunscripción geográfica.

    Varios investigadores, fundamentando su razonamiento a partir de las obras pioneras de Malthus y Gordon V. Childe, consideran que la adopción de nuevas técnicas agrícolas permitió a la sociedad generar un excedente en la producción, el cual a su vez estimuló el crecimiento de la población y dio prerrogativas a cierto sector de ella para dedicarse a otras actividades de tiempo completo ajenas a la producción de alimentos, como la administración y el desarrollo de las artes. De esta manera quedaron asentadas las bases para la aparición de las primeras civilizaciones o Estados prístinos (Merlo y Robles, 1975; Skalnik, 1981). De acuerdo con esta posición teórica, el crecimiento demográfico es el resultado, no la causa, de la intensificación de la producción agrícola y del afianzamiento del Estado.

    Un hecho que complica aún más la hipótesis de la presión demográfica como primer motor es que en la mayoría de los casos conocidos, incluidos Teotihuacan y Tenochtitlan, la aparición del Estado estuvo precedida por un periodo de ausencia de crecimiento o presión demográfica (Adams, 1966: 44; Brumfiel, 1983: 264; Kowalewski, 1980: 156; Sanders, 1981: 175, cuadro 6-2). Además, ha sido prácticamente imposible determinar qué ecosistemas pueden o no favorecer la formación del Estado, ya que éste emergió en diferentes zonas ecológicas con recursos agrícolas y naturales totalmente dispares, como en las regiones áridas de la costa de Perú y de Mesopotamia, en las selvas tropicales del Petén guatemalteco, en los fértiles aluviones del valle del Nilo y el río Hoangho o en la región simbiótica del Altiplano central de México (Brumfiel, 1983: 263; Flannery, 1972: 403).

    Por tanto, si el Estado arcaico se formó con base en una disparidad entre población y recursos ambientales, es necesario buscar otros factores causales de validez universal para explicar la dinámica del surgimiento del Estado.

    Los ecologistas culturales han presentado una nueva propuesta teórica, la cual sugiere que las instituciones políticas complejas que dan cabida a la formación de las sociedades estatales, esporádicamente se hallan presentes de manera incipiente en las sociedades simples (preestatales) y que se encuentran listas para ser activadas cuando las condiciones demográficas y ecológicas llegan a ser favorables. El tiempo y el lugar de aparición de las instituciones políticas incipientes se ha dicho que es al azar, y éstos no constituyen en sí mismos un asunto susceptible de estudio. Puesto que la variación en los sistemas vivientes se produce constante y espontáneamente en términos del paradigma de la evolución cultural, esto no requiere explicación (Price, 1982). Sin embargo, como bien nos alerta Elizabeth M. Brumfiel (1994a: 6), esta conjetura no es del todo cierta, pues así como la complejidad sociopolítica puede revertirse por problemas ecológicos que escapan a la capacidad técnico-administrativa, las instituciones políticas complejas también pueden ser innecesarias en contextos ecológicos favorables que no cumplan las exigencias de su propia dinámica sociocultural.

    El paradigma del conflicto social

    Por su parte, los investigadores de la escuela del materialismo dialéctico en México conciben el origen del Estado como la culminación de un proceso o formación socioeconómica que se ha querido identificar con el modo de producción asiático o el despotismo oriental.

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