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Historia, arqueología y arte prehispánico
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Libro electrónico315 páginas2 horas

Historia, arqueología y arte prehispánico

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Román Piña Chan apuesta por la conciliación de disciplinas y combina el conocimiento arqueológico con el análisis del testimonio de uno de los informantes de fray Bernardino de Sahagún, el cual incluye hechos de gran relevancia para la historia del Altiplano Central de México.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 dic 2015
ISBN9786071634207
Historia, arqueología y arte prehispánico

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    Historia, arqueología y arte prehispánico - Román Piña Chan

    ROMÁN PIÑA CHAN

    HISTORIA, ARQUEOLOGÍA

    Y ARTE PREHISPÁNICO

    Primera edición, 1972

    Segunda edición, 2013

    Primera edición electrónica, 2015

    D. R. © 1972, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3420-7 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Prólogo

    Román Piña Chan (1920-2001) fue uno de los iniciadores del estudio del México prehispánico tal como lo entendemos hoy. Entre los decanos de la investigación mesoamericanista, hubo quienes trabajaron principalmente con fuentes históricas, como Wigberto Jiménez Moreno; otros, como Alfonso Caso, llevaron a cabo proyectos arqueológicos pero también escribieron obras netamente históricas, basadas en códices y otros documentos coloniales. Román Piña Chan pertenece al grupo de los arqueólogos que dedicaron mayor tiempo al trabajo de campo en diferentes regiones. La pericia de Piña Chan sobre el terreno es uno de los rasgos más elogiados por quienes fueron sus alumnos: todos le reconocen una asombrosa intuición para seleccionar el punto en el que era más adecuado iniciar una excavación. En una época en la cual los instrumentos de observación y detección estaban poco desarrollados todavía —la década de 1950, por ejemplo—, era de un valor particular la experiencia de un arqueólogo a ras de tierra, pues no tenía equivalente técnico alguno.

    Como otros pioneros de la arqueología en el mundo, Piña Chan percibía el conflicto entre dos saberes o dos vías de conocimiento que se necesitaban mutuamente pero cuya correspondencia exacta era difícil de precisar. Dicho en otras palabras, Piña Chan entendía que los datos arrojados por la arqueología podían corresponder con algunos pasajes de los relatos históricos recogidos en la época colonial. En este libro quiso utilizar una fuente del siglo XVI, el Códice Florentino —en particular el pasaje referente al origen de los mexicas—, para construir una explicación general de la historia antigua de México desde la etapa olmeca.

    Es preciso advertir al lector que el mayor valor de la obra que tiene en sus manos —publicada por primera vez en 1972— está en función del lugar que ocupa en la historia de la arqueología y en la formación de nuestra concepción del México antiguo. Entre los hechos analizados en esta obra hay fechas que ya han sido corregidas o precisadas (por ejemplo, no hay duda de que el auge de Xochicalco corresponde al periodo 600-900), hay varios procesos que se conocen mejor y, además, hoy contamos con explicaciones mejor fundamentadas sobre algunas relaciones entre culturas y regiones; no obstante, las propuestas de Piña Chan siguen siendo sugerentes y varias de ellas acertadas, incluso a la luz de las investigaciones más recientes.

    El texto que llamó especialmente la atención de Piña Chan es un relato del siglo XVI en lengua náhuatl, traducido al castellano por fray Bernardino de Sahagún, en el cual se habla de gente que llegó navegando a la costa del Golfo de México y desembarcó en Pánuco. Según esta versión, los navegantes habrían descendido por tierra hacia el sur, hasta llegar a Guatemala. De Guatemala salieron nuevamente para fundar un lugar que recibiría el nombre de Tamoanchan, en el cual alcanzaron importantes logros de civilización, como la invención del calendario. Mientras vivían en Tamoanchan, visitaban Teotihuacan y hacían allí ofrendas. Después de vivir en Tamoanchan por largo tiempo, emprendieron una migración durante la cual pasaron por Chicomóztoc, Tula y otros lugares.

    El texto de los informantes de Sahagún es complejo; su estilo, los lugares mencionados, los lapsos transcurridos y varios de los hechos aludidos parecen corresponder con el formato de un relato mítico, con la historia sagrada de los orígenes de un pueblo. Varios investigadores se preguntan, todavía el día de hoy, si puede haber un fondo histórico detrás del relato. Piña Chan creyó que lo había e intentó cuadrar su explicación general de las culturas y etapas arqueológicas de Mesoamérica con el relato de Sahagún. La verdad es que produjo un texto que tiene, felizmente, dos lecturas: por una parte la que corresponde a una exposición general de las etapas y el desarrollo de la historia de Mesoamérica y, por otra, la que se cuestiona si esa exposición general, esa secuencia, coincide o no con los nombres y los hechos de la narración nahua colonial. De esta manera, incluso si no se está de acuerdo con la interpretación que Piña Chan hace de la leyenda, siempre es posible aprovechar y apreciar un nutrido relato de la arqueología mesoamericana y un esquema general de la historia prehispánica.

    La reflexión de Piña Chan acerca de la etapa olmeca resulta particularmente interesante, puesto que su convicción sobre el valor histórico del relato de los informantes de Sahagún lo conduce a hacer especial hicapié en Centroamérica. El autor destaca la importancia de un repertorio de esculturas de gran tamaño, localizadas en la costa de Guatemala (algunas de ellas son cabezas monumentales, otras representan a un personaje obeso que ha sido llamado el dios gordo). En dicho repertorio escultórico y también en algunas obras de cerámica observa un antecedente del arte olmeca del Golfo de México. Así esboza la idea de un desarrollo simultáneo en Guatemala y en el Golfo, derivados de una fuente común. Además, define claramente el fenómeno que conocemos como estilo Izapa, ocurrido en la costa chiapaneca, en términos de una continuación o desenlace de la historia olmeca.

    Estudios de las últimas décadas han fortalecido la hipótesis de que existió un conjunto de pueblos de habla mixe-zoque que habitaron la zona costera de Chiapas y Guatemala, y cruzaron el istmo hacia Tabasco y Veracruz. Estos pueblos habrían sido responsables de los desarrollos olmecas del Golfo. En el siglo V a. C. se habrían replegado hacia el sur, a su área original, y habrían tenido un nuevo auge en la costa del Pacífico, ligado quizá al surgimiento de la escritura y el calendario. Los mayas, tal como lo sugería también Piña, habrían entrado en contacto con esa cultura epiolmeca a través de la tradición Izapa.

    Sin duda, la relectura de la obra de Piña Chan invita a preguntarse, entre otras cosas, por el lugar que los estudios actuales deberían conferir a los vestigios de localidades guatemaltecas como Monte Alto, El Tránsito, Las Ilusiones y Bilbao, en relación con ese movimiento de expansión y retracción mixe-zoque.

    Pensando en dirección opuesta, es decir, de Tabasco hacia el centro y el norte de Mesoamérica, la visión de Piña Chan es coincidente con la que en esos mismos años tenían muchos arqueólogos —como Ignacio Bernal—, según la cual los olmecas del Golfo habrían sido los responsables del desarrollo de la civilización en otras regiones de Mesoamérica. Se les veía como colonizadores, difusores de un estilo en localidades de la Meseta central y, particularmente, como una fuerza influyente en una etapa temprana de la historia de Monte Albán. Hoy en día, varios autores matizarían esa visión de un foco olmeca metropolitano situado en la costa y abogarían por una explicación alternativa: la de una etapa olmeca en la que varias élites de Mesoamérica compartían rasgos culturales y un lenguaje simbólico sin que pueda identificarse a alguna de ellas como líder de un proceso centralizado.

    Influido por el relato sobre el origen de los mexicanos, Piña Chan subraya la influencia de las culturas del Golfo de México sobre Teotihuacan. También en este caso se trata de un problema que ha permanecido abierto en la arqueología del México antiguo, pues hay evidencias de una relación estrecha entre el Golfo de México y la ciudad de la Meseta central desde una etapa muy temprana hasta la época del abandono de la gran metrópoli. Piña Chan tuvo el acierto de referirse a un artefacto de los más enigmáticos: el marcador del juego de pelota encontrado en el barrio teotihuacano de La Ventilla, cuyo estilo se relaciona estrechamente con la decoración de Tajín, a pesar de pertenecer, supuestamente, a una etapa anterior a la aceptada para el auge de la ciudad del Golfo.

    La propuesta central de Piña Chan es, al mismo tiempo, una de las más cuestionables a la luz de los conocimientos que se tienen en la actualidad. Se trata de la identificación de Xochicalco con Tamoanchan. No es fácil entender cuáles fueron los motivos que lo llevaron a creer en esa identificación con tanta convicción. Sus argumentos parecen ser fundamentalmente dos: por una parte, la fuerte presencia de elementos del Golfo de México en el sitio morelense y, por otra, la evidencia de algún tipo de ajuste, corrección o cambio de una fecha calendárica apreciable en el talud de una pirámide de Xochicalco. Además, para cuadrar la historia de los informantes de Sahagún con los indicios arqueológicos, Piña asume que Xochicalco fue una ciudad floreciente en el Clásico temprano, y que habría sido por lo tanto capaz de influir sobre otras ciudades, como Teotihuacan.

    El primer argumento apunta a un hecho cierto: Xochicalco muestra varios indicios de una fuerte influencia del Golfo de México, aunque también exhibe, con una intensidad similar, rasgos de origen zapoteco, mixteco y maya. Pero sucede que la mayoría de los monumentos que conocemos de Xochicalco, y en particular la pirámide de Quetzalcóatl, son del Clásico tardío o Epiclásico, es decir, pertenecen al periodo entre los años 600 y 900 de nuestra era; por lo tanto, son posteriores al esplendor e incluso a la crisis final del poder teotihuacano. Así, resulta evidente que Xochicalco no pudo ser un centro cuyo florecimiento influyera sobre Teotihuacan, sino que en todo caso sería al revés. Además, el templo de Quetzalcóatl como serpiente emplumada y, consecuentemente, el culto a esta deidad aparecen en Teotihuacan por lo menos 400 años antes que en Xochicalco.

    En cuanto a la idea de la corrección calendárica, es preciso decir dos cosas. En primer lugar, el texto náhuatl al que nos venimos refiriendo habla de una organización u ordenamiento del calendario, pero no necesariamente de un ajuste o corrección calendáricos (compusieron la cuenta de los días […], dice el pasaje. Y componer suele tener, en los textos de la época, el sentido de escribir o dar forma, no de reparar o enmendar). En segundo lugar, no estamos seguros de qué es exactamente lo que se representa en el talud de la pirámide de Quetzalcóatl de Xochicalco. Hay un par de manos que parecen sostener y jalar ciertas fechas calendáricas, pero no es posible afirmar que esa imagen evoque o conmemore algún tipo de corrección calendárica y mucho menos, como se ha dicho en otros textos, que celebre la concertación alcanzada por un congreso de astrónomos y sacerdotes de diferentes regiones. Algo dice la imagen de Xochicalco sobre el asentamiento y el advenimiento de una fecha, pero no sabemos exactamente qué.

    ¿Existió Tamoanchan o fue sólo un mito? Realmente la pregunta sigue abierta, aunque hoy en día la mayoría de los autores se inclina por su identificación con un lugar mítico. Cuando los nahuas del siglo XVI hablaban de Tamoanchan, ¿tenían en mente alguna ciudad prestigiada de su pasado? ¿Sería Xochicalco o más bien Teotihuacan, o quizá alguna más antigua como Cuicuilco? No lo sabemos.

    Más allá de la identificación histórica de Xochicalco con Tamoanchan, la obra de Piña Chan tiene numerosas intuiciones e hipótesis que siguen siendo vigentes e incluso se han fortalecido con estudios posteriores. Así ocurre por ejemplo con la identificación de Quetzalcóatl con un dios del maíz o con la identificación entre Tula y el concepto de metrópoli. Muchos coincidirían hoy con la observación de Piña Chan, según la cual existieron muchas Tulas en la historia prehispánica, y una de ellas fue probablemente la propia Teotihuacan.

    En cuanto al origen de los toltecas que habitaron la Tula de Hidalgo, Piña Chan se adelanta a otras investigaciones al afirmar que se trataría posiblemente de gente que, en un pasado remoto, estuvo ligada a ciudades del centro de Mesoamérica y que emigró al norte, quizá al Bajío, y luego descendió nuevamente hacia el Valle de México. Esta idea de unos toltecas que regresan después de una colonización septentrional está bastante arraigada hoy en las explicaciones sobre los asentamientos de la Sierra Madre Occidental.

    También se inclinaba Piña Chan por explicar la semejanza entre Tula (la Tula de Hidalgo) y Chichén Itzá por medio de una influencia que iría del sur hacia el norte, de la región maya hacia la meseta central. En su tiempo, la interpretación dominante proponía que eran los toltecas de Tula quienes influían sobre Chichén Itzá y no viceversa, pero hoy en día la cronología de Chichén Itzá ha mostrado la viabilidad de la hipótesis de una influencia maya sobre el centro de México.

    Esta obra de Román Piña Chan tiene, en fin, el mérito de aquellos ejercicios de investigación que buscaron construir una historia general del México antiguo: identificar el sentido de las fuentes coloniales y colocar en el flujo del tiempo y de las relaciones interregionales los hallazgos que la arqueología iba logrando.

    PABLO ESCALANTE GONZALBO

    Octubre de 2012

    Introducción

    Los pueblos indígenas de México —en tiempos un poco anteriores a la conquista española— acostumbraban perpetuar y transmitir sus hechos históricos o acontecimientos de importancia por medio de narraciones, unas veces en forma oral y otras en documentos pintados, ya fueran códices, tiras, lienzos o mapas, muchos de los cuales desaparecieron, en parte debido a la naturaleza perecedera de sus materiales y en parte por su destrucción intencional.

    En los pocos documentos que conocemos puede haber noticias acerca de los diferentes grupos indígenas, narraciones sobre sus orígenes y genealogías, descripciones o nombres de los lugares de donde partían y adonde llegaban —es decir, de sus migraciones—, o también datos referentes a sus conquistas territoriales, a sus dioses, fiestas religiosas, tributos y otros aspectos que sin duda tuvieron un alto valor social y cultural en

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