ARQUEOLOGÍA NAZI ¿HUELLAS DE LA ATLÁNTIDA?
“Ni los arqueólogos se ponen de acuerdo sobre la historia de Tiahuanaco”, afirman los guías de la zona. A unos setenta kilómetros al noroeste de la capital boliviana de La Paz, y a tan solo quince del lago Titicaca, se alzan en la meseta andina, a 3.885 metros sobre el nivel del mar, las ruinas de lo que antaño debió ser la capital de un vasto imperio.
EL HOGAR DE LOS GIGANTES
El primero en mostrar su asombro fue el cronista Pedro Cieza de León, quien, tras visitar el yacimiento en 1549, relata en su Crónica del Perú (1553): “Yo no alcanzo ni entiendo con qué instrumentos y herramientas se labró, porque bien se puede tener que antes que estas tan grandes piedras se labrasen ni pusiesen en perfección, mucho mayores debían ser para dejarlas como las vemos… Otras cosas hay más que decir de Tiahuanaco, que paso por no detenerme, concluyendo que yo para mí tengo esta antigualla por la más antigua de todo el Perú; y así se tiene que antes que los incas reinasen, con muchos tiempos, estaban hechos algunos de estos edificios…”.
Con el de Cieza se inaugura una tradición de testimonios que, eclipsados ante la magnificencia que evocan sus ruinas, forjarán las leyendas en torno al origen de Tiahuanaco. En su Crónicas reales del Perú (1609) el Inca Garcilaso de la Vega describe la impresión que le dejó su paso por Tiahuanaco: “’Vése’ también una muralla grandísima, de piedras tan grandes que la mayor admiración que causa es imaginar qué fuerzas humanas pudieron llevarlas donde están, siendo, como es verdad, que en muy gran distancia de tierra no hay peñas ni canteras de donde se hubiesen sacado aquellas piedras”.
Más tarde, el jesuita Bernabé Cobo, en su Historia del Nuevo Mundo (1653), imaginó que aquella mítica
Estás leyendo una previsualización, suscríbete para leer más.
Comienza tus 30 días gratuitos