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Akenaton. El faraón olvidado
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Libro electrónico243 páginas4 horas

Akenaton. El faraón olvidado

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Akenatón ha ejercido una atracción irresistible entre los amantes de lo egipcio debido al misterio que rodea su obra y su muerte, y mientras más se estudia sobre él, más son los enigmas que se acumulan: Fue el primer monoteísta de la historia?, Podría vinculársele con el surgimiento del judaísmo en Egipto?, Por qué su existencia y su doctrina fueron sumergidas en un olvido de tres mil años?. Fue un iluminado humanista o un déspota sangriento?. En este libro, el autor da luz sobre las interrogantes que giran alrededor de este personaje y plantea nuevas y sorprendentes teorías que lo dejan ver como un digno antecesor de Moisés, Jesús y Mahoma.
Akhenaten was an ancient Egyptian pharaoh who reigned about 3,500 years ago. He made some major, but rather short-lived changes to various aspects of ancient Egyptian culture, the most notable one being his religious revolution. Akhenaten's strange appearance and mysterious behavior have made him the subject of much passion and controversy in the last century or so. Akhenaten is all things to all people--to some he was a fanatical lunatic, to some he comes across as a strange, eccentric young man whose behavior was strongly influenced by his mother, to others he was a Christ-like visionary and a mentor of Moses, and to still others he was simply someone who happened to be at the wrong place at the wrong time and who really had nothing to do with the dramatic reformations that went on during his reign. This book suggests some theories and possibilities about who really was this controversial pharaoh.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 jun 2012
ISBN9781939048004
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    encantado de la historia de akenaton que pocos conocen pero se hace conocer al akenaton mas profundo

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Akenaton. El faraón olvidado - Jorge Dulitzky

Índice

Prólogo

Introducción

PRIMERA PARTE.

Una cronología posible

El faraón Akenatón

La decadencia del gobierno de Akenatón

Tumés y su relación con el Éxodo

SEGUNDA PARTE

Akenatón es condenado al olvido eterno

Horenheb, el general que llegó a faraón

TERCERA PARTE

Redescubriendo a Akenatón

Bibliografía

Prólogo

El trabajo del arqueólogo consiste en escarbar la tierra para buscar vestigios de culturas antiguas, sepultados por obra de la naturaleza –arena traída por los vientos, terremotos– o por la mano del hombre, que los enterró para hacerlos desaparecer o para protegerlos de manos depredadoras.

La profesión del arqueólogo es fascinante, aunque requiere una personalidad metódica para usar pequeñas palitas y pinceles para no dañar los posibles hallazgos. La tierra debe ser cribada, pues algo del tamaño de un botón puede ser, por ejemplo, una moneda oxidada. Posiblemente los primeros arqueólogos buscaban tesoros de reyes pretéritos. Actualmente sería raro encontrar nuevos tesoros, pero un trozo de cerámica del tamaño de una estampilla puede proporcionar indicios de enorme importancia.

La historia antigua es un gigantesco rompecabezas que se va armando a medida que aparecen nuevas informaciones. El trabajo del arqueólogo permite agregar piezas y llenar lugares que estaban vacíos. Uno de esos huecos es el período que abarca los reinados de Akenatón, Smenkare, Tutankamón y Ay. Hasta mediados del siglo XIX se desconocía la existencia de esos faraones, que vivieron hace tres mil trescientos años.

Imagino la sorpresa de los arqueólogos que acompañaban a Henri Chevrier cuando en 1925 descubrieron por casualidad los enormes colosos que mostraban a un personaje con aspecto deforme: un enorme mentón, ojos almendrados, enormes caderas y pechos femeninos. Nunca se había visto nada parecido en la historia egipcia. ¿Cómo era posible que el rey que sirvió de modelo a esas esculturas fuera ignorado por la historia?

Poco después se supo que se trataba de Akenatón, un faraón desconocido hasta ese momento, cuya epopeya todavía es motivo de las más audaces hipótesis. Las figuras 1 y 2 muestran dos de las estatuas de Akenatón encontradas en Karnak durante las excavaciones del templo de Gempatón, donde había un total de veintiocho estatuas colosales. Todas tenías las rodillas quebradas. Dos están en el Museo de Luxor, una en el Louvre, otra en Munich, cuatro en el Museo del Cairo y las restantes en los depósitos de este último.

Akenatón ejerce una atracción irresistible entre los egiptólogos y los amantes de todo lo egipcio; su vida y sus obras son un misterio que acumula nuevos enigmas a medida que se lo estudia. Estoy seguro de que durante los próximos años Akenatón reemplazará a Tutankamón en términos de atractivo turístico.

Cuando visité Egipto, me llamó la atención ver el símbolo de Atón impreso en las entradas a los museos, con el sol y sus rayos terminados en manitas. También me asombró ver que los policías que protegen los monumentos y las zonas arqueológicas tienen bordados sobre sus uniformes el mismo símbolo. Tres mil trescientos años después de su misteriosa muerte, el faraón hereje parece haber conseguido algún tipo de predicamento en su país, aunque resulta contradictorio que la mayoría de los egipcios desconozcan quién fue el polémico monarca.

Hace poco más de un siglo nadie conocía la existencia de Akenatón. La aparición de sus estatuas dejó perplejos a los arqueólogos, pero el desconcierto aumentó al descubrir que ese extraño personaje había sido el protagonista de una crónica que, hasta fines del siglo XIX, nadie había imaginado. Akenatón tuvo el atrevimiento de protagonizar una reforma religiosa inusitada en Egipto, perturbando el culto a sus dioses tradicionales, por lo que fue calificado de hereje, posiblemente asesinado y su doctrina prolijamente ocultada en lo que parecía un olvido eterno.

Cuando se conoció el contenido de su reforma religiosa, los investigadores tuvieron la incómoda sensación de verse obligados a revisar el criterio de estabilidad milenaria que caracterizó siempre al antiguo Egipto. Akenatón había abierto una brecha que resultó intolerable para el establishment de su época. Sus textos hablan de un dios único e insustancial llamado Atón, que representaba la energía solar. ¡Es fácil imaginar el estupor de los egipcios acostumbrados a un olimpo con casi cuatrocientos dioses!

¿Podría considerarse a Akenatón como el primer monoteísta de la historia humana? Yo creo que sí. La época en que vivió coincide con la que se asigna al Éxodo judío. ¿Podría vincularse a Akenatón con Moisés y el surgimiento del judaísmo en Egipto? Estoy convencido de que sí. Esta idea inquietó a algunos historiadores y entusiasmó a otros estudiosos, entre ellos, a Sigmund Freud. Como resultado, Akenatón se transformó, a partir de entonces, en un tema controvertido.

Es innegable que Akenatón tuvo una importante influencia en el surgimiento del monoteísmo mosaico; fue una fuente de inspiración fácilmente demostrable. El estudio de sus doctrinas produjo una inevitable colisión entre lo histórico y lo religioso, cuya consecuencia fue que la investigación arqueológica se hizo más lenta y la información sobre las conclusiones fue demorada de tal modo que parece objeto de manipulaciones intencionadas.

Sucede que cuando los hallazgos históricos están relacionados con alguna religión, siempre resultan problemáticos. Muchos historiadores no pueden evitar que sus opiniones reflejen sus propias creencias arraigadas.

Eso explica, en el caso de Akenatón, la sorprendente discrepancia entre los que opinan que fue un iluminado humanista y los que piensan que fue un déspota sangriento.

Y también explica la demora en el trabajo arqueológico. Cuando conocí el emplazamiento de sus templos en Karnak, constaté que el lugar seguía siendo un montículo de escombros apenas explorado. Admito que Egipto todavía encierra demasiados monumentos bajo la arena, para cuya excavación resultan insuficientes los presupuestos y el personal técnico idóneo existentes en la actualidad. Pero no deja de ser cierto que lo relacionado con Akenatón parece haber sufrido un progreso muy lento a partir del momento en que se descubrió que podría estar relacionado con el origen del monoteísmo judeocristiano.

La historia egipcia conocida por Occidente durante los últimos milenios no incluyó ninguna mención de Akenatón y sus ideas. Para la cultura judeo cristiana, los egipcios fueron siempre calificados como idólatras por la Biblia. Es imaginable la sorpresa de los estudiosos de las religiones cuando a fines del siglo XIX se descubrió la existencia de un faraón que había concebido el culto a la energía radiante del sol como deidad única y que abolió la idolatría politeísta tan combatida luego por el Antiguo Testamento. Nadie sabía que su religión había fracasado por no tener el poder necesario para imponerse a los representantes del clero de su época.

Pese a haber sido eliminado de los registros históricos, creo que ese incipiente monoteísmo quedó latente entre los seguidores de Akenatón y pudo haber sido la semilla que permitió el desarrollo de la religión mosaica.

En mi libro anterior, Moisés, el hombre, en Egipto, expuse la premisa de que Moisés fue un héroe legendario sin existencia real y desarrollé mi hipótesis acerca de los personajes de la historia egipcia que dieron lugar a la leyenda mosaica. La investigación estuvo centrada en el príncipe escultor Tutmés y en el general Horenheb, a quienes señalé como probables organizadores y conductores del Éxodo.

Akenatón también formó parte del elenco de mi primera obra, aunque apareció como personaje secundario. Concebí este nuevo libro en tres partes: en la primera, la atención estará centrada en Akenatón y su entorno familiar; en la segunda parte explicaré el modo usado por sus sucesores para eliminar los rastros del faraón y en la tercera describiré los hallazgos arqueológicos de los últimos años, que permiten comprender mejor lo sucedido en lo que se conoce como la epopeya de Amarna.

Comencemos.

Introducción

Es probable que recién ahora, a comienzos del tercer milenio, estemos en condiciones de comprender la trascendencia que tuvo el faraón Akenatón en la historia del mundo. Fue el primer innovador religioso y el creador de una primera clase de monoteísmo. Gobernó Egipto durante diecisiete años, su muerte sigue siendo misteriosa y su momia jamás fue encontrada. Desde que se descubrieron los indicios de su existencia a mediados del siglo XIX hasta hoy, aparecieron admiradores y detractores suyos, pero nadie pone en duda que la impronta de sus ideas fue heredada por el judaísmo y luego por el cristianismo. A tal punto que muchos estudiosos aseguran que este extravagante faraón pudo ser nada menos que Moisés. Y otros aseguran que fue el primer humanista de la historia.

El interés en Akenatón produjo un torrente de ensayos, novelas, películas, programas de televisión y hasta una ópera con su nombre, compuesta por el músico Philip Glass, donde lo compara con Albert Einstein y el Mahatma Gandhi. La orden de los Rosacruces lo considera uno de sus grandes maestros. Debemos reconocer que Akenatón fue un reformador religioso revolucionario y un amante de la verdad. Creó una deidad imposible de representar en monumentos: la energía solar. En ese sentido fue un precursor de muchos hallazgos científicos que dos mil años después permitieron conocer las bondades de las radiaciones solares sobre toda forma de vida. Hizo su revolución religiosa tomando una antigua deidad casi olvidada: Atón, originario de Heliópolis, la ciudad que la Biblia menciona con el nombre de On. Su religión difundía la bondad entre los seres humanos y tuvo la posibilidad de alcanzar una difusión internacional que, empero, jamás logró.

El proyecto religioso de Akenatón fracasó y fue sepultado por sus contemporáneos para que las generaciones posteriores lo olvidaran. Todavía desconocemos las causas de su fracaso, aunque tenemos fuertes sospechas de que el clero de Amón resultó ser un enemigo más poderoso de lo que imaginó el faraón.

Durante su reinado se derrumbó el poderío militar egipcio y, pese a la disminución de sus riquezas, creció inusitadamente su dimensión espiritual. Mientras sus antepasados fueron poderosos en la acción, Akenatón fue un soñador, un idealista, un filósofo y un esteta.

Las opiniones son tan diversas como la gente que las emite. El psicoanalista Karl Abraham dijo que fue el primer hombre en el reino de las ideas que registra la historia. El arqueólogo Flinders Petrie opinó que Akenatón fue un pensador e idealista a la altura de los mayores de la humanidad. Para el egiptólogo James Henry Breasted fue el primer individuo de la historia humana y agregó que la fuerza interior para imponer sus ideas sólo se volvió a encontrar en algunos profetas hebreos unos siete siglos después. Según Arnold Toynbee, su culto solar inspiró el Sol Invictus del Imperio Romano; para Sigmund Freud, fue el inspirador de la epopeya mosaica. Para algunos fue un místico cuyas enseñanzas todavía siguen vigentes y para otros, el antecesor más antiguo de Jesús.

Algunos de sus detractores afirman que Akenatón fue una mujer disfrazada de hombre o un eunuco llegado de Nubia, lo que me parece una tontería. En mi opinión, fue un místico con muchos problemas psicológicos, que canalizó su neurosis hacia la religión con un enorme énfasis en el culto a la verdad, el amor y la justicia. Decididamente, no fue un títere en manos de los sacerdotes tebanos: tuvo el coraje de enfrentarlos. Calificado de hereje, fue un revolucionario con una grandiosa capacidad para la filosofía; innovador en lo religioso y en las artes plásticas, fue el primer ecologista de la historia y un excelente poeta. Pese a no haber logrado la aceptación de sus ideas por parte de sus contemporáneos, sembró una semilla que fue abandonada y luego cosechada por el judaísmo y el cristianismo, según veremos en este libro. Fue un precursor y es imposible dejar de sentir por él una intensa admiración y respeto.

PRIMERA PARTE

Una cronología posible

Cuando Akenatón fue faraón, el imperio de Egipto ya existía desde hacía dos milenios, dimensión de tiempo comparable a la que transcurrió entre el nacimiento de Cristo y nuestra época. Aquellos egipcios visitaban las pirámides como nosotros visitamos el Coliseo romano, y reverenciaban a sus antepasados con una devoción fundada en la perdurabilidad de imperio, en la estabilidad de sus instituciones y en el prodigioso bienestar originado en las inundaciones del Nilo. Tenían sus buenas razones para no desear cambios. Uno de sus numerosos símbolos era, precisamente, el que representaba la estabilidad a través del tiempo.

Pese a haber desarrollado el calendario a la perfección, los egipcios no llevaban un cómputo acumulativo de los años, pues los contaban a partir del comienzo del reinado de cada faraón. Las revoluciones y los períodos de decadencia rompieron la correlatividad del cómputo, lo que dificulta la ubicación precisa de la época en que vivieron esos personajes antiguos, a vez que explica la discrepancia entre diversos historiadores para datar los acontecimientos.

A partir de esa aclaración, espero que el lector comprenda que el listado siguiente no pretende ser exacto, sólo sirve para indicar que un suceso aconteció antes o después de otro. Para armar mi cronología me basé en la sugerida hace algunas décadas por Alan Gardiner, el prestigioso egiptólogo británico. Las fechas indican los años antes de la era cristiana:

551: Los hicsos son vencidos y el faraón Ahmose comienza la dinastía XVIII

1443: Nacimiento de Yuya, el visir de Tutmosis IV, abuelo de Akenatón

1403: Nacimiento de Akenatón

1370: Muerte de Yuya

1367: Muerte de Amenotep III; asume Akenatón como faraón

1361: Akenatón funda la ciudad de Aketatón

1353: Muerte de Tiy, madre de Akenatón

1350: Muerte de Akenatón; asume Smenkare

1347: Muerte de Smenkare; asume Tutankamón. A partir de ese año comienza a gestarse el Éxodo

1339: Tutankamón muere asesinado y asume Ay

1335: Muerte de Ay; asume Horenheb

1308: Muerte de Horenheb; lo sucede Ramsés I. Finaliza la dinastía XVIII y comienza la XIX.

1307: Muerte de Ramsés I; lo sucede su hijo Seti I

1291: Muerte de Seti I; lo sucede su hijo Ramsés II

1224: Muerte de Ramsés II; lo sucede su hijo Merneptah1

En algunas cronologías antiguas no se menciona a Akenatón ni a los farones que lo sucedieron y que protagonizaron la epopeya de Amarna. Es el caso de la célebre lista de los reyes grabada en los muros del templo de Abydos por Seti I, de la dinastía XIX, que omite a Akenatón e inscribe a Horenheb como faraón que reinó entre 1367 y 1308. El lector puede imaginar la confusión que sembró esa omisión entre los primeros egiptólogos.

Para facilitar al lector la ubicación geográfica de muchas de las ciudades mencionadas en este libro, lo invito a consultar el mapa del Antiguo Egipto y del Asia Menor

Los antecedentes familiares de Akenatón

Es importante estudiar el origen familiar de Akenatón puesto que es un caso curioso: su familia materna era asiática y llegó a las jerarquías más altas en la realeza egipcia. Es probable que la investigación histórica revele en los próximos años que esa familia tuvo vinculación con algunos episodios bíblicos y ello explique el origen egipcio del pueblo judío. Por ahora está prácticamente comprobado que Yuya, el abuelo de Akenatón, pudo ser el José del Antiguo Testamento.

Los antepasados paternos de Akenatón fueron egipcios y habían sido importantes faraones cuyo origen se remontaba a muchas generaciones hasta los comienzos de la dinastía XVIII.

El nombre de nuestro protagonista fue Amenotep, igual que el de su padre Amenotep III. Al ser coronado, se lo conoció como Amenotep IV.

Cuando llevaba a cabo sus reformas, cambió su nombre por el de Akenatón. En este libro lo llamaré siempre así.

Sus abuelos maternos: Yuya y Tuya

Por parte de su madre, la reina Tiy, los antecedentes remiten a una única generación anterior, la de sus abuelos Yuya y Tuya, que no eran descendientes de ninguna familia real. Theodore Davies, un abogado millonario y arqueólogo aficionado, descubrió en 1905 la tumba de una pareja que, pese a no haber sido miembros de la realeza, estaban enterrados en el exclusivo Valle de los Reyes, en un sepulcro que se conoce como KV46, y cuyos objetos más valiosos habían sido saqueados en la Antigüedad, aunque el ajuar fúnebre se mantenía casi intacto. Era el sepulcro de Yuya y Tuya.

La momia de Yuya puede verse en el Museo del Cairo. Se conserva en excelentes condiciones y tiene una sorprendente apariencia semítica, con nariz ganchuda y labios llenos. Su nombre se encuentra escrito de muy diversas formas en las paredes del sepulcro, lo que hace suponer que los artistas no tenían una idea clara de cómo escribirlo. Sus títulos eran numerosos: comandante de los carruajes, jefe de las caballerías, superintendente del ganado real, encargado de los graneros reales y sacerdote del culto de Min en Heliópolis.

El culto de Min se había combinado con el de Ra, de lo que surgió una deidad compuesta que se conocía como Min Ra o Amin Ra, que unía al dios de la fertilidad con el dios Sol, el que otorgaba la vida. Era una deidad curiosamente semejante a Adonis, cuyo culto se celebraba en Siria. Es significativo que la ciudad de Heliópolis, conocida como On en la Biblia, fuera el hogar de un dios con un nombre fonéticamente equivalente al de sus vecinos de Cercano Oriente: Atón, Adonis y Adonai.

Yuya había ascendido sin pausa en los distintos cargos de gobierno. Comenzó sus funciones públicas como visir durante el reinado de Tutmosis IV. Fue el inventor de los graneros para almacenar cereales durante los años de escasez y construyó un canal que permitía retener el agua de las inundaciones en los lagos cercanos, que se llamaba Bahar Yusef (el canal de José). Ese mérito, sumado al de sus numerosos títulos, aparece como una sorprendente coincidencia con los títulos y méritos atribuidos al patriarca José en la Biblia, por lo que muchos historiadores identificaron a Yuya con el José bíblico, teoría a la que adhiero con la mayor convicción. En especial por la promesa bíblica de que José sería padre de faraones. Y resultó que uno de los hijos de Yuya, llamado Ay, llegó a ser coronado faraón.

La momia de su esposa Tuya tiene una apariencia típicamente egipcia y su título también era importante: sacerdotisa del harén de los dioses Amón y Min. Tenía el poético sobrenombre de Ornamento Real. Cyril Aldred opina que Tuya podría haber sido cuñada de la madre de Amenotep III, quien se llamaba Mutemwiya y cuyo origen también podría ser asiático.

Se cree que el nombre de Yuya era un apodo o un sobrenombre de origen asiático, como tantos otros de

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