Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Egipto el Espejo del Cielo
Egipto el Espejo del Cielo
Egipto el Espejo del Cielo
Libro electrónico300 páginas9 horas

Egipto el Espejo del Cielo

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Inés M. Martín y Rubén González, autores del libro, nos conducen a través de la dimensión trascendente y espiritual del Antiguo Egipto. Todas las facetas de esta cultura reflejan las energías cósmicas que configuran patrones espirituales, uniendo lo visible y material con lo invisible y espiritual, señalando en lo físico y en la psique humana el camino de las estrellas, y haciendo de Egipto el espejo del Cielo. Esta cultura contiene un mensaje, a veces velado, que habla de fuerzas invisibles y que lleva a comprender que sus manifestaciones son el reflejo de un ordenamiento cósmico, constituyendo una proyección en lo material de distintas fuerzas y energías que operan en dimensiones no perceptibles y se ven también reflejadas en el microcosmos hombre sirviendo de guía a su desarrollo humano y espiritual.
En este libro queda patente que el Antiguo Egipto no es una civilización muerta que floreció en un pasado lejano. Sus raíces se hunden en lo divino y sus enseñanzas viven para todos aquellos que capten su mensaje y lo hagan realidad en su vida.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 abr 2016
ISBN9781310144189
Egipto el Espejo del Cielo
Autor

Inés M. Martín

Inés M. Martín es Licenciada en Derecho y Titulada superior en Griego Moderno. Tras diez años de ejercicio profesional de la abogacía centró su actividad en la investigación sobre el mundo psíquico y espiritual del ser humano. Escritora y entrenadora psico-emocional, formadora en el ámbito del Crecimiento personal y Desarrollo de Valores, ha acumulado años de experiencia en la divulgación de temas relacionados con el autoconocimiento, el desarrollo interior y la superación humana, impartiendo regularmente cursos, conferencias y talleres. Es editora y redactora de la revista digital gratuita "Conocimiento Interior". Libros publicados: "Practicando la Relajación", "Tao Te Ching, el Poder Interior" "Practicando Zen" y "Practicando la Sabiduría Hermética"

Lee más de Inés M. Martín

Relacionado con Egipto el Espejo del Cielo

Libros electrónicos relacionados

Religiones antiguas para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Egipto el Espejo del Cielo

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Egipto el Espejo del Cielo - Inés M. Martín

    El Antiguo Egipto es un manantial inagotable de Conocimiento y Sabiduría. Ante la magnitud de aspectos que derivan de esta portentosa civilización, nosotros hemos escogido como senda de acercamiento a Egipto su rasgo trascendente. Esta cultura contiene un mensaje, a veces velado, que habla de fuerzas invisibles y que nos lleva a comprender que sus manifestaciones son el reflejo de un ordenamiento cósmico, constituyendo una proyección en lo material de distintas fuerzas y energías que operan en dimensiones no perceptibles. De este modo, Egipto toma forma y se convierte en un lenguaje transmisor de contenidos que van más allá de lo convencional.

    Ninguna de las expresiones de esta cultura permaneció al margen de la unión con lo trascendente. Las energías cósmicas, reflejadas en todas las facetas de esta civilización, configuran patrones espirituales, señalando en lo físico el camino de las estrellas, y uniendo lo visible y material con lo invisible y espiritual. Esta antiquísima cultura nos legó un mensaje que trasciende lo puramente cultural y humano, estableciendo un puente de comunicación con lo divino y lo eterno. Los Textos de los Sarcófagos expresan de forma muy bella el anhelo del alma de llegar a identificarse con las estrellas:

    "Treparé por el espacio luminoso,

    atravesaré el espíritu de la tierra,

    caminaré en la luz

    y alcanzaré la estrella"

    (Textos de los Sarcófagos, Cap. 545)

    El presente libro, basándose en fuentes objetivas, conecta con ese significado profundo de la sabiduría del Antiguo Egipto, que se nos ofrece como una imagen del Cosmos, reflejada en el paisaje y en el mito, en sus construcciones y escritura, en la vida de sus habitantes y en su forma de entender el Más Allá, y, sobre todo, en el mundo psíquico y espiritual del ser humano. Todos los componentes de la cultura egipcia contienen un significado que sólo resulta comprensible una vez traspasado el muro de lo puramente convencional.

    El contenido que se desarrolla será complementado en una segunda publicación que girará en torno al Saber Mágico y el Camino del Alma en el Más Allá.

    Esperamos que la lectura de este libro sirva de aproximación a esta antigua cultura desde un nivel de comprensión profundo e inspirador, que contribuya a despertar en el lector el anhelo de conectar con su mensaje trascendente y que le lleve a descubrir por sí mismo que el Antiguo Egipto es realmente un Espejo del Cosmos.

    *****

    PRÓLOGO

    "¿Acaso ignoras, oh Asclepio, que Egipto es la imagen del Cielo,

    el lugar a donde se transfieren y descienden todas las cosas

    gobernadas y producidas desde el Cielo?

    Y para decirlo con toda verdad,

    nuestro país es el templo del mundo entero."

    (Asklepio, Corpus Hermeticum)

    Egipto es una tierra sagrada que llegó a reflejar eventos cósmicos, verdades eternas y sabiduría trascendente. Esta civilización transitó a través de los siglos conectada en todas sus vertientes con energías divinas. No hay nada casual o superfluo en el Antiguo Egipto. Cada una de sus manifestaciones, ya sea en arquitectura, escritura, escultura o literatura, es reflejo de planos superiores. Cada acto, pensamiento, sentimiento o palabra del individuo era producto de energías que desde el nivel macrocósmico se transferían al microcosmos hombre.

    En esta civilización la correspondencia entre Cosmos, dioses y humanos se hace patente. El hombre no se halla separado del Cosmos sino conectado a él y en correspondencia directa con sus energías. Se considera un ser intermedio entre lo material y lo invisible; un ser que tiene en sí mismo la posibilidad de culminar su desarrollo y volver a su origen haciéndose uno con lo divino.

    Conectar con la esencia de Egipto es llegar a captar la profundidad de sus enseñanzas y el velado sentido de su mensaje. Y ello solamente es posible desde la comprensión profunda de los vestigios que nos ha legado.

    Queda mucho por decir y descubrir de esta cultura. Aún en el supuesto de que se llegaran a descifrar la mayoría de los interrogantes que Egipto plantea, cuestión impensable por el momento, ello no significaría que hubiéramos comprendido su mundo, sus dioses, y su visión de la vida y de la muerte. Acercarse a Egipto no es tanto cuestión de saber más, sino de comprenderlo mejor.

    Cuando se anhela percibir el alma de Egipto hay que renunciar de forma radical al modo de pensar actual. Los intentos de aplicar los esquemas de pensamiento moderno a esta antigua civilización sólo tendrían como resultado un alejamiento de la misma. El Antiguo Egipto no se comprende solamente mediante la acumulación de datos, por otra parte no todos tan ciertos como algunas veces nos han hecho creer. Más bien, el acercamiento viene dado por el abandono del juicio y el prejuicio con que recibimos esos datos, porque estos nos impiden acceder a lo esencial, aquello que se encuentra más allá de las formas, y también son la causa de que en muchas ocasiones interpretemos sus costumbres y ritos de forma superficial e incluso infantil.

    Esto sucede por ejemplo con la costumbre funeraria egipcia de dejar comida a la entrada de la tumba o de rodear al difunto de bienes o reproducciones de bienes que usaba en su vida terrena. Aún hoy en día podemos leer en obras académicas que ello se debía a la creencia egipcia de que el difunto debía alimentarse del mismo modo que lo hacía en vida y que en el otro mundo también iba a necesitar de los enseres propios de éste. El grado de desarrollo al que la cultura egipcia llegó, conlleva necesariamente que esto tenga otro sentido, otro significado. Y, para acercarnos a él, sería necesario comprender que los egipcios tenían un sentido mágico de la existencia. Heka (la magia) era una energía poderosa y conseguía que lo que se hacía en este mundo material y tridimensional tuviera efectos en otras dimensiones.

    Interpretar a nivel formal, o al pie de la letra los vestigios del Antiguo Egipto, significa quedarse al margen de su auténtico significado.

    Se ha dicho y escrito en muchas ocasiones que todo en Egipto giraba en torno a la muerte. Realmente esto no es del todo exacto. Es cierto que las fuentes que tenemos indican que su vida, sociedad, monumentos y forma de pensar, tenían como núcleo principal la existencia que les esperaba en el más allá y como conseguir que fuera venturosa. Sin embargo, para ellos el Más Allá no estaba tan separado del diario vivir como para nosotros en nuestra época. Los egipcios tenían una visión bastante holística de la existencia que abarcaba este mundo y el otro. En esta forma de pensar las líneas de separación no son nítidas e incluso en muchas ocasiones dejan de existir. Consideraban que su identidad no estaba solamente en el cuerpo físico, sino en éste y, simultáneamente, en otras formas energéticas más sutiles que se entretejían y complementaban. Algunas de estas energías trascendían la muerte del cuerpo material, y se podían desarrollar plenamente y servir como vehículos energéticos para facilitar el camino probatorio en la dimensión invisible que llamaban Duat. Este desarrollo interior representaba el acceso a estados de conciencia más amplios y profundos. También durante la vida terrenal, unos pocos podían acceder al Conocimiento para desarrollar estos niveles espirituales superiores mediante la iniciación en los Misterios. El Mundo del Más Allá para el individuo común era un cambio de existencia, la muerte no representaba el final de la vida, sino su continuidad a través de estados de conciencia diferentes.

    Lo que caracteriza a la Cultura Egipcia no es una obsesión con la vida después de la muerte, sino su espiritualidad, entendida ésta como relación con lo divino. Dentro de esa forma trascendente de vivir, también se encontraba la muerte y el tránsito y recorrido por el Mundo del Más Allá, con el objeto de conseguir superar las pruebas que se presentaban y retornar a la fuente primigenia identificados con Ra. Gran parte de las acciones del ser humano durante su vida terrenal tenían repercusión en su existencia post mortem y conformaban el tipo de experiencias más o menos satisfactorias por las que había de pasar el alma desencarnada.

    Para ellos, nada sucedía en este mundo material que no fuera el reflejo o la proyección de esferas divinas. Los principios morales, éticos y espirituales aplicados en la vida eran energías generadas por el individuo que le acompañarían en el mundo de los muertos del mismo modo que le habían acompañado en el mundo de los vivos. Entendían la existencia de un modo radicalmente diferente al actual. Vivían tratando de no perder la conexión con lo sagrado e incluso fortaleciéndola a través de aplicar una estructura divina a la construcción de sus templos, monumentos funerarios y pirámides. Ese lazo de unión con lo sagrado estaba garantizado a través de vivir siempre conectados con el Orden Cósmico, al que llamaron Maat.

    La dificultad que encontramos para desapegarnos de nuestra mentalidad moderna y acercarnos a la del mundo antiguo, se basa principalmente en una característica propia de la época que vivimos. Lo que nos caracteriza como cultura es vivir la vida por la vida misma, lo cual genera un modo de pensar y vivir materialista. Constituye lo que se ha llamado la horizontalidad de la existencia, compuesta por una sucesión de hechos y situaciones que transcurren en un tiempo lineal y están delimitados por elementos materiales. Tenemos la convicción de que la causa del transcurrir de acontecimientos se encuentra en la horizontalidad, considerando que un suceso genera otro en el mismo plano físico en el cual se hace perceptible. Nuestro tiempo nunca vuelve atrás y su línea no tiene fin. La conexión con el cosmos se ha perdido hasta el punto que hemos llegado a confundir el tiempo con sus marcadores, es decir, con los relojes y los calendarios. En raras ocasiones alzamos la mirada al cielo para ver en qué punto de su camino diario de Este a Oeste se encuentra el Sol. Sin embargo, miramos varias veces al día el reloj, él nos dice cuando es mediodía y en qué momento amanece o anochece. Nuestros marcadores de tiempo se han alejado de los fenómenos cósmicos y por ello vivimos un tiempo artificial.

    En el Antiguo Egipto la forma de concebir el espacio y el tiempo era totalmente diferente. Ambas realidades se desarrollaban en la verticalidad. Tanto el espacio como el tiempo tenían un sentido interior. Cada acontecimiento o fenómeno físico venía marcado por su correspondiente patrón espiritual del que era reflejo y proyección. En cuanto al tiempo, no era medido con la precisión que ahora lo hacemos; más bien era marcado según acontecimientos cósmicos como los ciclos del sol, la luna o la estrella Sirio, o el ciclo de Inundación-Sequía del río Nilo. Estos acontecimientos se repetían cíclicamente y, en consecuencia, su tiempo también era cíclico. Durante cada ciclo temporal se hacían patentes los patrones de acontecimientos correspondientes, pero no se manifestaban de forma idéntica, ya que consideraban que las energías estaban en continuo movimiento y, por ello, el resultado era incierto. El tiempo para los antiguos egipcios estaba vivo. Un día era el resultado de un viaje del sol completo desplazándose por el firmamento visible y por la dimensión invisible. Lo dividían en 24 horas, de las cuales 12 correspondían al viaje diurno del sol y 12 al nocturno. Independientemente de la época del año, esta división permanecía inalterable. La hora no estaba dividida en periodos menores de tiempo, era la unidad temporal más pequeña; ello permitía que su duración variara y se acompasara a las distintas épocas del año en las cuales la duración real del tiempo de luz solar era diferente. El tiempo se expandía y se contraía, respirando al ritmo del Cosmos.

    Esta forma de vivir el tiempo, tan diferente a la nuestra, cimentó una mentalidad también muy distinta. El mensaje profundo de la Cultura Egipcia es que todo se puede vivir desde la dimensión vertical, desde lo trascendente. Nada en este mundo tiene valor por sí mismo, cada acto de la existencia, para que no esté vacío de contenido, debe ser una proyección y un reflejo de lo sagrado que se expresa a través del mundo mítico. Las energías y fuerzas espirituales toman forma y se manifiestan como procesos dinámicos, haciéndose visibles y perceptibles, generando eventos astronómicos y configurando paisajes con determinadas características.

    La misma escritura jeroglífica, compuesta de signos sagrados y que el dios Thot entregó a los hombres, no es un simple instrumento de comunicación humana, sino un vehículo de conexión divina que plasma y hace real aquello que contiene. Lo mismo se puede aplicar a la vida que infundían a sus estatuas, templos, pirámides y tumbas. Todo ello refleja el orden cósmico, cada uno de sus detalles habla para aquellos que pueden comprender, de tal modo que una realidad superior se manifiesta ante ellos a través del mundo material.

    Estas energías espirituales también se proyectan en el campo psíquico del ser humano generando estados de armonía, quietud, creatividad, inestabilidad, violencia, etc.

    El Antiguo Egipto conservó durante miles de años una conexión con lo trascendente. Perder esta conexión, ya fuera en el ámbito social o en el individual, suponía ser gobernados por las fuerzas del caos, el desorden, y la destrucción. Como veremos más adelante, la victoria de Horus en su eterna lucha contra Seth, aseguraba la permanencia o el restablecimiento de Maat, el Orden cósmico, la Justicia y la Verdad.

    *****

    NOTA SOBRE CRONOLOGÍA OFICIAL Y FUENTES ESCRITAS

    Antes de abordar el contenido del libro es conveniente reseñar algunas ideas básicas para comprender las referencias que a lo largo del mismo se hacen.

    En cuanto a la cronología oficial, los periodos en que se ha dividido la historia conocida de Egipto son muy extensos. No es objeto de este libro un estudio detallado de las distintas divisiones y subdivisiones cronológicas en que los historiadores y egiptólogos han dividido la historia de Egipto. No obstante, para aquellos lectores que no estén familiarizados con la visión académica del Antiguo Egipto, consideramos necesario hacer referencia a cinco grandes períodos y a la cronología oficialmente admitida para cada uno de ellos, siempre teniendo en cuenta que son fechas aproximadas y existen variaciones dependiendo de las fuentes académicas que se utilicen para delimitarlas:

    Periodo predinástico: 5500 al 3100 a.C.

    Primeras dinastías: 3100 - 2700 a.C.

    Imperio Antiguo: 2700 - 2200 a.C.

    Imperio Medio: 2052 - 1786 a.C.

    Imperio Nuevo: 1570 - 1085 a.C.

    La época entre el Imperio Antiguo y el Medio se llama Primer Periodo Intermedio; y el Segundo Periodo Intermedio transcurre entre el Imperio Medio y el Nuevo.

    Naturalmente las divisiones históricas no acaban aquí, sino que continúan con el período tardío, seguido del helenístico y terminando con el llamado período romano de Egipto que finaliza el 395 d.C. Pero, para que el lector sitúe ciertos contenidos del libro creemos suficiente la referencia anterior.

    En cuanto a las fuentes, en cada capítulo del presente libro se transcriben algunos textos significativos relacionados con su contenido y se señala su procedencia. En algunas ocasiones, como es el caso del capítulo dedicado al Sol y el Viaje del Alma, se hace referencia a tres de los textos más importantes sobre el tema: El Libro del Amduat, El Libro de las Horas y El Libro de las Puertas. En otras ocasiones se recogen máximas sapienciales, himnos, fragmentos, historias y mitos, señalando en cada caso su fuente.

    Con independencia de lo anterior, y debido a su importancia, a continuación hacemos especial referencia a tres fuentes primordiales para el conocimiento de la Cultura Egipcia: Los Textos de las Pirámides, Los Textos de los Sarcófagos y El Libro de los Muertos.

    Los llamados Textos de las Pirámides, a los que nos remitimos en varias ocasiones a lo largo del libro, constituyen el conjunto de textos rituales más antiguos hasta ahora descubiertos. Los de más antigua datación pertenecen a la pirámide del faraón Unis o Unas (V Dinastía), alrededor del 2350 a.C.

    Aunque los Textos de las Pirámides pertenecen al Imperio Antiguo, su contenido es muy anterior, pudiendo remontarse en algunos casos a los albores de la civilización egipcia. Los Textos reflejaban ideas que existían mucho antes de ser inscritas en los muros de las pirámides y constituyen la base de las cosmologías y de la mitología egipcias, cuyo contenido permaneció inalterable durante miles de años. Aparecieron inscritos en las cámaras funerarias de las pirámides de varios faraones y contienen un repertorio de conjuros, encantamientos y súplicas grabados en los pasajes, antecámaras y cámaras sepulcrales, con el propósito de ayudar al faraón en el Mundo del Más Allá y asegurar su resurrección y la vida eterna transfigurado en un ser divino. Contienen los mitos solares donde el rey es conducido hacia el dios solar Ra. También forma parte de su contenido una mitología estelar mucho más antigua, donde el camino a seguir por el rey se dirige a las estrellas circumpolares, también llamadas imperecederas, aquellas que eran consideradas inmortales por permanecer siempre visibles en el cielo nocturno.

    Durante el Primer Periodo Intermedio (aproximadamente hacia el 2100 a.C.), y basados en los Textos de las Pirámides, surgieron los Textos de los Sarcófagos. Son un repertorio de fórmulas sagradas, ofrendas y rituales de inspiración solar y osiriaca; el lugar central lo ocupan Osiris y el Juicio del alma. Su finalidad era ayudar al difunto a protegerse de los peligros que pudiera encontrar en el viaje al Duat. Se desarrollan durante el Imperio Medio, cuando la nobleza consiguió el derecho a ser sepultada en sarcófagos y a utilizar los textos mágicos que antes sólo estaban reservados a los faraones. Se han encontrado alrededor de 250 sarcófagos con textos tanto en el exterior como en el interior.

    Por último, tenemos el llamado Libro de los Muertos, la obra más célebre de la literatura funeraria. Se sitúa en el imperio Nuevo, aunque, como sucede con los Textos de las Pirámides, su contenido es mucho más antiguo. El nombre egipcio original es traducido por los egiptólogos como Libro de la Salida al Día, o Libro de emergencia a la Luz, o Libro de la Salida a la Luz del día. El nombre de Libro de los Muertos le fue aplicado por haber sido encontrado en los sarcófagos de momias de altos dignatarios. Se colocaba en forma de largo papiro enrollado bajo la cabeza del difunto o a su lado para que recordara el proceso por el que su alma iba a pasar, y tenía como finalidad mantener despierta la conciencia durante su transitar en el Duat, donde debía enfrentarse a diferentes pruebas antes de alcanzar la Luz trascendental de Osiris-Ra.

    No existe realmente un libro completo, ya que en cada tumba se colocaban los fragmentos que su propietario elegía. Los estudiosos han dividido su contenido en aproximadamente 190 capítulos a nivel convencional y para facilitar su estudio.

    Aunque en algunas ocasiones a lo largo del presente libro se citan fragmentos del Libro de los Muertos, su estudio en profundidad está reservado a un futuro libro, cuyo contenido desarrollará en detalle el mundo del Más Allá en el Antiguo Egipto.

    Hay que resaltar un aspecto importante de este texto egipcio, que es de aplicación a toda la literatura funeraria de esta cultura. Su contenido no es solamente de aplicación al mundo del Más Allá; no ayuda únicamente al alma desencarnada en su búsqueda de la Luz. Como afirma la escritora J. Maynadé, el Libro de los Muertos, es el más antiguo y completo tratado que sobre el proceso de la iniciación en los Misterios se ha escrito en todos los tiempos. Ello significa que, como afirman ciertos pasajes del mismo Libro de los Muertos, también era de utilidad y beneficioso en el mundo de los vivos, para todos aquellos que transitaban la senda de la iniciación mistérica, preparándoles en los misterios del Duat.

    El egiptólogo griego S.Mayassis comparte y defiende esta tesis según la cual, la muerte física es la imagen de la muerte iniciática, que puede realizarse de forma ritual y simbólica, pero que es una experiencia real de regeneración.

    La doctrina del Libro de los Muertos —dice Mayassis— parece íntimamente ligada con el culto de Osiris, el culto difundido en todo Egipto. Osiris, por su supuesta vida, por su muerte funesta y por su resurrección, era el arquetipo del hombre y representaba especialmente para el alma el carácter de Dios Salvador. Todo el libro enseña al alma declarada justa, que se identifica con Osiris para resucitar e inmortalizarse con él. Estos textos —continúa Mayassis— eran inscripciones secretas, una literatura secreta que ningún profano podía ver ni leer, ya que quedaban encerradas con la momia o inscritas sobre las paredes de los pasillos de las tumbas-pirámides, sobre los sarcófagos o sobre los rollos confiados a las momias.

    *****

    ORÍGENES

    A la vista del legado que el Antiguo Egipto ha transmitido a la humanidad, es inevitable preguntarse por el origen de esta civilización que más que cultura es una forma de vivir y de morir, porque el culto a la vida trascendente y el interés por el tránsito que comienza con la muerte del cuerpo físico fueron ejes fundamentales de la misma.

    En relación con los orígenes, todavía quedan muchas preguntas sin respuesta, pues, en primer lugar, lo conocido del Antiguo Egipto es una mínima parte, y, en segundo lugar, cuanto más nos adentremos en tiempos lejanos, más difícil será hallar huellas tangibles, únicos elementos tenidos en cuenta por las disciplinas científicas dedicadas al estudio de esta cultura.

    A pesar de los grandes avances en la arqueología y filología, el origen de la civilización egipcia sigue siendo un misterio. Por mucho que las ciencias oficiales pretendan exhibir una lista de dinastías perfectamente encuadrada en periodos de tiempo, lo cierto es que descubrimientos arqueológicos recientes (junto con otros anteriores) vienen a descomponer la cronología oficial, sobre todo la de los inicios.

    En síntesis, el cuadro oficial de la evolución de la cultura egipcia es como sigue: dado que uno de los criterios más sólidos y comúnmente admitidos para separar la historia de la prehistoria es la existencia de escritura, según la versión oficial, mantenida aún hoy en día por muchos, Menes-Narmer inauguraría la historia de Egipto alrededor del año 3100 a.C. Se trataría pues del primer rey de la primera dinastía. Todo lo que viene después es histórico y documentado. Todo lo que sucedió antes pertenece a un periodo oscuro y con un nivel muy incipiente de cultura, en el que no existía la escritura y la población de Egipto estaba constituida por agricultores y ganaderos que, a causa de la creciente desertización producida por el cambio climático y que había comenzado hacia el 5000 a.C., se habían ido agrupando en las riberas del Nilo. En el 4000 a.C. hay indicios muy básicos de culturas incipientes y entre el 4000 y el 3000 emergieron dos reinos poderosos, el Bajo y el Alto Egipto que fueron unificados por

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1