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El Poder de la Emoción
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El Poder de la Emoción

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Las emociones desempeñan un papel fundamental en la manera en que experimentamos cada momento de la vida. Nuestra existencia se conforma según el estado emocional con el que vivimos sucesos, circunstancias y relaciones. Las emociones que nos embargan condicionan pensamientos, dan forma a nuestro comportamiento y desencadenan reacciones en el cuerpo físico.
La emoción tiene el poder de crear circunstancias en nuestra vida, encierra la fuerza de generar una existencia mejor. Sin embargo, para ello es necesario un nivel de autoconocimiento y también una independencia psicológica que nos impida ser arrastrados por el entorno. Se precisa de una fuerza interior que transforme impresiones emocionales tóxicas y contaminantes en estados más deseables que nos permitan hacer de nuestra vida una extraordinaria obra de arte.
Este es el trabajo emocional que proponemos: conocer, comprender y transformar nuestra emoción en aquello que deseamos, convirtiéndola en la fuerza motriz de una vida plena.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 abr 2020
ISBN9780463006276
El Poder de la Emoción
Autor

Inés M. Martín

Inés M. Martín es Licenciada en Derecho y Titulada superior en Griego Moderno. Tras diez años de ejercicio profesional de la abogacía centró su actividad en la investigación sobre el mundo psíquico y espiritual del ser humano. Escritora y entrenadora psico-emocional, formadora en el ámbito del Crecimiento personal y Desarrollo de Valores, ha acumulado años de experiencia en la divulgación de temas relacionados con el autoconocimiento, el desarrollo interior y la superación humana, impartiendo regularmente cursos, conferencias y talleres. Es editora y redactora de la revista digital gratuita "Conocimiento Interior". Libros publicados: "Practicando la Relajación", "Tao Te Ching, el Poder Interior" "Practicando Zen" y "Practicando la Sabiduría Hermética"

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    El Poder de la Emoción - Inés M. Martín

    Las emociones desempeñan un papel fundamental en la manera en que experimentamos cada momento de la vida. Se puede decir que nuestra existencia se conforma según el estado emocional con el que vivimos sucesos, circunstancias y relaciones. Las emociones que nos embargan condicionan pensamientos, dan forma a nuestro comportamiento y desencadenan reacciones en el cuerpo físico. Sabemos por experiencia que la preocupación nos produce dolor de cabeza, la ira eleva la presión arterial, la ansiedad nos afecta al estómago, la desesperación merma nuestra energía, y así podríamos seguir con múltiples ejemplos. Pero también las emociones positivas como el amor, el entusiasmo y la alegría nos insuflan energía, ablandan la tensión muscular, corrigen disfunciones del cuerpo físico y contribuyen a un mayor rendimiento intelectual.

    En definitiva, el campo emocional es de extrema importancia para vivir una vida equilibrada y creativa. Y es precisamente la emoción y los sentimientos la faceta de nosotros mismos que menos controlamos y más nos arrastra hacia situaciones no deseables. La inmensa mayoría de las veces nuestra conducta emocional, comportamiento y reacciones se generan de forma inconsciente y de modo repetitivo y mecánico. Ante las mismas circunstancias lo más probable es idéntica reacción e idénticas consecuencias. En algunas ocasiones nos arrepentimos o deseamos no haber sido arrastrados por una emoción negativa. Hacemos firmes propósitos de no volver a repetirlo, pero es inútil. Una y otra vez de forma mecánica y aparentemente inevitable volvemos a reaccionar del mismo modo.

    Si una persona no aprende a educar su emoción y a generar estados deseables nunca gozará de una verdadera independencia psicológica porque siempre se verá empujada hacia la misma dirección por un impulso que emerge, en muchas ocasiones, de forma inconsciente y le impulsa a repetir una y otra vez las mismas reacciones. Sin embargo, esta situación no sólo puede evitarse, también es posible transformar esa poderosa fuerza que es la emoción en el motor de nuestro bienestar y equilibrio. Se trata en definitiva de aprender a llevar conciencia e inteligencia a las emociones para alcanzar una independencia psicológica.

    ¿Qué es la independencia psicológica? En un primer nivel es la capacidad de poder elegir como queremos sentirnos y no ser arrastrados a actitudes y decisiones en virtud de un impulso emocional generado por nuestro entorno o por estados psicológicos negativos. Esta especie de manipulación emocional se produce en algunos casos de forma consciente mediante todos aquellos resortes que tratan de encauzar nuestra conducta en una dirección determinada. Uno de los recursos más exitosos en las técnicas de marketing es vender no el producto en cuestión, sino el estado emocional que presuntamente nos producirá su compra. Esto lo conocen perfectamente los buenos publicistas cuyos mensajes no van dirigidos a la lógica o al raciocinio, sino a generar una determinada emoción que impulse hacia la dirección deseada. Ello es así porque la emoción es una fuerza extraordinaria que empuja a la acción.

    El hecho es que la mayor parte de nuestras decisiones se rige por emociones. Mientras no se consiga hacer conciencia de estos procesos internos, no podrán ser modificados y en su caso, sustituidos por estados más beneficiosos para nuestra armonía interna y un mayor equilibrio en el diario vivir.

    Si nos detenemos un momento y observamos nuestras reacciones, ese simple acto de convertirnos en espectadores de nosotros mismos, nos permite sacar todo el proceso emocional del reino inconsciente para que aflore a la superficie psicológica y hacernos conscientes del mismo. Como veremos más adelante, poseemos un instrumento muy poderoso para lograrlo que se llama atención y tiene el poder de llevar orden al caos, claridad a la oscuridad y conciencia a la inconsciencia. No se trata de cualquier clase de atención, sino de una actitud atenta de forma consciente, de una atención conscientemente dirigida hacia nosotros mismos.

    A la inmensa mayoría de nosotros nadie nos ha enseñado a prestar atención a lo que sucede en nuestro mundo interno. Por el contrario, la época en la que vivimos está impregnada de constantes estímulos que nos lanzan fuera de nosotros mismos generando una continua dispersión. Se nos impulsa continuamente a buscar la gratificación en el exterior a costa de nuestra condición interna hasta el punto de que nuestra energía vital es absorbida en gran medida y diluida en el enjambre de estímulos externos que nos prometen saciar todo tipo de necesidades. Pero la realidad es que cuando conseguimos introvertir la mirada y nos encontramos con nosotros mismos, sentimos una profunda soledad.

    Nuestra época está plagada de informaciones de distinto tipo, sufrimos una especie de intoxicación psicológica producida por un exceso de impresiones tanto ópticas como acústicas que nos roban la atención, la consciencia y la capacidad de entrar en contacto con nosotros mismos. Esta situación genera inmadurez psicológica y espiritual junto con un estado de dependencia psicológica. Vivimos con la atención fragmentada y cada vez más inundados de atracciones y distracciones externas.

    La introspección, el potenciar la mirada interior y empezar a tomar conciencia de nuestros propios procesos psicológicos, son las bases para generar un mundo emocional sano, equilibrado y creativo. Es preciso sustraer la atención de lo superficial y pasajero así como de lo negativo e insano, porque el poder de la atención alimenta con energía todo aquello sobre lo que recae. Cuanto más nos enfoquemos en lo no deseable, más difícil será sustraernos a sus consecuencias. El contacto con uno mismo nos llevará a recobrar la fuerza interna y establecer un nuevo sistema de percepción.

    El funcionalismo de la emoción opera como antena receptora de todas las impresiones provenientes de los sentidos y que se traducen en sensaciones. Cuando las impresiones sensoriales son intensas se procesa una reacción antes de que la información llegue al cerebro intelectual o neocortex. Esto significa que nuestro centro emocional es un procesador mucho más rápido que el puramente mental, y que está capacitado para poder responder con reacciones inmediatas. De ahí la importancia de su correcto desarrollo y de aprender a alimentarlo con una energía de vibración superior.

    En el centro emocional radica la inspiración, la intuición y la creatividad, facultades que permiten captar la realidad desde un nivel más profundo y enriquecedor y se manifiestan y expresan en la vida cuando se ha aprendido a vivir en estados emocionales conscientes, sanos y equilibrados.

    En definitiva, el campo emocional conforma todos los ámbitos de nuestro ser y aún más, trasciende el campo del individuo y puede llegar a dar forma a todo lo que le rodea. En este sentido el poder de la emoción es el poder de crear circunstancias deseables en nuestra vida.

    Desde la antigüedad hasta nuestros días se viene escribiendo sobre una de las leyes que rigen el universo, la llamada ley de vibración: Atraemos aquello que vibra en nuestra misma frecuencia. Vibramos en una frecuencia alta cuando albergamos emociones llamadas positivas como son la alegría, el optimismo, el amor o la esperanza. Entonces nuestro campo personal e incluso nuestra energía corporal se expande. Al contrario sucede cuando estamos inmersos en emociones de baja vibración como el miedo, el rencor, resentimiento o envidia.

    Si queremos atraer circunstancias que tengan relación con bienestar, paz, felicidad, tendremos que vibrar en su misma frecuencia. Lo anterior es particularmente difícil cuando en nuestro entorno las cosas no van bien, cuando hay desorden, miedo, frustración. En estos casos si no se conoce el trabajo a realizar en el campo emocional, la persona se siente arrastrada por este tipo de vibraciones y su campo de energía tiende a bajar. Es el fenómeno conocido como Ley de entropía, tendencia de todo lo existente a igualarse en los niveles más bajos, es decir, en un nivel más estable que tiende a ser el más caótico. Entonces caemos en un círculo vicioso en el que debido a las emociones negativas que el propio ambiente nos ha generado, atraeremos más de lo mismo.

    ¿Cómo invertir esta situación? Sólo existe una forma: aprendiendo a controlar y transformar nuestros estados emocionales y dirigirlos hacia aquello que queramos atraer en nuestra vida. No es suficiente el pensamiento positivo, se necesita la fuerza energética de la emoción. Si queremos generar algo diferente, tendremos que llegar a sentirnos como si ya existiera. La clave es que nuestra emoción vibre como si lo que anhelamos que suceda, ya hubiera realmente sucedido. El Evangelio de San Marcos 11,4 lo expresa de forma clara: cualquier cosa que pidáis en la oración, creed que ya la habéis recibido y será vuestra.

    Si la persona consigue transformar las emociones negativas que le embargan en su opuesto, cada vez empezará a sentirse mejor e irá fortaleciendo su campo energético en el sentido deseado. De este modo empezará a atraer circunstancias más deseables y acordes con su estado emocional.

    Este es el gran poder de la emoción, el poder de crear circunstancias en nuestra vida y alimentarlas. No sólo influye en el estado del cuerpo físico y en nuestras relaciones, también encierra la fuerza de generar una existencia mejor. Sin embargo, para ello es necesario un nivel de autoconocimiento y también una independencia psicológica que nos impida ser arrastrados por el entorno. Se precisa de una fuerza interior que transforme impresiones emocionales tóxicas y contaminantes en estados más deseables que nos permitan hacer de nuestra vida una extraordinaria obra de arte.

    Este es el trabajo emocional que proponemos: conocer, comprender y transformar nuestra emoción en aquello que deseamos, convirtiéndola en la fuerza motriz de una vida plena.

    *****

    LA EDUCACIÓN DE LA EMOCIÓN

    "Educar la mente sin educar el corazón

    no es educación"

    (Aristóteles)

    A finales del siglo XX empezó a divulgarse un término que para la ciencia de la psicología resultaba novedoso. Se trata de la inteligencia emocional. En 1983 el Dr. Howard Gardner ya hablaba de que no existe una sola inteligencia en el ser humano, sino inteligencias múltiples, llegando a identificar siete tipos distintos entre los cuales se encontraba la inteligencia interpersonal y la inteligencia intrapersonal, definiendo esta última del siguiente modo: el conocimiento de los aspectos internos de una persona, el acceso a la propia vida emocional, a la propia gama de sentimientos, la capacidad de efectuar discriminaciones entre las emociones y finalmente ponerles un nombre y recurrir a ellas como un medio de interpretar y orientar la propia conducta

    El Dr. Peter Salovey y el Dr. John Mayer acuñan el término de inteligencia emocional en 1990 y éste fue dado a conocer ampliamente por Daniel Goleman (1995).

    El hecho es que desde entonces se empezó a aceptar a nivel oficial un hecho que todas las tradiciones de sabiduría de Oriente y Occidente habían conocido, admitido y profundizado desde hace muchos siglos. La novedad consistía en la constatación de que la emoción actúa como un principio inteligente que nos lleva a reaccionar y decidir. Y aún más, se ha llegado a comprobar que la emoción condiciona la mayor parte de nuestra vida.

    Como consecuencia inevitable surge la necesidad de educar la emoción para poder generar sentimientos y estados deseables, constructivos y conscientes. Quizás, en el mejor de los casos, se nos haya educado la mente, la memoria y el raciocinio, pero nadie nos ha enseñado a lidiar con nuestras emociones y sentimientos.

    En cada individuo existe un componente innato y muy personal que le dota de individualidad emocional y le hace único. Este componente puede y debe ser educado para hacer de la persona un sujeto capaz de vivir a través de una emoción superior.

    La educación emocional debe ser entendida como un proceso educativo, continuo y permanente, destinado a potenciar el desarrollo emocional como elemento indispensable del desarrollo íntegro de la persona. Su objetivo es la generación de competencias emocionales que faciliten la optimización y armonización del bienestar personal y social. Estas competencias emocionales hacen referencia a un conjunto de conocimientos, habilidades, actitudes, procedimientos y comportamientos que permiten comprender, expresar y regular de forma apropiada los fenómenos emocionales.

    La educación de la emoción tiene su base en el conocimiento de sí mismo, que se traduce en una mejor y más profunda comprensión de los demás y del entorno. Las emociones negativas son reconocidas y puestas bajo la atenta mirada interior para evitar que tomen el timón de nuestra vida, lo que contribuye a prevenir enfermedades y adoptar estilos de vida y hábitos más saludables.

    Las grandes civilizaciones que en la historia han existido dieron una importancia especial a la educación de la emoción. Conocían que hay sentimientos positivos y negativos que favorecen unas acciones y entorpecen otras, que cimientan en el individuo un sistema de valores no sólo moral, también psíquico, energético y espiritual y que todo ello contribuye a la creación de sociedades más humanas y más justas. Cuando los antiguos griegos empleaban las grandes epopeyas de Homero, La Ilíada y La Odisea, en la educación de sus jóvenes, lo hacían para que se familiarizaran intelectual y emocionalmente con los prototipos básicos que dan forma al alma: el honor, la heroicidad, el compañerismo, el valor, la fidelidad, el respeto y tantos otros. Al mismo tiempo entraban en contacto con los sentimientos oscuros de la psique como la traición, el miedo o la vileza y comprendían sus consecuencias para el individuo y la sociedad. Los jóvenes griegos llegaban a aprender de memoria estas obras sintiendo lo mismo que sentían sus héroes y educando así su centro emocional.

    En la antigua Grecia esta misma función educadora la cumplía la música e incluso el teatro. Entonces la música abarcaba no solamente lo que hoy entendemos por tal, sino que englobaba todas las artes inspiradas por las musas como la poesía, la pintura o la oratoria entre otras. De este modo, la educación del cuerpo se llevaba a cabo mediante la gimnasia y la del alma mediante la música, entendida ésta en sentido amplio. La educación perseguía dos objetivos: por una parte, la formación requerida para desempeñar una profesión; por otra parte, la educación propiamente dicha, que se ocupaba del perfeccionamiento del carácter y el desarrollo de la virtud, es decir, de la formación psicológica y espiritual.

    Este sistema educativo no se limitaba a la temprana edad. Recordemos que durante las pausas en el entrenamiento corporal de los adultos, los filósofos acudían al gimnasio para impartir sus enseñanzas; estos intervalos de descanso entre entrenamientos se denominaban schole, de donde proviene nuestro término actual de escuela.

    El teatro en la antigüedad representaba otra de las posibilidades que una persona adulta tenía para seguir conformando adecuadamente su mundo interior. El teatro en la antigua Grecia era un acontecimiento único. Allí no se acudía como espectador pasivo sentado en las gradas; cada asistente se identificaba con los actores para vivir en su interior la emoción de los arquetipos representados. Participar no consistía en enterarse del argumento, sino en vivirlo con la conciencia de que lo que veían fuera, residía dentro. El teatro invitaba a la reflexión y a la purificación y tenía una estrecha relación con lo espiritual. En las temporadas teatrales se acudía a los teatros para asistir a representaciones desde el amanecer hasta la puesta de sol con algunos intermedios. Pero en realidad, el espectador no estaba en el asiento, sino en la escena, en los personajes; el público se transportaba a otro mundo a través del temor, la fidelidad o la compasión. Por medio de los personajes que los actores representaban, cada individuo sentía lo que podría suceder si las leyes naturales que rigen el orden universal fueran quebrantadas. Los espectadores se hacían más conscientes de sus propias emociones que veían como tomaban cuerpo y voz sobre la escena. Lo que se pretendía en esas antiguas representaciones teatrales era que, sin necesidad de experimentar en la vida cada una de las circunstancias contenidas en las obras teatrales, se saliera de cada representación enriquecido interiormente como ser humano. Realmente, el teatro cumplía una función pedagógica de gran importancia en el ámbito emocional. No enseñaba conocimientos intelectuales, pero transmitía algo mucho más importante: cómo construir una forma de sentir elevada, equilibrada y consciente y cómo vivir con arreglo a valores superiores.

    La educación de la emoción es imprescindible para lograr una formación integral de la persona basada en la creación de valores y principios internos que guiarán su forma de pensar y, en consecuencia, de actuar. Actualmente, aunque se han realizado ciertos cambios mediante programas educativos pioneros, lo cierto es que todavía existe una gran deficiencia en este campo. Lo ideal sería que algún día la educación incluya en su programa de estudios la enseñanza de habilidades tan esencialmente humanas como el autoconocimiento, el equilibrio interior, el autocontrol, los tipos de emociones y sus causas, la empatía, el arte de escuchar, de resolver conflictos y

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