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Las Enfermedades comienzan y terminan en tu mente: Una guía para la autosanación
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Libro electrónico129 páginas2 horas

Las Enfermedades comienzan y terminan en tu mente: Una guía para la autosanación

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El avance del conocimiento admite que la enfermedad procede también de estados emocionales alterados. A través de estas pginas comprenders que las enfermedades son el resultado de pensamientos y sentimientos perniciosos, y que alcanzar la salud requiere de procurarnos condiciones mentales, espirituales y emocionales ptimas y equilibradas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 sept 2020
ISBN9786078756193
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    Es un libro que no recomiendo. Sus fundamentos científicos son la curandería y el Cachiquismo. Y sus argumentos son muy repetitivos y algunas a esta obvias pero que las expone como un conocimiento revelador y profundo. Habla de investigaciones y evidencias, pero en todo el libro no a dejado fuentes o datos que evidencien dichas evidencias. Muy recurrente es el verbo chismoso o el ( comentan o investigaciones recientes han demostrado; autores de una reciente investigación afirman) pero no menciona a nadie y tampoco expone fuente alguna que proporcione credibilidad a los argumentos que expone.

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Las Enfermedades comienzan y terminan en tu mente - Carlos Manuel Ruiz Macías

universal

Preámbulo

La mayoría de las personas no piensa en las enfermedades hasta que pierde la salud. Pueden ser propias, o la de algún familiar, amigo o alguien muy famoso, cuyo padecimiento o muerte nos recuerda nuestra fragilidad.

Vivimos en una sociedad que nos enseña a ser productivos y proactivos en lugar de ser armoniosos, dichosos y pensantes.

Creemos en la cultura del razonamiento puro, cuando en realidad lo único que hacemos es aprender y repetir de manera constante. Pensamos y pensamos pero al parecer son las mismas ideas que sólo se duplican como eco en nuestras memorias.

Lo que los filósofos conocen como pensar, no es memorizar, sin embargo, nuestra cultura parece estar obsesionada con esta actividad. Por esa equivocada razón nos enseñan a retener en la mente lo que los grandes estudiosos plantearon siglos atrás.

Hoy en día tiene más valor conocer la ideología de Sócrates, Descartes, Platón, entre otros, que los razonamientos propios.

Desde la infancia se premia al que memoriza más, y se castiga al que crea. Ése es el uso excesivo y la importancia exagerada que se le da al hemisferio izquierdo cerebral (el lógico).

Bajo esta visión tan limitada, que apaga la luz de las personas creativas, en favor de una sociedad sumergida en las creencias materialistas, hemos caído presos de la ignorancia, misma que nos obliga a no poner atención a la vida hasta que los males nos afectan y nos incapacitan.

Es en ese instante cuando repensamos y buscamos soluciones a nuestros males. Sin embargo, la educación impuesta nos vuelve ciegos ante la verdad, y ésta nos dice que no hay enfermedades, sólo síntomas y alarmas.

Cuando nos enfermamos de gravedad o vemos que alguien cercano tiene algún padecimiento, e incluso muere, comenzamos a darnos cuenta de que nosotros también podemos enfermar, sufrir y fallecer. No queremos pensar en aquello que nos asusta, aunque sabemos que es inevitable.

Por medio de este escrito queremos que empieces a pensar más, no sólo que aprendas y memorices, sino que reflexiones sobre tu vida, tu salud y tu muerte, ya que al hacerlo podrás despertar en ti una fuerza incomprensible que te llevará a usar armas mentales y espirituales de gran magnitud e importancia para tu vida.

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que esta fuerza es tan grande y tan misteriosa que, en muchos casos, ha vencido enfermedades terminales, e incluso la muerte. Y para poder despertarla debemos entender el papel tan importante que juegan nuestras emociones, pensamientos, comportamientos y sentimientos en nuestra existencia y en la muerte.

La salud, el estado de nuestra vida que nos aleja de la muerte, produce un resultado automático gracias al desarrollo óptimo de nuestros pensamientos y sentimientos. Esta faceta de la vida se caracteriza por crear un balance bioeléctrico en todo el cuerpo. No puede haber salud cuando dicho proceso se ve afectado o se estanca por pensamientos, sentimientos y comportamientos autodestructivos.

Los pensamientos tienen una consecuencia sentimental que se manifiesta de forma bioquímica. Si nuestras ideas llegaran a estancarse en un solo tema, sin descanso, nuestra salud podría verse afectada por la carga bioquímica que corre por nuestras venas y que, a su vez, roba el biomagnetismo de los órganos vitales y de todo nuestro cuerpo.

Estamos hablando de hormonas tan potentes como el cortisol (hidrocortisona), el cual ha sido llamado la hormona del estrés.

Es por eso que muchas veces el sueño y la diversión actúan como agentes sanadores en el largo proceso de la enfermedad, ya que al desactivar el razonamiento también se anula la producción de químicos dañinos en nuestro sistema y, gracias a eso, los órganos reciben el biomagnetismo necesario para su buen funcionamiento.

Las enfermedades

Éstas pertenecen al otro lado de la moneda de la vida y contribuyen al proceso que nos acerca a la muerte. Si la salud es el resultado automático de una sucesión de pensamientos y sentimientos óptimos, entonces bien podemos deducir que las enfermedades son el derivado de un proceso de pensamientos y de sentimientos averiados, dañados.

Si dirigimos nuestra atención al proceso de las enfermedades infecciosas, veremos claramente que éstas se desenvuelven con mayor facilidad en personas con estados de ánimo comprometido.

En el caso de los traumas, observamos que los accidentes suelen ocurrir en individuos que están pasando por etapas de conflicto emocional. ¿Y qué hay de las enfermedades degenerativas? Lo mismo, la observación y los experimentos en laboratorio han demostrado que se puede acelerar el proceso degenerativo al provocar e inducir estrés en los animales.

También se ha estudiado el incremento de casos en enfermedades congénitas cuando las mujeres embarazadas han sido sometidas a disturbios emocionales.

Su concepto a través del tiempo

Hace pocos años, lo que conocemos hoy como la ciencia de la medicina trataba las enfermedades como influencia demoniaca; se sometía al paciente a curaciones bárbaras, se empleaban elementos tóxicos o pasivos que no poseían ningún poder curativo, y se realizaban cirugías sin sentido en partes del cuerpo que no tenían relación directa con la enfermedad.

La investigación de una enfermedad iniciaba cuando los síntomas comenzaban a presentarse de forma física en la persona. Mientras no existiera malestar alguno, se diagnosticaba al paciente como sano.

Conforme se conocía más acerca del desarrollo de las enfermedades, los antiguos médicos aprendieron que muchas veces en sus inicios los padecimientos no presentaban síntomas y podían permanecer inactivos durante años.

Algunas observaciones en cadáveres y en escritos, relacionadas con los síntomas y la duración que tenía una enfermedad desde su inicio hasta el momento de morir, ayudaron al conocimiento de los orígenes y desarrollo de las afecciones.

Con la invención del microscopio se descubrió la existencia de entidades diminutas como los microbios. A partir de este hecho, y por medio de la observación, se ha convertido en un culto absoluto la creencia colectiva de que la mayoría de las enfermedades son el resultado de infecciones causadas por algún microorganismo que ataca al cuerpo humano. Si comparamos la medicina moderna con la de antaño, podríamos deducir que la búsqueda del origen de las enfermedades, en un nivel de creencia colectiva, se asemeja mucho a la incipiente medicina.

Algo está atacando al cuerpo humano y hay que defenderlo con algo externo. Es decir, la medicina moderna continúa sobre la línea que comenzaron los griegos hace varios siglos. Hemos militarizado las estrategias de sanación y hemos convertido el cuerpo humano en un campo de batalla.

También por observación y cultos absolutos se ha construido una cultura médica que sabe qué buscar y, al observar e indagar lo que se cree, lo encuentra.

De esa manera, además se buscan defectos congénitos y se procede a invadir el cuerpo humano con el objetivo de encontrar el origen del padecimiento, bajo una lógica de creencia bélica.

Con el afán de materializar y convertir un proceso mental subjetivo en algo observable, como es la enfermedad, la ciencia se ha dedicado desde sus inicios a la búsqueda de seres visibles e invisibles, grandes (dioses malos) o diminutos (virus, bacterias, hongos), y toda clase de elementos materiales que confirmen la existencia física de las enfermedades.

Las observaciones de un grupo de personas pueden influir considerablemente en el resultado de la investigación y la búsqueda. Existe un dicho popular que dice: El carpintero le ve cara de clavo a todo.

¿Qué significa esto? Que la materia prima del universo es tan moldeable, que lo que sea que busquemos lo podemos encontrar porque tenemos la capacidad de crearlo con nuestra percepción.

Si buscamos materializar algo que no es concreto, podemos lograrlo a través de esta herramienta.

En palabras del padre de la física cuántica y del ganador del premio Nobel, Max Planck, y Albert Einstein, ambos citan la frase: No existe la materia como tal.

Se dice que lo que percibimos como materia es sólo energía con vibración muy baja, y que aquello que la une y detiene es nuestra conciencia o percepción.

A partir del descubrimiento del bosón de Higgs, la física cuántica ha demostrado que las creencias de un grupo de científicos ejercen una gran influencia sobre el resultado del comportamiento de las partículas subatómicas.

Además, el científico japonés Masaru Emoto, quien comprobó por medio de innumerables experimentos en los que cristalizó agua después de haber sido sometida a diversas emociones, determinó que las vibraciones emitidas por un grupo de personas ejerce un resultado distinto en la estructura molecular de este elemento.

El doctor Emoto nos dice lo siguiente: "Si nuestros pensamientos pueden influir el agua

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