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Ciclos de tiempo y significado en los libros mexicanos del destino
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Libro electrónico908 páginas11 horas

Ciclos de tiempo y significado en los libros mexicanos del destino

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La presente obra es producto de años de investigación que Elizabeth Hill Boone ha dedicado al estudio del arte y la iconografía Mesoamericana, particularmente de los libros pintados de la región central de México. Hill Boone ofrece en este análisis una mirada al pasado de las culturas mesoamericanas a través de los códices adivinatorios y el sistema religioso que marcaba las pautas cotidianas de las culturas que los producían; asimismo propone un estudio que aspira a establecer parámetros básicos para una interpretación actualizada sobre los códices.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 mar 2016
ISBN9786071636218
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    Ciclos de tiempo y significado en los libros mexicanos del destino - Elizabeth Hill Boone

    SECCIÓN DE OBRAS DE ANTROPOLOGÍA


    Ciclos de tiempo y significado
    en los libros mexicanos del destino

    Traducción

    Juan José Utrilla

    ELIZABETH HILL BOONE

    Ciclos de tiempo y significado

    en los libros mexicanos

    del destino

    Primera edición en inglés, 2007

    Primera edición en español, 2016

    Primera edición electrónica, 2016

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    Título original: Cycles of Time and Meaning in the Mexican Books of Fate Originally published in 2007 as Cycles of Time and Meaning in the Mexican Books of Fate, by Elizabeth Hill Boone.

    Copyright © 2007 by the University of Texas Press. All rights reserved

    D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3621-8 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    A la memoria de Mary Elizabeth Smith,

    exigente y sabia erudita que amaba esos antiguos restos empapados en tinta,

    además de maestra y amiga generosa, siempre dedicada al estudio.

    Índice general

    Prólogo

    I. Transmisores del conocimiento del mundo

    El corpus existente

    Ediciones e intérpretes modernos

    Guías para la vida

    Una nota sobre la terminología

    II. El tiempo, el calendario ritual y la adivinación

    Los ciclos de tiempo

    Los libros adivinatorios

    Transmisores del conocimiento universal

    Augures, hechiceros y sabios

    Lectura de los destinos

    III. El vocabulario simbólico de los almanaques

    Los elementos calendáricos

    Actores y acciones

    Escenas

    Avíos e instrumentos

    Los símbolos

    El lenguaje del símbolo y la metáfora

    IV. Estructuras del conocimiento profético

    Los principios generales que gobiernan la estructura

    Pautas de lectura

    La estructura del almanaque

    El diagrama

    V. Los almanaques

    En busca de lecturas interpretativas

    Los almanaques de propósitos múltiples

    Los almanaques direccionales

    Los almanaques tópicos

    VI. Protocolos de los rituales

    Claves rituales dentro de los almanaques

    Protocolos rituales que incluían ofrendas contadas

    VII. La cosmogonía en el Códice Borgia

    Las interpretaciones anteriores

    Una cosmogonía mexicana

    Características generales

    Los episodios

    VIII. La proveniencia

    Los manuscritos de la tradición azteca

    Los códices del Grupo Borgia

    Posibles orígenes

    IX. Un sistema adivinatorio mexicano

    Variaciones y cosas comunes

    México y los mayas

    Supresiones y supervivencias

    Verdades sobrenaturales para un público humano

    Apéndice. Síntesis de los códices

    Manuscritos de la tradición azteca

    Manuscritos del Grupo Borgia

    Bibliografía

    Índice analítico

    Prólogo

    Los libros pintados y los manuscritos de Mesoamérica atraen cada vez mayor interés, tanto popular como de los estudiosos. Quienes ven por primera vez los manuscritos se asombran ante sus maravillosas y complejas imágenes, y se intrigan por la realidad de un sistema de comunicación gráfica que era plenamente figurativo. Conforme la cultura occidental deja atrás la escritura alfabética para abarcar otros sistemas gráficos transmisores de información, los especialistas en muy diversas disciplinas empiezan a considerar más minuciosamente los libros pintados de Mesoamérica. Teóricos de las letras, lingüistas y especialistas en estudios culturales unen sus esfuerzos por descifrar los rasgos especiales de los códices indígenas a los de antropólogos, historiadores del arte e historiadores en general. Dos folletos baratos, facsímiles de antiguos códices mexicanos, el Códice Nuttall y el Códice Borgia, así como varios estudios generales de la tradición de los manuscritos, han puesto en manos del público general las pinturas y los manuscritos mesoamericanos.

    Sin embargo, a pesar de este interés, el mundo de los códices adivinatorios (los libros del destino) ha seguido siendo particularmente impenetrable, salvo para los especialistas. Las mismas características que permiten a estos libros transmitir su conocimiento especializado —la complejidad de las imágenes, el sistema calendárico múltiple en muchas y diversas permutaciones, su particular estructura gráfica y su contenido esotérico— dificultan su comprensión. Como es natural, existen comentarios detallados sobre códices en particular, pero lo que ha hecho falta es un tratamiento sintético más general que sirva como introducción y atraiga un mayor número de personas. El presente estudio intenta contribuir a este propósito, ofreciendo una visión panorámica del género que explique el mundo esotérico de la adivinación mesoamericana, los cánones que gobernaron la creación de los libros pintados, su contenido y las reglas según las cuales se leían. Además, pretende explicar cómo funciona la mayor parte de los almanaques, y dar nuevas interpretaciones de diversos pasajes. Mi objetivo es abrir y ofrecer una entrada al mundo de la adivinación con base en los códices. De este modo, el libro puede considerarse un complemento de Relatos en rojo y negro,¹ que de manera similar trata este género histórico.

    La gestación de este libro ha sido prolongada. La idea básica surgió en un Summer Research Seminar que H. B. Nicholson y yo organizamos en 1982 en Dumbarton Oaks. En este seminario participamos Nicholson, Ferdinand Anders, Carlos Arostegui, John Carlson, Maarten Jansen, Edward Sisson, Peter van der Loo y yo, y centramos nuestra atención, para el curso de verano, en los códices del Grupo Borgia. Formamos un grupo animado y alegremente discutidor, y aprendimos mucho unos de otros. Los diagramas de los códices del Grupo Borgia que aparecen en el apéndice de este libro se inspiraron en los brillantes diagramas que Anders creó para el seminario, que culminó en un simposio de dos días de duración, que atrajo a nuestro grupo a otros 15 estudiosos en Dumbarton Oaks y al que siguió una sesión sobre el Grupo Borgia en el Congreso Internacional de Americanistas, en Manchester.

    Como observó Sisson en un artículo² en el que hace la recapitulación del Summer Research Seminar, los principales participantes convinieron en hacer una lista de recomendaciones para un estudio más profundo y, lo que es importante, dos de ellas ya han dado frutos. La necesidad de una serie de publicaciones económicas sobre los códices ha sido ya admirablemente satisfecha por la serie de Códices Mexicanos, de la Akademische Druck-und Verlagsanstalt y el Fondo de Cultura Económica (1991-1996), coordinada y en gran parte revisada y escrita por Anders y Jansen. George Everett y Edward Sisson han hecho una excelente traducción de Tlacuilolli, de Karl Anton Nowotny.³

    Para el seminario propuse estudiar el estilo pictórico de los manuscritos, pero mi objetivo a largo plazo era conceptualizar como un solo estudio los códices del Grupo Borgia, dentro del corpus completo de manuscritos mesoamericanos. Sin embargo, con el tiempo este proyecto más general se ha dividido en varios esfuerzos. Al comienzo, mi investigación se centró en comparar los cánones de los códices y la estructura de los almanaques en los códices mayas y mexicanos. Tengo que agradecer una beca residencial en el Institute for Advanced Study, en Princeton, en 1986-1987, donde redacté un primer estudio de los códices adivinatorios. En el instituto, Irvin Lavin, Marilyn Lavin y John Elliott, en especial, fueron colegas sagaces y generosos. Esto condujo, a la postre, a un seminario de dos días sobre los códices adivinatorios mexicanos que organicé en el Center for Advanced Study in the Visual Arts en la National Gallery of Art de Washington, en 1991, que atrajo a una vasta gama de especialistas en estudios precolombinos y de comienzos de la Colonia.

    A pesar de todo, dejando a un lado los libros adivinatorios, entre 1991 y 1999 enfoqué mi atención en los relatos pictóricos. Una beca Senior Fellowship del Center for Advanced Study in the Visual Arts en 1993-1994 me permitió investigar a fondo los relatos mixtecos, incluyendo la cosmogonía del Códice Viena, todo lo cual aparece en el presente estudio. Debo dar las gracias a Henry Millon, Stephen Mansbach y Therese O’Malley por su aliento y continuo apoyo durante el periodo de la beca y en el seminario anterior.

    En cuanto llegó a la editorial el libro de historias pictóricas, me concentré en los códices adivinatorios, esta vez con más seriedad. En el otoño de 1998 Victoria Bricker y yo dimos clase en un seminario para graduados sobre los códices adivinatorios mesoamericanos, que incluyó conferencias y discusiones con los eruditos visitantes Anthony Aveni, William Hanks y John Monaghan. Bricker y yo hemos quedado agradecidos por las ricas perspectivas que nos mostraron no sólo en el seminario, sino, asimismo, para nuestra propia investigación. Este y otros seminarios sobre manuscritos mexicanos, celebrados en Tulane, atrajeron a nuestro proyecto a un dinámico grupo de estudiantes graduados, entre ellos William Barnes, Lori Bornazian Diel, Richard Conway, James Cordova, Markus Eberl, Erika Hosselkus, Bryan Just, Victoria Lyall, Atlee Phillips, Danielle Pierce, Susan Spitler, Jonathan Truitt y Margarita Vargas. Un año sabático de la Tulane University, en 2001-2002 me permitió volver a concentrarme en los códices adivinatorios. Versiones anteriores del capítulo IV y partes del V se presentaron como charlas en Dumbarton Oaks, la University of Chicago, el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, en la Ciudad de México, y la Royal Academy of Art, en Londres. Partes del capítulo VII se presentaron en el Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Ciudad de México y en el County Museum of Art de Los Ángeles.

    Entre los muchos otros colegas que ayudaron a dar forma a este estudio con sus comentarios, sugerencias y al compartir con nosotros información inédita, quiero dar las gracias a Harvey Bricker, Robert Bye, David Carrasco, Tom Cummins, Beatriz de la Fuente, Christine Hernández, Robert Hill, Nicholas Johnson, Cecelia Klein, Edelmira Linares, Leonardo López Luján, Eduardo Matos Moctezuma, Susan Milbrath, H. B. Nicholson, Michael Smith, Karl Taube, Teresa Uriarte y Peter van der Loo. Estoy especialmente agradecida con Anthony Aveni, Vicki Bricker, Jeanette Peterson, John Pohl y Mary Elizabeth Smith, quienes también leyeron y comentaron el manuscrito total o parcialmente, y me salvaron de muchos errores; los que hayan quedado son exclusiva responsabilidad mía. Por último, doy las gracias a John Verano, cuyo continuo aliento en temporadas de campo veraniegas en el Perú facilitaron mi proyecto.

    Las ilustraciones y los diagramas son verdaderas claves para explicar los códices adivinatorios. Hemos contado con la ayuda de destacados artistas gráficos. Heather Hurst hizo casi todos los dibujos; Markus Eberl, casi todos los diagramas. Emmett Luty, de la Latin American Library de Tulane, y la estudiante graduada en historia del arte Danielle Pierce escanearon muchas de las imágenes. Danielle también midió, configuró y tituló casi todos los dibujos, y aportó diversos diagramas y la mayor parte de las directrices. La adquisición y la producción de las imágenes contaron con el apoyo de la cátedra Martha and Donald Robertson en Arte Latinoamericano y el George Lurcy Charitable and Educational Trust Fund for Faculty Research de la Universidad de Tulane, así como con el Millard Meiss Publication Grant de la College Art Association.

    También deseo dar las gracias a Theresa May y al equipo de producción de la University of Texas Press, especialmente a Lynne Chapman y a Leslie Tingle. Estoy sumamente agradecida con Kathy Lewis por su soberbia coedición, y con Linda Webster por su minucioso índice.

    Este libro está dedicado a la memoria de Mary Elizabeth Smith, la más grande conocedora de códices mixtecos de su generación y pionera en la historia del arte precolombino.

    I.Transmisores del conocimiento del mundo

    CORRÍA el año 1541. Tenochtitlan había caído 20 años antes y el fraile franciscano Motolinía (Toribio de Benavente) había comenzado hacía 17 la evangelización de México, cuando le escribió a su amigo y protector, don Antonio Pimentel, sexto conde de Benavente. Su carta serviría de presentación a su Historia de los indios de la Nueva España (descripción de las creencias y costumbres religiosas de los aztecas, así como de los ulteriores esfuerzos de conversión que realizaron sus compañeros mendicantes), obra en la que el franciscano había trabajado muchos años. Reflexionando sobre su comprensión de ideas y acontecimientos antes tan ajenos a él, revela que su conocimiento se debió, al menos en parte, a los libros pintados de los propios mexicanos.

    Estos libros eran de aspecto muy distinto de los volúmenes europeos que había en su biblioteca o de los manuscritos que acababa de completar, porque estaban formados por largas tiras de papel o de piel, en rollos o plegados, con paginación como un biombo. Además, sus mensajes estaban trazados en imágenes, no escritos en letras ni palabras. Sin embargo, para Motolinía, así como para los aztecas, seguían siendo recipientes de conocimiento y, a pesar de todo, eran libros.

    Esta tierra de Anáhuac o Nueva España… según los libros antiguos que estos naturales tenían de caracteres y figuras, que ésta era su escritura, a causa de no tener letras, sino caracteres, y la memoria de los hombres ser débil y flaca. Los viejos de esta tierra son varios en declarar las antigüedades y cosas notables de esta tierra, aunque algunas cosas… se han colegido y entendido por una figura… Había entre estos naturales cinco libros, como dije, de figuras y caracteres. El primero habla de los años y tiempos. El segundo de los días y fiestas que tenían todo el año. El tercero de los sueños, embaimientos y vanidades y agüeros en que creían. El cuarto era el del bautismo y nombres que daban a los niños. El quinto de los ritos, ceremonias y agüeros que tenían en los matrimonios.¹

    Luego declaró Motolinía: De todos éstos, el uno, que es el primero, se puede dar crédito, porque habla la verdad. Este libro verídico, que Motolinía llamó el libro de los años y tiempos y explicó con cierto detalle, fue la historia de los anales, el libro que registró hechos seculares como las conquistas, la sucesión de gobernantes y otros acontecimientos dignos de mención, que el fraile consideró hechos racionales. Motolinía pudo reconocer y aceptar intelectualmente la validez de este libro como registro histórico, no muy distinto de las historias y los anales escritos en Europa, aun cuando estuvieran relatados con signos y figuras y no con letras y palabras. Sin embargo, en lo tocante a los otros libros que tan minuciosamente enumeró, su contenido era implícitamente idólatra y, por lo tanto, falso.

    Esos manuscritos que Motolinía describió, aunque sumariamente —podemos suponer que por desconfianza—, eran los libros peligrosos, los que contenían los dogmas de la ideología religiosa, contra los que Motolinía y sus colegas habían combatido arduamente durante tantos años. Hablaban del mundo invisible: no del secular de los gobernantes, las dinastías, los ejércitos y los tributos, sino del universo de seres divinos o espirituales, de seres sobrenaturales y fuerzas cósmicas. Entre otros asuntos, eran los libros del destino. Tal como los describió Motolinía, trataban de adivinación, festines y rituales, sueños e ilusiones y los preparativos espirituales que acompañaban el nacimiento y el matrimonio. Aunque dividió los libros en cuatro géneros, sabemos por otras versiones que los distintos temas podían estar entremezclados y reunidos en volúmenes aparte.

    Estos peligrosos libros trataban, ante todo, de la cuenta de los años y de los significados espirituales relacionados con ellos. Para los aztecas y sus vecinos el tiempo creó el nexo que conectaba a los seres humanos con sus destinos y con los dioses. Y el tiempo, en particular, se interpretaba sobre todo en términos de días, y luego de grandes conjuntos y ciclos de días. Estos libros segmentaban el fluir del tiempo en días y sus ciclos y explicaban cuáles eran las fuerzas mánticas que en ellos intervenían. Articulaban, pues, el calendario sagrado: no la cuenta de 52 años ni el calendario civil anual que señalaba las estaciones y los ciclos agrícolas en 365 días, sino el más breve ciclo adivinatorio de 260 días que gobernaba todos los detalles de la vida y extendía su ámbito incluso a la propia muerte. Llamados tonalámatl (que significa el libro de los días), presentaban ciclos del tiempo adivinatorio como armaduras entrelazadas a las que se asignaban significados. De este modo, no sólo articulaban cantidades específicas de tiempo sino que, asimismo, mostraban sus cualidades. Explicaban cuáles fuerzas sobrenaturales influían en cada unidad y en cada ciclo.

    Eran, ante todo, libros de adivinación. Indicaban el destino de los recién nacidos, y los instruían sobre cómo debían vivir al ir creciendo. Más adelante los guiaban para escoger pareja y fijar fechas propicias para casarse. Detallaban qué tipos de ritos debían celebrarse y cuándo, con el objeto de evitar un destino nefasto o suscitar uno propicio. Ayudaban en la interpretación de los sueños, señalando el camino de la acción apropiada. Los mexicanos los consideraban pautas para vivir bien. Los hijos de los señores aztecas que ayudaron a fray Bernardino de Sahagún² en su gran proyecto etnográfico describieron estos y otros libros pintados como guías, reglas, modelos, normas y hasta como antorchas que iluminaban el camino del pueblo azteca.

    El fraile dominico Diego Durán se quejó, a menudo exasperado, por la continua fe de los aztecas en los libros adivinatorios, aun 50 años después de la Conquista. Por ejemplo, criticó la costumbre de los nahuas de no cultivar un campo incluso cuando estuviera seco y maduro, aunque pudiera deteriorarse, mientras el adivino no lo ordenara. Específicamente, recordó un caso en que la gente salió precipitadamente de la iglesia porque el hechicero acababa de decir que ya se podía ir por la cosecha:

    Y óso certificar, porque yo lo he muchas veces oído pregonar en las Iglesias, cuando el pueblo está junto, y acuden tan a una y con tanta priesa, que no queda chico ni grande, que no acuda, habiendo podido coger antes y despacio. Pero como el sortílego Viejo hallo que el día era llegado, que en su libro y calendario hallo, dio aviso, y luego acudieron sin dilación.³

    Como manuales adivinatorios, estos libros del destino son radicalmente distintos de las historias pintadas. Señalan el futuro, y no el pasado. En contraste con los volúmenes de historia, que registran acciones y actores de antaño y describen cómo fueron las cosas (o cómo se consideró que fueron), los libros adivinatorios se concentran en la forma en que son ahora las cosas, en un presente que continúa en el futuro; muestran potenciales, pues son ventanas que permiten ver los peligros y los triunfos que nos esperan. Dan acceso a un mundo que, en palabras de Alfred Gell,se ha desarrollado y se desarrollará, más allá de nuestra experiencia directa y sin intervención nuestra. En ellos los adivinos de Moctezuma intentaron interpretar la llegada de los españoles y la ulterior destrucción de todo lo que era caro a los aztecas.

    Estos libros poseen, asimismo, una cualidad universal, especialmente cuando se comparan con las historias, las listas de tributos y otros documentos seculares. Debido a que suelen carecer de referencias a lugares y fechas específicos, y a que nunca incluyen nombres de seres humanos, parecen flotar sin ningún ancla en el espacio y en el tiempo. No pertenecen a un solo lugar y no provocan lealtades locales. Antes bien, se concentran en hechos universales, potencialmente aplicables a todos. Por ejemplo, un mercader azteca que se preparara a salir de Tlatelolco para un largo viaje buscaría la guía de uno de estos libros para partir en un día favorable (como 1 Serpiente). Un comerciante mixteco que se dispusiera a partir del distante Tochtepec, en el límite entre Oaxaca y Veracruz, se dejaría orientar por un volumen similar, que acaso contuviera el mismo almanaque, y también él podría aguardar el día 1 Serpiente u otro igualmente propicio. Quinientos años después los libros adivinatorios siguen sirviendo de entrada a ese invisible mundo de días, seres sobrenaturales y signos. Quienes creen en el antiguo sistema adivinatorio mexicano aún se dejan guiar por ellos.

    Los libros representan todo un cuerpo de conocimiento indígena, que abarca tanto ciencia como filosofía. Cuando el historiador mestizo Fernando de Alva Ixtlilxóchitl⁵describió los libros de sus antepasados, habló de historias, de genealogías y de volúmenes tan prácticos y seculares como escrituras de tierras, pero también mencionó libros de las leyes [religiosas], los ritos y ceremonias, calendarios religiosos y los libros que compendiaban todas las ciencias que ellos conocieron y comprendieron. Además de rastrear el tiempo y sus ciclos, también describían la estructura y el funcionamiento del cosmos. Al explicar las fuerzas temporales y sobrenaturales que formaban y gobernaban el mundo tal como entonces se conocía, articulaban, así, sus leyes universales. Su objetivo era expresar lo no representable; ofrecer, por medio de una figuración estructurada, una comprensión de fuerzas y principios invisibles. Estos libros adivinatorios y religiosos eran, pues, equivalentes a los nuestros de filosofía, física teórica, astronomía y astrología.⁶ En términos de los rituales descritos, funcionaban como devocionarios cristianos, catecismos y otros volúmenes de oración. No sorprende que Motolinía decidiera no explayarse en su contenido y su importancia para los aztecas.

    El conocimiento cifrado en estos libros es, en gran parte, de relación. Concierne a sistemas de correspondencia que se obtienen entre unidades y ciclos de tiempo, y los significados relacionados con ellos. En esto no se diferencian mucho de los sistemas de correspondencia que describió Manfred Porkert⁷ sobre la medicina china, en la que cada parte queda definida por su relación con las demás y con el total. Este conocimiento es de carácter topológico más que topográfico, pues (según Gunther Kress y Theo van Leeuwen)⁸ no se interesa en relaciones espaciales físicas ni en ubicaciones reales, sino en las relaciones lógicas entre participantes, la manera en que los participantes están conectados entre sí (ya sea que tengan límites comunes o que estén parcial o totalmente incluidos unos en otros, en cuál secuencia están conectados, etc.), pero no en el tamaño físico real de los participantes ni en su distancia entre sí. Es un conocimiento que concierne a estructuras complejas y a relaciones entre las variables. Por consiguiente, la meta de los libros adivinatorios es representar gráficamente los principios por los cuales actúan el calendario sagrado, por una parte, y el resto del cosmos, por la otra, y mostrar los nexos y las asociaciones entre estas esferas.

    Todo esto hace que los códices adivinatorios sean fundamentalmente distintos de los manuscritos históricos, los cuales relatan historias y rastrean los hechos a lo largo del tiempo, lo que les da una estructura lineal propia. Con excepción de algunos pasajes específicos (por ejemplo, la sección narrativa, de 18 páginas, del Códice Borgia), los códices adivinatorios no siguen un relato o una narración, y por ello no necesitan un hilo conductor para unir las partes en una secuencia temporal o causal. En cambio, reúnen información en unidades discretas y en gran parte independientes: almanaques y protocolos (prescripciones) para rituales. Cada almanaque o protocolo funciona con total independencia de los demás. Cada uno está gobernado por sus propiedades semánticas, y emplea su propia estructura interna para colocar las imágenes en una asociación significativa con las demás. En él, las unidades a menudo pueden estar relacionadas formando una serie o hasta una secuencia que, no obstante, no se extiende luego a las unidades de otros almanaques. En cambio, todos aparecen como entidades autónomas, pero complementarias. Esto hace que los códices adivinatorios parezcan volúmenes de muchas partes separadas que deben consultarse individualmente. Un usuario no lee uno de estos libros de principio a fin, sino que busca selectivamente entre los diversos almanaques y protocolos la información pertinente a una situación en particular.

    Dicho todo esto, los libros adivinatorios existentes revelan una laxa secuencia canónica de los almanaques que contienen. Como se explica en la conclusión del capítulo V, ciertos tipos de almanaques tienden a abrir y cerrar los libros, y otros tienden a unirlos. Sin embargo, el significado contenido en cada uno funciona con independencia de los demás.

    El vocabulario gráfico de estos libros sagrados es esotérico y sumamente difícil de descifrar. Perteneciendo, como pertenece, al reino sobrenatural e invisible, tiene la riqueza y las cualidades polivalentes de todo lenguaje religioso, pues, como en éste,⁹ las imágenes de los códices adivinatorios muestran la presencia y la acción de seres y esencias no cognoscibles de otra manera por los sentidos, y lo hacen en formas notablemente marcadas. Podemos considerar este lenguaje gráfico religioso como un discurso interdependiente, aunque paralelo al habla divina y sagrada de los sacerdotes y adivinos mexicanos.

    Entre los aztecas esta habla sagrada —nahuallatolli o habla de los hechiceros— era utilizada por sacerdotes y adivinos para conversar acerca de los dioses y las fuerzas espirituales y para comunicarse con ellos.¹⁰ Era una rica y compleja manera de hablar, que se acercaba a su significado oblicuamente y por medio de metáforas. Era una articulación que superficialmente parecía oscurecer y ocultar, en lugar de aclarar, pero que, al ser indirecta, revelaba todas las cualidades de una esencia. De esta manera, algo tan ordinario y prosaico como agua podía ser conjurado como la de la falda de jade, su blusa es de jade, la señora del jade, su falda es de un verde oscuro, su blusa es de un verde oscuro, esa mujer verde oscura, la mujer blanca, el sacerdote blanco, el sacerdote brillante.¹¹

    Según Francisco de Burgoa,¹² la élite mixteca dominaba, de manera similar, un habla esotérica y elaborada para las cuestiones relacionadas con sus dioses y sacrificios, igualmente rica en metáforas y frases ocultas,¹³ que se valía de su propio lenguaje especial, al cual Evangelina Arana¹⁴ y Maarten Jansen¹⁵ han llamado iya (señor). Iya parece haber incluido el lenguaje mixteco normal y un lenguaje relacionado con el cuicateco, el lenguaje de la región cercana al pueblo de Apoala, mítico lugar de origen de las dinastías mixtecas. En el habla sagrada mixteca iya parece ser un arcaísmo, una referencia a un pasado distante y mitológico.

    Otra manifestación de este lenguaje sagrado de los mixtecos es el vocabulario especial utilizado para vocalizar los signos y los números del día pintados en sus códices. Las glosas escritas en mixteco en obras pictóricas posteriores a la Conquista no los nombran en el mixteco cotidiano, sino que emplean un vocabulario diferente, con muchas variaciones de las palabras para cada término, las cuales, según se cree, son una forma arcaica del mixteco.¹⁶ Además, se sabe que los mixtecos poseían un vocabulario especial para los elementos temporales de su calendario sagrado,¹⁷ aunque no hay pruebas de que también lo tuvieran los aztecas.

    Los códices adivinatorios y religiosos, como en nahuallatolli y en iya, rara vez mencionan algo llanamente. Son indirectos, oscurecen y hacen actuar al pasado mediante arcaísmos. Las imágenes gráficas conservan y liberan su significado por medio de eufemismos, metonimias y metáforas; se muestran por analogía. Los propios significados tienen diversas capas. Esto recuerda la distinción de C. G. Jung entre signo y símbolo: "Un signo es una expresión análoga o abreviada de una cosa conocida. Pero un símbolo siempre es la mejor expresión posible de un hecho relativamente desconocido, hecho que, sin embargo, es reconocido o cuya existencia se postula".¹⁸ La distinción es entre algo cuya totalidad puede ser expresada por una sola imagen (un signo) y algo cuya totalidad acaso nunca pueda ser adecuadamente expresada (un símbolo). Los sacerdotes y adivinos del antiguo calendario mexicano pasaban años de estudio en las escuelas del templo aprendiendo a descifrar, interpretar y dar voz a estos mensajes visuales. Por ello no debe sorprendernos que, hoy, los libros nos revelen con suma renuencia sus secretos.

    EL CORPUS EXISTENTE

    En los años anteriores a la llegada de los europeos a las costas de México había por doquier libros adivinatorios. Como a todos los niños había que leerles su destino poco después de nacer, y debido a que los hechos más significativos requerían la opinión de un adivino, tales libros debieron de ser comunes en ciudades, poblados y aldeas por todo el país, almacenados en depósitos de los templos o en los hogares de los sacerdotes del calendario. Se les sacaba y consultaba diaria o semanalmente. Algunos eran gloriosas obras maestras del arte pictórico, pintadas y utilizadas por la élite suprema de la sociedad indígena; otros eran objetos comunes, pobremente realizados, productos de mentes provincianas y de manos inhábiles. Bien hechos o no, los frailes, obsesionados, reunieron y quemaron casi todos los códices adivinatorios junto con las imágenes del culto indígena poco después de la Conquista, o, en breve, éstos cayeron en desuso y finalmente en decadencia.¹⁹ La destrucción de los libros fue tan completa en los años que siguieron a la Conquista que varios frailes lamentarían después su pérdida, deplorando el exterminio de tanta información básica acerca de la religión azteca. En 1581 Diego Durán,²⁰ enconado enemigo de las idolatrías ocultas, lamentó:

    Y así erraron mucho los que, con Buena cello, pero no con mucha prudencia, quemaron y destruyeron al principio todas las pinturas de antiguallas que tenían, pues nos dejaron tan sin luz, que delante de nuestros ojos idolatran y no los entendemos; en los mitotes, en los mercados, en los baños y en los cantares que cantan, lamentando sus dioses y sus señores antiguos, en los comidas y banquetes, y en el diferenciar de ellas: en toda se halla superstición e idolatría; en el sembrar, en el coger, en el encerrar en las trojes, hasta en el labrar la tierra y edificar las casas. Y pues en los mortuorios y entierros y en los casamientos y nacimientos de los niños.

    Hoy se han conservado muy pocos libros adivinatorios. Y lo sorprendente es que aún queden algunos. En su mayoría salieron de México durante o poco después de la Conquista, enviados a Europa como curiosidades, y así se salvaron; otros sobrevivieron en México, en archivos personales y oficiales.

    Del centro de México sólo queda un pequeño corpus de nueve libros pintados siguiendo la tradición indígena en materiales nativos, y varias copias coloniales pintadas en papel europeo. Siete son documentos de cuero que reflejan tradiciones compartidas con la gran región Mixteca-Puebla-Tlaxcala. Se trata de los códices del Grupo Borgia, así llamados por su semejanza con el Códice Borgia: los códices Borgia, Cospi, Fejérváry-Mayer, Laud, Reverso del Porfirio Díaz, Vaticano B y Aubin núm. 20 (véase el apéndice). Todos ellos son libros-biombos, compuestos por una larga tira plegada como acordeón, o formados en páginas, excepto el Aubin núm. 20, que es una hoja de cuero. Todos son indudablemente precolombinos, con excepción del Reverso del Porfirio Díaz, que ocupa 10 páginas en el dorso de una historia de la que se sabe que fue pintada décadas después de la Conquista. Además de su contenido adivinatorio, el Códice Borgia también incluye una cosmogonía de 18 páginas, pintada como narrativa. El Cospi, el Fejérváry-Mayer y el Laud contienen protocolos para rituales.

    La tradición azteca del centro de México está representada por dos libros-biombos de papel de corteza: el Códice borbónico y el Tonalámatl Aubin. Aunque ambos parecen creados después de la Conquista, fueron pintados casi enteramente en el estilo nativo. Además de sus dos almanaques adivinatorios, el Borbónico también incluye una representación de las fiestas de cada mes y una historia parcial de los anales.²¹

    Este corpus de fuentes primarias se amplió con varias copias de almanaques adivinatorios antes perdidos, copias ejecutadas bajo patrocinio de los españoles e incorporadas a enciclopedias coloniales de la cultura aborigen; estos almanaques están incluidos en los códices Tudela y Telleriano-remensis, y en su copia, el Vaticano A (o Ríos), pintados todos en papel europeo a mediados o durante la segunda parte del siglo XVI. Estas pinturas coloniales reflejan con gran fidelidad la tradición azteca del Borbónico y del Tonalámatl Aubin y contienen textos y glosas escritos que explican las imágenes con diversos grados de detalle. Nuestro conocimiento del calendario indígena y del sistema adivinatorio se ha enriquecido con la palabra escrita de varios cronistas, entre ellos Francisco Cervantes de Salazar, Juan de Córdova, Diego Durán, Bernardino de Sahagún y Jacinto de la Serna.²² Sahagún,²³ quien criticó acerbamente el ciclo adivinatorio diciendo que no era un calendario sino una obra del demonio, registró la interpretación más extensa que tenemos de un almanaque de 260 días, lo cual resulta irónico. Este corpus relativamente pequeño nos da un atisbo del género en conjunto.

    Difícil sería exagerar la importancia de estos pocos códices adivinatorios sobrevivientes. En conjunto contienen cerca de 102 almanaques pictóricos, muchos de los cuales reaparecen en manuscritos múltiples. (Su contenido está descrito en el apéndice, que también incluye diagramas estructurales de manuscritos del Grupo Borgia.) En ellos aparecen algunos de los manuscritos visualmente más complejos y mejor ejecutados de toda la tradición mexicana. Por ejemplo, el Códice Borgia se ha considerado como el más bello ejemplo del difundido estilo del horizonte Mixteca-Puebla, y el Borbónico es la obra maestra de la pintura azteca. El Fejérváry-Mayer y el Laud muestran una precisión y un equilibrio sin paralelo en todo el corpus de manuscritos. Asimismo, estos códices nos dan el mejor acceso a la ideología y la cosmología religiosas de los aztecas, mixtecos y sus vecinos. Son lo más cercano a lo que se pueda conocer del mundo espiritual del México antiguo.

    EDICIONES E INTÉRPRETES MODERNOS

    El estudio serio y especializado de los manuscritos adivinatorios se remonta a finales del siglo XVIII, época en la que intelectuales de México y Europa empezaron a mostrar un interés más activo en el antiguo pasado de México. En Italia las principales referencias fueron los jesuitas mexicanos exiliados Francisco Javier Clavijero y José Fábrega. Clavijero conoció el Códice Cospi mientras vivía en Bolonia, aunque sólo lo mencionó brevemente en su Storia antica del Messico.²⁴ Fábrega, en cambio, enfocó más directamente sus esfuerzos en los propios códices, y escribió uno de los primeros comentarios sobre el Códice Borgia. Patrocinado por el erudito e influyente cardenal Stefano Borgia, en la Biblioteca Vaticana tuvo acceso no sólo al Códice Borgia sino también al Vaticano B, al Vaticano A / Ríos (de principios del periodo colonial) y a una copia del Cospi. Para explicar el tonalámatl del Borgia se basó en las extensas glosas italianas que se encuentran en el Vaticano A / Ríos. Fábrega también comentó brevemente y estudió casi una docena más de códices religiosos e históricos que se hallaban en colecciones europeas. Aunque el comentario de Fábrega no se publicó hasta 1899, sí fue extensamente consultado por los americanistas de su época y los posteriores: por ejemplo, Antonio León y Gama en México y el abate Brasseur de Bourborg en Francia consiguieron copias de él; Alexander von Humboldt y Lord Kingsborough (Edward King) lo conocieron y lo citaron.²⁵ Humboldt²⁶ dio a conocer varias de estas pinturas a un vasto público internacional, cuando divulgó dibujos de páginas seleccionadas de los códices Borgia, Vaticano A / Ríos, Vaticano B y Telleriano-remensis en sus Vues des cordillères et monuments des peuples indigènes de l’Amérique.

    A pesar de todo, fue Lord Kingsborough el que modificó la manera de estudiar los manuscritos cuando publicó, íntegros, casi todos los códices. Los tres primeros volúmenes de los nueve de sus monumentales Antiquities of Mexico²⁷ contienen placas litográficas de dibujos de 16 códices pictóricos, incluyendo siete de los manuscritos religiosos: Telleriano-remensis, Vaticano A / Ríos, Laud, Cospi, Borgia, Fejérváry-Mayer y Vaticano B; en los volúmenes 5 y 6 aparecen transcripciones y traducciones al inglés de los textos del Telleriano-remensis y el Vaticano A / Ríos.²⁸ Aunque las páginas manuscritas sueltas están sin guías de lectura ni comentarios específicos, y ocasionalmente aparecen en secuencia interrumpida o inversa, la obra de Kingsborough permitió que los eruditos ya no dependieran exclusivamente de sus notas y copias personales de los originales, sino que ahora contaban con copias útiles de las imágenes y los textos. Sin embargo, se hicieron relativamente pocos progresos en la interpretación de los códices religiosos mexicanos hasta más adelantado el siglo.

    El gran avance llegó en 1887, con la investigación del americanista alemán Eduard Seler, quien reconoció la directa afiliación de varios códices adivinatorios y, en un artículo que hizo historia, definió lo que llamó el Grupo del Códice Borgia y explicó su naturaleza religiosa y adivinatoria.²⁹ Este artículo estableció una base firme para los análisis de las dos décadas siguientes. Seler³⁰ también contribuyó con un extenso artículo en el que explicaba el Tonalámatl Aubin y los otros manuscritos calendáricos, de 260 días, del centro de México.

    El siguiente punto crítico en el estudio de los códices llegó durante el decenio de 1890, cuando el acaudalado estadunidense Joseph Florimond, más conocido por su título papal de duque de Loubat, decidió financiar la publicación de los códices mexicanos en cromolitografía, con introducciones y comentarios de los más eminentes estudiosos. El interés de Loubat y sus grandes recursos inauguraron efectivamente la gran época de publicación facsimilar y su estudio. Bajo sus auspicios, entre 1896 y 1904 aparecieron siete códices importantes: Vaticano B (1896), Borgia (1898), Cospi (1898), Telleriano-remensis (1899), Vaticano A / Ríos (1900), Tonalámatl Aubin (1900-1901) y Fejérváry-Mayer (1901), así como el Magliabechiano (1904), enciclopedia cultural de mediados del siglo XVI.³¹ Los facsímiles de Loubat conservan fielmente el formato en biombo de los originales o siguen minuciosamente la estructura de los códices, y la técnica cromolitográfica permitió excelentes reproducciones de las formas, las imágenes y los textos de los originales. En estos dos aspectos los facsímiles del duque de Loubat son muy superiores a las reproducciones previas de Kingsborough.

    Por la misma época aparecieron a la venta otros cuatro manuscritos adivinatorios. Eugène Boban publicó el Aubin núm. 20 (Fonds mexicain 20) en facsímil fotográfico en el catálogo de la colección Aubin-Goupil.³² Alfredo Chavero reprodujo el Porfirio Díaz en litografía en color con otros manuscritos, bajo los auspicios de la Junta Colombina en México.³³ Y Ernest Théodore Hamy³⁴ imprimió el Borbónico en facsímil en París. Al llegar 1901 ya habían aparecido en facsímil casi todos los códices adivinatorios.³⁵

    La mayor parte de los facsímiles de Loubat se publicaron con comentarios o se acompañaron de introducciones breves; por separado se publicaron estudios más completos. Franz Ehrle, prefecto del Vaticano, se encargó de los códices vaticanos (Vaticano B, Borgia y Vaticano A / Ríos) y escribió el comentario sobre el Vaticano A / Ríos, publicado con el facsímil.³⁶ En París, Ernest Théodore Hamy, presidente de la Sociedad de Americanistas, publicó un breve comentario con su edición del Borbónico y escribió un estudio más completo (con transcripciones de los textos) del Telleriano-remensis.³⁷ Francisco del Paso y Troncoso, director del Museo Nacional de México, quien había estado investigando los manuscritos en Europa desde 1892, escribió breves introducciones que acompañaron los facsímiles del Cospi y el Vaticano B, y publicó por separado un comentario más completo sobre el Borbónico.³⁸

    A pesar de todo, fueron los estudios de Eduard Seler, asociado con el duque de Loubat, los que dieron mayor fruto. Durante algún tiempo Seler había estudiado los códices religiosos. Con el apoyo de Loubat elaboró sus análisis anteriores, de 1887 y 1890, para crear lo que John Glass³⁹ ha llamado el cuerpo fundamental de interpretaciones de los manuscritos del Grupo Borgia. Entre 1900 y 1909 Seler publicó comentarios sobre cuatro de los códices adivinatorios: el Tonalámatl Aubin, el Fejérváry-Mayer, el Vaticano B y el Borgia. Como ha anotado H. B. Nicholson:⁴⁰

    Estas célebres monografías, tomadas en conjunto, probablemente representen la aportación más significativa de Seler a los estudios mesoamericanos, y en ellas se basa su mayor reputación. Aunque cada cual estaba ostensiblemente dedicada al análisis de un solo espécimen pictórico, para ayudarse en sus análisis Seler empleó una vasta técnica comparativa, con el resultado de que también constituyen interpretaciones bastante profundas de muchas otras piezas (especialmente el Telleriano-remensis, Vaticano A, el Laud, el Cospi…, Borbónico y Magliabechiano), sin omitir datos pertinentes de la zona maya.

    La mayor realización de los comentarios de Seler es su análisis descriptivo, así como la identificación iconográfica de las imágenes. Describió, identificó e interpretó cada imagen de los códices. La mayor parte de sus interpretaciones específicas de detalles iconográficos particulares ha sido aceptada por ulteriores eruditos y ha seguido siendo fundamental para toda investigación posterior. En cambio, sus lecturas más profundas

    o metafóricas de las imágenes y sus interpretaciones de almanaques completos son más problemáticas.⁴¹ A veces pueden ser tan valiosas como sus lecturas superficiales, pero también pueden ser extremadamente especulativas o simplemente erróneas. El problema surgió cuando eruditos ulteriores aceptaron las interpretaciones de Seler simplemente por el peso de su autoridad.

    A Seler lo influyeron paradigmas entonces en boga para la interpretación de las religiones antiguas desde una perspectiva astral; también consideró interpretaciones contemporáneas de la religión babilónica y buscó paralelos en Mesoamérica. Siguiendo la identificación hecha por Ernst Förstemann del cuadro de Venus en el Códice Dresde, atinadamente reconoció los almanaques de Venus en el Borgia, el Cospi y el Vaticano B; pero entonces empezó a buscar y encontró referencias a Venus en otros almanaques, cuando en realidad dichas referencias no estaban en evidencia. Ferdinand Anders, Maarten Jansen y Gabina Aurora Pérez Jiménez⁴² han señalado que el épico viaje de la diosa babilónica Istar a los infiernos sirvió de modelo a Seler para interpretar la sección ritual del Borgia como el descenso del propio Quetzalcóatl al inframundo, que vio como una alegoría de los periodos invisibles de Venus. Seler se valió de la astronomía como clave interpretativa para los almanaques, a veces sin tomar en cuenta plenamente las imágenes.⁴³ De esta manera, los investigadores que se han valido de los comentarios de Seler —y todos han tenido que hacerlo— deben estar alertas ante su generalizado paradigma astronómico y estar dispuestos a analizar muchas de sus interpretaciones.⁴⁴

    La ya apremiante corrección al enfoque de Seler llegó en 1961 con el Tlacuilolli de Karl Anton Nowotny, que presentó sintéticamente el contenido de todos los miembros del Grupo Borgia junto con los relacionados Tonalámatl aztecas. Nowotny fue el primero, desde el artículo de Seler de 1887, en tratar los códices religioso-adivinatorios como un solo corpus. Estableció la función mántica o profética, y no astronómica, de los almanaques, y reconoció que en su mayor parte se remitían a los patrones y a las asociaciones simbólicas de diversos periodos de tiempo. A menudo se apoyó en las fundamentales identificaciones iconográficas de Seler, pero en desviaciones importantes reinterpretó el pasaje narrativo del Borgia 29-46 como una serie de ritos (no como el paso de Venus por los cielos y los infiernos), y reconoció los rituales de ofrendas contadas y bultos que aparecen en el Cospi, el Laud y el Fejérváry-Mayer. Evitando cuidadosamente las fantásticas y exageradas interpretaciones que vio en Seler y en otros, Nowotny reanalizó los almanaques, no por sus temas (astronómicos o no), sino en función de su estructura calendárica. Este enfoque le permitió identificar y comparar similitudes y paralelos en almanaques de diferentes manuscritos. También aclaró la estructura de los almanaques y exentó un firme fundamento para nuevas interpretaciones.⁴⁵

    A pesar de todo, la aportación de Nowotny no ha recibido toda la atención que merece, porque el Tlacuilolli fue escrito en alemán, idioma que entienden cada vez menos americanistas; además, su estilo conceptual resulta difícil de comprender.⁴⁶ Nowotny organizó su presentación no como un argumento ya desarrollado sino como una serie de capítulos, láminas y un catálogo, lo que tiende a fragmentar el material en lugar de poner de relieve sus rasgos más significativos. Una reciente traducción de Tlacuilolli al inglés,⁴⁷ de George A. Everett Jr. y Edward B. Sisson, indudablemente difundirá más las opiniones y los enfoques de Nowotny.

    A pesar de las correcciones de Nowotny a los que consideró excesos interpretativos de Seler, la perspectiva de éste continuó encontrando una aceptación cada vez mayor. Mientras que Tlacuilolli era poco leído fuera de Europa, el esencial comentario de Seler sobre el Códice Borgia fue traducido al español y publicado en 1963, con una reproducción del facsímil de Loubat en México y en Buenos Aires. Gracias a su accesibilidad, este comentario ha sido uno de los principales referentes en la interpretación del Grupo Borgia.

    Entre 1964 y 1967 José Corona Núñez publicó las Antigüedades de México, basadas en la recopilación de Lord Kingsborough, que reproducen fotográficamente códices originalmente publicados por Kingsborough, entre ellos el Cospi, el Fejérváry-Mayer, el Laud, el Telleriano-remensis y el Vaticano A / Ríos.⁴⁸ Aunque la calidad de la fotografía en colores o de la impresión de una y otra varía demasiado de un manuscrito a otro, las reproducciones del Cospi y el Laud son particularmente notables. Corona Núñez también incluyó sus propios comentarios, página tras página (en gran parte basados en Seler), transcripciones de los textos del Telleriano-remensis, traducciones de los textos italianos del Vaticano A / Ríos y las ya caducas notas de Kingsborough sobre estos documentos. Los comentarios que aparecen en las Antigüedades de México acaso no hayan hecho avanzar apreciablemente nuestros conocimientos, pues dependían extensamente de obras anteriores, pero su publicación fue importante por haber presentado los códices a un público lector mucho más numeroso. Pocos habían tenido acceso a las raras publicaciones de Kingsborough y Loubat.

    La principal dificultad de esta edición, como en casi todas las otras que publican las páginas de códices indígenas en placas separadas (por ejemplo, la de Kingsborough y la edición española del estudio del Borgia por Seler), es que el lector no puede ver cómo están unidas las páginas individuales y cómo estos largos manuscritos en forma de biombo deben leerse a lo largo de la tira; la secuencia puede quedar fragmentada y perderse. Esto es especialmente problemático en el caso de los manuscritos, que se leen de derecha a izquierda y tienen las páginas así numeradas como el Borgia. Como los lectores occidentales tradicionalmente leen de izquierda a derecha, los editores reprodujeron la placa I como la primera y no como la última, y continuaron de izquierda a derecha, con las placas en orden inverso; esto hace que se pierdan totalmente las conexiones entre las páginas adyacentes.⁴⁹ La presentación página por página también alienta al lector a considerar cada una de ellas como la principal unidad de organización, en lugar de comprender cómo un almanaque en sí puede correr a lo largo del registro superior o del inferior en varias páginas. Unos verdaderos facsímiles que conserven el formato del original son, por ello, decisivos para el estudio de los biombos.

    La siguiente gran época de publicación de facsímiles llegó al mismo tiempo que la edición de Corona Núñez. Siguiendo minuciosamente las huellas del duque de Loubat, el erudito austriaco Ferdinand Anders y la Akademische Druck-und Verlagsanstalt (ADEVA) de Graz, Austria, iniciaron un programa destinado a ofrecer las obras pictóricas mesoamericanas importantes en facsímiles fotográficos de alta calidad, cada una publicada por separado. El propio Anders fotografió los originales, para mantener una excelencia constante. Entre 1966 y 1979 la ADEVA publicó el Laud, el Cospi, el Fejérváry-Mayer, el Vaticano B, el Borbónico, el Borgia y el Vaticano A / Ríos, además de cierto número de otros códices mexicanos y los tres principales libros mayas. La ADEVA retuvo el formato y el tamaño original de los manuscritos para reproducirlos con tanta exactitud como fuera posible, en todos sus aspectos, y limitó el material acompañante a un texto introductorio que describe las propiedades físicas y la historia del manuscrito. Su meta fue aportar la más alta calidad de reproducción, pero dejar a otros la interpretación y la lectura. Estos facsímiles pronto llegaron a ser el fundamento del actual estudio de los códices adivinatorios.

    Con el quinto centenario del viaje de Cristóbal Colón a América, la ADEVA se unió al Fondo de Cultura Económica en México y a la Sociedad Estatal Quinto Centenario en España para reeditar sus facsímiles, acompañados esta vez de nuevos comentarios escritos por Ferdinand Anders, Maarten Jansen y otros especialistas que se les unieron como coautores de diferentes volúmenes. Entre 1991 y 1996 el Borbónico, el Borgia, el Cospi, el Fejérváry-Mayer, el Laud, el Vaticano A y el Vaticano B aparecieron junto con otros códices mexicanos. Cada comentario a los libros adivinatorios comienza con uno o más ensayos importantes que tratan temas generales pertinentes a la mayoría de los documentos, como la estructura de los códices, su proveniencia, la adivinación y lo divino y lo humano en la religión mesoamericana; el volumen Laud también incluye dibujos y una lectura del Reverso del Porfirio Díaz (rebautizado como Códice de Tututepetongo).

    En conjunto, el esfuerzo es impresionante. Los autores se basaron en lo mejor de los conocimientos anteriores, equilibrando las identificaciones iconográficas de Seler con la claridad y el hincapié estructural de Nowotny; pero también se remontaron de nuevo a las fuentes del siglo XVI: el grupo Magliabechiano, Telleriano-remensis y Vaticano A / Ríos, y a crónicas como las de Sahagún, Motolinía, Durán y Hernando Ruiz de Alarcón; además incluyeron investigaciones etnográficas contemporáneas de tradiciones religiosas mesoamericanas aún vivas. El resultado es una nueva comprensión de los manuscritos individuales y del grupo adivinatorio como género. Unos diagramas ayudan al lector a comprender por igual la estructura de los almanaques y de los manuscritos.

    Sin embargo, los comentarios nuevos no remplazan a los anteriores, pues los estudios reales de cada escena o almanaque son más literarios que analíticos. En lugar de aportar un análisis detallado y referenciado del material, ofrecen una lectura descriptiva, que identifica las imágenes y asigna un significado al todo, pero sin las habituales evidencias y argumentos de apoyo. Como reconocen los propios autores, ofrecen una lectura preliminar, aunque limitada y especulativa.⁵⁰ Yo, a menudo, estoy de acuerdo con sus interpretaciones, pero no siempre. El lector se ve obstaculizado al juzgar la veracidad de las lecturas porque los autores no suelen dar sus razones para interpretar a su particular manera las imágenes y su mensaje. Por tanto, los estudiosos serios aún querrán trabajar con los propios almanaques, basándose en la obra de Seler, Nowotny, Anders, Jansen y otros, sin olvidar a los cronistas ni la etnografía moderna; estas nuevas lecturas podrán ser lo más recientemente dicho sobre los almanaques, pero nunca pretendieron ser la última palabra. Para lectores menos especializados las lecturas dan vida a las imágenes de un modo particularmente accesible y vibrante.

    Otros varios facsímiles y comentarios completan el corpus publicado. Una edición de 1992 del Cospi, preparada por Laura Laurencich Minelli, incluye cierto número de excelentes ensayos sobre el contenido del manuscrito, su historia y sus propiedades físicas, así como la más precisa reproducción fotográfica de cada página. En 1995 la University of Texas Press publicó un magnífico facsímil fotográfico del Telleriano-remensis, con un importante y extenso comentario de Eloise Quiñones Keber.⁵¹ El comentario de Quiñones Keber representa nuestra actual comprensión de este complejo documento y es una buena introducción para los géneros de manuscritos que componen sus secciones (fiestas mensuales, tonalámatl e historia de anales); automáticamente ha pasado a ser la referencia actual para los códices. El soberbio facsímil de 2002 del Códice Tudela, con un detallado comentario de Juan José Batalla Rosado, ha venido a remplazar la edición de 1980 de José Tudela de la Orden, aun cuando es tan costoso que sólo unas cuantas bibliotecas pueden adquirirlo.

    Una obra enteramente distinta (que ha cobrado creciente importancia en los estudios de los códices adivinatorios) es la versión en edición de bolsillo del Borgia, publicada en 1993 por Dover Publications. El comentario de Bruce Byland es excelente y actual, pero relativamente breve, pues el libro se enfoca en el facsímil, que reproduce una restauración (pintada a mano) del Borgia, creada por los artistas Gisele Díaz y Alan Rodgers. Su intención fue restaurar el Borgia tan precisamente como fuera posible, devolviéndolo a su condición prístina. Aun cuando algunos especialistas puedan encontrar errores en ciertas partes en que fueron reconstruidas las imágenes, en general Díaz, Rodgers y Byland han alcanzado admirablemente su meta. Nos han dado una versión útil del Borgia, tan económica que fácilmente pueden adquirirla los aficionados y el público en general. Los especialistas pueden adquirir varios ejemplares y tomar notas y hacer enmiendas directamente sobre las imágenes. El precio accesible y la buena distribución de la edición de Dover harán que el Borgia siga siendo el más conocido y frecuentemente consultado de todos los códices adivinatorios, y que cada vez más lectores, profesionales o no, se interesen por este género.

    GUÍAS PARA LA VIDA

    Mi propio método para analizar los códices adivinatorios consiste en examinar y presentar este género en su totalidad. Mi meta ha sido determinar los cánones que determinan la producción y la interpretación de dichos libros. Esto exige comprender el vocabulario gráfico para presentar las unidades calendáricas y las fuerzas proféticas, además de reconocer las estructuras organizativas que unen estos dos elementos. Por ello, menos me interesa llegar a una interpretación correcta y exhaustiva de un solo almanaque, o crear un pronóstico basado en la lectura de varios almanaques, que explicar los principios generales según los cuales opera. A este respecto, el presente estudio está más cerca del enfoque estructural y calendárico adoptado por Nowotny que de las densas exposiciones iconográficas de Seler o de las interpretaciones verbales de Anders, Jansen y sus colegas. Por tanto, aunque sí explico con cierto detalle las propiedades iconográficas y mánticas de algunos almanaques, los lectores deberán consultar a esos especialistas para conocer los detalles de otros almanaques, pasajes y seres sobrenaturales.

    Empezando por la función y el contexto social de los documentos, en el capítulo II examino cómo los mexicanos dividían el tiempo en unidades significativas que eran el fundamento de su sistema adivinatorio. Explico el ciclo sagrado de 260 días, así como el solar de 365 y el de 52 años que los une. El capítulo presenta a los adivinos y sacerdotes calendáricos, a los que Sahagún llamó nigrománticos, que poseían e interpretaban los libros de los destinos. Explica cómo los volúmenes servían a los pueblos de México como guías para la vida cotidiana y para el desempeño debido de las ceremonias, grandes y pequeñas.

    El capítulo III presenta el vocabulario gráfico de los almanaques. Muestra cómo unidades de tiempo aparecen pintadas o expresadas gráficamente: cómo se deben leer los signos, los números y los espaciadores. Muestra además a los principales actores (sobrenaturales y de otra naturaleza), acciones, objetos y símbolos que representan o de otra manera transmiten visualmente las fuerzas proféticas. Muchas imágenes se identifican con facilidad a primera vista, y sus significados son bien conocidos, pero, en última instancia, los códices adivinatorios emplean un complejo lenguaje de símbolo y metáfora.

    La estructura gráfica de los almanaques es la que pone en asociación significativa las unidades calendáricas y las imágenes proféticas. El capítulo IV explica las reglas generales que guían la lectura de los libros y sus almanaques. Muestra cómo casi todos estos últimos están estructuralmente dispuestos como listas, cuadros o diagramas, aun cuando la fusión de estos elementos gráficos le resta riqueza a su presentación.

    Los propios almanaques se explican en el capítulo V. Están organizados de acuerdo con sus usos (y no con sus estructuras) en tres tipos básicos: multipropósitos, direccionales y tópicos. Probablemente la mayor parte de los almanaques existentes tenga propósitos múltiples, pertinentes para casi cada acción o situación; incluyen o bien la cuenta básica de 20 signos de los días o toda la cuenta de los 260 días. Cuando estos almanaques de propósitos múltiples tratan del ciclo de 260 días, a menudo lo dividen en subciclos de 20 periodos de 13 días (las trecenas), que en las versiones más elaboradas van acompañados por las series complementarias de nueve Señores de la Noche, los 13 Volátiles (seres voladores) y los Señores del Día. Estos elaborados almanaques de trecena son característicos de la tradición azteca. Los almanaques direccionales presentan los rasgos mánticos de los puntos cardinales y a veces el centro (como quinta dirección); a menudo tienen la generalizada aplicabilidad de los almanaques de propósitos múltiples, pero enfocan las cualidades proféticas de los puntos cardinales. En contraste, los almanaques tópicos se centran más estrechamente en una sola esfera de actividad; los más grandes conciernen a matrimonio, nacimiento, viaje, lluvia y agricultura, así como al planeta Venus. Vemos una gran variación en la estructura y complejidad de los almanaques adivinatorios: algunos de ellos enfocan una cantidad muy limitada de información, mientras que otros elaboran y embellecen su mensaje profético. El apéndice resume el contenido adivinatorio de los almanaques en cada manuscrito.

    El capítulo VI trata de los protocolos o instrucciones pictóricas que guían a los seres humanos en la celebración del ritual. Muchos de los almanaques, especialmente los más elaborados y embellecidos, contienen claves para la observancia del ritual apropiado; hablan de los sacrificios de sangre que deben celebrarse, de las ofrendas que deben entregarse y de los ritos que hay que ejecutar. Además, tres de los códices —el Cospi, el Fejérváry-Mayer y el Laud— también dedican páginas enteras a rituales que incluyen grandes cantidades de ofrendas, minuciosamente contadas. Estos protocolos, que son independientes de los almanaques, especifican el tipo preciso, número y disposición de las ofrendas que deberán hacerse.

    El gran pasaje narrativo que se encuentra en el Borgia, que ha sido objeto de muy distintas opiniones y de gran controversia, es el tema del capítulo VII. No lo interpreto como el paso de Venus por los cielos y por el inframundo (como Seler) ni como una serie de rituales separados (como Nowotny y otros), sino como una narración cósmica de la creación. Esta cosmogonía mexicana empieza con la primera explosión de potencia y termina cuando se enciende el primer Fuego Nuevo. Mientras tanto, vemos la creación de esencias cósmicas, el nacimiento de los dioses y de los seres humanos, la llegada del maíz y el primer sacrificio humano. Quetzalcóatl y Tezcatlipoca desempeñan papeles importantes en la narración, así como en tantas otras cosmogonías.

    La otra controversia gira en torno a la proveniencia de los manuscritos adivinatorios (en especial los del Grupo Borgia), que se discute en el capítulo VIII. Hay considerable evidencia de que los manuscritos del Grupo Borgia proceden de diferentes lugares, aunque casi todos de la gran zona Tlaxcala-Puebla-Mixteca. Lo más notable es la coincidencia de su contenido, así como las similitudes que comparten con los manuscritos de la tradición azteca. Como se explica en el capítulo IX, un solo gran sistema religioso y adivinatorio se difundió por una extensa zona del centro de México, de modo que un sacerdote azteca probablemente podía leer y utilizar el Códice Borgia o el Fejérváry-Mayer, aunque le pareciera extrañamente adaptado. No había un acuerdo universal sobre cada detalle —lejos de ello—, pero las diversas ubicaciones de los libros adivinatorios sobrevivientes parecen referirse a un sistema sacro, ideológico e iconográfico difundido por la mayor parte del México central y extendido en parte hasta la región maya.

    Los códices adivinatorios mayas no se incluyen aquí, excepto los pocos almanaques influidos por prácticas del México central. El sistema gráfico maya de comunicación, el cual empleaba textos jeroglíficos que incluían lenguaje hablado, así como imágenes pictóricas, era radicalmente distinto al del centro de México. Los almanaques mayas también tienen su propio carácter profético y sus propias estructuras, que difieren de las mexicanas. Indudablemente, sus desafíos iconográficos y gráficos son propios.⁵²

    Lo que podemos ver en el centro de México es la presentación del tiempo y sus influencias en un texto puramente pictórico. Los códices adivinatorios mexicanos comunican por medio de un código gráfico un lenguaje visual que posee su propio vocabulario y sus rasgos semánticos particulares. Debido a que su tema concierne potencialmente a toda acción humana, la pictografía de los códices adivinatorios es particularmente rica en imágenes y en referentes iconográficos. Su vocabulario gráfico es abundante y diverso. No pocas veces los significados están cifrados oblicua o indirectamente, y las imágenes actúan por medio de metáfora y analogía. Estas exposiciones visuales, metafóricas y a la vez directas, quedan ligadas entonces con sus unidades calendáricas mediante toda una gama de estructuras gráficas que establece los sistemas de correspondencia. Una comprensión de estas estructuras es la que nos permite penetrar en el mundo adivinatorio de los antiguos mexicanos.

    UNA NOTA SOBRE LA TERMINOLOGÍA

    En este estudio me he valido del término mexicano para describir los libros y la tradición adivinatoria del centro y el sur de México, al oeste del Istmo de Tehuantepec, lo que puede llamarse la Mesoamérica occidental. Aunque algunos de los códices mayas probablemente se crearon dentro de lo que hoy es el Estado-nación de México, participan en una tradición claramente maya, centrada al este de Tehuantepec. Empleo expansivamente el término azteca para referirme a los pueblos de habla náhuatl del centro de México que compartían un lenguaje y

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