El Tajín: La urbe que representa al orbe
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El Tajín - Sara Ladrón de Guevara
Historia
Introducción
EL TAJÍN, AL IGUAL QUE OTROS centros prehispánicos, ha servido no solamente como documento de una época pasada, sino de fuente de inspiración de intelectuales y artistas y símbolo de identidad étnica y política.
Ubicado al norte del estado de Veracruz, destaca como máximo desarrollo urbanístico y arquitectónico en la costa del Golfo de México; pero el conocimiento de este sitio no procede tan sólo de noticias e informes arqueológicos, sino de las más diversas fuentes. Así, la Pirámide de los Nichos se ha convertido en un icono reiterado en imágenes institucionales, educativas, comerciales y turísticas con propósitos diversos.
Podríamos dividir las noticias sobre El Tajín entre los viajeros, diletantes y estudiosos por un lado, y la información procedente de exploraciones arqueológicas, por el otro. Tan contradictorias unas como otras. Sin pretender la exhaustividad podemos mencionar algunas relevantes. Entre las primeras podemos ubicar la noticia de su hallazgo por parte de Diego Ruiz en 1785, un cabo de ronda que al pasar por el paraje del sitio apreció la Pirámide de los Nichos entre montículos cubiertos de vegetación y pensó que se trataba de una construcción aislada. Le siguieron viajeros de la talla de Alexander von Humboldt, Guillermo Dupaix, Karl Nebel, Francisco del Paso y Troncoso y Eduard Seler, entre otros.
En cuanto a las exploraciones en el siglo XX podemos enlistar nombres de arquitectos, ingenieros, dibujantes, geólogos y, por supuesto, arqueólogos. Entre otros, destacamos los trabajos de Gabriel García Velázquez, Agustín García Vega, Juan Palacios, Enrique Meyer, Agustín Villagra, Román Piña Chan, Ignacio Marquina, Michael Kampen, Alfonso Medellín Zenil, Paula Krotzer, Omar Ruiz Gordillo, Arturo Pascual Soto.
Mención aparte merecen dos arqueólogos que sucesivamente dedicaron su vida y sus esfuerzos a comprender y a dar a conocer el sitio de El Tajín: José García Payón y Juergen Brueggemann.
José García Payón trabajó en varios sitios arqueológicos en nuestro país, pero a El Tajín le dedicó cerca de cuatro décadas, desde 1938 hasta su muerte en 1977. No sólo exploró y restauró numerosos edificios, lo que significó dar a conocer el sitio a nivel nacional e internacional, sino que procuró explicar la ciudad como una unidad. Por una parte, generó un importante número de publicaciones y, por otra, hizo factible la visita a un sitio que antes de sus trabajos constituía apenas una pirámide en ruinas. Hoy su labor puede parecernos criticable en algunos aspectos, pero si consideramos los recursos técnicos y el alcance del conocimiento arqueológico y metodológico de su tiempo, reconocemos en García Payón a un personaje de la talla de Manuel Gamio y Leopoldo Batres en la recuperación y difusión de nuestro pasado prehispánico.
Juergen Brueggemann, por su parte, aunque nacido en Alemania, siguió sus estudios de arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia y luego en la UNAM. Su enorme producción científica revela un interés en los aspectos teóricos y metodológicos de la disciplina arqueológica. En este marco, estudió a profundidad el área de la costa del Golfo de México y, particularmente, El Tajín, sitio al que se dedicó desde 1984 hasta 2004, año de su fallecimiento. No sólo llevó a cabo un magno proyecto que permite hoy tener a la vista alrededor de 50 estructuras piramidales consolidadas en el sitio, sino que procuró, paralelamente a estos quehaceres, generar conocimiento en torno a los problemas cronológicos, al estudio de la organización social y a la discusión en general del florecimiento y el ocaso de esta magnífica ciudad.
Es de destacar que El Tajín ha encontrado vías para su difusión que no corresponden necesariamente a la del conocimiento científico, sino a la de la creación artística, que a menudo tiene mayor alcance que los documentos de circulación restringida entre los especialistas. En efecto, desde su descubrimiento en el siglo XVIII, la imagen de una pirámide llena de nichos motivó la obra de artistas de disciplinas diversas. En este sentido nos referiremos aquí a dos obras mexicanas del siglo XX, productos del genio y la calidad de un poeta y un pintor: Efraín Huerta y Diego Rivera.
Diego Rivera incluyó en el Palacio Nacional un mural titulado Fiestas y ceremonias. Cultura totonaca, realizado hacia 1950, uno de los últimos que pintó en dicho recinto. La información con la que contó para pintar la ciudad colorida, con correctas ubicaciones para la Pirámide de los Nichos con respecto al Juego de Pelota Sur y a Tajín Chico, procede al parecer de un viaje que aparentemente realizó al sitio en los años cuarenta, a instancias de su amigo el escritor y periodista papanteco José de Jesús Núñez y Domínguez.¹ Con seguridad se entrevistó entonces con José García Payón y debe de haber realizado bocetos in situ. Esto le permitió pintar fielmente del lado derecho del mural a los tres personajes que aparecen en el tablero noreste del Juego de Pelota Sur, con sus aditamentos para el juego, protectores, rodilleras, caudas y símbolos de ollin y de tocados. Pero, como propone Itzel Rodríguez al estudiar estos murales, no se conformaba con reproducir el producto de sus investigaciones, sino que aventuraba interpretaciones que se apoyaban en su propia ideología o en sus concepciones metafísicas, así como en la visión del mundo que difundía el nacionalismo de su época. Visto así, el pasado prehispánico era más una ficción que una realidad histórica
.²
Algunas de las propuestas de Rivera son más exitosas que otras. Pinta, por ejemplo, hermosas techumbres de paja con salientes que equilibran la silueta de los edificios, pero agrega un personaje femenino con una carita sonriente, lo que refuerza la idea errada de que corresponde a la misma cultura. Además, los señores de El Tajín son representados frente a comerciantes tenochcas, un error en términos cronológicos, pues el ocaso de esta ciudad ocurre hacia el siglo XII, y la fundación de Tenochtitlan, en 1325. Otra inexactitud de Rivera es agregar anillos a los muros de la cancha del Juego de Pelota, como los conocidos para otras áreas, pero de los que no se encuentra evidencia en El Tajín.
Otro artista que difundió la exquisitez y el carácter del sitio fue Efraín Huerta, quien publicó en 1963 el poema El Tajín, en el que describe de manera sensible su visita al lugar. Esther Hernández Palacios señala que Huerta reconoce, en la presencia enigmática de la pirámide, el vestigio de una cultura devastada por sí misma, como si éste fuera el destino de todo acontecer humano
.³
He aquí algunos fragmentos del magnífico poema:
EL TAJÍN
A David Huerta
A Pepe Gelada
… el nombre de El Tajín le fue dado por
los indígenas totonacas de la
región por la frecuencia con que caían rayos sobre la pirámide…
2
Todo es andar a ciegas, en la
fatiga del silencio, cuando ya nada nace
y nada vive y ya los muertos
dieron vida a sus muertos
y los vivos sepultura a los vivos.
Entonces cae una espada de este cielo metálico
y el paisaje se dora y endurece
o bien se ablanda como la miel
bajo un espeso sol de mariposas.
No hay origen. Sólo los anchos y labrados ojos
y las columnas rotas y las plumas agónicas.
Todo aquí tiene rumores de aire prisionero,
algo de asesinato en el ámbito de todo silencio.
Todo aquí tiene la piel
de los silencios, la húmeda soledad
del tiempo desecado; todo es dolor.
No hay un imperio, no hay un reino.
Tan sólo el caminar sobre su propia sombra,
sobre el cadáver de uno mismo,
al tiempo que el tiempo se suspende
y una orquesta de fuego y aire herido
irrumpe en esta casa de los muertos
—y un ave solitaria y un puñal resucitan.⁴
Si en el mural de Rivera hay una interpretación del sitio en tiempos de su ocupación, Huerta no pretende aludir en su poema al pasado, sino que expresa su enfrentamiento sensible al abandono del sitio, lo que da el tono emotivo, ligado a la soledad y a la muerte reinantes.
Hoy El Tajín es percibido desde puntos de vista e intereses variados. La Pirámide de los Nichos es un icono que sirve lo mismo a comerciantes de todo giro que a instituciones educativas, así como a la misma Universidad Veracruzana, que la incluye en su escudo.
El proyecto arqueológico dirigido por Juergen Brueggemann tuvo la clara intención de incentivar el turismo en la zona, pues la apertura de cerca de cincuenta estructuras posicionó a El Tajín al revelar con más claridad la belleza de su arquitectura. Es verdad que conocer un sitio arqueológico, adentrarse en él, nos permite percibir una utilización del espacio y una estética particular; en ese sentido creemos que la consolidación de estructuras para la recepción de visitantes es valiosa para el mejor conocimiento de nuestras culturas prehispánicas; pero también es cierto que los sitios no fueron construidos para recibir multitudes. Hace ya diez años que se celebran en El Tajín festejos en la semana del equinoccio de primavera; de manera paralela, en nuestro país ocurre un fenómeno de búsquedas espirituales alrededor de las ciudades prehispánicas, en particular durante la celebración de ese evento astronómico. Los adeptos a estos movimientos poco o nada se interesan por el conocimiento científico o histórico de estas ciudades, sino que generan sus propias versiones, y el 21 de marzo (ocurra o no el equinoccio ese día) acuden a esos sitios vestidos de blanco, con la creencia de que esto los llenará de energía.
El Tajín es ya, según cifras del INAH, el segundo lugar, sólo después de Teotihuacan, en número de visitantes en dicha ocasión. Y si esto puede parecer un éxito en términos económicos o políticos, resulta preocupante una gestión que propicia el abigarramiento del sitio en unos cuantos días. Es preferible, en todo espacio arqueológico, procurar distribuir el número de visitantes en un lapso de tiempo más amplio. Si bien es loable la labor de difusión que se ha llevado a cabo, que seguramente ha propiciado una mayor investigación de su ubicación en la historia prehispánica de nuestro territorio, hay que difundir también el cuidado de esos restos que fueron declarados patrimonio de la humanidad por la UNESCO en 1992.
Lo que sabemos de El Tajín prehispánico procede del conocimiento construido a partir de la evidencia arqueológica y de la comparación con otras culturas mesoamericanas. La temporalidad no dio lugar a encuentros con cronistas, por lo que no contamos con documentos escritos en lenguas europeas que den cuenta de su grandeza, como sí los hay para la gran Tenochtitlan o la zona maya. Así, este libro se suma a los estudios que han procurado dar cuenta de este magnífico desarrollo urbanístico en las tierras de la costa del Golfo de México. Es un peldaño más al que habrán de sumarse los hallazgos que seguramente todavía nos sorprenderán en El Tajín.
¹ Conferencia de Mario Román en El Tajín, marzo de 2006.
² Itzel Rodríguez Mortelano, La nación mexicana en los murales del Palacio Nacional (1929-1935)
, p. 60.
³ Esther Hernández Palacios, Los espacios pródigos, p. 82. El mismo Octavio Paz felicitó a Huerta por este magnífico poema en su correspondencia personal fechada en 1964: "(…) Hace unos meses leí, no sé si en la Revista de la Universidad o en Siempre!, un hermosísimo poema tuyo sobre El Tajín. Me alegra que hayas vuelto con tal decisión y certeza a la poesía. ¡Te felicito!", Letras Libres, núm. 4, abril de 1999.
⁴ Efraín Huerta, Poesía completa, pp.