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El águila y la serpiente: El problema del origen prehispánico del escudo nacional mexicano.
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El águila y la serpiente: El problema del origen prehispánico del escudo nacional mexicano.
Libro electrónico503 páginas6 horas

El águila y la serpiente: El problema del origen prehispánico del escudo nacional mexicano.

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El autor examina las descripciones del emblema fundacional de Tenochtitlan, antecedente del Escudo Nacional, que se encuentran explícitas en las fuentes prehispánicas y en documentación indígena e hispana producida en el periodo colonial. Se indaga cuándo, por qué y en qué circunstancias pudo haberse creado ese símbolo. Se rastrea, asimismo, el iti
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2021
ISBN9786075395432
El águila y la serpiente: El problema del origen prehispánico del escudo nacional mexicano.

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    El águila y la serpiente - Guillermo Correa Lonche

    aguilaportada.jpg

    El águila y la serpiente

    El problema del origen prehispánico
    del Escudo Nacional Mexicano

    –––––––•–––––––

    secretaría de cultura

    instituto nacional de antropología e historia

    El águila y la serpiente

    El problema del origen prehispánico

    del Escudo Nacional Mexicano

    –––––––•–––––––

    Guillermo Correa Lonche

    Correa Lonche, Guillermo

    El águila y la serpiente. El problema del origen prehispánico del Escudo Nacional Mexicano / [recurso electrónico] Guillermo Correa Lonche; pról. de Miguel León-Portilla. – México : Secretaría de Cul­tura, inah, 2021

    5.6 MB : ilus.

    ISBN (ePub): 978-607-539-543-2

    1. Emblemas nacionales – México – Historia 2. Banderas – México – Historia 3. Animales – Aspectos simbólicos I. t.

    LC CR115.M6


    Primera edición electrónica: 2021

    Producción:

    Secretaría de Cultura

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Imagen de portada: Códice Aubin. Historia de la nación mexicana,

    México, lámina 25v, 1576 © The Trustees of the British Museum

    D. R. © 2021, Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Córdoba, 45; 06700 Ciudad de México

    informes_publicaciones_inah@inah.gob.mx

    Las características gráficas y tipográficas de esta edición son propiedad

    del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Secretaría de Cultura

    Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción

    total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,

    comprendidos la reprografía y el tratamiento informático,

    la fotocopia o la grabación, sin la previa autorización

    por escrito de la Secretaría de Cultura / Instituto

    Nacional de Antropología e Historia

    ISBN (ePub): 978-607-539-543-2

    Hecho en México

    SCINAH21negro

    A Paula Andrea,

    mi esposa.

    Índice

    –––––––•–––––––

    Agradecimientos

    Prólogo

    Introducción

    Primera parte. El simbolismo fundacional de Tenochtitlan en las fuentes históricas

    En las fuentes prehispánicas

    El Teocalli de la guerra sagrada

    El término Tenochtitlan

    En las fuentes coloniales

    En las transcripciones de manuscritos pictográficos desaparecidos

    En los manuscritos pictográficos

    En las crónicas españolas

    En los autores indígenas y mestizos

    En la obra de otros cronistas

    En la tradición de la Crónica X

    Conclusión de la primera parte

    Cuadro recapitulativo de las representaciones simbólicas asignadas cronológicamente a la fundación de Tenochtitlan

    Segunda parte. El águila y la serpiente. Símbolo de la Colonia. Surgimiento, instauración y evolución

    La insignia del águila que devora a la serpiente como símbolo refundacional de Tenochtitlan

    Conclusión de la segunda parte

    Apéndice de la segunda parte. Instauración oficial del emblema del águila y la serpiente. Su evolución hasta nuestros días

    Tercera parte. El símbolo del águila y la serpiente en otras culturas del mundo

    Conclusión de la tercera parte

    Conclusiones generales

    Bibliografía

    Siglas y abreviaturas

    Agradecimientos

    –––––––•–––––––

    Diego Prieto Hernández, Miguel León-Portilla, Rafael Tena Martínez, Martínez Baracs, Enrique Florescano y Aban Flores Morán.

    Respecto a los orígenes del Escudo Nacional Mexicano […] la crítica destronará muchas supersticiones, la ciencia borrará otras, la evolución del pensamiento, cada día más fino, desconfiado y audaz, podrá aniquilar olimpos y empíreos, pero es impotente para deshacer mitos, puesto que elaborar éstos es indispensable a la psique humana, completamente indispensable. La religión, la historia de la ciencia misma, están consteladas de mitos.

    Manuel Carrera Stampa

    Prólogo del libro El Escudo Nacional, México,

    Secretaría de Hacienda y Crédito Público, 1960

    Prólogo

    –––––––•–––––––

    Investigación acuciosa y muy amplia es la que da apoyo a este libro. Su autor, el maestro Guillermo Correa Lonche, se ha interesado en esclarecer el origen del escudo nacional de México. Estoy seguro de que él, como muchos otros, deseamos que el origen de este escudo no sólo haya tenido lugar en México, sino también en la época prehispánica. A esta tierra debemos tantos beneficios y creaciones culturales que desde luego nos inclinamos a pensar que este escudo no puede tener origen sino en la cultura anterior a la Conquista. Ahora bien, cuando Guillermo Correa habla del escudo, es obvio que se refiere al que aparece hoy en documentos oficiales, en millones de monedas e incluso también en el centro sobre la superficie blanca de la bandera de México. ¿Pero es sostenible que el origen de este escudo deba situarse en la época prehispánica? Ésta es la cuestión que trata aquí de responder Guillermo Correa.

    Comenzaré afirmando que es impresionante el número de fuentes que consultó y aprovechó él con esta intención. Pero, así como es impresionante su número, no es muy claro lo que ellas revelan.

    Comencemos con la cuestión previa de si en el México antiguo había lo que entendemos hoy como escudos, no ya en referencia a armas defensivas, sino a una pintura, dibujo o grabado en el que, de un modo u otro, se registren méritos y títulos que confieren cierta identidad a una persona, país, reino o nación determinada. El escudo, según lo entiende el diccionario de la Real Academia, consiste en un Campo, superficie o espacio de distintas formas en que se representan los blasones de un Estado, población, familia, corporación, etc.. En cuanto a blasones deben entenderse éstos de acuerdo con el mismo diccionario como cada señal, figura o pieza de las que se ponen en un escudo. Y como es obvio, esas señales conciernen todas a los méritos y gloria de la persona o entidad que es dueña del correspondiente escudo.

    Diré ahora que, hasta donde sé, en el México prehispánico no hubo escudos en sentido estricto. Los diversos Estados, reinos o señoríos se identificaban generalmente a través de sus topónimos. Así, por ejemplo, Tlaxcala se identifica por su topónimo que representa dos manos amasando una tortilla de maíz. Y otro tanto puede decirse de los glifos toponímicos de otros muchos lugares que se identifican por una representación pictográfica del significado del correspondiente nombre. Otra forma de emblemas toponímicos se presenta por medio de signos pictográficos, ideográficos y fonéticos, como en el caso de Oztoticpac: el glifo pictográfico de oztoc que significa cueva y el fonético de icpac, que significa sobre y se representa con un carrete de hilo enrollado. La lectura completa es Ozto-t-icpac.

    Aceptando, por consiguiente, que era en función de los glifos como de una u otra forma aludían a los nombres del lugar, conviene precisar entonces a qué puede referirse lo que expresa en su título Correa al decir que se propone investigar si el escudo nacional mexicano tiene o no un origen prehispánico. Me parece obvio expresar que puede referirse a los elementos integrantes de esos glifos toponímicos, a escenas de algún acontecer primordial representadas en códices, o a relatos en náhuatl acerca de dicho acontecer.

    De hecho, en el caso del Estado mexica, sobre todo a partir de su conquista por los españoles, se adoptó la figura de un águila como señalamiento de su identidad. Son muchos los ejemplos de esto que aduce Correa en su libro. Citaré algunos: uno es el que se conoce como Teocalli de la Guerra sagrada, en uno de cuyos costados se contempla un águila; obviamente éste es un testimonio netamente prehispánico. Otro lo proporciona la primera página del Códice Mendoza en cuyo centro aparece un águila posada sobre el tunal en la piedra. Un tercer testimonio, más tardío, lo encontramos en la página 8 r del Códice Osuna que habla de la participación en la conquista de la Florida emprendida por los españoles; en dicha página aparece un guerrero mexica que está montado en un caballo y sostiene con un brazo una bandera en la que se contempla un águila. Desde luego que estas representaciones guardan relación con la figura del águila que en numerosas fuentes pictográficas y testimonios tratan acerca del acontecer primordial que contemplaron los fundadores de México Tenochtitlan cuando llegaron a la isla y vieron al águila erguida sobre un nopal. Pero no son representaciones completas de lo que aparece en el escudo nacional. En éste, además de esos elementos, hay otro, ausente en la gran mayoría de los testimonios mexicas: la presencia de una serpiente que está siendo devorada por el águila. En consecuencia, no puede afirmarse, nos reitera Correa, que tales testimonios permitan atribuir un origen prehispánico al escudo nacional.

    En su investigación Guillermo Correa, al acudir a otras muchas fuentes, se topa, por ejemplo, con aquella que, desde los tiempos de Robert Barlow, recibió el nombre de Crónica X. Correa se adentra entonces en una especie de búsqueda genealógica de las fuentes derivadas de esa Crónica X, pero sin encontrar cabalmente una representación del águila sobre un nopal devorando una serpiente. Así, el autor de este libro hurga también en otras fuentes que, a su parecer, integran diversas tradiciones pictográficas o de enunciación en náhuatl. En un momento llega él a sostener que probablemente esas tradiciones estuvieron influidas por la quema de códices que ordenó el rey Itzcóatl después de la victoria mexica sobre los tepanecas de Azcapotzalco. El seguimiento de todas estas tradiciones es atendido por Correa ampliamente y con el necesario detenimiento.

    Hay, sin embargo, dos fuentes que, en opinión de Correa, a quien yo sigo en esto, sí aportan, una vez pictográfica y otra textualmente, el registro de los principales elementos que están incluidos en la simbología o blasones propios del escudo nacional. Ellos son el águila erguida sobre un nopal que crece entre las piedras y devorando en su boca a una serpiente, a lo cual con el paso del tiempo se añadió la presencia de ramas de encino y de laurel. Es en extremo interesante mencionar aquí cuáles son esas dos fuentes a las que se refiere Correa.

    Una es la que parece ser un antiguo testimonio transcrito por el cronista indígena Domingo Francisco Chimalpahin. Había nacido éste en Amecameca en 1570 y luego, aprovechando antiguos libros conservados por sus parientes, escribió varias relaciones, entre ellas un memorial que tituló Memorial breve de Culhuacan. Ahí expresó lo siguiente citando las palabras atribuidas al señor Cuauhtlequetzqui dirigidas a Tenochtli poco antes de que marchara este último a contemplar el cumplimiento de la señal prenunciada por su Dios.

    Si ya por largo tiempo [en Chapultepec], aquí, hemos estado, ahora tú irás a ver allá, entre los tulares, entre los cañaverales, donde tú fuiste a sembrar el corazón del hechicero Cópil, como hubo de hacerse la ofrenda, según me ordenó nuestro dios Huitzilo­pochtli. Allí habrá germinación del corazón de Cópil. Y tú, tú irás, tú, Tenochtli, irás a ver allá cómo ha germinado el tunal, el tenochtli, del corazón de Cópil. Allí, encima de él, se ha erguido el águila, está destrozando, está desgarrando a la serpiente, la devora. Y el tunal, el tenochtli, serás tú, tú, Tenochtli. Y el águila que tú verás seré yo.

    Esta será nuestra fama: en tanto que dure el mundo, así durará el renombre, la gloria, de México Tenochtitlan.¹

    Si pudiera comprobarse que Chimalpain citó de un modo u otro con fidelidad las palabras que atribuye a Cuauhtlequetzqui, en ello tendríamos una respuesta positiva al asunto del interés de Correa: los principales elementos pictóricos que reproducen la escena que lleva a la fundación de Tenochtitlan están incluidos en el texto de Chimalpain.

    El otro testimonio lo proporciona una pintura incluida en una obra del dominico fray Diego Durán, quien había llegado a México procedente de Sevilla y en esta ciudad, como lo dice él mismo, mudó los dientes, es decir, que llegó en fecha muy temprana aún siendo un niño. La referida pintura aparece junto a otra al principio de su Historia de las Indias de Nueva España, la que se conserva al lado de su relato acerca de las fiestas, y también en lo tocante al antiguo calendario indígena. En tanto que en el resto de las pinturas no aparece el águila devorando a la serpiente, hay una, la lámina sexta, en que sí puede contemplarse la escena con la serpiente siendo desgarrada por el águila.

    Son estos dos testimonios dignos de la mayor atención porque corresponden puntalmente con la tradición que sostiene que los elementos registrados en el escudo nacional tienen un origen prehispánico.

    Desde luego que, tomando esto en cuenta, hay que atender a la vez a ese otro gran conjunto de testimonios en que la serpiente está por completo ausente en la escena de la fundación de Tenochtitlan. La historia no puede tenerse como una especie de balanza en cuyos platillos se acumulan los testimonios, distinguiéndolos, por así decirlo, entre positivos o negativos, o concordantes o no con un acontecer determinado. Ya tan sólo esto es un gran obstáculo para asumir una postura crítica frente al problema que interesa a nuestro amigo Correa.

    Añadiré aquí que la supresión de la imagen de la serpiente en otros registros elaborados ya en la temprana época colonial puede también explicarse porque los eclesiásticos y el gobierno virreinal pudieron ver en ellos un señalamiento a la presencia del demonio relacionado con la serpiente. El propio arzobispo de México y virrey, por poco tiempo, don Juan de Palafox y Mendoza, durante su gobierno expidió ordenes de que en el escudo nacional se eliminara la presencia de la serpiente e incluso también del águila y fueran sustituidas con una imagen de la Virgen María.

    A la luz de todo esto vale la pena repetir el señalamiento que hace Correa sobre la conveniencia de continuar las investigaciones iniciadas por él. Dejo al prudente lector opinar sobre esto último.

    Por mi parte, concluiré aquí reiterando que es ésta una investigación muy digna de tomarse en cuenta. No es asunto bizantino preguntarse acerca del posible origen prehispánico del escudo nacional. Si tantos se han interesado por hacer un elenco de los frutos y otros productos que las culturas indígenas de estas tierras han proporcionado al mundo, me parece también de considerable interés inquirir acerca de un asunto como el que se plantea Correa: el escudo nacional ¿tiene o no un origen prehispánico?

    Al haber declarado ya mi personal inclinación a una respuesta afirmativa, apoyada sobre todo en lo que atribuye Chimalpain al sacerdote Cuauhtlequetzqui y en la pintura que incluye Durán al principio de su Historia, reitero a la vez mi aprecio por el trabajo de Correa, a quien felicito por lo que hasta ahora ha podido ofrecernos.

    Miguel León-Portilla

    ¹ Chimalpain Cuauhtlehuanitzin, Segunda Relación, f. 58. v.

    Introducción

    –––––––•–––––––

    En México, la idea de que una de las tribus nahuas que salieron de Aztlan, constituida por un grupo de guerreros, fundó la ciudad de Tenochtitlan en medio de un islote rodeado de un lago a partir de una señal que les fue previamente anunciada por la deidad que los guiaba, el dios Huitzilopochtli, constituye uno de los aspectos más importantes y trascendentales en la historia oficial del país y, por lo tanto, en la construcción de la identidad nacional. Esta leyenda, que en cierta forma representa el origen de la nación mexicana, está estrictamente vinculada al escudo nacional, cuyo simbolismo evoca precisamente el principal pasaje de este mito: el encuentro de la tribu con un águila parada sobre un nopal devorando a una serpiente.

    Desde mediados del siglo xix hasta nuestros días, generaciones sucesivas de historiadores han elaborado diversos estudios resaltando este mítico suceso con la creencia de que el emblema fundacional de Tenochtitlan era, simbólicamente hablando, el mismo que ha prevalecido por mucho tiempo en el actual escudo nacional.¹ Como consecuencia de ello, la historiografía mexicana prácticamente ha dado por hecho que este simbolismo de identidad nacional, constituido por un águila que agita sus alas parada sobre un nopal y desgarrando a una serpiente, es propiamente prehispánico y que fue ideado por los mexicas cuando éstos afirmaron su poder en la cuenca de México, persistiendo con éxito ante la invasión de otros símbolos provenientes de Europa a los cuales se impuso al paso de los años.² De aquí que, en la actualidad, existan estudios sobre el tema que afirman que cada vez que el ejército mexica se imponía a sus enemigos o cada vez que un nuevo territorio quedaba supeditado al poder de Tenochtitlan, esas victorias eran señaladas por el estandarte del águila y la serpiente ondeando triunfal en la cima del templo conquistado

    Como consecuencia de lo anterior, a lo largo de la historia de México ha habido ciertos intentos por explicar el origen del emblema patrio. En efecto, con base en la afirmación de que dicho símbolo fue consagrado por los aztecas inmediatamente después de haberse establecido en la cuenca de México, los arqueólogos e historiadores, basándose en diversas tradiciones, en códices y en testimonios arqueológicos, han explicado los orígenes de esta insignia a partir de tres versiones diferentes. La primera, en relación con Tamoanchan, lugar mítico y de etimología incierta, al que los estudiosos han relacionado con el símbolo pájaro-serpiente de las culturas del Golfo de México. La segunda, a partir del mito que refiere la lucha que Huitzilopochtli sostuvo en el cerro de Coatépec, lugar cercano a Tula, en contra de sus hermanos Coyolxauhqui y los Centzonhuitznahua, después de que éstos intentaran asesinar a su madre, Coatlicue, por su inexplicable embarazo. Finalmente, la tercera, en relación con la tesis que gira en torno al simbolismo representado en el Teocalli de la guerra sagrada, único monumento precolombino en el que se muestra la escena fundacional de Tenochtitlan, la cual plantea que dicho emblema corresponde más bien a una dimensión sacrificial inmersa en el corpus semiológico primitivo de los aztecas.

    Los estudiosos del tema que sostienen la primera versión han vinculado el origen del emblema patrio con la cultura olmeca debido a que en la región del Golfo de México se han encontrado algunos vestigios arqueológicos que muestran algunas imágenes del símbolo pájaro-serpiente, alusivas al dios Quetzalcóatl, representadas de manera muy parecida al símbolo del águila y la serpiente que aparece en el Escudo Nacional Mexicano.⁴ Incluso varios historiadores asocian esta versión de cepa olmeca con un pasaje perteneciente a la cultura maya descrito en el Memorial de Sololá⁵ en el que se narra cómo el tiuh-tiuh, especie de gavilán pequeño, llevó de entre el mar la sangre de la danta y la culebra para amasar el maíz que dio vida al hombre. Esta relación simbólica entre una y otra cultura ha permitido plantear la hipótesis de que Tamoanchan pudo haber estado situada en Guatemala, y ha dado lugar a que algunos estudiosos consideren que dicho término procede de la lengua maya, explicando su etimología de la siguiente manera: ta-, prefijo locativo; moan, nombre mítico que recibe el pájaro del decimotercer cielo en la cosmología de los mayas; chan, forma corrompida de kan, serpiente. Es decir, Tamoanchan significaría en la cultura maya la tierra del pájaro-serpiente en alusión a Quetzalcóatl, la famosa serpiente emplumada.⁶ De aquí que, en algunos casos, se piense que los mexicas quisieron adaptar la simbología de este mito en el escudo de Tenochtitlan. Pero ¿no resulta extemporáneo asociar a los mayas con la historia posclásica del México central? Con todo, suponiendo que los mexicas hubieran querido incluir el simbolismo de Quetzalcóatl en el emblema de Tenochtitlan, ¿acaso no sería un hecho insólito ver a esta deidad representada como tal por primera y única vez en toda la iconografía de la cultura mexica? Evidentemente, esto sería un caso excepcional sobre todo porque en Mesoamérica, durante el Posclásico tardío, época en la que tuvo lugar el esplendor del imperio mexica, la serpiente nunca se representó sometida o destruida, sino todo lo contrario: la iconografía de Quetzalcóatl en este periodo es domi­nada siempre por la serpiente y no por el ave, de ahí que la traducción literal de este vocablo sea, precisamente, serpiente emplumada.

    Ahora bien, es innegable que existen representaciones relativamente tempranas del ave predadora y la serpiente. Efectivamente, el símbolo del pájaro/águila y la serpiente estuvo presente en diversas tradiciones prehispánicas, habiendo sido común en algunas culturas del sur-suroeste de México y también en ciertas culturas del norte.⁷ Y si bien algunos expertos piensan que la figura del ave predadora y la serpiente, al igual que tantos otros símbolos mesoamericanos, tenía un fundamento mítico que era común a los diversos pueblos del área cultural, hasta el momento no existe nada que exprese el verdadero significado de esta simbología como tampoco nada que indique su relación con Quetzalcóatl.⁸ No obstante, algunos estudiosos se inclinan a creer que la combinación de ambos animales en lucha aludía a la oposición del fuego y del agua, del día y la noche, del cielo y la tierra, del calor y del frío, de la sequía y la lluvia.⁹ Esta búsqueda de correspondencias simbólicas hizo que durante la primera mitad del siglo xx algunos mexicanistas asociaran el símbolo del águila y la serpiente con uno de los mitos más representativos de la cosmogonía mexica, dando lugar a la siguiente versión interpretativa.

    La segunda versión que ha explicado el emblema del águila y la serpiente se reduce a una interpretación cósmica. A este respecto, se ha pensado que el origen de dicho simbolismo está íntimamente ligado al mito que relata el combate a muerte que Huitzilopochtli sostuvo en contra de Coyolxauhqui, la que tiene cascabeles pintados en la cara,¹⁰ y los Centzonhuitznahua, las cuatrocientas biznagas, o los cuatrocientos que tienen espinas, o están cerca de las espinas.¹¹ Sahagún describe este mito al narrar cómo Coatlicue quedó milagrosamente fecundada al recoger una pelotilla de plumas que cayó del cielo mientras barría.¹² Sintiéndose deshonrada por el embarazo de su madre, Coyolxauhqui incita a sus hermanos, los Centzonhuitznahua, a que se armen y la asesinen, diciéndoles: hermanos, matemos a nuestra madre porque nos infamó, habiéndose a hurto empreñado. Al enterarse Coatlicue, es invadida por el miedo, pero la criatura que lleva dentro la consuela diciéndole: no tengas miedo, porque yo sé lo que tengo que hacer. En tanto, los Centzonhuitznahua, ya armados para pelear contra su madre, son traicionados por uno de sus hermanos, Cuauitlícac el que se para como un árbol,¹³ quien pone al tanto a Huitzilopochtli, aún en el vientre de su madre, sobre el arribo de sus hermanos comandados por Coyolxauhqui. En ese instante, Huitzilopochtli, ya ataviado para la guerra, sale del cuerpo de su madre y mata a su hermana Coyolxauhqui, cuya cabeza quedó en aquella sierra que se dice Coatépec, y el cuerpo cayóse abajo hecho pedazos. Enseguida, Huitzilopochtli persigue y vence a los Centzonhuitznahua, matándolos y tomando de ellos muchos despojos y las armas que traían.

    A pesar de que el esquema mítico de este relato refiere que sus inventores se propusieron asentar en él la supremacía mexica frente a los demás pueblos que con anterioridad a los nahuas habían ocupado la meseta central, ha habido quienes afirman que este mito representa el eterno combate entre las fuerzas del día y de la noche. Esta idea ha prevalecido a partir de la asociación que respecto a este relato hiciera Eduard Seler (1849-1922) al identificar al Sol con Huitzilopochtli, a la Luna y las tinieblas con Coyolxauhqui, y a las constelaciones del sur con los Centzonhuitznahua. De aquí que en la actualidad muchos historiadores afirman que el águila que devora a la serpiente simbolizó entre los mexicas la lucha astral entre el día y la noche, y ven en el águila una representación del dios Huitzilopochtli como símbolo del Sol, y en la serpiente una representación de la Coyolxauhqui y los Centzonhuitznahua, a quienes se les ha identificado con las fuerzas nocturnas. Pero, en realidad, hasta la fecha no se conoce ningún vestigio que haya representado a la serpiente como encarnación de la noche, ni nada que permita relacionar a la serpiente con la Coyolxauhqui, como tampoco hay nada que identifique a los Centzonhuitznahua con las estrellas.

    Y si bien es cierto que este relato pudo haber servido para legitimar la invasión de los mexicas al orden ya establecido por las poblaciones asentadas con anterioridad en el altiplano, no existe hasta el momento ningún vestigio histórico que indique una relación directa entre este mito y el símbolo del águila que devora a la serpiente, mucho menos con el símbolo fundacional de Tenochtitlan, como en ocasiones se ha dicho, así como tampoco existe nada que permita establecer que entre los mexicas la relación águila-serpiente haya simbolizado el dominio de su pueblo frente a los agricultores tradicionales que poblaban la cuenca de México.¹⁴

    A estas dos posturas se suma otra que tiene su origen en el único monumento mexica que conmemora la fundación de Mexico-Tenochtitlan. Se trata del Teocalli de la guerra sagrada, en el cual se aprecia el glifo de la guerra atl tlachinolli, el agua, el fuego, frente al pico de un águila que posa parada, con sus alas extendidas, mientras sostiene en sus garras los frutos del nopal nacido sobre el cuerpo de Cópil, personaje mítico estrechamente vinculado a la sedentarización de los mexicas. De acuerdo con esta interpretación, estudiada en un principio por Alfonso Caso¹⁵ y posteriormente desarrollada ampliamente por Christian Duverger,¹⁶ el emblema representado en este monumento corresponde a una dimensión sacrificial inmersa en el léxico y discurso simbólico del pasado nórdico de los mexicas. Es decir, se trata de una imagen de inspiración chichimeca que arraiga la guerra sagrada dentro de la tradición nórdica,¹⁷ la cual representó para los mexicas la prolongación y el desenlace de su tradición de cazadores-recolectores, el cumplimiento de su ancestral vocación.¹⁸ Por tanto, según ambos autores, el símbolo aludido del Teocalli de la guerra sagrada no es sino una exaltación del sistema sacrificial que estructuró toda la vida social y religiosa de los mexicas y que, en pocas palabras, refiere que el poder de su nación estaba fundado en la sangre de las víctimas de la guerra, es decir, en el sacrificio humano.

    La relación que Alfonso Caso hizo del símbolo fundacional de Tenochtitlan con el sacrificio humano se basa en que en ciertos manuscritos nahuas el fruto del nopal, la tuna, nochtli,¹⁹ guarda un estrecho parecido con el corazón humano de los sacrificados, pues su pulpa es del color de la sangre.²⁰ En tanto, el águila, íntimamente asociada al Sol, simboliza al astro luminoso, indispensable para el movimiento cósmico, al que hay que alimentar constantemente para que no se extinga su energía. Por esta razón, los adeptos de esta postura afirman que el rito mexica consistía en dar de comer y de beber al Sol, o lo que es lo mismo, en inmolar víctimas en honor a Tlaltecutli Tonátiuh.²¹

    Por otro lado, sabemos que el símbolo que aparece en el Teocalli de la guerra sagrada es una remembranza del mito que refiere que Tenochtitlan fue fundado sobre el corazón sacrificado de Cópil, cuya muerte, además de expresar la sedentarización definitiva de los mexicas, simboliza el inicio de los sacrificios humanos por esta tribu en el altiplano central y, por tanto, una nueva valoración y justificación ideológica de la guerra. De aquí que, para Duverger, la piedra del tunal representada en el emblema mexica sea una evocación alegórica del sacrificio humano, aspecto que, para dicho autor, también se hace explicito en la etimología del nombre de la ciudad mexica: Tenochtitlan, en el lugar de las tunas de la piedra²² o, simbólicamente hablando, en el lugar de la piedra de los sacrificios.²³

    Tales versiones han tratado de explicar el origen del emblema patrio. Pero si en realidad el símbolo del águila que devora a la serpiente fue tan importante en la legitimación del poder mexica ¿por qué, entonces, no existen vestigios arqueológicos que sugieran que el símbolo del águila y la serpiente haya sido característico entre los mexicas? Del mismo modo, ¿por qué no es común encontrar esta insignia en los códices que se refieren a la fundación de Tenochtitlan y que fueron producidos casi inmediatamente después de la Conquista? Y asimismo, ¿acaso no resulta extraño que los cronistas del siglo xvi no se hayan referido a este símbolo como tal al relatar en sus obras los orígenes del imperio mexica? Por otro lado, ¿no es ilógico suponer que los frailes permitieran que este emblema se siguiera utilizando durante la Colonia cuando su principal objetivo era terminar con la superstición y la idolatría de los indios de la Nueva España?

    Ante estas interrogantes, la presente investigación está consagrada a examinar con detalle, a partir de una secuencia temática y cronológica, las descripciones y representaciones iconográficas del emblema fundacional de Tenochtitlan, antecedente medular del emblema patrio, que aparecen en las fuentes prehispánicas y en la abundante documentación indígena e hispana producida durante los dos primeros siglos del periodo colonial. Lo anterior con el objeto de analizar y discutir el siguiente problema: si el símbolo del águila y la serpiente es realmente prehispánico, y en cualquier caso, tratar de indagar cuándo y por qué surgió.

    También pretende esta investigación rastrear el itinerario que el emblema del águila y la serpiente siguió durante los primeros años de la Colonia hasta su instauración definitiva como símbolo nacional y, asimismo, analizar otras representaciones similares procedentes de diversas culturas del mundo.

    El método de trabajo que empleo en esta investigación está regido por la exposición clara de las fuentes históricas, examinando con cuidado cada uno de los documentos que utilizo y recurriendo a las notas a pie de página para presentar el material documental y los estudios pertinentes a fin de plantear las cosas en su complejidad y llegar así a conclusiones seguras relativas al problema que me propongo resolver: el del origen del Escudo Nacional Mexicano.

    ¹ Algunos de los historiadores actuales que se inclinan por esta suposición son Miguel León-Portilla, Los antiguos mexicanos a través de sus crónicas y cantares, México,

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    , México, El Colegio de México/Fideicomiso Historia de las Américas

    /fce

    , 1999, pp. 69 y 89 (Sección Obras de Historia).

    ² Enrique Florescano, La bandera mexicana…, op. cit., pp. 29-30.

    ³ Enrique Florescano, La bandera mexicana..., op. cit., pp. 29 y 30; 157 y 158.

    ⁴ Al respecto, véase Manuel Carrera Stampa, El escudo nacional, México, Secretaría de Gobernación, 1960, pp. 356-364.

    ⁵ Este manuscrito relata la historia del pueblo cakchiquel desde sus orígenes hasta los primeros años de la dominación española en el siglo

    xvi

    . Actualmente, el Memorial de Sololá se conoce únicamente a través de una trascripción del libro original hecha probablemente a mediados del siglo

    xvii

    por algún indígena instruido en la lengua española, quien trasladó el antiguo idioma de los mayas contenido en el libro a caracteres latinos. A finales del siglo

    xvii

    el manuscrito fue propiedad de fray Francisco Vázquez, cronista de la orden de San Francisco, y años más tarde, probablemente después de su muerte, fue resguardado por la signatura eclesiástica. En 1844 fue encontrado por el estudioso Juan Gavarrete en el archivo del convento de San Francisco de la ciudad de Guatemala, que se hallaba bajo la custodia del arzobispado, y un año más tarde, en 1855, el abate Charles Étienne Brasseur de Bourbourg se encargó de traducirlo al francés otorgándole el título de Memorial de Tecpán-Atitlán por haber sido escrito en Tzololá, comunidad cakchiquel situada junto al lago de Atitlán. A la muerte de Brasseur de Bourbourg el documento pasó, junto con el resto de su Colección Americana, a manos del doctor Alphonse Pinart, quien la puso en venta en la ciudad de París en el año de 1884. El manuscrito indígena y su traducción al francés fueron adquiridos por el doctor Daniel G. Brinton, quien, a su vez, se encargó de traducir el documento indígena al inglés dándolo a conocer, en 1885, con el nombre de The Annals of the Cakchiquels. Actualmente, el manuscrito se conserva en la ciudad de Filadelfia, en la Biblioteca del Museo de la Universidad de Pensilvania, en donde forma parte de la Brinton Collection. Para el presente estudio, he utilizado la versión de Adrián Recinos, Memorial de Sololá, México,

    fce

    , 1950 (Biblioteca Americana).

    ⁶ Christian Duverger, L’origine des Aztèques, París, Seuil, 1983; traducción de Carmen Arizmendi, El origen de los aztecas, México, Grijalbo, 1987, pp. 278 y 279. No obstante, a pesar de lo incierto del término, resulta más acertado asociar esta palabra con la cultura nahua debido a la frecuencia con que se menciona en los documentos coloniales que se refieren a dicha cultura. Sin embargo, la imprecisión etimológica no permite esclarecer el verdadero significado del término. Sahagún propone dos interpretaciones: Tamoanchan podría derivarse de temooa tocha, buscamos nuestra casa [Códice Florentino (ca. 1576-1577), edición facsimilar, Florencia, Giunti Barbera/Gobierno de la República Mexicana, 1979, t. II, libro VIII, p. 250] o de tictemoa tochan buscamos nuestra casa natural [ó nuestro hogar] (Historia general de las cosas de la Nueva España, México, Porrúa, p. 447). Asimismo, Diego Muñoz Camargo dice que Tamoanchan significa "lugar de tamohuan o la casa de Tamohuan" (Historia de Tlaxcala [manuscrito 210 de la Biblioteca Nacional de París], paleografía, introducción, notas, apéndices e índices analíticos de Luis Reyes García, Tlaxcala, Gobierno del Estado de Tlaxcala/

    ciesas

    /Universidad Autónoma de Tlaxcala,

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