Vida y muerte en el templo mayor
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Vida y muerte en el templo mayor - Eduardo Matos Moctezuma
EDUARDO MATOS MOCTEZUMA
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realizó estudios de arqueología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Ha trabajado en sitios como Teotihuacan, Cholula, Tula, Tlatelolco y Tenochtitlan. Es investigador emérito del INAH y miembro de El Colegio Nacional. En el FCE ha publicado Tenochtitlan, Muerte a filo de obsidiana, Vida, pasión y muerte de Tenochtitlan y La piedra del Sol. En 2008 fue reconocido con el Premio Nacional de Ciencias y Artes.
SECCIÓN DE OBRAS DE ANTROPOLOGÍA
VIDA Y MUERTE EN EL TEMPLO MAYOR
EDUARDO MATOS MOCTEZUMA
VIDA Y MUERTE
EN EL TEMPLO MAYOR
Primera edición, Ediciones Oceáno, 1986
Segunda edición, Instituto Nacional
de Antropología e Historia, 1994
Tercera edición, Fondo de Cultura Económica, 1998
Segunda reimpresión, 2013
Primera edición electrónica, 2014
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
© 1994, Instituto Nacional de Antropología e Historia
D. R. © 1998, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-2431-4 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
INTRODUCCIÓN
EN EL PRÓLOGO de la cuarta y quinta edición de mi libro Muerte a filo de obsidiana (FCE, 1996 y 1997), planteaba las investigaciones que, después de la publicación de aquel libro, había continuado haciendo con relación al tema de la muerte y de la vida. El resultado fue Vida y muerte en el Templo Mayor. Aquí planteamos cómo la observación constante de la naturaleza y los cambios que en ella se ven a lo largo del año solar llevaron al hombre prehispánico a definir una estación de vida y otra de muerte. Así, los meses estaban dedicados a otros tantos dioses relacionados con cada uno de estos aspectos y divididos ambos grupos por las festividades al dios Viejo y del Fuego. Lo anterior obedecía a que este dios, que habita el centro del universo, servía de parteaguas y como centro entre ambos conceptos. También vimos cómo el Templo Mayor era el centro de la concepción universal del azteca y, por lo tanto, el lugar de mayor sacralidad por donde cruzaban los caminos que llevaban a los niveles celestes y al inframundo, además de ser el centro fundamental de donde partían los cuatro rumbos del universo. Igualmente observamos cómo, en su propia arquitectura, está expresado todo aquello relacionado con la vida y todo lo que se relaciona con la guerra y, por ende, con la muerte como dualidad esencial del mundo prehispánico. De ahí la presencia de Tláloc y Huitzilopochtli en lo alto del templo, el cual simboliza dos montañas sagradas relacionadas con dos de los más importantes mitos nahuas, al considerar el lado de Tláloc como el cerro del Tonacatépetl, en donde se guardan los granos que habrán de alimentar al hombre, y el del cerro de Coatepec en el lado de Huitzilopochtli, cerro sagrado en donde se lleva a cabo el nacimiento y combate del dios. Todo esto cobró forma en este libro en donde, además, tratamos de dilucidar lo relativo al número nueve relacionado con otros tantos pasos al Mictlan o lugar de los muertos, ya que también en Occidente vemos similitudes asombrosas con esta concepción, como la que existe con La divina comedia de Dante, en donde el poeta visita los tres lugares de la visión cristiana —infierno, purgatorio y cielos— y en ellos vemos que los nueve pasos o infiernos están presentes, al igual que algunos de los niveles celestes y otros aspectos, por ejemplo, los ríos y el perro. Acerca de esto aventuramos una hipótesis del por qué de estas similitudes en sociedades tan alejadas como pueden ser la Florencia del siglo XIV y la cosmovisión del México prehispánico.
Lo anterior nos lleva a mencionar, una vez más, lo relativo a los mitos, que son parte de lo que denominamos razonamiento primigenio
, es decir, la necesidad presente en todos los pueblos y en todas las latitudes de explicarse el mundo circundante y los fenómenos que en él se observan: la presencia misma del hombre en la tierra; la naturaleza y sus cambios; el movimiento de los astros y su origen; la vida y la muerte… en fin, un sinnúmero de fenómenos que no pasan desapercibidos para el hombre. El mito surge como respuesta y a ello se unen los símbolos correspondientes. Estos razonamientos primigenios
están presentes desde que el hombre es hombre y se relacionan con la necesidad de subsistencia del grupo expresado en la interacción del hombre y la naturaleza. Ahora bien, los mitos, que responden a la necesidad que tiene el hombre de explicarse esos fenómenos, estarán influenciados, entre otras cosas, por la forma en que satisface sus necesidades básicas de subsistencia y, por ende, por la manera en que se da la interacción con el medio ambiente circundante. Así, entre pueblos nómadas habrá determinado tipo de cosmovisión y de mitos acordes con su manera de ver el universo, en tanto que en diversos pueblos agrarios observaremos mitos más o menos similares relacionados con todo aquello que tiene que ver con la producción de las plantas como es el agua, la tierra la lluvia, la fertilidad, etcétera, si bien cada pueblo tiene sus propias particularidades en la manera de expresarlo.
Es por eso que no pocos autores llaman la atención acerca del parecido que existe en los mitos de diversos pueblos (inclusive en épocas diferentes). Lévy Strauss se preguntaba: ¿Cómo comprender que, de un extremo a otro de la Tierra, los mitos se parezcan tanto?
¹ Por su parte, Carl Jung, desde la perspectiva de la escuela de psicología analítica, planteaba el inconsciente colectivo
, o la parte de la psique que, según él, conserva y transmite la común herencia psicológica de la humanidad. Un ejemplo de lo anterior lo ve en el mito del héroe
, presente en varios pueblos:
estos mitos del héroe varían mucho en detalle, pero cuanto más de cerca se los examina, más se ve que son muy similares estructuralmente. Es decir, tienen un modelo universal aunque hayan sido desarrollados por grupos o individuos sin ningún contacto cultural directo mutuo como, por ejemplo, tribus africanas, indios de Norteamérica, griegos e incas del Perú.²
La respuesta a estas inquietudes está para mí, no en una herencia común psicológica de la humanidad, pues esto implica que genéticamente se hereda esta necesidad, sino que se trata de una manera lógica de respuesta ante fenómenos que no tienen una explicación en aquel momento, por lo que el hombre acude a crear dioses y héroes, es decir, es cultural. Decíamos en la Introducción
de Muerte a filo de obsidiana:
Desde que el hombre es hombre —creador por excelencia— se ha preocupado por dar respuesta a toda una serie de interrogantes que el límite de sus conocimientos le impide responder de manera efectiva. Pero la necesidad de encontrar un algo que explique los fenómenos que lo rodean, lo lleva a recurrir a su imaginación creando y poblando el mundo real e irreal de dioses y demonios, de seres mitológicos y elementos mágicos que vienen, por decirlo así, a ayudarlo en la anhelada búsqueda.³
En este mismo libro había mencionado y criticado a otro psicoanalista, Erich Fromm, por su concepto, erróneo a mi juicio, de lo que el denominaba sed de sangre arcaica
en su conocido libro El corazón del hombre⁴ Pero sigamos adelante. Una vez aclarado que tanto la subsistencia económica como el razonamiento primigenio están presentes en el hombre para satisfacer diferentes tipos de necesidades, pasemos a revisar los estudios hechos por mi parte para dilucidar o ampliar el conocimiento acerca de los edificios que, como el Templo Mayor de Tenochtitlan, desempeñan el papel de ser el axis mundi, el centro fundamental de la cosmovisión de los pueblos que los construyen.
Lo anterior nos llevó a Teotihuacan. En la vieja ciudad tenemos varios de los antecedentes de Tenochtitlan. No sólo los pueblos nahuas posteriores a Teotihuacan situaron en la gran urbe el mito del nacimiento del Quinto Sol, sino que atraídos por la presencia de la ciudad que adivinaban debajo de la gran cantidad de montículos, pues para entonces Teotihuacan ya había sido cubierta por el tiempo, debieron excavar para conocer la obra de los dioses, pues a ellos atribuían su construcción. Más de 40 objetos teotihuacanos han sido encontrados en las ofrendas del Templo Mayor mexica, además de edificios que recuerdan el orden teotihuacano de talud y tablero, como es el caso de los llamados templos rojos
, ubicados al norte y al sur del Templo Mayor. Esculturas que imitan a los viejos dioses del Fuego, como Huehuetéotl, igualmente fueron encontradas en nuestras excavaciones, aunque dentro del más puro estilo azteca.⁵ Sin embargo, uno de los rasgos principales es la división en cuatro cuadrantes o barrios
mayores característicos de Tenochtitlan, que sin lugar a dudas tienen su antecedente en Teotihuacan, en donde están conformados por el eje norte-sur de la Calzada de los Muertos que se cruza a la altura de la Ciudadela por el eje de la calzada este-oeste, dando la configuración señalada. Por lo tanto, la Ciudadela y más concretamente el Templo de Quetzalcóatl y las construcciones que lo cubrieron se consideraron, alrededor del año 200 d.C., como centro del universo teotihuacano. Sin embargo, hemos detectado que la pirámide del Sol pudo ser, en los inicios de la ciudad, la que representó el papel de centro universal. Varios indicios apuntan hacia esta consideración. No sólo se trata de uno de los edificios más antiguos, construido en los primeros 150 años de existencia de la ciudad y alrededor del cual se observa una aglomeración mayor de construcciones (por lo que lo hemos denominado como la ciudad vieja), sino que presenta características que detectamos propias de los edificios que tienen el papel de axis mundi en algunas ciudades del centro de México. Aunque ya hemos publicado trabajos sobre el particular, creemos importante señalarlo aquí como antecedentes del tema de este libro.⁶
Varias son las características que deben tener los edificios o templos mayores considerados como centro del universo. Hasta el momento hemos encontrado algunas de ellas, basándonos en las características que presentan los templos principales de Teotihuacan, Tenochtitlan y Tlatelolco. Éstas son: orientación del edificio; plataforma que los rodea para delimitar