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Muerte a filo de obsidiana: Los nahuas frente a la muerte
Muerte a filo de obsidiana: Los nahuas frente a la muerte
Muerte a filo de obsidiana: Los nahuas frente a la muerte
Libro electrónico195 páginas2 horas

Muerte a filo de obsidiana: Los nahuas frente a la muerte

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Eduardo Matos Moctezuma nos lleva por los intrincados caminos de la muerte, a través de la arqueología y de las fuentes históricas. Estudio en donde el mito cobra su ancestral presencia; recurre a los viejos cantos para introducirnos ante el rostro de la muerte expresado en el canto y la poesía.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 nov 2014
ISBN9786071624321
Muerte a filo de obsidiana: Los nahuas frente a la muerte

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    Dentro de la cultura nahua se esconden los secretos del conocimiento prehispanico y este libro hace un buen intento de acercarse en tanto superficialmente con delicadeza y destreza a este mismo objeto

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Muerte a filo de obsidiana - Eduardo Matos Moctezuma

1971.

I. ANTECEDENTES

DESDE LA MÁS REMOTA ANTIGÜEDAD el hombre ha ido dejando sus restos materiales que el arqueólogo se encarga de explorar e interpretar. Es así como hoy contamos con una documentación amplia acerca de diversos ritos mortuorios, técnicas de enterramiento, tipos de tumbas, ofrendas y otros, que dan al estudioso material interesante sobre el concepto del más allá. No es de extrañar que los hallazgos más emotivos en arqueología hayan sido los relacionados con tumbas; varios casos como el de Tutankamón en Egipto; el hallazgo durante la revolución cultural de la fastuosa tumba de una princesa china y, sin ir tan lejos, el descubrimiento de la tumba de Palenque y de la tumba 7 de Monte Albán vienen a confirmarnos lo antes dicho.

En el caso de Mesoamérica se han encontrado verdaderos cementerios y datos importantes relacionados con el culto a la muerte. Así, desde épocas tempranas contamos con información al respecto. A continuación vamos a dar un panorama general sobre algunos hallazgos que nos permitirán conocer algo acerca de la muerte.

A) SOCIEDADES PREESTATALES

Desde el año 1800 a.C., se ve ya un culto a los muertos muy elaborado. En sitios como Tlatilco, Cuicuilco, Tlapacoya y Copilco (en el centro de México), Chupícuaro (Guanajuato), Chiapa de Corzo (Chiapas), Gualupita (Morelos), por citar sólo unos cuantos, se han hallado gran cantidad de entierros a los que se acompaña con ofrendas, especialmente objetos de barro entre los que se incluyen diversos tipos de vasijas, figurillas y máscaras que nos dan idea sobre la creencia que en otra vida tuvieron estos grupos. Precisamente de Tlatilco proviene una de las representaciones más antiguas de la muerte. Se trata de una máscara de barro cuya mitad derecha representa un rostro humano mientras que la izquierda está descarnada, notándose perfectamente los dientes, el hueso malar y la órbita del ojo vacía. Pero esta figura tiene algo más profundo. Nos habla ya de la dualidad vida-muerte que desde tempranas épocas reviste importancia vital para el hombre prehispánico.

Máscara de Tlatilco. Culturas Preclásicas.

En el Preclásico vemos ya la existencia de enterramiento en fosa como es el caso de Ticomán, El Arbolillo, Tlapacoya y Chiapa de Corzo.¹ En cuanto a la posición de los enterramientos tenemos que, según Romano,² la más generalizada es la extendida en cualquiera de sus variantes: decúbito dorsal y ventral y en forma lateral izquierda o derecha, aunque también se encuentran entierros flexionados, especialmente en lugares como Tlatilco y Cerro del Tepalcate (México); Chupícuaro (Guanajuato) y Chiapa de Corzo.

También existen datos sobre entierros múltiples, principalmente en el centro de México, que pueden corresponder a sacrificios humanos. Una variante de estos entierros son los de tipo radial, así llamados por su colocación alrededor de un basamento circular, como en Cuicuilco.³

La cultura olmeca, considerada como la cultura madre de las sociedades clásicas mesoamericanas, cuya influencia se extiende por la costa del golfo hasta el altiplano central, Oaxaca y Chiapas, no nos ha dejado mayores indicios de la representación de la muerte dentro de su estilo tan característico. Si bien es cierto que Tlatilco y otros centros del altiplano muestran influencias olmecas, no recordamos ninguna referencia a la muerte en este grupo, salvo la máscara de Tlatilco ya descrita, que no tiene los rasgos típicos olmecoides. Quizás uno de los pocos ejemplos que nos queden sea el de la lápida de Izapa, Chiapas: se ve una muerte sentada a la que se le notan claramente las costillas, los huesos de brazos y piernas y el cráneo, en donde lleva una especie de máscara que le cubre el rostro. Sin embargo, no hay duda de que los olmecas son el primer grupo que muestra ya una organización estatal que llega a construir los más antiguos centros ceremoniales, como San Lorenzo Tenochtitlan (Veracruz), La Venta (Tabasco), Tres Zapotes y otros más, y cuyos adelantos fueron básicos para el posterior desarrollo del

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