DE LAS AGUAS PRIMORDIALES A MATRIX EL ORIGEN DEL COSMOS EN LAS RELIGIONES
Quién no ha oído hablar del “diseño inteligente”? Las versiones religiosas de la cosmogénesis nunca se han llegado a pasar de moda. Siguen ahí, perfectamente activas, cautivando la imaginación de todo el mundo, incluidos los científicos. La versión actual de la creación ex nihilo por parte de una voluntad sobrehumana trascendente fue llamada “diseño inteligente” en los años 80 por Charles B. Thaxton [1]. Thaxton y sus seguidores sostienen que el diseño inteligente es el resultado lógico de una argumentación coherente con los datos científicos disponibles. De hecho, niegan que su hipótesis sea una creencia religiosa y evitan llamar dios a El Diseñador, aunque lo cierto es que es como una “fuerza vital extraterrestre” de algún modo conectada con Cristo, en palabras de William A. Dembski [2]. Sus detractores, entre ellos instituciones científicas bien consolidadas, sostienen que el diseño inteligente es un artificio retórico que no se basa en datos sino en la contemplación de la exquisita complejidad del cosmos (sus constantes, sus leyes) atribuyendo su misteriosa génesis al sospechoso habitual. Quizá tanto la religión como la ciencia necesiten saltos de fe (igual que necesitan metáforas, narrativas y un esfuerzo de imaginación contraintuitiva), sin embargo, en la medida en que la religión tiene más larga historia, son los relatos religiosos los que nos proporcionan el mayor acervo imaginativo a la hora de pensar cómo empezó todo. Así pues, ¿cómo “creemos” que empezó todo?
Conjeturas superpuestas
El ser humano ha creído que el origen fue de cientos de modos, con la participación de innumerables diseñadores, partiendo de diversas materias primigenias, desarrollando episodios a cada cual más insólito y postulando innumerables cielos, paraísos, limbos, nirvanas, esferas, mundos e inframundos. A diferencia de las teorías científicas, una característica típica del acervo religioso sobre la creación es la redundancia teórica. Desechando la navaja de Occam (la simplicidad explicativa perseguida por la ciencia), una misma comunidad de creyentes puede entender la espléndida complejidad del mundo a través de abigarradas conjeturas superpuestas que remiten a tres o cuatro versiones distintas del origen de todo. Esta riqueza de versiones es coherente con la propia diversidad religiosa de las diferentes culturas y también refleja la ausencia de un sentido evolutivo del conocimiento. Si en la ciencia se espera que las últimas teorías refuten a las anteriores explicando mejor los hechos (aunque sabemos que no es exactamente así), el pensamiento religioso es plural y ahonda comprensivamente en las múltiples dimensiones de lo real (en este caso, del origen del mundo) acumulando significados, narraciones, razonamientos y símbolos.
"Son los relatos religiosos los que nos proporcionan el mayor acervo imaginativo a la hora de pensar cómo empezó todo"
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