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De señales y presagios. Relatos del pasado azteca
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Libro electrónico140 páginas2 horas

De señales y presagios. Relatos del pasado azteca

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De señales y presagios. Relatos del pasado azteca incluye nueve narraciones basadas en anécdotas históricas; así, se recrea, en forma amena, el medio ambiente, supersticiones, creencias religiosas, sucesos, leyes y costumbres del mundo azteca. A lo largo de estas páginas cobran vida personajes-narradores como La Malinche, Bernal Díaz del Castillo y el franciscano Motolinía; también los protagonistas como Moctezuma, Nezahualcóyotl y el general tlaxcalteca Xicoténcatl.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 ene 2013
ISBN9789968684224
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    De señales y presagios. Relatos del pasado azteca - Rima de Vallbona

    Sham

    De señales y presagios

    Relatos del pasado azteca

    De la hegemonía tolteca a la eliminación de la idolatría azteca bajo el poderío español

    (Introducción)

    Cuaucóhuatl y Axolohua fueron pasando y mirando mil maravillas allí entre las cañas y los juncos.

    Ese había sido el mandato que les dio Huitzilopochtli a ellos que eran sus guardianes [...]

    Lo que les dijo fue así: en donde se tienda la tierra entre las cañas y entre juncias, allí se pondrá en pie, y reinará Huitzilopochtli.

    [... Huitzilopochtli] dijo él: Cuaucóhuatl, ¿habéis visto allí todo lo que hay entre las cañas y las juncias? ¡Aún resta ver otra cosa!

    No la habéis visto todavía.

    Id y ved un nopal salvaje: y allí tranquila veréis un águila que está enhiesta. Allí come, allí se peina las plumas.

    [...] ¡Y allí estaremos y allí reinaremos:

    allí esperaremos y daremos el encuentro a toda clase de gentes! [...]

    ¡Allí los conquistaremos! ¡Aquí estará perdurable nuestra ciudad de Tenochtitlán!

    Fernando de Alvarado Tezozómoc, Crónica Mexicayotl

    A lo largo de los violentos y sangrientos sucesos de la etno-historia del Imperio Azteca he ubicado una serie de historias curiosas que van desde los comienzos del poderío tolteca hasta la caída de la monarquía nahua, y con los conquistadores, los principios del cristianismo. Estos relatos fueron recogidos algunos, de los códices indígenas; otros, de crónicas españolas, entre las que cuentan las de los franciscanos fray Bernardino de Sahagún, fray Toribio Motolinia y fray Jerónimo de Mendieta, el jesuita José de Acosta y el conquistador Bernal Díaz del Castillo. También esas historias se encuentran en las crónicas de descendientes de nativos como el mestizo dominico fray Diego Durán,1 Fernando de Alva Ixtlilxóchitl,2 Fernando Alvarado Tezozómoc,3 Diego Muñoz Camargo4 y El Anónimo, cuyo texto fue recogido como Códice Ramírez.5 Por último está, entre otros, el cronista del siglo XVIII, fray Francisco Javier Clavijero. Algunos de estos estudiosos y recopiladores de la realidad histórica nahua fueron testigos presenciales de muchos pasajes, y otros, como Fray Bernardino de Sahagún, obtuvieron los datos de los códices o libros nahuas y de informantes que conservaban fresca la memoria del pasado y de los recientes sucesos. Insertos en la etno-historia de los pueblos nahuas, hay mitos, leyendas, hechos increíbles que parecen proceder del imaginario aborigen, unos cuantos de los cuales he querido recoger aquí por lo prodigiosos que parecen.

    Utilizo el término azteca como el nombre genérico de una serie de grupos etno-históricos a los que se les conoce como pueblos nahuas; estos abarcan a los mexicanos, aztecas, chichimecas, zapotecas, tlaxcaltecas, otomíes, acolhúas, tezcocanos, cholultecas y muchos otros más, los cuales tenían en común haber heredado algunas tradiciones e ideas de los antiguos toltecas; además los unía la lengua náhuatl o mexicana. Recordar que cuando se debatía en el senado tlaxcalteca la moción mexicana de formar una liga entre todas las naciones nahuas, propuesta por Moctezuma II Xocoyotzin, el general Xicoténcatl procuró persuadir con cuantas razones pudo la alianza [de gentes] originarias de un mismo país, como hombres de una misma lengua y como adoradores de unos mismos dioses (Clavijero: 371-72); sin embargo, el joven general fracasó en su intento debido al desmedido odio de los tlaxcaltecas contra los mexicanos por los altos tributos y represiones que su monarca les imponía. Resulta preciso agregar que los huexotzincas fueron también sus enemigos.

    Durante unos quinientos años predominó en Anahuac una sociedad agrícola, la cual más tarde fue arrasada por los toltecas, quienes llegaron a dominar toda esa geografía. Quetzalcóatl fue un sabio y prudente soberano tolteca, cuyo reinado fue próspero y pacífico.6 Sin embargo, después de su gobierno, sucedió un período de desórdenes, el cual se caracterizó por luchas internas debidas a la ambición de poderío político de algunos señores toltecas.

    A lo largo de las páginas de este libro, he respetado y mantenido intactas las diversas anécdotas históricas suministradas por los cronistas en relación con cada uno de los personajes aquí presentados, las cuales están dispersas en las crónicas en un pequeño párrafo o en unas pocas líneas. Recogí esos datos de unas y otras crónicas para dar a conocer el heroísmo, el dolor, la osadía, la violencia, la crueldad, la fortaleza, la sabiduría y resignación de cada uno de los protagonistas, algunos de los cuales más parecen entes de ficción. Con el fin de dar consistencia de relato, a cada historia le aporté su respectivo ambiente de época, amistades, leyes, supersticiones, diversiones, ritos, etcétera; por ejemplo, la descripción del palacio de Nezahualcóyotl la saqué de diversas crónicas de la época. Igual hice con los diálogos sin adulterarlos de ninguna manera, de modo que siempre recogí la esencia o el meollo de lo dicho por los personajes históricos. Por último, organicé esos materiales alrededor del narrador testigo que siempre es un yo; de estos son personajes históricos, Bernal Díaz del Castillo, fray Toribio Motolinia, Xóchitl y Malintzin –esta, más conocida como la Malinche7– o doña Marina, quien con Jerónimo de Aguilar, sirvió a Cortés de lengua o traductora. Los otros narradores testigos son ficticios, y abarcan una alcahueta, un niño y tres curanderas que preparan los rituales festejos en honor de la diosa Toci.

    Esta colección de relatos comienza con los toltecas, sigue con los aztecas y termina con la cristianización de los nativos bajo el poderío español. Así, considero de verdadero interés la historia del pulque, la cual recogí bajo el título de El pulque y el final de la dinastía tolteca, que se inspira en los textos de fray Bernardino de Sahagún y de Fernando Alva Ixtlilxóchitl. Ambos cronistas dicen que Xóchitl fue la que comenzó y supo primero agujerear los magueyes para sacar la miel de que se hace el vino (Sahagún, Historia general III: 142, I: 246; Alva Ixtlilxóchitl, Obras, I: 43-44).8 Es interesante observar que así como en el primer tomo de su crónica, Sahagún atribuye el descubrimiento del pulque a Xóchitl, en el tercero, se lo atribuye a Maiaoel; además, explica que el que halló primero las raíces que echan en la miel se llamaba Pantecatl. Una nota del editor Bustamante dice que Veytia atribuye el descubrimiento a Xóchitl, hija de Papantzin (Sahagún, Historia general, III: 142).

    El relato que recoge los orígenes del pulque tiene de narradora testigo a Xóchitl.9 Según datos de los cronistas, Xóchitl, fue hija de Papantzin, un noble caballero tolteca y tal como lo cuentan los cronistas Sahagún y Alva Ixtlilxóchitl, fue la concubina favorita del rey Tecpantcaltzin. Lo relevante es que entre los nombres de los nueve monarcas toltecas no figura el de Tecpantcaltzin. Se debe tomar en cuenta que el octavo mandatario tolteca fue la reina Xiuhtzaltzin, quien murió a los cuatro años de reinar; según las leyes de esa monarquía, era costumbre que cada soberano reinara durante un siglo tolteca (52 años); a la muerte de la reina, la substituyó la nobleza y reinó los restantes 48 años (Clavijero: 49). Esto nos obliga a concluir que el llamado Tecpantcaltzin y padre de Topiltzin, último rey tolteca, era uno de dichos nobles regentes en el poder durante esos cuarenta y ocho años. Es por eso que en mi relato sigo en líneas generales la fuente de Alva Ixtlilxóchitl, mantengo el nombre de Tecpantcaltzin para el mandatario tolteca. Aclaro que esa confusión de nombres nahuas y fechas es recurrente en dicho texto y en otros de esos tiempos.10

    Históricamente, la coronación de Topiltzin iba contra los preceptos toltecas por ser hijo bastardo. Su gobierno duró solo 21 años. Se dice que la caída de los toltecas fue pronosticada por Quetzalcóatl, quien predijo que habría varias señales; una de ellas ocurrió durante el reinado de Topiltzin; tal señal consistió en que Topiltzin, junto con dos de sus hermanastros, Cuauhtli y Maxtlatzin, cometieron pecados muy graves, y con su mal ejemplo, toda la ciudad de Tula [...] y tierras de Toltecas (Alva Ixtlilxóchitl, Obras, I: 47) se vieron afectadas. Las otras señales las revelaré en el relato del origen del pulque. La caída de ese poderoso imperio ocurrió cuando Huchuetzin, el tercer hermanastro de Topiltzin, asociado con los régulos de Jalisco, declaró la guerra, la cual duró tres años con dos meses. Dice Ixtlilxóchitl que en dicha guerra pelearon también muy valerosamente muchas matronas tultecas ayudando a sus maridos, muriendo y venciendo muchos de ellos. Explica el cronista que en esa guerra Xóchitl murió con gloria en la campaña batiéndose con sus enemigos, a la cabeza de un cuerpo de señoras que la acompañaron (Alva Ixtlilxóchitl Obras, I: 52).11

    La hazaña bélica de Xóchitl no fue la única, pues otras mujeres participaban en los combates, por lo menos hasta el siglo XI D.C. (Navarro: 8). Al respecto Navarro cuenta que existe en la tradición azteca la historia de la Princesa Guerrera, quien luchó contra los enemigos de su padre a los que venció; entonces ordenó que a los prisioneros les arrancaran el corazón del pecho (Navarro: 8). Siglos después, durante las cruentas y desesperadas batallas de los tlatelolcas contra los españoles, en los Anales históricos de Tlatelolco, el autor indígena anónimo dejó consignado en náhuatl que pelearon las mujeres de los tlatelolcas. Golpearon al enemigo, portaron armas de guerra, se arremangaron las faldas, se las levantaron todas para perseguir duro a los enemigos. En el margen de este pasaje, el narrador escribió en español: Aquí fenece la guerra, esto escribió el que la vio (Anónimo, Anales

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