Fabia Virgen Vestal
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En el año 73 a.C. Fabia, la más bella de las vírgenes vestales es acusada de haber roto sus votos de castidad. La decisión de iniciar una peligrosa relación la lleva a enfrentar un juicio en el que si resulta culpable, la condena será morir enterrada con vida.
Sin importar la verdad ni el resultado del juicio el fuego sagrado de Vesta continuará ardiendo con su llama eterna.
Juan Carlos Morales
Being an avid reader, Juan Carlos Morales has decided to venture as a writer, showing a new facet in his life. Author of the historical novels: "The macahuitl and sword", "Gratidia" and "Fabia". He has more than 30 years of professional experience in Information Technology as IT Manager and other international positions, working in Banking Institutions, in the Oil Industry, Retail, and in the Health Industry. Professor at Universidad Francisco Marroquin, ISACA Geographical Award winner (Central and South America), CISA and CRISC highest score. Juan Carlos has a Systems Engineer degree ,Magister Artium, CISA, CISM, CRISC, CGEIT ISACA certifications, ISO/IEC 27001:2013 Lead Auditor, ISO/IEC 27001:2013 Lead Implementer, and LEAN IT Association Certification.
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Fabia Virgen Vestal - Juan Carlos Morales
Fabia
Virgen Vestal
Autor: Juan Carlos Morales
Fotografía de la portada de Sarahi Tan
Modelo: Andrea Pazzetti
Copyright 2012 Juan Carlos Morales
Smashwords Edition
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Agradecimientos
Un especial agradecimiento a mi esposa Diara y a mis hijos Gabriel e Isabel por comprender mi pasión por la lectura y apoyarme en esta nueva faceta de mi vida, en la que estoy incursionando como escritor. A mi madre, merecedora de compartir conmigo cada nuevo logro como el fruto de los principios y valores que me inculcó.
Gracias también a todas las personas que de una u otra manera han contribuido a la realización de este proyecto, y especialmente a ustedes lectores para quienes escribo.
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Contenido
TEMERITATE
ACCUSATIO
IUDICIUM
VERITATEM
EPÍLOGO
VOCABULARIO
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Año consular de Marco Terencio Varrón Lúculo y Cayo Casio Longino
681 Ab Urbe Condita
Temeritate
Todo comenzaba a florecer en el mes consagrado a la diosa del amor, la belleza y la fertilidad. Eran las nonas de abril y la luna estaba casi llena.
—Es esencial que nadie me reconozca —confió la hermosa joven a su amiga, mientras se cubría la cabeza y la mayor parte del rostro con su palla, usándola esta vez a manera de capucha. Tenía unos lindos ojos color de miel, velados por oscuras y largas pestañas. Se encontraba en la plenitud de su juventud, con la piel tan fresca como una orquídea. Sus cejas eran delgadas y su cabello castaño. Mantenía un rostro jovial con una frente amplia y los rasgos finos de una tez blanca bronceada por el sol.
—¡No puedes salir tú sola de noche! —increpó Arruntia, con el ánimo de proteger a su amiga, pues sentía un gran afecto por ella. Se encontraban en un dormitorio modestamente amueblado con un triclinio a manera de cama, un taburete y una mesita de madera.
—No te preocupes por mí, tan solo iré a la fuente de Juturna —explicó la joven, para tranquilizarla. Era esbelta, pero vestía siempre muy discreta, lo que le confería un aire de elegancia y dignidad.
—¿Te refieres al manantial de donde sacamos agua para los sacrificios? —preguntó Arruntia, aquietando un poco su angustia, pues conocía muy bien el lugar. Tenía una larga cabellera rubia que cuidaba con esmero y vestía su delgada figura con sencillez.
—Sí, está muy cerca de aquí, entre el Templo de Cástor y Pólux y el Templo de Vesta.
—¿Por qué vas? —la cuestionó su fiel amiga, quien se caracterizaba por ser muy sensata y prudente.
—Me ha citado para que conversemos, y no he podido decirle que no —argumentó la joven. Sus suaves mejillas se ruborizaron, porque ni ella misma comprendía por qué razón le resultaba tan difícil resistirse a la fuerza persuasiva de ese hombre.
—Tú lo has visto en las ceremonias religiosas, en las carreras de carros y en los banquetes de la aristocracia; que es donde corresponde. ¿Por qué verlo ahora? —insistió su amiga, mientras sus profundos ojos azules le lanzaban una mirada de reproche.
—Es difícil explicarte —respondió, con la tentativa de entenderse a sí misma—. Lo que sucede es que no he podido conocerlo como quisiera.
—¡Si vas, ten mucho cuidado! —advirtió, sabiendo que no lograría hacerla desistir. Con sus finos labios fruncidos, se retiró a su propia habitación que quedaba contigua a la de su amiga.
La joven apagó la lámpara de aceite, y su habitación se quedó en la penumbra, apenas iluminada por un brasero. Sus ojos se acostumbraron rápidamente a la oscuridad y caminó por el pasillo que comunicaba al fondo con la zona de trabajo de las sirvientas. No se veía nadie en ese lugar, así que la atravesó, aparentemente sin ser vista. Llegó al patio. Se detuvo por un momento, y vio la luna llena reflejada en el agua del barril. Allí era donde las esclavas se bañaban de pie, echándose agua del barril con una jofaina y frotándose con un estrígil. Pasó la yema de los dedos por la superficie del agua. Sintió frío, a pesar de su amplio ropaje. Con sus delicadas manos se acomodó nuevamente la palla, y salió sigilosamente de la domus por la puerta trasera utilizada por la servidumbre.
Desde niña había sido muy valiente. Se condujo al lugar donde se encontraba la fuente de la ninfa de las aguas. Era una obra cuadrangular que había sido construida por la familia Cecilia Metela, para recoger el agua natural que brotaba entre las rocas.
Cuando llegó, el lugar estaba tan desolado y silencioso que podía escucharse el murmullo del agua naciente. La joven permaneció inmóvil, de pie, observando las magníficas estatuas de mármol que se encontraban sobre una base en el centro de la fuente. Muchas veces había llegado a ese manantial a llenar su cántaro con agua, pero nunca había tenido tanto tiempo disponible como para apreciar las estatuas. Representaban a los Dióscuros, Cástor y Pólux.
Caminó lentamente hacia un templete erigido junto a la fuente. Entró y caminó hasta donde se encontraba el altar. Leyó la inscripción dedicada a Juturna. Volvió sobre sus pasos y observó la estructura de habitaciones construida para los peregrinos que acudían a la fuente desde lejos. De pronto, escuchó que alguien se acercaba y regresó a la fuente.
—Salve, Catilina —saludó, con una sonrisa radiante, mostrando la blancura de sus dientes. Los pliegues de su amplio ropaje parecían ocultar la recatada pureza de una diosa del Olimpo. Mientras la joven hablaba, él se quedó contemplando la magnífica sinuosidad de sus labios.
—Tu belleza es verdaderamente exquisita. Jamás había visto a una mujer tan encantadora —dijo el senador. Había que reconocer que siempre se había comportado con ella como un hombre de buenos modales. Eso era lo esperado, perteneciendo él a una de las familias aristocráticas más antiguas de Roma, la de los Sergios.
Sin decir una palabra más, se abalanzó sobre ella, tomándola fuertemente por la cintura. Ella lo miró atónita, con los ojos muy abiertos. Esto no podía estar sucediendo.
Intentó gritar, pero su grito quedó ahogado antes de que el sonido pudiese escapar de su garganta. Catilina le cubrió la boca con una mano, mientras que con la otra la sujetó por la cintura. ¡Estaba atrapada! No se trataba de un refinado senador, sino de un hombre brusco, alto y fuerte, endurecido por el servicio militar. Imposible moverse, y mucho menos luchar contra él.
Retiró la mano con la que le tapaba la boca, y acercó su boca a la de ella. La joven se sintió impotente, ante la presión de los labios de él sobre los suyos y los fuertes brazos que la sujetaban por la cintura. Al principio la besó suavemente en las mejillas, en el cuello y en los labios. Ella se estremeció y cerró los ojos. Al sentir la dulzura de la boca de la joven, Catilina enloqueció, besándola con fiereza.
Comenzó a acariciarla, y la joven experimentó una mezcla embriagadora de miedo y de deseo que la hizo temblar, abandonarse y olvidar momentáneamente quien era ella. Cuando por fin, su conciencia reaccionó, logrando dominar sus emociones y sobreponerse a esa extraña sensación de debilidad y confusión, frenéticamente se las arregló para soltarse de los brazos de Catilina, y apartarse de él. Sus piernas le temblaban y respiraba agitadamente. Con esfuerzo, logró romper el pesado silencio y articular dos palabras con firmeza:
—Nunca más.
Estaba demasiado mareada para darse cuenta de lo que estaba sucediendo a su alrededor. ¡A escondidas, alguien observaba la escena!
Al regresar a la domus, la joven se apresuró a ir en búsqueda de su amiga. Necesitaba hablar con ella de lo que le había sucedido. La encontró despierta, leyendo en su habitación.
—¡Por Venus! ¿Qué te sucedió? —exclamó Arruntia, dejando por un lado el papiro, y levantándose a recibir a su amiga en el umbral de su habitación.
—¡Arruntia! —dijo la joven, entre sollozos, caminando hacia su amiga, para recibir el abrazo que necesitaba.
—¡Tranquila, todo va a estar bien, ya estás aquí! —la consoló, estrechándola entre sus brazos. Sus blancas manos con finos y largos dedos, confortaron a su amiga con ligeras palmaditas en la espalda. La joven traía la nariz y las manos frías. Al sentirse entre los brazos de su amiga, rompió en llanto, liberando la congoja que llevaba en su corazón.
—¡Arruntia! —era lo único que lograba articular la joven, en medio de un mar de lágrimas. Su amiga sintió temor de que alguien más se enterara. Tomó a la joven por el brazo y la condujo a su triclinio.
—Espérame aquí, iré a la cocina por algo de beber, no tardaré —indicó Arruntia,