La esencia de la semilla: La encina milenaria
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La sed de conocimiento de nuestro propio ser nos impulsa a iniciar caminos para sacar a la luz lo que late dentro de cada uno de nosotros, aquello que es único. Una necesidad común a todos los habitantes de este mundo. Nuestra alma nos guía a iniciar un camino que nadie ha transitado antes, a buscar respuestas a nuestras preguntas más íntimas cuando algo dentro de nosotros late por mostrarse. Este es el camino del alma abriéndose paso en un mundo que no promete felicidad, porque la felicidad es un compromiso propio, de cada uno de nosotros, y la puerta que nos permite el encuentro es la que se abre hacia dentro, hacia nuestro corazón y a la luz de nuestra intuición.
Este libro te invita a dar un paso hacia ti mismo, sin caminos señalados, animándote a encontrar tu propio sendero. Cada ser humano tiene una semilla que plantar en este planeta y, entre todos, tenemos la misión de crear un jardín frondoso. Cuando conectas con tu propósito de vida simplemente haces lo que tienes que hacer y tienes la seguridad de que antes o después llegarás a tu destino. No es cuestión de tiempo, es cuestión de necesidad. Tu alma te guía. ¡Escúchala!
Trinidad Herrero Sánchez
Nace en Madrid en 1961. Desde muy joven desempeña diferentes trabajos que le permiten estar en contacto con personas muy diversas, ofreciéndole la oportunidad de observar cómo las vivencias y las emociones que las acompañan pueden impulsar o frenar a las personas. Comprender la necesidad de ser escuchados en momentos de adversidad y dolor la impulsa a adentrarse en caminos de autoconocimiento, estudio y aprendizaje que la dirigen a acompañar a las personas en momentos puntuales de búsqueda y crecimiento interior a través de su trabajo como Facilitadora de Constelaciones Familiares y de Lectura de Registros Akáshicos. Entra en el mundo de la escritura «de casualidad» cuando decide dejar un legado a sus hijas y escribe para ellas el libro Irene vuelve a casa. Lo que recibe de esta experiencia la hace comprender que este camino, que ya en la niñez le apasionaba, forma parte de su destino. Decidida a realizar la tarea para la que ha venido al mundo (crear su propia historia entregándose en cuerpo y alma a vivir cada momento tal como llegue, permitiendo que la vida la traspase y entregándose a vivirla lo mejor posible), le permite dar la mano a quienes lo solicitan y a tomar aquellas manos que tantas veces le son necesarias. «La vida nos ofrece dificultades junto con la capacidad y la fuerza de hallar soluciones. Transformar el dolor en amor es un aprendizaje que nos llevará toda la vida.» www.trinidadherrero.es
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La esencia de la semilla - Trinidad Herrero Sánchez
Prólogo
Es la primera vez que me requieren para escribir un prólogo. ¿Un prólogo yo? ¡Qué sorpresa! Pero, ¿qué es un prólogo? ¿Quién soy yo para hacerlo? Las respuestas fueron impresionantes y, ante tales argumentos, he asumido cumplimentarlo y aquí nos encontramos frente a una encina.
Un cuento, sí, uno más, porque todos nosotros tenemos una historia que contar, que tiene como protagonista a una encina. Nadie está exento de un deseo en el que plasmemos sobre el papel un relato, que nace de lo más profundo del corazón y hay quien no se resiste a la tentación y cae; en cambio, otros, por cualquier motivo o causa, nunca lo harán posible.
El reto del papel en blanco en el que hay que dejar a las palabras fluir. En este cuento hay osadía, bañado de una dulce intención de transmitir y conectar con el lector para compartir y convivir dentro de un cuento una experiencia que nunca será igual que otra. Nos transmite con un cierto halo de mundo infantil una necesidad de abrir las alas y dejarnos llevar por la imaginación, de manera que, en cada frase, de una forma muy sencilla, consigue el objetivo deseado.
A mí me sorprendió en cuanto a que soy conocedor de un sinfín de escritos similares. Pero en esta ocasión el lenguaje, el modo, el tiempo y los personajes emanan y fluyen de una forma tan natural que te introducen en la historia, llegando incluso a sentirte parte, identificando plenamente un mensaje. Tengo que advertir que este cuento es clave para nuestra escritora porque le ha generado desde su creación una necesidad imperiosa de editarlo y, así, poderlo compartir. No es un cuento cualquiera, es una breve historia que, estoy seguro, te ofrecerá opciones de vida, respuestas, empezar el arduo camino de conocerte a ti mismo y a disfrutar de la vida, que sólo existe el presente y como tal, es un regalo que se repite día tras día.
Así que te invito a leer este presente y a disfrutar de tu presente. ¡Merece la pena!
Marcelino Menéndez Ablanedo, artista, escritor y comunicador.
1
Adentrándose en el bosque
Comenzaba la primavera y los días eran más cálidos. Con los primeros rayos de sol, un hombre se adentraba en el bosque siguiendo la senda que le había indicado su mejor amiga, aunque no tenía la seguridad de que fuera el camino correcto.
«Ni tan siquiera sé si me servirá para algo —pensó—, pero que no sea por no intentarlo.»
Su presencia no pasó inadvertida a los habitantes del bosque, acostumbrados a que, de vez en cuando, algún desconocido se adentrara un poco más allá de los límites habituales; pero, cuando llegaban a la encina milenaria, la mayoría volvía sobre sus pasos porque allí acababa el sendero y solo se podía divisar una extensión de terreno, tan abrupta como frondosa, donde la altura de los árboles apenas dejaba pasar la luz del sol.
Él hizo lo mismo que muchos otros. Se apoyó en el tronco de la encina e intentó divisar algún camino que le indicara la manera de continuar hasta el destino que se había propuesto. Y, como muchos otros, no lo descubrió.
Después de secarse el sudor de la frente, sacó una cantimplora de su mochila y bebió un trago de agua. A diferencia de la mayoría de las personas que habían llegado hasta allí, no tuvo prisa en regresar. Se sentó, apoyó la espalda en el tronco del viejo árbol y cerró los ojos. Eso no sorprendió a la encina milenaria, pero sí a los pájaros que anidaban en ella. En ese preciso momento lo comunicaron a otros habitantes del bosque de una forma imperceptible para los humanos. Sus trinos llevaban una resonancia de alerta que todos los seres conectados con la naturaleza comprendían. Los humanos, sin embargo, hacía mucho tiempo que se habían desconectado de la Madre Tierra; incluso se creían sus dueños. Habían olvidado que eran parte de