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Las crónicas del agua: Río Arriba
Las crónicas del agua: Río Arriba
Las crónicas del agua: Río Arriba
Libro electrónico216 páginas2 horas

Las crónicas del agua: Río Arriba

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Información de este libro electrónico

Una fábula conmovedora en la que se ofrece una visión novedosa del viaje del héroe. Un viaje a contracorriente en el que no podrás dar nada por hecho...
¿Alguna vez deseaste vivir una gran aventura? ¿Te has preguntado de qué madera están hechos los héroes? Sumérgete junto a Gunter para atravesar la difícil senda de las aguas: desde los más bellos parajes del río hasta los más recónditos lugares del inmenso océano.
Una travesía en la que hallarás grandes amigos…, aunque también te cruzarás con algún que otro adversario que pondrá a prueba tus conocimientos y habilidades.
Este libro es una herramienta didáctica con la que trabajar la educación emocional y en valores, además de inspirar una conciencia y responsabilidad ambiental hacia los medios fluvial y marino. Pequeños y grandes se entusiasmarán y sensibilizarán sobre la vida allá abajo… en las profundidades de las aguas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 jun 2019
ISBN9788417965372
Las crónicas del agua: Río Arriba

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    Las crónicas del agua - Alicia B. Torres Muñoz

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Alicia B. Torres Muñoz

    © Alfonso F. Quero González

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    ISBN: 978-84-17965-37-2

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    -

    A nuestro hijo,

    para que llegue a ser un buen pez.

    PRÓLOGO

    Todos estamos conectados… Formamos parte de un ciclo que raras veces se rompe, aunque a veces peligra, sobre todo por el descuido de los humanos. Somos eslabones de una gran cadena, unidos unos a otros firmemente, como lo están el río al mar y este al inmenso océano. El agua, en cualquiera de sus estados, es una energía que mantiene el equilibrio de todo nuestro mundo. Se trata de una entidad sensible, con vida propia, que marca el destino de los seres que habitan en su seno.

    Prosperar en el río de la vida no es tarea sencilla. Para ello nadie nos prepara y raras veces nos previene, salvo que tengas la suerte de cruzarte en tu camino con un sabio mentor; sin embargo, también a base de tormentas, caídas desde saltos de agua, ataques de enemigos, colisiones contra rocas, y otros muchos reveses del destino, acabas aprendiendo.

    Así que… no descuides tener una buena actitud ante las embestidas de la vida y un recto proceder en toda empresa que te propongas llevar a cabo. No arrolles a nadie en tu bajada del río, pues a la hora de subir puede ser que te los vuelvas a cruzar... Nunca sabes a quién podrías precisar...

    Tampoco olvides que por encima de tus cincos sentidos hay otro... No, no se trata del sexto sentido del que todos hablan, sino del sentido del humor. Nunca pierdas la sonrisa y si es que lo haces, procura que no tarde demasiado en regresar a tu rostro.

    No dejes de soñar. Lucha para que tus deseos se cumplan. No te rindas ni permitas que nadie te diga que no puedes lograrlos. Nada a contracorriente hasta alcanzar tu meta. Avanza con aplomo, no te detengas. No hay mayor energía que tu fuerza de voluntad, pues ella te puede llevar por caminos que parecían insondables.

    Y, sobre todo, ama. Hazlo de forma apasionada, sin poner cotas, barreras ni límites. Solo los que así lo hacen consiguen progresar a través de la difícil senda del río.

    Primera parte

    EL ENCUENTRO

    -

    —¡Señor Henry, se lo ruego, acabo de llegar y lo primero que he hecho ha sido venir a buscarlo! ¡Necesito respuestas!

    De repente, vi como la cabeza de mi respetado amigo salía de su escondrijo. Hubiera dicho que era él, pues se parecía sobremanera, sin embargo...

    —Lo siento, el señor Henry ya no vive aquí... ¿Precisas algo? —dijo la lechuza.

    Aquella noticia me derrumbó, no podía ser, me mostraba incrédulo ante lo que estaba oyendo. ¡Eran tan similares…! Llegué a pensar por un instante si estaría siendo víctima de una pesada broma.

    —¿Estás seguro de que no eres el señor Henry? —cuestioné, mientras formulaba la que quizá se acabaría convirtiendo en la pregunta más absurda de toda la historia.

    —¿Cómo no voy a saber quién soy? ¡Qué cosas tienes! ¡Hasta ahí podíamos llegar, no conocer ni mi propio nombre!

    —Lo lamento, pero he estado años esperando reencontrarme con él y ahora mira la situación... Mi gozo en un pozo.

    —Quizá lo que veas como un contratiempo no sea más que una oportunidad. Mi padre decía que había que saber aprovechar todo lo que la vida te iba poniendo por delante y, ¿quién sabe…?, puede que nuestro encuentro no haya sido fruto de una casualidad.

    —¿Tu padre? ¿Quién es tu padre?

    —Debería haber empezado por ahí… Mi nombre es Roger y soy hijo de Henry.

    Quedé conmocionado ante la noticia. Pensaba que los años solo habrían pasado para mí, y que los habitantes que moraban en el río seguirían ahí a mi vuelta, como si no tuvieran otra cosa que hacer que esperarme. ¡Qué iluso fui! Enseguida comprendí que el tiempo transcurría inexorablemente para todos por igual, sin hacer excepciones… Sentí la necesidad de continuar preguntando…

    —¿Qué ha sido de tu padre?

    —Partió hace un tiempo. Me reveló que iba hacia un bello lugar desde el que me podría contemplar y ayudar. Dijo que siempre estaría a mi lado, aunque no lo viera. Nuestros últimos años juntos los vivimos intensamente; me legó sus sabios consejos, pero estos eran tan solo una mínima parte del dilatado saber que había logrado atesorar a lo largo de su extensa vida. Para mi desgracia, no pudo acabar su tarea, ya que no tuvo ocasión de enseñármelo todo.

    Entonces, sin saber muy bien qué hacer, caí en la cuenta de que aún no me había presentado y a ello me dispuse:

    —Mi nombre es Gunter y hace unos años…

    —No hace falta que continúes… —me interrumpió—. Ahora que me has revelado tu nombre sé quién eres… ¡No me lo puedo creer! ¡No consigo salir de mi asombro! ¿Eres tú de verdad? Mi padre me habló mucho sobre ti. Estaba convencido de que algún día vendrías a buscarlo. ¡Papá llevaba razón cuando me decía que creyera en los milagros! Mira si estaba seguro de ello que te dejó una tarea para cuando volvieses.

    —¿A mí? ¿Es cierto lo que dices?

    —Por supuesto. Insistió en que me narraras, con todo lujo de detalles, qué había sido de tu vida durante todos estos años y, además, me tranquilizó diciendo que te encargarías de completar mi aprendizaje. Gunter, tú me ilustrarás sobre los entresijos de la vida. Me explicarás todo lo que esta oculta. Estoy presto para escucharte.

    —¿Tan loable misión me ha sido encargada? Nunca pensé que el señor Henry me tuviera en tan alta estima… ¡Acepto la encomienda!

    »Una vez te muestre todo lo que he logrado aprender a lo largo de los años, el círculo estará cerrado y la voluntad de tu padre se habrá cumplido. Abre bien los oídos, pequeño Roger, porque este río guarda los más bellos tesoros que jamás puedas imaginar. Escucha con atención porque dispongo de poco tiempo y, además, no es de buena educación hacer esperar a una dama.

    »Embargado por la emoción y en recuerdo a tu padre, al que tanto quise; en honor a las tantas y tantas historias que él mismo me contó cuando yo era joven, es por lo que, fiel a sus instrucciones, te brindo la oportunidad de que conozcas la mía. La aventura que te voy a relatar trata de un viaje cuando menos sorprendente; comenzó hace muchos años atrás, aquí, en este mismo sitio desde el que te estoy hablando. Y empieza así…

    Segunda parte

    LA HISTORIA

    I

    Los primeros coletazos

    Nací en este río, un bonito día de primavera, hace ya algunos años. Ese momento queda ya muy lejano y los recuerdos que guardo de aquella época son pocos y borrosos. Conservo sobre todo sensaciones... Estas nunca se olvidan, pues quedan grabadas en nuestro interior, y es ahí donde permanecen aun después de haber pasado tanto tiempo.

    Todavía rememoro vivazmente cuando me sentía prisionero dentro de un huevo, mientras empujaba con todas mis fuerzas para vencer mi encierro. Una vez este eclosionó, salí al exterior y moví mi diminuto cuerpo. Curiosamente no estaba solo… Me vi rodeado de otros muchos que eran muy parecidos a mí, aunque no conseguía verlos nítidamente.

    Poco a poco, mis ojitos se fueron acostumbrando a la luz y pasé de vislumbrar el entorno a poder distinguirlo con claridad. Nuestro miedo a lo desconocido motivó que, unos a otros, comenzáramos a juntarnos sin siquiera conocernos… Por la noche nos acurrucábamos muy pegados y ello ayudaba a que pudiéramos dormir calentitos. Solíamos hacerlo escondidos entre las rocas o calados en el lecho de grava.

    A menudo, se asomaban al agua unos largos y afilados dientes o algún que otro gran pico, lo cual nos provocaba auténtico pavor. También, allí guarecidos, sentíamos cómo el río a veces nos mecía de manera suave y otras de forma impetuosa. Este nunca se detenía, pues siempre estaba en movimiento.

    Los peces adultos aprovechaban las corrientes para ir más rápido de un lugar a otro, en cambio, a nosotros, que por aquel entonces éramos tan poquita cosa, eso nos causaba mucho respeto. Ya llegaría el día en que pudiéramos montar en ellas…

    Tenía pegado a mí, un saco de sabrosa comida que mamá dejó preparada para que, durante las primeras semanas, no pasara hambre. Estaba riquísima, notaba el cariño y esmero que mi madre había dedicado en cocinarla. Jamás olvidaré esos sabores que todavía hoy me recuerdan a ella, a pesar de no haberla visto nunca. No conocí a mis padres, pero me dijeron que fueron magníficos. De papá tampoco sé demasiado, únicamente que me parecía bastante a él y que tenía sus mismos ojos.

    Aquel incómodo y pesado saco fue mermando y las reservas comenzaron a desaparecer. Mi estómago hacía ruidos extraños, supongo que de hambre.

    Todos nos sentíamos igual. Fue así como la necesidad nos empujó a abandonar el que fue nuestro hogar durante las primeras semanas: las graveras. Emocionados, comenzamos a explorar el nuevo entorno. Por fin nadábamos libres; no nos costó mucho trabajo aprender, aunque quizá lo complicado no fuera nadar, sino saber en qué dirección había que hacerlo. Quedamos maravillados cuando salimos de nuestro escondrijo y pudimos ver el río en todo su esplendor. Sin duda, todo un mundo nos esperaba fuera…

    De forma gradual, nuestros cuerpos también cambiaron; estábamos más estilizados, nos sentíamos ágiles y nos movíamos por el agua de forma más fluida.

    Lo primero que decidimos hacer fue buscar alimento. Algunos peces adultos nos indicaron que comiéramos unos pequeños insectos o larvas que había por allí y, dada nuestra inexperiencia, solo pudimos hacer una cosa: confiar. Al principio resultaba algo repugnante, ya que me había acostumbrado a la suculenta comida de mamá, pero, con el tiempo, me familiaricé con los nuevos sabores.

    Una vez teníamos los estómagos llenos, solo queríamos divertirnos. Solíamos jugar al escondite y lo pasábamos genial, hasta que… un día tuvimos que dejar de hacerlo, pues hubo una partida que no conseguimos acabar… Al menos, puedo afirmar que tuve la suerte y el honor de conocer al campeón «Inter-Ríos» de escondite; se llamaba Fred y mira si se escondió bien que todavía hoy continúan buscando al muy pillo.

    Fue de esta manera como nuestra imaginación se puso en marcha, la dejamos volar y encontramos nuevos entretenimientos. Comenzamos a hacer carreras. Me encantaba competir y la verdad es que no se me daba del todo mal. Así conocí al que acabaría convirtiéndose en mi gran amigo Chimo; era rápido como él solo, no había quien le alcanzara y casi siempre ganaba. Era mucho mejor que yo, tengo que reconocerlo, pero eso no me importaba, ya que nunca alardeaba de ello, es más, muchas veces me daba consejos sobre cómo mover la cola y las aletas para poder ser más veloz. Se forjó un vínculo especial entre los dos y fue este, sin duda alguna, el origen de lo que sería una bonita amistad.

    Más adelante me presentaron a Mina, era el pez capitán del equipo de animadoras. Estas iban a todas las carreras y ayudaban a que el ambiente fuera único. Coreaban canciones, hacían coreografías y gritaban.

    Chimo, Mina y yo congeniamos a las mil maravillas, y no tardamos en hacer miles de cosas juntos…

    *

    De repente, interrumpí mi relato y dirigí la mirada a Roger. La pequeña lechuza estaba absorta escuchándome.

    —Por cierto… ¿Tú tienes amigos? —pregunté.

    —Pues… —me contestó lacónicamente en actitud pensante.

    —¿Acaso me vas a decir que no tienes amigos? Eso sería muy triste.

    —Sí que tengo, lo que ocurre es que saludo a tantos animales que no sabría decir bien quiénes son en realidad amigos y quiénes meros conocidos.

    —¿Meros conocidos…? En una ocasión me encontré con un mero y no fue simplemente un «mero conocido», ya que luego nos hicimos muy amigos… ¡Ja, ja, ja! —dije sin parar de reír; acababa de «tomarle la pluma» a la joven lechuza—. No te preocupes, Roger, era solo una broma… Es importante tener camaradas en esta vida y sabrás quiénes son cuando estés en apuros.

    —¿Por qué en esos momentos, Gunter? —me preguntó.

    —Ante los problemas, los amigos estarán a tu lado para ayudarte. A veces, incluso aparecerán sin ni siquiera haberlos llamado. Es algo casi mágico. Debes rodearte de buenos amigos; a tu padre le gustaban mucho los refranes y solía decir: «El que a buen nenúfar se arrima, buena sombra le cobija».

    —¿Y qué quiere decir eso?

    —Ya lo sabrás más adelante. Cuando seas mayor seguro lo entenderás… pero, mientras tanto, no olvides nunca estas sabias palabras.

    II

    ¿Trucha o salmón?

    Aquella, nuestra primera primavera, continúo transcurriendo. Recuerdo especialmente lo que nos pasó una mañana al despertar; fue algo que quizá podría haber resquebrajado mi amistad con Chimo, si no hubiera sido porque ambos supimos gestionar nuestro miedo…

    —Buenos días —dije a Chimo.

    —Buenos días —me contestó—. ¿Qué tal? ¿Cómo has pasado la noche? —añadió de forma cortés.

    —Pues bien, aunque todavía sigo teniendo algo de sueño —respondí bostezando.

    —¡Oye, Gunter! Por cierto, ¿te has fijado? ¿Qué son esas manchas que te han salido?

    —¡No lo sé! —contesté preocupado—. Pero ¿acaso no te has mirado las tuyas, Chimo?

    —¡Vaya, si yo también las tengo! ¡Qué cosa más extraña! ¿Qué será? ¿Habremos comido algo que nos ha sentado mal?

    —Lo dudo. ¡Observa! Mina las tiene y los demás también; sin embargo, las tuyas, Chimo, son distintas y tienes bastantes más que nosotros, diría incluso que muchísimas más.

    —Por favor, Gunter, no me asustes. ¿Qué puedo hacer? Si, según tú, no se trata de una intoxicación…,

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