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Un viaje de mil millas: La malquerida
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Un viaje de mil millas: La malquerida
Libro electrónico311 páginas4 horas

Un viaje de mil millas: La malquerida

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Información de este libro electrónico

¿Qué ocurre cuando te enfrentas al pasado para entender el presente y poder afrontar el futuro? Sencillo: encuentras la libertad.
Isabel lo hace y así es como aprende a quererse. Deja atrás la carga que ha llevado, cura las heridas y emprende un nuevo viaje. Uno que la llevará a cumplir sus sueños, a vivir, a soltar aquello que la mantenía tropezando una y otra vez con la misma piedra.
?? ?????????? es la historia de una mujer, que podría ser cualquier mujer, cualquier persona, que no ha sido bien querida porque ni ella misma se ha sabido querer.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 ago 2023
ISBN9788411812139
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    Un viaje de mil millas - María Hernández

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © María Hernández

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-213-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    A INMA Y CRIS:

    LO SIENTO, por las veces que debió

    ser y no fue y viceversa.

    PERDONADME, por no haber sido la madre

    que quería, y debía, en algunas ocasiones.

    GRACIAS, por aparecer en mi vida

    empujándome a seguir, a respirar, a vivir.

    OS QUIERO, porque sin vosotras no sería nada.

    .

    A mi hermana, Cristina:

    ¿Recuerdas esta dedicatoria? Me la escribiste al regalarme «El Principito».

    «No puedo decirte todo

    lo que significas para mí...

    Has sido y serás

    siempre la luz de

    mi vida.

    Mucho más que una

    hermana, mucho

    más que una madre

    y sólo deseo que la

    vida acabe dándote

    todo lo que te

    mereces.

    Te quiero,

    tu hermana

    CRISTINA»

    Ten por seguro que la vida me dio lo que merecía el día que tú llegaste a este mundo. Tú eres para mí tan importante que no puedo expresarlo con palabras. Me iluminas los días grises, me recoges cuando me caigo, me ayudas a remendar mi alma cuando no soy capaz de coserme yo sola las heridas. Nunca, jamás, me has dejado sola cuando lo he necesitado. Eres la rama a la que me aferro cuando me arrastra la corriente. Mi luz y mi todo.

    TE QUIERO,

    TU HERMANA MARÍA.

    PRÓLOGO POR LA AUTORA

    ¿Por qué LA MALQUERIDA? Sencillo; porqué la inmensa mayoría de la gente no sabe querer. Quiere mal, mucho pero mal. Os contaré un cuento para que lo entendáis.

    Érase una vez un príncipe que vivía solo en un palacio enorme. Su única compañía era la de un sirviente con el que apenas cruzaba palabra.

    Cierto día se posó en su ventana un hermoso pajarillo. Cantaba como los mismísimos ángeles. El príncipe quedó encandilado de aquella criatura. Tanto fue así que ordenó a su sirviente que todos los días recogiera gusanos y otros insectos del jardín para ofrecérselos.

    El pajarillo, encantado, acudía cada día sin falta a la ventana del príncipe a recoger su alimento; a cambio, le cantaba bellísimas canciones.

    El príncipe pensó que si le hacía una casita, el pajarillo se quedaría más con él, así que ordenó a su sirviente hacer un pequeño palacio. Tenía una pequeña fuente, una cama de lo más suave... No faltaba ningún detalle. Amaba a aquel ser diminuto que tanta compañía le hacía. Pero el pajarillo dejó de ir un par de días y el príncipe se asustó, creyó que lo había abandonado. Cuando el animalillo regresó, con más y más bellas canciones, el hombre no cabía en sí de la alegría.

    Aquella noche apenas pudo dormir de la emoción y también del miedo a perder a su única compañía a la que tanto amaba. Esa mañana al despertar ordenó a su sirviente que construyera una jaula enorme para meter el palacio donde tan feliz era el animal. Cuando llegó y se acercó a comer su ración diaria de gusanos, el príncipe cerró la jaula y ya no lo dejó salir.

    Al principio el pájaro seguía cantando, pero poco a poco su voz se fue apagando. Ya no tenía los campos para inspirarse, ya no veía otros animales ni a otros pájaros como él. Hasta que un día dejó de cantar. El príncipe se enfadó, no entendía por qué aquel pájaro era tan desagradecido. Le daba comida, estaba calentito en el invierno, él lo amaba, ¿acaso no tenía todo lo necesario para ser feliz? No entendía que el canto de su adorado pajarillo provenía de su libertad para inspirarse.

    Unos días más tarde el pequeño pájaro apareció muerto en su jaula. El príncipe culpó a su sirviente. Creyó que él tenía la culpa de todo: «Seguro que no le traía los gusanos que a él le gustaban, o igual no le había mullido bien la cama...», pensó, y lo despidió.

    El príncipe amaba a aquel pequeño ser, lo amaba tanto que creyó morir cuando lo hizo el pajarillo. No entendía que fue él mismo el que lo mató. Pocos días más tarde se sentó en su ventana a esperar a que un nuevo pájaro acudiera a su ventana.

    Con este cuento os quiero explicar la delgada línea que existe entre el amor y el malquerer. Entre amor y apego. No es que el príncipe no quisiera al pajarillo, el problema es que lo quería mal, y pasó a necesitarlo tanto que no pensó en el daño que le estaba causando.

    Igual pasa con los seres humanos, en muchas ocasiones queremos mal. Unas veces porque pasamos a sentir una necesidad por la otra persona, otras veces porque no sabemos querer de otra forma, muchas de estas últimas son por lo que hemos vivido de pequeños, por la manera de querer que hemos aprendido. Y es este malquerer el que nos lleva a dañar a la persona que amamos. Anula nuestro ser, nuestra libertad y lo hace por amor. ¡Maldito ese amor! Un amor dañino que deja cicatrices en el alma tan difíciles de curar. Que rompe en mil pedazos a la persona que lo padece. Que anula hasta el punto de causar la muerte, si no la física, sí la del alma, la del corazón.

    Mis dos exmaridos me recriminaron, al finalizar el matrimonio, que nunca los había querido. El primero me acusó de haberlo querido sólo para tener a mis hijas, el segundo fue más lejos y lo hizo de no haber querido a nadie. Ahora creo que ambos estaban en lo cierto; si yo no sabía cómo quererme a mí misma, ¿cómo iba a saber querer a otra persona? He arrastrado una herida desde mi infancia que me hacía sentirme abandonada y buscar amor y aceptación a toda costa, ellos fueron elegidos para mendigarles cariño. Cada uno apareció en el momento oportuno y en el lugar correcto. Pero ¿me han querido ellos? Lo dudo. Han querido a la mujer que crearon pero esa no era yo y, por lo tanto, no me han querido a mí. Sea como sea aprovecharon mi vulnerabilidad para causarme un daño que a punto estuvo de acabar conmigo. Aprovecharon la ocasión para malquererme más de lo que yo ya me malquería.

    Ahora me gustaría contaros cómo nació esta novela. No tardaré mucho y espero que os sirva para daros cuenta de que todo es posible en esta vida, todo tiene solución menos la muerte.

    Hace algunos años, demasiados diría yo, mi tía Cristina me regaló un cuaderno y un bolígrafo. Fue antes de irme a República Dominicana.

    —Sobrina, escribe. Vas a vivir en un lugar muy diferente y seguro que vas a vivir cosas que muchos no podemos ni imaginar.

    Para poneros en antecedentes os diré que mi tía es una gran lectora, es más, ella fue la que me introdujo en el maravilloso mundo de la lectura. Me regaló mi primera novela: El Amante Diabólico; una historia de una mujer, retratista de miniaturas, secuestrada por un hombre y encerrada por amor. Por apego diría yo, claro que esto lo puedo decir ahora que diferencio entre ambos. Desde aquel día nos intercambiamos, recomendamos y comentamos libros muy a menudo.

    Pues bien, unos años después, cuando yo había vuelto de vivir allí, y habían sucedido algunos hechos más de mi vida, mientras tomábamos un café, me preguntó:

    —¿Escribiste algo en el cuaderno?

    —La verdad es que empecé muchas veces, tía, pero ni yo me entiendo la letra y lo he ido dejando.

    —Deberías escribir. Te garantizo que hay capítulos de tu vida mucho más interesantes que muchos libros completos.

    Aquello me dejó pensando y de hecho cogí mi portátil y comencé a escribir. Las palabras no me salían, no sabía ni por dónde empezar. Sin embargo, al poco tiempo llegó la pandemia y con ella un gran descubrimiento. Uno que llegó en un momento de mi vida en el que me encontraba en el fondo de un profundo pozo donde sólo tenía dos opciones: quedarme allí hasta el fin de mis días y rezar para que fuera pronto, o bien salir e intentar cambiar mi manera de ver el mundo para poder continuar.

    Estando una tarde buscando algo que ver en la televisión, mi por entonces marido me advirtió sobre una película-documental de Netflix (cito la plataforma por si alguien quiere verla) en la cual aparecía Leonardo Da Vinci. Como sabía que yo era una fan incondicional del artista me avisó por si quería verla. No era un documental sobre él en concreto, sí que lo mencionaba, pero hablaba también de otros personajes ilustres que habían descubierto «EL SECRETO». Este secreto no era otro que la Ley de la Atracción Universal que viene a decir, por si no os apetece verlo, que los seres humanos somos energía y como tal estamos en constante vibración. Esta vibración, bien utilizada, nos puede servir para atraer lo que queramos a nuestras vidas. En algún momento del vídeo me di cuenta de que, en efecto, mi energía era tan negativa que sólo podía atraer cosas similares, es decir, cosas malas. Para culminar con este descubrimiento el vídeo termina con una frase que dice: «Tú escribes tu propia vida». Todo esto unido a que en ese mismo instante mi tía me mandó un whatsapp con un meme me hizo atar cabos: atraigo lo que pienso + escribir mi propia vida + mensaje de mi tía = libro sobre mi propia vida. Blanco y en botella... Cogí el portátil y comencé a escribir. Todo fluía a una velocidad que ni yo me creía. Así nació mi primera novela: Un viaje de mil millas.

    Una vez acabada, y autopublicada, se convirtió en un éxito: se vendía en muchos lugares del mundo. Lo había conseguido, pero había algo que no estaba bien; la mayoría de mis lectores me decían que parecía que les faltaba algo, que se notaba que, al escribirla, necesitaba sacar lo que tenía, pero les faltaba mi sentimiento. Yo misma sentía que estaba incompleta.

    La malquerida es una reconstrucción de esa mi primera novela. Una reconstrucción en la que no sólo he abierto mi alma y he reescrito desde ahí, desde lo más profundo de mi ser, sino que lo he hecho con todo el sentimiento del mundo. En una ocasión mi hija Inma me escribió tras leer la primera novela: «Este libro me otorga eso, la oportunidad de conocerte a fondo, porque se nota que te has abierto en canal al escribirlo..., escrito desde las entrañas, con mucho amor...». Ella lo entendió a la perfección. Aun así, obvié muchos detalles porque para mí eran cosas insignificantes, normales. Ahora sé que no lo eran, que había normalizado muchas cosas por costumbre. ¿Acaso no es posible acostumbrarse al dolor? Lo es, y eso es lo que me había ocurrido.

    Me gustaría que esta novela demuestre que, por muy mal que te encuentres, por muy hondo que hayas caído, siempre, siempre hay una salida. Solamente tienes que mirarte a ti mismo y sentir que puedes, creer para crear, ¿acaso no es eso la fe? Debes tener fe en ti mismo. Y si no te ves capaz pide ayuda, todos la necesitamos alguna vez en la vida y hay gente maravillosa dispuesta a ayudar, a escuchar, a apoyarte y a acompañarte en el duro y, a veces, largo proceso. Yo entendí enseguida que necesitaba vibrar en una sintonía de paz y de tranquilidad, me urgía sentir que me lo merezco y que va a llegar aquello que me hace feliz. Y fue tan rápido mi entendimiento porque ya no tenía más opciones, estaba agotada de sufrir. Mi vida no tenía ningún sentido, incluso pensé en quitarme del medio, en ese momento pensé en mis hijas; ellas me han dado la vida, literalmente. Todos necesitamos esa rama a la que agarrarnos cuando la corriente nos lleva sin sentido.

    Desearía llegar con mi relato a aquellas personas que, como yo, han vivido vidas ajenas. Han dejado sus sentimientos a un lado, de hecho, han dejado de sentir, envueltas en esa falsa creencia de que no hay nada más que esa vida, personas que viven con la esperanza de que todo va a cambiar, esperando ser amadas, y no malqueridas, y en esa espera se dejan el alma y la vida. Dejan sus sueños. Pierden su libertad y su autoestima.

    Yo fui una de esas personas pero decidí que ya era suficiente y opté por perdonar. No me refiero a ese perdón que todos creemos, en el cual olvidas como si nada. Me refiero a un perdón en el que trato de entender, que no justificar, el porqué de todo aquello que me ha hecho daño. Una vez llegado a este punto he podido soltar lo que tanto me pesaba, y así, ligera, continuar con mi viaje.

    ¿Fácil?, ¿quién dijo que era fácil? No, no os voy a engañar, no lo es. Yo, a mis cincuenta años, estoy empezando a vivir, pero nunca es tarde, y menos si la dicha es tan buena.

    Se sale. De todo lo malo se sale y el primer paso para ello es dejar de lamentarte. Recuerda aquel cursi dicho de antaño, el que escribíamos en las carpetas y clasificadores rodeado de corazones: «Si lloras por no poder ver el sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas». Enjuga tu llanto y mira lo maravilloso que es el mundo. Trata de ver el lado bueno de las cosas. Estate atent@ a las señales y, sobre todo, recuerda: el momento más oscuro de la noche es aquel que precede a un hermoso día.

    ¡Sólo me queda desearos un buen viaje y que seáis BIENQUERID@S!

    .

    PRIMERA PARTE

    EL PRINCIPIO DEL FIN

    SALAMANCA 1ª PARTE

    EL PRINCIPIO DEL FIN

    Aquel hubiese sido un sábado como otro cualquiera de no ser por un incidente que cambió mi vida trastocando mi mundo, llevándome en una espiral de autodestrucción de la que, después de muchos años, conseguí salir. Es cierto que aún tengo cicatrices en mi alma, pero ¿acaso no son necesarias si no tienes memoria? Terminé una etapa de mi vida rota en mil pedazos, pero firme en mi decisión de unirlos, lo mejor que se podía, para poder levantarme y continuar mi camino.

    Un nanosegundo, eso es lo único que hace falta para que todo cambie. Un encuentro, una palabra, una decisión, un «algo» que en nada te cambia la vida y lo hace sin que te des cuenta.

    Pero empecemos poco a poco.

    Como ya os he dicho, era sábado, eso lo recuerdo perfectamente porque eran los días en los que mi madre, mi hermana y yo salíamos al centro comercial a comprar cosas que no necesitábamos y a tomar el aperitivo antes de volver a casa.

    Desde que unos meses antes me había separado, cuando llegaba el fin de semana llevaba a mis dos hijas, Isabela y Victoria, a casa de su abuelo paterno ya que el padre en raras ocasiones cumplía con su régimen de visitas. La verdad es que el abuelo no daba lugar a que ellas se aburrieran, o nos echaran de menos a alguno de sus progenitores, ya que ocupaba el tiempo de las pequeñas con paseos al parque de La Alamedilla para dar de comer a los patos, cocidos o paellas, siestas y cuentos, muchos cuentos y muchas historias que a ellas les encantaban. ¡Ah! Y un sin fin de canciones, algunas inventadas, que a ellas les encantaba tararear.

    Ese día lo aprovechaba para arreglarme y acercarme con mi madre, con la que nos habíamos ido a vivir las niñas y yo desde la separación, a gastar impulsivamente. En mi caso llenaba un vacío comprando, ellas supongo que también.

    Ese día, mientras que nos parábamos a ver una zapatería mi hermana y yo, mi madre se percató de que estaban abriendo una tienda nueva.

    —Isabel, mira, están abriendo una tienda ahí enfrente —me dijo mi madre—. ¿Por qué no te acercas y preguntas si necesitan gente?

    Por cierto, me llamo Isabel y en esa época tenía treinta años, en la flor de la vida, aunque eso yo no lo sabía. A esa edad yo era una monada; bajita pero bien hecha. Delgada con unos pechos firmes y generosos y una cara muy armoniosa con la nariz pequeña y los ojos y los labios grandes. Me podía haber comido el mundo, pero me disponía a comerme una mierda del tamaño de una catedral.

    —Joder, mamá, mira que eres pesada —le dije—. El lunes si eso me acerco y pregunto.

    —Yo me voy a acercar a ver —insistió ella.

    —Pero mamá, qué manía con Isabel, déjala que ya se pasará ella cuando vea —añadió mi hermana, que tenía ganas de seguir de compras—. Además, ¿por qué tanto interés?

    —Pues porque tiene que trabajar. No va a estar todo el día sin salir de casa —le dijo mi madre—. La gente tiene que trabajar y buscarse un futuro.

    —¿Cómo tú? Porque te recuerdo que tú no has dado un palo al agua —le soltó Victoria.

    —Por eso mismo, no quiero que se vea como yo —añadió mamá ya un poco molesta, como cada vez que salía el tema de que no había trabajado nunca.

    —¡Pues yo me quiero ver como tú!, no has trabajado en la vida y vives mejor que nadie —le recriminó mi hermana.

    —Pero a mí me dejaron bien colocada mis padres. Yo no os voy a dejar así. —Mamá se iba calentando.

    —Bueno, dejadlo ya —les dije a las dos—. Si te quedas más tranquila, acércate a ver. Nosotras vamos a entrar a ver esas botas.

    Para que entendáis esta conversación os diré que mi querida madre no ha tenido que trabajar en la vida porque sus padres, mis abuelos, la dejaron bien situada económicamente. El problema es que de donde sacas y no metes..., ya sabéis: se va acabando, y mi hermana y yo no hemos tenido esa gran suerte ya que ella, muy dispuesta, se encargó de gastar y gastar. Tengo que decir a su favor que nosotras, sus hijas, también la hemos ido sangrando, aunque nuestras parejas nunca lo han sabido valorar. Cada vez que en nuestros matrimonios hacía falta dinero para una casa, un coche, un negocio, allí estaba mi madre sacando y dando. No nos hacía firmar nada, claro está, y cuando nos hemos separado no teníamos manera de justificar esos ingresos y nuestras parejas perdían, y pierden, la memoria con una gran facilidad.

    Así fue como mi madre se fue a preguntar a la tienda nueva y nosotras nos compramos unas botas que seguramente no necesitábamos. Cuando salíamos de la tienda vimos a mi madre dirigirse hacia nosotras con cara de triunfo.

    —Ya he hablado con el dueño —dijo—. Tienen previsto abrir en un par de semanas, y sí que van a necesitar gente. Le he hablado de ti y me ha dicho que te pases y preguntes por él. Se llama Fran.

    Así fue como conocí a Fran.

    Mientras estoy aquí escribiendo, pienso en que, si volviera al pasado sabiendo lo que sé, ni por todo el oro del mundo me habría acercado yo a preguntar por él. Claro que sé lo que sé porque he cometido estos cientos de errores.

    Me dirigí hacia la tienda y pregunté a un joven de unos treinta años con el pelo largo recogido en una coleta. Llevaba una sudadera un par de tallas más grandes que la suya y unos pantalones que dejaban ver la mayor parte de la ropa interior. Resultó que él era Fran, el dueño.

    —Soy Isabel —le dije—. Creo que mi madre ya te ha venido a ver.

    —Ah, hola. Sí, ha estado por aquí y ya me ha dicho que estás buscando trabajo.

    —Bueno, realmente es ella la que me lo está buscando. Hace poco que me he divorciado y está como loca porque salga de casa y haga algo.

    —Pero ¿te interesa el trabajo o no? —me preguntó.

    —Sí, claro. ¿Necesitas que te traiga un currículo?

    —No, mira, mejor me dejas tu teléfono y te llamo esta semana para hablarlo. ¿Te parece bien? —me dijo.

    —Sí, perfecto. Apuntaló si quieres.

    Fran era exactamente como yo siempre había dicho que NO sería el hombre con el que yo saliese. Siempre he pensado que el hombre con el que yo estuviera tenía tres requisitos que debía cumplir: NO tener el pelo más largo que yo, NO estar casado y NO tener hijos. Fran tenía los tres. A mi favor diré que de los dos últimos me enteré cuando ya era tarde. Qué cosas tiene la vida que, basta que digas que de esa agua no beberás, para que ella vaya y te dé dos tazas.

    Esa primera conversación, según me enteré más tarde, le había hecho creer que yo estaba disponible a nivel sentimental ya que introduje en una frase la palabra separada. ¡Increíble!, nunca se me pasó por la cabeza que si decía que estaba separada era para ligar, al parecer él pensaba de otra manera.

    —¿Qué te ha dicho? —preguntó Victoria, que ya se había tenido que sentar a tomar una botella de agua y a descansar las piernas.

    Estaba en su quinto mes de embarazo y, aunque estaba como una rosa, todo tiene un límite, y estar de compras es algo que puede dejarte exhausta.

    —Nada, que me llamará en esta semana —le dije.

    Seguimos las tres con nuestras compras y con nuestro aperitivo. ¿Quién iba a pensar que las cosas iban a cambiar tanto desde aquel momento?

    Esa misma semana me llamó para quedar y hablar del trabajo.

    Cuando contesté el teléfono y se cercioró de que era yo porque así se lo dije, me soltó un «hola, fea» que me resultó muy divertido. Os podéis imaginar la niña tontita y pijita y el macarra raider: a mí me resultaba de lo más atractivo. Quizás es que me subía el ego que en aquella época lo tenía por los suelos o el contraste con mi primer marido, no sé lo que sería, pero en cualquiera de los dos casos no era la cabeza la que me empujaba.

    Quedamos un jueves a las 7 de la tarde. Antes yo no podía porque tenía que recoger a las niñas y llevarlas a casa. Hacía una tarde buenísima. Yo me había puesto una falda por la rodilla con unos calcetines que tenían un lazo en la parte de detrás. Llevaba unos botines negros y una cazadora beige de una marca muy conocida que me sentaba de maravilla.

    Hacía poco me había decidido a cambiar mi color de pelo y para ello me había dado unas mechas rubias que, la verdad, me favorecían. Para esa ocasión decidí llevar la melena, que me llegaba a la cintura, planchada y suelta, sin más. Todos estos detalles los resalto porque desde que era muy joven no me había vuelto a arreglar y, sinceramente, un pase por la peluquería y ropa nueva te cambian la vida; bueno, la vida no pero casi.

    Mientras esperaba a las niñas, en la puerta del colegio, se me acercó una de las cuidadoras del bus escolar a la que le dije que me iba a una entrevista de trabajo.

    —Tranquila, que si no

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