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14 años de lujuria
14 años de lujuria
14 años de lujuria
Libro electrónico199 páginas2 horas

14 años de lujuria

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No hay nada más importante en la vida que el amor. Aunque el amor se pueda manifestar de distintas maneras, todos sabemos, en el fondo, cuál es el amor más importante: el que crías junto con otra persona. Sin embargo, no es tan sencillo como conocer a cualquier persona por la calle y proponerle formar una familia: hay que buscar y buscar. En esa búsqueda perpetua está escrita nuestra historia, y la de Johan Erazo Necta no es distinta.
En 14 años de lujuria vamos a conocer el camino que ha recorrido el autor por el amor. En esta ocasión, hemos de precisar que este amor es uno carnal, erótico y festivo, musical, juguetón, divertido, cariñoso y lleno de anécdotas que no se podrán olvidar. Muchos creen que este amor terrenal es el que no vale; no, al menos, al lado del amor platónico, esa adoración casi divina que nos han enseñado como el grado máximo de este arte. Nada más lejos de la realidad: para alcanzar el cielo, hay que pisar la tierra. Tocarla, rozarla, saborearla y trabajarla. Hay que caminar para correr y, luego, volar.
Con un estilo desenfadado y una pluma certera a la hora de retratar cada encuentro amatorio, Johan hace que sus palabras se deslicen por el papel para presentarnos una parte importante de su vida. Gracias a su facilidad de palabra (cualquiera diría que están bien lubricadas con tinta), su relato vital se nos queda corto, con ganas de saber más sobre sus andanzas, pues son como una fuga momentánea hacia la felicidad; te acordarás, lector o lectora, de tus propias experiencias y, quizá, lances un suspiro, ya sea de melancolía o de envidia.
Una cosa está clara: el amor nunca deja indiferente a nadie y este libro no es diferente. Larga vida al amor, ¡larga vida!
14AL
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento12 mar 2024
ISBN9788410682610
14 años de lujuria

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    14 años de lujuria - Johan Erazo Necta

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Johan Erazo Necta

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de cubierta: Rubén García

    Fotografía: Christopher Rivadeneira & Kimberly Erazo

    Supervisión de corrección: Celia Jiménez

    ISBN: 978-84-1068-261-0

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    .

    «Para KIMBO, la heroína de mi vida».

    Yo soy el rey y tú, la reina, Bowie

    .

    A Zamora, Sucúa, Macas y Quito (Ecuador), ciudades de encanto que escribieron conmigo amatorio y telúrico.

    Desde los cielos, sus pasos:

    Pozito, pirito y el jefe.

    Agradecimientos

    A Rita Jáimez Estévez, por tu pasión en la lingüística y el vendaval vanidoso en letras…

    A Angelita Tucupi «SHIRAM NUA», por tomarme y llevarme a escribir…

    A Elena Necta Bernal «MADRECITA QUERIDA», quien, con amor, acompaña el viaje de mi vida.

    PrÓlogo

    14 años de lujuria te transportará a través de un viaje de atrevimiento, sugerencia y pasión, explorando los intrincados senderos de la vida, sumergidos en encuentros íntimos. Lejos de ser simplemente un relato carnal, el autor teje una narrativa profunda y conmovedora que va más allá de la mera sensualidad.

    Descubrirás una historia desenfadada y carismática, donde cada página está impregnada de la esencia de momentos festivos, juguetones y musicalmente vibrantes. Johan, con un calibre certero y bien lubricada con tinta, nos sumerge en anécdotas que van más allá de la superficie erótica, llevándonos a reflexionar sobre la complejidad del amor y las conexiones humanas.

    A través de la vida del autor, te embarcarás en una fuga hacia la felicidad, recordando sus propias experiencias, lanzando suspiros de amor y melancolía. Más que un sueño este amor con frenesí se delata como un elemento vital y necesario, lejos de la idealización del amor platónico.

    14 años de lujuria es una oda a la tierra, a la pasión palpable, al trabajo que implica el amor verdadero.

    ¡Bienvenido a un viaje donde el amor se saborea y donde la vida se revela en toda su intensidad pasión y lujuria!

    14AL

    1. VIRGEN

    Una vez, tuve un sueño de cuando nací. Ya más grande, ese sueño me hizo pensar que no alucinaba, que más bien era un recuerdo: yo tenía 14 años y repasaba mi historia, había nacido en la madrugada, veía a mi abuelita shuar, ella estaba ahí, al frente. Mientras me miraba, pensaba que algo pasaba conmigo, intuía que yo no quería venir a este mundo y vi que mi madre sufría sudorosa. Yo la escuchaba a pesar de la fuerte lluvia que golpeaba el zinc de aquella vieja cabaña de mi abuelo. No sé por qué, pero la veía de color cielo, tampoco sabía la hora, pero asumía que eran las 2 de la mañana: había terminado de nacer. Yo era más blanquito que la sábana que me cubría.

    También recuerdo que había un reflejo, pero ignoro de dónde salía. Ahora sonreía mamá a pesar de su tristeza, porque había luz en ese diminuto espacio. No le molestaba que esa luz desarmonizara con el color de las tablas del techo. Yo sentía que ese pequeño mundo era el mío, latía por doquier, pero más allá de eso había mucha oscuridad en la habitación.

    No nací en la ciudad. Afuera se expandía un azul nublado que arropaba a todo aquel pueblo pequeñito y perdido en medio de la Amazonía. Todo cantaba, desde su calor intenso hasta la tierra húmeda, los árboles y los pájaros. Sin embargo, algo raro ocurría, pero no entendí qué.

    Escuché que mi padre era de Quito. Por cierto, no estaba en la casa; oí que estaba en un baile con su cuñada. Al menos eso fue lo que mi mamá le respondió a la abuela. Pero ese día no le presté atención a su ausencia.

    Yo claramente sentía la presencia de un ángel, era una niña que rebotaba de alegría. Es como si la viera hoy en medio de la montaña. Preguntaba, agitada:

    —¿Cómo es?, ¿cómo es?

    Al ratito sentí su agitación porque me abrazó fuerte, pero con ternura… y sentí las manos de Dios. Era mi hermana Gina, había nacido 11 años antes… ¡Tan dulce como siempre! Ella aún mantiene esa luz y fue el motivo de la primera mía. Me dijo:

    —Tienes pequitas blancas —Fue lo último que oí, pues aquel sueño se fue desvaneciendo. Ahora, después del tiempo veo una y otra vez esa misma escena en mi vida, creo que fue una realidad, tal como canta Óscar de la Rosa, vocalista del grupo La Mafia:

    Y entre lágrimas, yo gritaba

    porque en todo, tú eres el amor.

    Traspasaste, el tiempo y la distancia

    conjugaste, un solo corazón,

    entregando, amor cuando se ama…

    Y más que un sueño,

    y más que la ilusión

    como estrella, me llevas por tu cielo

    tan inmenso, así es nuestro amor,

    como aliento, que escapa de tus besos…

    ¿Qué pasó desde ese día? No sé qué tiempo transcurrió ni cómo, solo sé que fui un niño grande que llegó a la escuela. Pasaron los momentos de correr y jugar con la cara sucia y los zapatos parchados. Mi mamá seguía conmigo, me acompañó todos esos años. Luchó y trabajó sola… sola. Mi papá, de presencia intermitente, pasó a ser un recuerdo difuso: se fue hace fuuu; pero mi lucecita seguía ahí, ya con 20 años.

    Yo empecé a crecer entre penumbras y atardeceres fríos en Quito, hablaba solo, pues me crie así. Solía caminar entre mi colegio y la ciudad, comencé a conocer sus parques, calles y recovecos, y también empecé a cantar con «El ídolo de esa generación», Guillermo Dávila. Así lo conocíamos, y yo apasionado descubrí otra vida al cumplir los 14 años.

    Caminaba casi siempre con mi saco verde olivo, entre pantalones colgados y con un cuerpo más flaco que una garza, así me gané mi primer apodo: «Patas de garza». También recuerdo que, por aquella época como casi todos, encendí mi primer cigarrillo.

    Ingresé al 4.º curso del colegio nocturno llamado «el de los señores Dillon» y para que el pantalón no se me cayera, ajusté mi correa sacando pecho, pero en mi interior estaba inseguro… Tenía mucha vergüenza de mi apariencia, los nervios me obligaban a comerme las uñas y hasta los dedos… Creía que no tenía cara, que se me perdía entre las mejillas.

    La famosa sección nocturna de contabilidad tampoco me ayudaba mucho, me tenía en jaque porque solo sabía sumar y me amenazaba con saber que tenía que hacer T contables: «¿Cómo podría aprender ese mundo de números?», pensaba. Me atemorizaba también saber que se trataba de una institución mixta… había mujeres, muchas… y de todo calibre entre jóvenes y mayores. Eso me ponía de palo encebado porque era VIRGEN, pues hasta ese entonces ninguna mujer me había mirado ni para pedirme un lápiz, mucho menos para un beso. Creo que es la razón por la que no evoco ni cuento mis días de escuela.

    Y hablando de besos, me parecía que pese a todo lo fachoso que era yo, tenía buenos labios, eran medios gorditos y ese rasgo iba a ser mi carta de presentación. Esperaba que hablaran por mí porque, aparte de todas mis falencias físicas, yo era medio mudito, no por callado sino por tímido.

    Empecé a trabajar gracias a mi luz en una empresa vendedora de focos y brochas. Mis útiles eran un portafolio y la bicicleta, vehículo que me hizo «rico» ¡Ja!, ¡ja!, vendía como si los productos fueran mote porque ella me llevaba a cualquier lugar. Llegaba, me presentaba y los focos salían volando como por arte de magia. Ahora tenía mis sucres para las salchis y los pasajes del cole, aunque al final solo era un hobby.

    De un momento a otro, no me di cuenta cuándo, todo cambió y muy rápido. Mi ángel de la guarda se fue… Sí, ese año mi hermana se casó y me quedé más solo que nunca.

    Mientras… en clase los ojos me rebotaban, había chicas de toda índole. De una me gustaron sus senos grandes, ella era pequeña y bonita. Bueno, a mi favor yo también tenía algo más que mis labios, mi altura… y eso si sabía yo que les gustaba a las mujeres.

    —Feo, pero no chiquito —les oía decir.

    Pero se me fue la alegría de una. Un compañero mucho más vivo me la ganó, así que quedé como el perro del hortelano. Luis, recuerdo que era su nombre, era un tipo muy agradable. Poco después me hice su amigo porque, como dice el dicho, si no puedes ganarle, únete. Eso precisamente hice y me tocó andar de zopilote. Pero días más tarde, obtuve mi recompensa, la más grande del mundo, la que me vio nacer otra vez y dejar de ser niño.

    Ya todos tenían su pelada, del mismo curso o de otros y yo naranjas verdes… Me faltaba lo que a todos les sobraba, labia. Estuve solo hasta que ingresó ella, amiga de la chica que me gustaba. Entró tarde a estudiar, pero puntual en mi vida. Fue como sentir un temblor y no saber adónde ir… Tan dulce y pequeñita, con un cuerpito bonito, y yo de dieciséis años, zumbambico de emociones, suponía que su pelo volaba, entonces, ahí me enredaba en lo mudo. «¡Dios!, ¿por qué no podía hablar?, ¿por qué ni a me salía?», me cuestionaba o retaba una y otra vez.

    Todos los días llegaba antes al colegio para verla cuando ingresaba, intentaba que me mirara, que supiera que yo estaba ahí, fui vigilante, guardia de honor, jardinero, cazador y hasta agrimensor, pero nada.

    Cierto día conversaban tres: ella, su amiga y el dichoso novio. Me acerqué excusándome en un deber, mintiéndome a mí mismo como si la luna hiciera que me acercara a mi destino: «Hay veces que te dejas llevar no por el instinto, sino porque magnéticamente los polos se atraen de cualquier forma y tienes que partir esa onda a ver si la luna tiene razón».

    En ella pensaba todos los días y en aquel momento me gané su mirada, fue como si hubiera alcanzado una estrella. Pero no sé si estaba volando porque al siguiente día los cuatro ya salimos, por lo menos, a dejarlas en la parada. Ellas vivían juntas y facilitó el acompañamiento. Caminar a su lado era para mí un regalo de amor, pues comencé a sentir las burbujas que te revuelcan el estómago. Con su nombre clavado en mi pecho, empecé a temblar.

    «¡Mary!»… «¡Mary!»… Su nombre era un suspiro. Así de planetario y sutil yo caminaba con ella casi todos los días. Hablaba de no sé qué, ya que solo conversábamos sobre las clases. Con las justas me despedía en la mejilla, en aquella parada junto al parque en plena avenida 10 de agosto. Al principio corría para poder coger el bus que me llevaba cerca de casa, después pegado a su compañía, lo dejaba ir. En aquel entonces, yo vivía en el cerro y me tocaba andar toda la ruta a pata. Pensaba y pensaba cómo decirle algo más íntimo, pero también se trababa mi mente…

    «¿Cómo empezó a salir conmigo?». Constantemente, invadido de emoción en silencio me preguntaba, y luego me reía de mí y me decía con agitación y temor: «Bueno, a decir verdad, a caminar conmigo», porque solo eso hacíamos.

    Tal vez la pequeña gracia empezó en mí a reír porque ella en esos días me inició en el mundo de la felicidad, así lo sentía yo. Cuando timbraba la hora de salida, yo no era más que un perro faldero, pues arrancaba como pato en el agua a esperarla a la salida. Con las justas, le decía con la mano: «Te espero».

    Creo que las palpitaciones aceleradas del corazón te impiden decirle a alguien: «Me gustas», «Me encantas». Ella, aún sin saberlo, me llenó el corazón. Yo no sabía si a esa edad se podía amar tanto y de esta forma, a mis dieciséis empecé a ver a una mujer como mujer y sin un centímetro de acercamiento.

    Hasta que llegó el día: cargado de nervios y patas chuecas porque titiritaba, tenía que decirle eso que no es posible decirlo tan fácil. «¿Cómo no te enseñan en la escuela?» Había ensayado solito una y otra vez frente al espejo, encerrado en el baño, en mi habitación, en la cocina, en cualquier lugar de la casa cada vez que podía.

    «A ver, ¿sabes que me gustas y que desde que te vi me enamoré de ti?». Sería algo más o menos así. Seguía cavilando: «¿Qué hicieras si te ve Sara?», y me reía solo. ¡Ja!, ¡ja!, ¡ja! Muchas emociones se debatían en mi interior… Podía iniciar con esta frase: «No sé cómo decirte esto y, bueno, la cuestión es que muero por ti»… y así…

    Repasaba…, pero la lección de historia de la clase del reino del Tahuantinsuyo no me dejaba terminar de perfeccionar mi declaración. Bueno, eso creía yo.

    Una tarde caminábamos ya cerca del parque y la parada del bus me amenazaba como una aspiradora gigante, así que reuní valor y empecé…

    —¿Podemos pasar por el parque, pues siempre le damos la vuelta?

    —¡Claro! —me respondió. Ya por el centro, entre árboles, sentí que había llegado el momento preciso. Ese que hablaba cuando algo le pasa a la luna, un electrocardiograma que te presiona diciendo: «¡Ya!, ¡ya!, ¡ya!», y lo lancé:

    —¿Sabes que me gustas mucho y que pienso todos los días en ti?

    Creo que ahí se detuvo el mundo y, por unos segundos, mi corazón. Desperté y ella me dijo:

    —¿Por qué?

    Entonces, se me vino una raíz cuadrada al pecho, a la cabeza… Estaba aturdido. Desconocía por completo el resultado.

    —¿Por qué, qué…? —respondí pronto y sorprendido. La escena transcurrió en cuestión de segundos, pero a mí me pareció un cuento muy largo. Solo atiné a agregar—: Desde que te vi entrar a la clase, me impactaste. —Sin fuerzas, respirando con dificultad, casi sin poder hablar, pero antes de que respondiera con otra ecuación y me apagara la luz de aquella noche, exploté bajito y como acariciándola, le dije—: ¿Quisieras ser mi enamorada? —Lo recuerdo tanto porque ha sido la única vez que lo he dicho en mi vida…, y eso… hasta el día de hoy. Ahora lo repito igual que en aquel momento, lento y bajitico: «¿Quisieras ser mi enamorada? ¡Guao!, qué bonito se escucha».

    Perdón, amigo lector, me quedé pensando, me arropó

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